capitulo 8

Taeyeon en mis pensamientos...
 

Volver a clase me resultó extraño el lunes siguiente a Acción de Gracias. En cierto modo, era agradable estar de vuelta por lo familiar, pero también me parecía irrelevante, como si hubiera crecido y la escuela hubiera pasado a formar parte de mi infancia.

Casi me sorprendió ver la urna en el pasillo principal, así como a los estudiantes que introducían papeles doblados en ella. No es que se me hubiera olvidado la votación en sí, pero como también formaba parte de mi antiguo mundo, había perdido gran parte de su importancia. Por eso mismo, me encontraba bastante tranquila después de comer, cuando tuvimos que presentarnos todos en el gimnasio inferior, que hacía las veces de salón de actos, para escuchar «unos cuantos anuncios».

La profesora Baxter me sonrió con indulgencia, supongo que para quitarle hierro al asunto, pero la directora Poindexter, que llevaba las gafas colgando y un vestido violeta que no le había visto antes, tenía un aspecto sombrío.

—Deben de haberme reelegido —bromeé con Sally—. Mírala, parece que se ha tragado un cactus.

Pero Sally no se rio. De hecho, pronto me di cuenta de que debía estar nerviosa por algo, porque no dejaba de humedecerse los labios y aferraba con fuerza unas tarjetas escritas que barajaba y manipulaba.

—Damas y caballeros —dijo la directora Poindexter, que siempre se dirigía a nosotros en grupo de esa forma—, tengo dos anuncios que hacer. El primero y más breve es que tiffany hwang seguirá siendo la presidenta del consejo estudiantil.

Hubo algún aplauso, y de repente la escuela comenzó a importarme de nuevo.

—Y el segundo —volvió a hablar la directora Poindexter, que había alzado la mano para pedir silencio— es que Walter Shander y Sally Jarrell han accedido amablemente a ser los portavoces estudiantiles de la campaña de recaudación de fondos. Sally quería decir unas palabras, ¿no, Sally? Sally se levantó, aún jugueteando con las tarjetas.

—Bueno —dijo con voz chillona—, solo quería decir que durante Acción de Gracias me he dado cuenta de lo terrible que fue lo de… lo de la perforación de orejas, y que Walt y yo estuvimos pensando en posibles formas de compensar a la Foster. Y esta mañana la profesora Baxter me ha dicho que la directora Poindexter quería incluir a algún alumno en la campaña, así que se me ha ocurrido que podría hacer eso, y Walt ha accedido a ayudarme. De verdad que quiero compensar a todo el mundo por lo que hice y, de esta forma, si alguien de fuera del instituto se entera de lo de las infecciones de orejas, será más fácil para la directora y para todo el mundo explicar que me arrepiento mucho…

Tragué saliva para tratar de controlar la sensación de náusea que me subía por la garganta desde el estómago. Me parecía un gesto bonito por parte de Sally, sí; pero tenía la impresión de que lo hacía por el motivo equivocado.

—Si la campaña tiene éxito —siguió diciendo ella—, la Foster podrá seguir ofreciendo a la gente una buena educación. Walt y yo os hablaremos después sobre los bailes, las reuniones y otras cosas que estamos planeando, pero ahora y en primer lugar quería disculparme. Y después… bueno, me gustaría pediros vuestro apoyo en la campaña.

Se sonrojó y volvió a su asiento. Hubo aplausos de nuevo, pero esta vez parecían inseguros, como si el resto de estudiantes estuvieran tan sorprendidos e incómodos como yo por la importancia que Sally le daba a lo de la perforación de orejas: por como lo mencionaba, daba la impresión de que había matado a alguien.

La directora Poindexter y la profesora Baxter, en cambio, parecían dos sonrientes gatos de Cheshire, uno más grande que el otro.

—¿Qué tal he estado? —preguntó Sally.

—Genial, cariño, has estado increíble —respondió Walt, y la abrazó—. ¿A que ha estado genial, tiff?

 

—Claro —dije yo, sin querer herir los sentimientos de nadie.

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Después de clase, fui al estudio de arte para trabajar en mi proyecto de fin de bachillerato. Sally y Walt estaban allí, encorvados sobre un cartelón enorme y pintando, y tuve que reconocer que Sally parecía más feliz y relajada de lo que la había visto en mucho tiempo. Tal vez aquello le iba a venir bien.

 

—Hola, tiff —me saludó alegremente Walt mientras yo miraba en el armarito de material—. ¿Cuánto vas a poner? Estamos haciendo una lista. ¿Con cuánto crees que contribuirás?

—¿Contribuir a qué? —pregunté, sin entender muy bien.

 

A la campaña de recaudación de fondos. El señor Piccolo nos ha explicado que hay que preguntar así — dijo Sally con orgullo—. Hay que preguntarle a la gente con cuánto dinero puede contribuir a la campaña de recaudación de fondos de la Foster. Eso suena bien, ¿no, tiff? «Fondos de la Foster». Muy, eh… metafórico.

—Quieres decir que tiene aliteración —gruñí mientras me sentaba.

—Bienvenida de nuevo, tiff —dijo la profesora Stevenson asomándose por detrás de su caballete, donde trabajaba en lo que llamaba irónicamente su obra maestra. Era un cuadro abstracto enorme que ninguno de nosotros entendía.

—Gracias —dije, e hice agujeros en un par de separadores con tanta fuerza que se traspasaron al papel.

—La profesora Stevenson ha prometido contribuir con veinticinco dólares —dijo Sally dulcemente, agitando una libretita.

—Yo todavía no sé lo que donaré, ¿vale, Sally? —le dije.

—Vale, vale —respondió con brusquedad—.

Tampoco tienes que ponerte así.

Entonces, su expresión de enfado desapareció como por arte de magia, se levantó y me puso la mano en el hombro.

—tiff, lo siento —gimió—. Soy yo la que no tiene que ponerse así. Perdona que haya sido brusca contigo. —Me dio unas palmaditas en el hombro.

«La profesora Baxter, ha estado hablando con la profesora Baxter», pensé. Por eso reaccionaba así. Pero no podía decirle eso, claro.

—No pasa nada —murmuré, y eché un vistazo a Walt, que se encogió de hombros.

A la profesora Stevenson se le cayó un gran tubo de blanco de zinc, y Sally y Walt casi chocaron entre sí por ver quién lo recogía primero.

Yo me aparté de la mesa de dibujo, murmuré que tenía que hacer deberes y salí del estudio de arte. Antes siquiera de pensarlo conscientemente, me encontré en la cabina del sótano marcando el número de taeyeon. Mientras esperaba a que alguien contestara, me di cuenta a regañadientes de que la pintura se estaba desconchando de las tuberías de la caldera que recorrían las paredes, y de que una grieta enorme iba desde el techo hasta casi el suelo. «Vale, vale», me dije a mí misma, «¡pondré algo para la campaña esta de las narices!».

—¿Pronto? —me llegó la voz amable de la abuela de taeyeon.

—Hola —dije. No sabía su nombre de verdad y nunca sabía cómo llamarla—. Soy tiffany, ¿está taeyeon?

—Hola, tiff. Sí, taeyeon está aquí. ¿Cómo estás? ¿Cuándo vienes a vernos?

—Estoy bien —dije, nerviosa de repente—. Volveré pronto.

—Vale. Que no se te olvide. Un momento, llamo a taeyeon.

La escuché llamar a taeyeon de fondo, y sentí cierto alivio cuando taeyeon respondió. Cerré los ojos e intenté imaginármela en su piso, pero lo que me vino a la mente fue la playa, y noté que empezaba a sudar. Aun así, aquella escena todavía tenía todo el sentido del mundo para mí; cada vez que la recordaba, me parecía que tenía sentido.

—Hola, tiff. —Esta vez era la voz de taeyeon, que sonaba contenta.

—Hola. —Solté una risita sin ningún motivo—. No sé por qué te llamo, pero ha sido un día muy raro y tú eres la única parte de mi vida que me parece cuerda.

—¿Lo has conseguido?

—¿El qué?

¡Ay, tiff! ¿Has salido reelegida?

—Ah, eso. Sí. —La votación me parecía ya más o menos tan lejana como Marte, y diría que tenía más o menos la misma importancia.

—¡Me alegro un montón! —Hizo una pausa, y luego dijo—: tiff, yo… —Y se detuvo.

—¿Qué?

—Iba a decir que me he pasado el día echándote de menos. Y estaba preocupada por la votación, y…

—Yo también te he echado de menos —me oí decir.

—tiff…

Noté que se me aceleraba el corazón, y tenía las manos empapadas. Me las limpié en los vaqueros e intenté concentrarme en la grieta de la pared.

—tiff, ¿te arrepientes? De lo del… Ya sabes.

—¿Del domingo? —Me di cuenta de que estaba retorciendo el cable del teléfono e intenté desenredarlo de nuevo. También me di cuenta de que varios alumnos de primero venían por el pasillo en dirección a la cabina mientras reían y se daban empujones. Cerré los ojos para que desaparecieran y quedarme a solas con taeyeon—. No. No me arrepiento. Estoy algo confusa, tal vez. Intento no pensar en ello demasiado. Pero…

—Te he escrito una carta muy tonta —dijo taeyeon con suavidad—. Pero no la he enviado.

—¿La puedo leer?

Ella dudó, y luego dijo:

—Claro. ¿Puedes venir?

Ni siquiera miré el reloj antes de contestar.

 

—Sí.

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En el exterior hacía frío y había mucha humedad, como si fuera a nevar, pero la habitación de taeyeon era cálida. Había puesto música tranquila en su desvencijado y anticuado tocadiscos y llevaba el pelo recogido en dos trenzas, lo que (ahora lo sé) significaba que no había tenido tiempo de lavárselo o que había estado haciendo algo movido o ajetreado, como ayudar a su madre a limpiar.

 

Nos miramos durante un instante en la entrada de la habitación, como si ninguna de las dos supiéramos qué decir o cómo comportarnos con la otra. Pero enseguida noté que dejaba atrás a Sally, el instituto y la campaña de recaudación de fondos, igual que una cigarra cuando se despoja de su muda y pasa de ser una larva inmadura a su versión casi adulta.

taeyeon me cogió de la mano con timidez, tiró de mí hacia el interior de la habitación y cerró la puerta.

—Hola —me dijo.

Me noté sonreír y quise reír por la alegría que me causaba verla, aunque supongo que también por los nervios.

—Hola.

Las dos nos reímos entonces tontamente mientras nos mirábamos como pasmarotes.

Después, las dos reaccionamos al mismo tiempo y nos abrazamos. Al principio no fue más que un abrazo amistoso, un abrazo de «me alegro de verte». Pero después empecé a ser muy consciente de que el cuerpo de taeyeon estaba pegado al mío y noté el latir de su corazón contra mi pecho, así que me separé.

—Perdón —dijo ella dándose la vuelta.

Le toqué el hombro, que estaba muy rígido.

—No, no; no te disculpes.

—Te has apartado muy rápido.

—Yo… taeyeon, por favor.

—¿Por favor, qué?

Por favor… no lo sé. ¿No podemos ser solo…?

—¿Amigas? —Se volvió para mirarme—. Solo amigas. Qué cliché más estupendo, ¿eh? Pero en la playa me dijiste que… que… —Se dio la vuelta de nuevo, con el rostro entre las manos.

—taeyeon —dije, suplicante—. taeyeon, taeyeon. Te… te quiero de verdad, taeyeon. —«Ya está», pensé. «Es la segunda vez que lo digo».

taeyeon buscó a tientas en su escritorio y me entregó un sobre.

—Lo siento —me dijo—. No he podido pegar ojo esta noche y… en fin, no sería capaz de decirte nada de lo que ha pasado hoy en el instituto ni en el ensayo. Voy a lavarme la cara.

Asentí con la cabeza e intenté sonreírle como si no hubiera ningún problema. «No hay motivo para pensar que lo hay», recuerdo pensar. Me senté al borde de su cama y abrí la carta.

Querida tiffany:

Son las tres y media de la mañana y es la quinta vez que intento escribirte. Alguien dijo una vez que las tres de la mañana es la noche oscura del alma, o algo así. Es cierto, por lo menos para estas tres de la mañana y esta alma.

Mira, tengo que ser sincera, o por lo menos intentarlo. Te hablé de Beverly porque, en ese momento, ya sabía que te quería. Supongo que intentaba avisarte. Como ya te comenté, me he preguntado muchas veces si era homoual. El verano pasado incluso intenté demostrarme que no lo era con un chico, pero fue ridículo.

Sé que me dijiste en la playa que me quieres, y he intentado aferrarme a eso, pero sigo teniendo miedo de que, si te cuento todo lo que siento, puede que no estés preparada para ello. A lo mejor ya te has sentido presionada. A lo mejor me dijiste que sientes lo mismo para no quedar mal, más o menos, porque te caigo bien y no quieres herir mis sentimientos. Lo cierto es que, como tú no has pensado en ello (en si eres homoual o no), estoy intentando decirme a mí misma muy seriamente que no sería justo que te… No sé, que te presionara, o influyera sobre ti, o te obligara hacer algo que no quieres o que no quieres todavía, por lo menos.

tiffany, creo que lo que te quiero decir es que si quieres que no nos veamos más, no pasa nada, de verdad. Te quiere,

taeyeon

Me quedé mirando la carta, específicamente la despedida («Te quiere, taeyeon»), mientras sentía celos del chico al que taeyeon había mencionado y era consciente de que no volver a verla sería tan ridículo para mí como lo había sido el experimento del chico para ella.

Me pregunté, sorprendida, si yo sería capaz de embarcarme en un experimento como ese. ¿Lo haría?

Era cierto que nunca había pensado conscientemente en si era homoual. También era cierto que, si lo era, encajaría muy bien con lo que había pasado entre taeyeon y yo desde el principio y con lo que yo sentía, pero también con un montón de aspectos de mi vida de antes de conocerla: cosas en las que no me había permitido pensar demasiado. Incluso cuando era pequeña sentía que no encajaba del todo con la mayoría de la gente a mi alrededor; me sentía aislada de una forma que nunca llegué a entender. Cuando fui un poco mayor, en los últimos dos o tres años, me preguntaba por qué me apetecía

 

más ir al cine con Sally o con otra chica antes que con un chico y por qué, cuando me imaginaba viviendo con alguien algún día de forma permanente, esa persona siempre era una mujer.

Leí la carta de taeyeon otra vez, y otra vez pensé que sería ridículo no volver a verla. Supe también cuánto la echaría de menos.

Cuando taeyeon volvió del cuarto de baño, se me quedó mirando unos instantes. Supe que intentaba fingir que la carta no tenía mayor importancia, pero sus ojos brillaban tanto que estaba segura de que había llorado.

—Me dan ganas de romperla —dije por fin—, pero es la primera carta que me has escrito, y la quiero conservar.

—¡Ay, tiff! —murmuró ella sin moverse—. ¿Estás segura?

Noté que me sonrojaba y que se me aceleraba el pulso otra vez. taeyeon me miraba tan fijamente que daba la impresión de que no había ninguna distancia entre nosotras, aunque estábamos cada una en un extremo de la habitación.

Creo que asentí con la cabeza y sé que extendí la mano hacia ella. Me sentía como una cría de tres años.

Ella me dio la mano y luego me tocó la cara.

—Sigo sin querer presionarte —dijo con dulzura—. A mí también… a mí también me da miedo, tiff. Es solo que lo identifico mejor, creo.

—Ahora mismo solo quiero sentirte cerca de mí — dije, o algo parecido, y pronto estuvimos tumbadas en la cama de taeyeon, abrazándonos y a veces besándonos, pero sin llegar a acariciarnos ni nada. Sobre todo, estábamos felices.

 

Y aún asustadas, eso sí.

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