capitulo 4

Taeyeon en mis pensamientos...

El viernes, la profesora Widmer llegó unos minutos tarde a Lengua, que era mi última clase del día. Nos saludó con un breve gesto de cabeza, tomó el libro de poesía que habíamos estado estudiando y leyó:

 

«En la noche que me envuelve, negra, como un pozo insondable, doy gracias al Dios que fuere

Por mi alma inconquistable».

Lo más cuidadosamente que pude, doblé la reseña de arquitectura que mi padre había recortado para mí del New York Times (la había estado leyendo para no pensar en la vista del consejo estudiantil, que era esa tarde) y presté atención. Mi madre dijo una vez que la voz de la profesora Widmer era un cruce entre las voces de Julie Harris y Helen Hayes; que yo sepa, yo nunca había escuchado a ninguna de las dos, pero lo que puedo decir es que la profesora Widmer tenía el tipo de voz, especialmente al leer poesía, que hacía que la gente la escuchara.

«En las garras de las circunstancias no he gemido ni llorado».

La profesora Widmer levantó la vista, apartándose el pelo cano de los ojos. No era anciana, pero tenía el pelo prematuramente grisáceo. A veces bromeaba al respecto, de aquella forma curiosa que tenía de hacer humor con las cosas que la gente no solía encontrar divertidas.

—¿Qué quiere decir el autor con «en las garras de las circunstancias»? ¿Alguien lo sabe?

—Que se enganchó en alguna parte —respondió Walt solemnemente—. En algún sitio con forma de garra, y le dolió, pero no lloró.

La profesora Widmer se rio de buenas maneras mientras alrededor resonaban abucheos y gruñidos, y después señaló a Jody Crane, que era el representante del último curso del consejo estudiantil.

—Bueno, suena muy a Tolkien —dijo Jody, que era serio y ítico—. A fantasía épica, donde todos los monstruos tienen garras. Así que querrá decir que las circunstancias son malignas, me imagino.

—No vas desencaminado, Jody —respondió la profesora Widmer.

Abrió el diccionario forrado en cuero que guardaba en su escritorio y que usaba al menos tres veces cada clase. Una vez nos contó que lo había reencuadernado porque contenía casi todo el idioma al completo, y le pareció que eso requería un tratamiento especial.

—Garra —leyó—. Fuerza, empuje. Caer en las garras de alguien: caer en sus manos temiendo o recelando grave daño. Dotar a las circunstancias de garras las convierte, además de en un recurso poético, en algo feroz. Cruel. —Levantó la vista y un escalofrío recorrió la clase cuando bajó la voz y pronunció la palabra—: Mortal.

Después, volvió al libro.

«En las garras de las circunstancias no he gemido ni llorado.

Ante las puñaladas del azar, si bien he sangrado, jamás me he postrado.

Más allá de este lugar de ira y llantos acecha la oscuridad con su horror.

No obstante, la amenaza de los años me halla, y me hallará, sin temor.

Ya no importa cuán estrecho haya sido el camino, ni cuántos castigos lleve a la espalda: soy el amo de mi destino…».

La profesora Widmer hizo una pausa y me miró brevísimamente antes de leer el último verso:

«Soy el capitán de mi alma».

—El autor es William Ernest Henley —dijo cerrando el libro—, que vivió de 1849 a 1903. Británico. Perdió un pie a causa de la tuberculosis, que no siempre se centra en los pulmones, y casi pierde el otro también. Pasó un año entero de su vida en el hospital y eso le llevó a escribir, entre otros, este poema, titulado Invictus. Como deberes quiero que investiguéis el significado de la palabra que eligió como título y que traigáis a clase otro poema que no sea de Henley, pero que trate sobre el mismo tema. Para el lunes.

Hubo un gruñido de resignación, aunque a nadie le importaba realmente. A aquellas alturas, el amor de la profesora Widmer por la poesía ya se había propagado a la mayoría de nosotros como una enfermedad benigna. Se rumoreaba que, antes de la graduación de cada año, la profesora daba a cada alumno un poema que pensaba que le podría servir de cara al futuro.

Durante el resto de la clase hablamos sobre por qué estar ingresado en un hospital puede llevar a alguien a escribir poemas y sobre el tipo de poemas que se podrían componer. La profesora Widmer nos leyó otros poemas de hospitales, algunos de ellos graciosos y otros tristes. Cuando sonó el timbre, acababa de terminar uno divertido.

—Justo a tiempo —dijo con una sonrisa mientras las risas se iban acallando. Después nos deseó un buen fin de semana y se marchó.

—¿Vienes? —me preguntó Jody al pasar por mi mesa.

—Ve yendo tú, Jody —respondí, todavía pensando en Invictus y preguntándome si la profesora Widmer lo habría leído por mí, como me había parecido—. Creo que intentaré encontrar a Sally —dije sonriendo, intentando tomármelo a la ligera—. Los criminales debemos mantenernos juntos.

Jody me devolvió la sonrisa y me puso la mano en el hombro un momento.

—Buena suerte, tiff.

—Gracias —dije—. Creo que la voy a necesitar.

Me encontré con Sally, que hablaba con la profesora Stevenson, en la puerta del Salón: la sala donde se celebraban las reuniones del consejo estudiantil. La profesora Stevenson estaba algo más pálida de lo habitual, y tenía la mirada decidida que solía poner cuando ejercía sus funciones como asesora del profesorado en el consejo. Sin embargo, parecía que también intentaba calmar los ánimos.

—Hola —dijo alegremente cuando me acerqué a ellas—, ¿estás nerviosa?

—Qué va —respondí—. Siempre me siento como si tuviera en el estómago a un perro persiguiéndose la cola.

La profesora Stevenson soltó una risita.

—No os preocupéis —dijo—. Sobre todo, pensad antes de hablar. Las dos. Antes de responder preguntas, tomaos todo el tiempo que necesitéis.

—Dios, creo que voy a vomitar —gimió Sally.

—De eso nada —dijo firmemente la profesora Stevenson—. Vete a beber agua y respira hondo. Todo saldrá bien.

Se apartó para dejar entrar a Georgie Connel, el representante de primero del consejo, a quien llamábamos Conn. Conn me guiñó el ojo a través de sus gruesas gafas mientras abría la puerta. Era bajito y feúcho, con la cara llena de granos, pero también uno de los chicos más agradables de la Foster. Los profesores decían que tenía una mente creativa y también un gran sentido de la justicia, puede que más que ningún otro en el consejo; excepto la profesora Stevenson, por supuesto.

—Bien —dijo la profesora Stevenson enérgicamente cuando Sally volvió de la fuente—. Creo que ya es hora. —Nos sonrió a ambas, como si quisiera desearnos suerte, pero creyera que no era apropiado hacerlo en voz alta.

Y luego entramos, la profesora Stevenson primero y Sally y yo después, despacio.

El Salón, al igual que el despacho de la directora Poindexter, estaba tan oscuro como en un funeral. Antes era un salón real (y enorme) cuando la Foster era una mansión, pero ahora constituía más bien una estancia más o menos pública y reservada sobre todo para ocasiones de alto nivel, como reuniones de administradores y sesiones de té con las madres, además de las reuniones del consejo. En el Salón había tres sofás pegados a las paredes, sillones de orejas y una chimenea que ocupaba la mayor parte de la pared donde no había ningún sofá. Sobre la repisa colgaba una foto de Letitia Foster, la fundadora del centro. No sé por qué Letitia Foster quiso fundar un centro educativo; a mí siempre me dio la impresión, por su gesto, de que odiaba a los niños.

Esa tarde me lo parecía especialmente mientras Sally y yo cruzábamos la estancia bajo su gélida mirada hostil como un par de cangrejos vagabundos.

La directora Poindexter ya estaba sentada en su trono: un sillón de orejas de color burdeos junto a la chimenea. Repasaba sus notas en un cuaderno amarillo y tenía un aspecto severo tras sus gafas sin montura. El resto estaban sentados alrededor de una mesa larga muy pulida. La vicepresidenta, Angela Cariatid, que era alta y normalmente me recordaba por algo más que el nombre a las calmadas y gráciles estatuas griegas que sostenían edificios, no se parecía en nada a ellas aquel día cuando entramos. Estaba sentada en tensión en el extremo de la mesa más próximo al sillón de la directora Poindexter, aferrando el martillo de la sesión como si se estuviera ahogando y fuera lo único a lo que podía agarrarse. Ya me había comentado que odiaba tener que presidir esa vista, lo que me pareció un bonito detalle por su parte.

—Es como un juicio de la tele —me susurró Sally, nerviosa, mientras nos sentábamos al otro extremo de la mesa.

Recuerdo darme cuenta de cómo el sol se colaba a través de las polvorientas ventanas, iluminando la parte superior del pelo cano de la directora Poindexter; solo esa parte, porque el sillón de orejas era muy alto. Cuando me estaba concentrando en el halo totalmente fuera de lugar que creaba la luz, la directora Poindexter dejó reposar las gafas sobre su pecho y le hizo un gesto a Angela, que dio un golpe tan fuerte con el martillo que se le escapó de la mano y rebotó en el suelo.

Sally soltó una risita.

La directora carraspeó y Angela se sonrojó. Con se levantó, recogió el martillo y volvió a dárselo a Angela con un gesto serio.

—Señora portavoza —murmuró.

Noté que se me escapaba la risa, especialmente cuando Sally me dirigió una sonrisa maligna.

—¡Orden! —croó la pobre Angela, y la directora Poindexter fulminó a Con con la mirada. Angela soltó una tosecilla y después dijo, implorante—: Orden en la sala, por favor. Esto… Eh… Estamos en una vista disciplinaria en lugar de una reunión normal. Se… posponen los asuntos pendientes del consejo hasta la semana próxima. Sally Jarrell y Liza Winthrop no han cumplido con el deber de informar, y Sally Jarrell ha…

Se les acusa de no haber cumplido —interrumpió la profesora Stevenson con calma.

La directora Poindexter se pellizcó la nariz y frunció el ceño.

—Se les acusa de no haber cumplido con el deber de informar —se corrigió Angela—, y Sally Jarrell ha… Eh… Se acusa a Sally Jarrell de actuar de… de una… —Miró indefensa a la directora.

—De una manera irresponsable al poner en peligro la salud de sus compañeros —terminó la directora, emergiendo de las profundidades de su sillón burdeos—. Gracias, Angela. Antes de empezar, me gustaría recordar a todos los presentes que la Foster se encuentra inmersa en una crisis financiera de proporciones importantes, y que cualquier tipo de publicidad adversa, cualquiera, podría resultar extremadamente dañina para la recaudación de fondos y la supervivencia del centro.

Se situó frente a la chimenea, dándonos su perfil y mirando a Letitia dramáticamente.

—La Academia Foster fue la vida entera de nuestra querida fundadora, y se ha convertido en algo cercano a eso para muchos miembros del profesorado. Pero todavía más importante es el hecho de que la Foster ha educado a varias generaciones de jóvenes con unos estándares altísimos de decencia y moralidad, así como de excelencia académica. Y ahora —Se giró y se enfrentó a Sally—, ahora una estudiante de la Foster ha causado daño voluntariamente a varios otros a través de un ridículo plan para perforarles las orejas, y otra estudiante — Entonces se giró hacia mí—, en quien todo el cuerpo estudiantil había depositado su confianza, no ha hecho nada para remediarlo. ¡Sally Jarrell! —La directora Poindexter concluyó sonoramente, señalándola con las gafas—. ¿Tienes algo que decir en tu defensa?

Sally, que a aquellas alturas ya estaba agotada, sacudió la cabeza.

—No —murmuró—. No, excepto que lo siento y que… no pensé que fuera a causar daño.

—¡No pensaste! —resonó la réplica de la directora—. ¡No pensaste! —Se giró hacia el resto de la mesa—. Esta chica lleva toda su vida en la Foster, ¡y dice que no lo pensó! Mary Lou, por favor, pídele a Jennifer Piccolo que entre un momento.

Mary Lou Dibbins, la rechoncha y franca tesorera secretaria del consejo, arrastró su silla hacia atrás y salió al pasillo. A Mary Lou se le daban genial las matemáticas, pero me había contado que la directora Poindexter se encargaba de los registros financieros del consejo ella misma y que guardaba el poco dinero que tenía el consejo bajo llave en la caja fuerte de su despacho. No dejaba que Mary Lou viera los registros, ni mucho menos que los llevara.

—Directora Poindexter —dijo la profesora Stevenson—, no sé si… Angela, ¿el nombre de

Jennifer está en el orden del día? —N… no —tartamudeó Angela.

—Jennifer se ofreció voluntaria en el último momento —repuso secamente la directora Poindexter—. Después de que se redactara el orden del día.

En ese momento, Mary Lou volvió con Jennifer, que llevaba un vendaje en una oreja y tenía una expresión de terror absoluto… como si no se hubiera ofrecido voluntaria para nada.

—Jennifer —dijo la directora—, por favor, cuéntale al consejo lo que dijo tu padre cuando se enteró de que el médico tuvo que drenarte la herida infectada de la oreja.

—Dijo… dijo que no le contara a nadie de fuera de la Foster lo que había pasado o la campaña quedaría arruinada. Y antes… antes de eso dijo que iba a dimitir como por… portavoz de publicidad, pero mi madre le convenció para quedarse, siempre que… siempre que alguien reciba un castigo. Dijo… dijo que siempre creyó que la Foster era un… centro donde se educaba a jóvenes, no a… —Jennifer nos miró a Sally y a mí, disculpándose con una mirada aterrada y llena de lágrimas—. No a matones.

—Gracias, Jennifer —dijo la directora Poindexter, que parecía complacida bajo su indignación—. Puedes irte.

—Un momento —dijo la profesora Stevenson con voz tensa, como si intentara mantener la calma—. Angela, ¿puedo hacerle una pregunta a Jennifer?

Angela miró a la directora Poindexter. Esta se encogió de hombros, como si pensara que lo que fuera la pregunta no iba a ser importante.

—¿Angela? —insistió la profesora Stevenson.

—S… supongo —respondió Angela.

—Jenny —preguntó la profesora Stevenson entonces, con tono amable—, ¿Sally te pidió que te perforaras las orejas?

—No… no.

—¿Por qué quisiste hacerlo entonces?

—Bueno… —dijo Jennifer—. Vi el cartel y ya había estado pensando en ir a Tuscan’s, ya sabe, el centro comercial, a hacérmelo allí; pero cobran ocho dólares por solo dos agujeros y yo no tenía tanto… Y, según el cartel, Sally me haría cuatro agujeros por solo seis dólares, uno cincuenta por agujero; y ese dinero sí que lo tenía, así que decidí ir.

—¿Pero Sally no fue quien te lo sugirió?

—N… no.

—Gracias, Jenny —dijo la profesora Stevenson—. Espero que la infección se te cure pronto.

Reinaba un silencio absoluto cuando Jennifer se marchó del Salón.

Angela miró los papeles que tenía delante (la orden del día, creo) y dijo:

—Bien…

Pero Sally se levantó de repente y estalló:

—Señora directora, lo… lo siento. Pagaré las… las facturas médicas de Jennifer. Pagaré a todo el mundo que pueda. Y… y donaré el dinero que he conseguido a la campaña. Pero de verdad que intenté tener mucho cuidado. Le prometo que mi hermana se perforó las orejas así y no le pasó nada, de verdad…

—Sally —dijo la profesora Stevenson, de nuevo muy amablemente—, tú has dado biología. Sabes muy bien que tu técnica no podía ser tan segura como las pistolas estériles que utilizan en Tuscan’s.

—Lo sé, lo sé… Lo siento. —Sally estaba a punto de llorar.

—Bueno —empezó a decir la profesora Stevenson—, yo creo…

—Eso es todo, Sally —interrumpió la directora Poindexter—. Tomaremos nota de tus disculpas. Puedes esperar fuera si quieres.

—Oiga, señora directora —dijo Jody, como si le hubiera costado un buen rato elaborar la pregunta en su cabeza—, ¿así suelen funcionar las vistas disciplinarias? Quiero decir, ¿no sería Angela…? ¿No está Angela haciendo la función de Liza, más o menos, y moderando la vista?

—Por supuesto —dijo la directora, suave como la seda. Se encogió de hombros, como preguntándose qué iba a hacer si Angela no cooperaba, y después se volvió hacia mí—. Eliza, ahora que has podido pensar en lo que hablamos, ¿tienes algo que decir? ¿Tal vez una explicación sobre por qué no informaste inmediatamente sobre los planes de Sally? —Se puso las gafas y consultó sus notas.

Yo no sabía qué decir, y no estaba segura de lograr que mi lengua se moviera dentro de una boca que notaba seca y pegajosa como el interior de una caja de pasas.

—No sé qué regla incumplió Sally —dije por fin lentamente—. Si de verdad hubiera pensado que estaba saltándose alguna, le habría pedido que informara sobre ello, pero…

—Lo importante —dijo la directora Poindexter mirándome por encima de las gafas, sin molestarse siquiera en quitárselas—, como te dije en mi despacho, es la esencia de las reglas: el espíritu, Eliza, no una regla concreta. Estoy segura de que sabes que hacer daño a los demás no concuerda con los valores de la Foster y, sin embargo, no informaste sobre Sally ni le pediste que informara. Y además sospecho que no lo hiciste porque, a pesar de ser la presidenta del consejo estudiantil, no crees en algunas reglas de este centro.

«En la noche que me envuelve, negra, como un pozo insondable…». En mi mente resonaron los versos de la clase de Lengua.

Me humedecí los labios.

—Eso es cierto —dije—. Yo… yo no creo en el deber de informar porque creo que, cuando la gente está en los últimos cursos, ya es… es lo suficientemente mayor para asumir la responsabilidad de sus actos.

Vi que la profesora Stevenson sonreía débilmente, como con aprobación, pero que también parecía preocupada. Levantó la mano y Angela, tras un vistazo a la directora, le hizo un gesto para que hablara.

—tiff, imagínate que ves a un padre pegar a su hijo. ¿Harías algo? —preguntó.

—Claro —dije. De repente lo vi todo muy claro, como si la profesora Stevenson hubiera apuntado el foco brillante de un escenario a un lugar de mi mente que no había visto antes—. Claro que haría algo. Le pediría que se detuviera y, si no lo hiciera, acudiría a la policía o a algún tipo de autoridad. No creo que lo que Sally ha hecho se encuentre en la misma escala.

—¿Aunque haya causado varias infecciones, en particular a la hija de nuestro encargado de publicidad? —dijo la directora Poindexter, cuya voz parecía sonar de nuevo a través de gravilla.

En ese momento, me enfadé.

—¡Da igual quien tenga la infección! —grité—. Jennifer no es mejor que los demás solo porque necesitemos la ayuda del señor Piccolo. —Intenté bajar la voz—. Que haya habido infecciones está muy mal, desde luego. Pero Sally no se propuso causarlas. De hecho, hizo todo lo posible para evitarlas. Y no obligó a nadie a perforarse las orejas. Sí, claro que fue una idea estúpida de primeras, pero no fue… no sé, un crimen planeado, ¡por Dios!

La profesora Stevenson asintió con la cabeza, pero la boca de la directora Poindexter se había convertido en una línea recta y tensa.

—¿Algo más, tiffany? —dijo.

«Sí», quise decirle, «deje que Angela modere la reunión; deje que yo modere la reunión cuando estoy a cargo» (porque me había hecho prácticamente lo mismo a mí muchas veces). «El consejo estudiantil es para los estudiantes, no para ti, pedazo de vieja…»

No obstante, conseguí contener la ira y todo lo que dije fue «no» antes de salir. De repente sentía muchas ganas de llamar a taeyeon, aunque todavía no la conociera muy bien y fuera a verla igualmente al día siguiente en Los Claustros.

Sally estaba sentada fuera del Salón, en el anticuado banco de madera del pasillo. Estaba encogida sobre el diminuto pecho de la profesora Baxter y lloraba. La profesora Baxter le secaba las lágrimas con uno de los pañuelos de encaje que siempre llevaba en la manga, y gorjeaba:

—Tranquila, Sally, tranquila. El Señor te perdonará, ¿sabes, mi niña? De hecho, seguro que ya sabe cuánto te arrepientes.

—Pero es horrible, profesora Baxter —gimió Sally—. Las orejas de Jennifer… ¡Las pobres orejas de Jennifer!

Nunca había visto a Sally así.

—Eh, Sal —dije lo más alegremente que pude. Me senté a su otro lado y le toqué el brazo—. No es tan grave, se curará pronto. Después de todo, intentaste ir con cuidado. Venga, todo va a salir bien. Jennifer se recuperará.

Pero Sally se enterró aún más en el regazo de la profesora Baxter.

La profesora Stevenson salió del Salón y nos hizo un gesto para que volviéramos a entrar con ella. Tenía un aspecto sombrío, como si de nuevo tuviera problemas para controlar su genio. Yo había oído en la tele que, cuando un jurado tarda en deliberar, es buena señal para el acusado, pero que cuando el veredicto se decide rápidamente suele ser malo. Volví a notar la boca seca y pegajosa.

La directora Poindexter señaló a Angela cuando entramos, después de lanzarle una mirada a la profesora Stevenson como queriendo mostrarle que estaba permitiendo a Angela moderar la reunión por fin. Si la profesora se dio cuenta de ello, no reaccionó.

—Hum… —dijo Angela, volviendo a mirar sus papeles—. Esto… Sally, tiff: el consejo ha decidido expulsaros a las dos durante una semana.

—Serán solo tres días —apuntó Mary Lou—, porque cae Acción de Gracias en medio.

—No te he visto levantar la mano, Mary Lou —dijo la directora—. Sigue, Angela.

—Hum. Las expulsiones se eliminarán de vuestros expedientes al final del año si… si no volvéis a hacer nada más. Es decir, las universidades no lo sabrán a menos que incumpláis otra regla.

—¿Y? —presionó la directora seriamente.

—Ah —dijo Angela—. Tengo… ¿tengo que decir eso también, con Sally delante y todo?

—Sally sigue siendo un miembro del cuerpo estudiantil —dijo la directora Poindexter.

—Bueno —dijo Angela, mirándome de una forma que el corazón se me aceleró como si estuviera en el dentista—. tiff, la señora directora ha dicho que, como eres la presidenta del consejo estudiantil y…

y…

—Y ningún presidente del consejo estudiantil en la historia de este centro ha roto jamás el código de honor… —dijo la directora—. Sigue, Angela.

—Habrá una votación de confianza el lunes después de Acción de Gracias para ver si los estudiantes siguen queriendo que seas la presidenta. —Añadió rápidamente—: Pero este hecho no constará en tu expediente a menos que no salgas reelegida.

—Se levanta la sesión —dijo la directora Poindexter, recogiendo sus papeles.

Comenzó a dirigir a los demás hacia fuera. Sally me sonrió débilmente al pasar, pero Conn se quedó rezagado.

—Lo importante —me dijo en voz baja, agachándose hasta donde yo seguía sentada— es que Angie ha dicho «la señora directora ha dicho», no «el consejo ha decidido», sobre el voto de confianza. Espero que te hayas dado cuenta de eso, tiff, porque ha sido idea suya y solo suya. La profesora Stevenson la ha convencido para añadir que no constaría en vuestros expedientes. Aquí todos pensamos que deberías seguir siendo presidenta y estoy seguro de que el resto de los estudiantes también. Vamos, ninguno hubiéramos delatado a Sally, para nada. Un par ha comentado que a lo mejor habrían intentado detenerla con más ahínco, eso es todo, pero me apuesto lo que quieras a que ni eso. La Poindexter está tan preocupada por la estúpida campaña de recaudación de fondos que no es capaz de ver más allá de sus narices. —Conn me apretó el hombro—. tiff, estoy seguro de que ganarás.

—Gracias, Conn —conseguí decir. Me temblaba demasiado la voz para nada más, y no era capaz de pensar en nada, excepto: «¿Y si no gano y consta en mi expediente?».

 

Por primera vez en mi vida, me empecé a preguntar si conseguiría ir al MIT después de todo y lo que algo así significaría para mi padre, que es ingeniero y había dado clase allí. Y, sobre todo, lo que no ir al MIT significaría para mí.

 

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