capitulo 6

Taeyeon en mis pensamientos...

El lunes por la mañana, antes de que empezaran las clases, llamé a la Foster y pregunté por la profesora Stevenson. No obstante, la profesora Baxter, que había contestado al teléfono, me dijo que la profesora Stevenson estaba enferma y se había quedado en casa.

Tras pensármelo un momento, como no quería hablar con la directora Poindexter, decidí pedir el número de teléfono de la casa de la profesora Stevenson.

—Soy tiffany hwang —expliqué, incómoda—. Supongo que sabe que me expulsaron el viernes. Quería... Esto... Quería saber si tengo que hacer deberes, o algo en especial para seguir al día con las clases.

Hubo una pausa, durante la que me imaginé que la profesora Baxter sacaba uno de sus pañuelos de encaje y se lo aplicaba con pena en los ojos.

—Seis, dos, cinco —dijo, como rezando—, ocho, siete, uno, cuatro.

—Gracias. —Colgué y marqué de nuevo.

El teléfono de la profesora Stevenson sonó cinco veces y no hubo respuesta. Estaba a punto de dejarlo y llamar a Sally, por si a lo mejor sabía lo que teníamos que hacer, cuando una voz respondió. No era la de la profesora Stevenson.

—Eh... —dije, toda elocuencia—. Esto... Soy tiffany hwang, ¿una de las alumnas de la profesora Stevenson en la Foster? Siento molestarla si no se encuentra bien, pero...

—Ah, tiffany —dijo la voz—. Soy la profesora Widmer. Isabelle, la profesora Stevenson, tiene un resfriado terrible y yo estaba a punto de salir para la Foster. Tarde, como ves. ¿Te puedo ayudar?

En ese momento recordé que alguien me había dicho una vez que creía que las profesoras Stevenson y Widmer vivían juntas.

—¿O prefieres hablar con ella directamente? — sugirió la profesora—. Es que se encuentra fatal...

—No, está bien —dije rápidamente, y expliqué por qué llamaba. La profesora Widmer se marchó unos instantes y luego volvió y me dijo que sí, que tenía que seguir al día y que me mandaría los deberes a través de leo si me parecía bien. También comentó lo agradable que era que la semana fuera más corta por Acción de Gracias, y me sugirió que me pusiera en contacto con Sally para decirle los deberes también a ella.

Así que llamé a Sally, que todavía parecía estar disgustada por lo ocurrido, y después pasé veinte minutos decidiendo qué ponerme para ir al instituto de taeyeon. Me probé cuatro vaqueros distintos hasta encontrar unos que no estuvieran sucios, rasgados, demasiado desgastados o demasiado impecables, y luego zurcí un roto en el codo de mi jersey gris favorito, que llevaba así desde la primavera. Cuando me marché, eran más de las diez.

Tardé más de una hora en llegar al instituto de taeyeon, ya que tenía que cambiar de línea de metro y todo. Ella me había hecho un plano del edificio y me había dado su horario, pero también me había advertido que no me dejarían entrar sin más como pasaba en la Foster, ¡y vaya si tenía razón! Apenas vi el edificio, me acordé de que lo había comparado con una cárcel. He visto institutos feos por toda san francisco, pero este era el peor de todos. Tenía un diseño tan imaginativo como el de un búnker.

Subí los enormes escalones de cemento del exterior, crucé las puertas dobles con los cristales cubiertos de malla de alambre, la misma que en los cristales de las ventanas, y entré en un recibidor cavernoso del que brotaban varias escaleras de metal. Lo primero que me impresionó fue el olor: una combinación de desinfectante, hierba y el metro en un día de calor. Este último hedor era el que predominaba. Lo segundo fue que el edificio también parecía una cárcel en el interior: hasta los cristales de dentro, los de las puertas de los despachos, estaban reforzados con malla de alambre. Y en medio del recibidor, frente a las puertas de entrada, había una mesa gigantesca con tres guardias de seguridad.

El más grande de ellos se me acercó en cuanto entré.

—¿Qué quieres? —preguntó con agresividad.

Le dije mi nombre, como taeyeon me había indicado, y le expliqué que era una amiga suya que había ido a ver su instituto.

—¿Y tú por qué no estás en clase? —me preguntó.

No supe qué decir. Se me pasaron por la cabeza varias respuestas: que había dejado el instituto, que nosotros no teníamos clase toda la semana de Acción de Gracias o que me había graduado antes de tiempo; lo que fuera, excepto que me habían expulsado. Entonces pensé que ya me había metido en suficientes líos y que, además, siempre se me ha dado fatal mentir, así que dije la verdad.

Me preguntó por qué me habían expulsado, y también se lo conté. Y ahí se lio.

Él y el otro guardia me llevaron a un despacho diminuto que estaba en el pasillo. Me preguntaron qué me parecería que llamaran a la Foster para confirmar mi historia, y me pidieron que enseñara lo que llevaba en los bolsillos. Cuando respondí: «¿Para qué?», los guardias se miraron y uno de ellos dijo:

—¿Esta niña va en serio?

Por supuesto, aquel día no llegué a ver mucho más del instituto de Annie. Me fui y pasé las horas siguientes en el Museo Nacional de los Indios Americanos.

Cuando volví a acercarme al instituto de taeyeon, sobre las dos y media, los guardias y un par de policías estaban vigilando fuera y lo que parecían miles de estudiantes salían por las puertas. Ya creía que no iba a haber forma de que taeyeon me viera, a menos que tuviera mucha suerte, cuando la vi yo a ella y la llamé agitando los brazos. Uno de los guardias empezó a acercárseme, pero conseguí escabullirme y perderme entre la multitud. taeyeon lo observó todo desde el segundo escalón hasta que crucé la calle y luego se acerco a mí, sonriente.

—Vámonos de aquí —dijo, y me llevó hasta un parquecito tranquilo que había a la vuelta de la esquina, lleno de perros y madres con carritos de bebé. Un mundo diferente por completo.

—Intenté entrar —dije, y le conté lo que había pasado.

Cuando acabé, ella dijo:

—¡Lo siento mucho, tiff! Tendría que habértelo advertido mucho más. Lo siento... —Eh, no pasa nada.

—Los guardias de seguridad son lo peor —dijo, todavía molesta—. Seguro que se han pensado que ibas a vender droga. —Soltó una risita y se sentó en un banco—. Ya me gustaría que estuvieran en mi barrio en vez del instituto.

—No me pareció que estuviera tan mal —dije, y recordé lo avergonzada que estaba cuando la llevamos a casa—. Tu barrio, digo. —Me senté a su lado.

—¡Venga ya! —exclamó taeyeon de la misma forma que había saltado en Los Claustros cuando hablamos del asunto de las perforaciones de orejas—. ¿Sabes lo que hay en esos edificios abandonados? Chavales que se meten de todo, borrachos que se acaban sus botellas y vomitan por toda la acera, carteristas que te asaltan... ¡Vamos, es un barrio maravilloso!

—Lo siento —dije con humildad—. Supongo que no tengo mucha idea.

—No pasa nada —dijo taeyeon tras un instante.

Pero algo sí que pasaba, porque de repente estábamos en un banco de mal humor y disculpándonos la una con la otra por cosas que no dependían de nosotras. En lugar de alegrarme por ver a taeyeon, como al principio, ahora me sentía fatal, como si hubiera dicho algo tan estúpido que iba a terminar con nuestra amistad justo cuando acababa de empezar. The End. Se acabó el guion.

taeyeon  revolvió con el pie un montón de hojas secas que había junto a un extremo del banco; estábamos sentadas bastante lejos la una de la otra.

—En alguna parte tiene que haber algún sitio donde se esté bien —dijo con suavidad—. Tiene que haberlo.

Se volvió hacia mí con una sonrisa y menos molesta, como si me hubiera perdonado o como si nunca hubiera estado tan enfadada como me había parecido.

—Desde el piso en el que vivíamos cuando era pequeña, después de mudarnos a San Francisco, se podía ver la bahía. Había puntitos blancos en las colinas: eran las casas, que parecían pajaritos blancos. Me gustaría volver allí y averiguar si es tan bonito como recuerdo. Es una de mis «montañas». — Agitó los brazos dentro de su abrigo. Era más grueso que su capa, pero pude observar que era viejo y estaba deshilachado en algunas zonas—. A veces me imaginaba que yo también era un pájaro como los que creía ver al otro lado de la bahía, y que podría volar hasta allí.

—Y ahora vas a volar al otro lado del país para llegar hasta ellos —dije con cuidado.

—Ay, tiff —dijo—. Sí. Sí, aunque...

Pero sacudió la cabeza en lugar de terminar la frase y, cuando le pedí que siguiera hablando, dio un salto y dijo:

—¡Ya sé lo que vamos a hacer! Caminemos hasta el metro, vayamos al centro y montemos en el ferry de Staten Island hasta que se haga de noche para ver las luces. ¿Lo has hecho alguna vez? Es genial, puedes imaginarte que estás en un barco de verdad. A ver, ¿Dónde quieres ir? ¿Francia? ¿España? ¿Inglaterra?

—California —dije sin pensar—. Quiero ayudarte a encontrar tus pájaros blancos.

taeyeon  echó la cabeza a un lado y por un momento me recordó a cómo había simulado ser un unicornio en Los Claustros.

—A lo mejor hay pájaros blancos en Staten Island — dijo con suavidad.

—Entonces deberíamos embarcarnos en un viaje hacia allí, a ver si los encontramos. California está muy lejos —dije.

—Es lo que estaba pensando antes —dijo taeyeon. Ya caminábamos hacia el metro—. Pero el año que viene también está muy lejos.

Me pregunté si eso era cierto de verdad.

____________________________

 

En el metro, taeyeon se animó, y yo con ella. Cuando nos sentamos, me susurró:

—¿Alguna vez le has mirado la nariz a alguien en el metro hasta que deja de tener sentido?

Le dije que no y después, claro está, observamos fijamente las narices de la gente durante todo el camino al atracadero sur del ferry, hasta que empezaron a mirarnos mal y a apartarse con incomodidad.

El resto de la tarde lo pasamos viajando de un lado a otro en el ferry de Staten Island. A veces imaginábamos que cruzábamos el Canal de Panamá hasta California, y otras, que estábamos de camino a Grecia, donde yo le explicaría el Partenón a Annie y le daría lecciones de arquitectura.

—Solo si me dejas que yo te enseñe Historia a cambio —dijo ella—. Aunque apenas la damos en mi estúpido instituto.

—Y entonces, ¿Cómo sabes tanto? —pregunté, acordándome de nuestras improvisaciones.

—Leo mucho —respondió ella, y nos reímos.

Después de cuatro viajes de ida y vuelta, el personal del ferry se dio cuenta de que solo habíamos pagado una vez, así que, cuando llegamos a St. George, en Staten Island, nos bajamos y subimos por una de las escarpadas calles que se alejaban del atracadero, hasta que llegamos a unas casas que tenían jardincitos. taeyeon dijo, seria de nuevo:

—Me gustaría vivir en una casa con jardín algún día. ¿A ti no?

Yo respondí que sí, y durante un rato fantaseamos con tranquilidad (y timidez) con la casa en la que viviríamos si pudiéramos. Después nos sentamos en el muro de piedra que hacía esquina con el jardín de alguien y guardamos silencio durante un rato. Empezaba a oscurecer.

—Estamos en Richmond —dijo taeyeon de repente, haciéndome sobresaltar—. Formamos parte de los primeros colonos, y... —Entonces se detuvo y noté, más que vi, que sacudía la cabeza y musitaba—: No. Ya no me apetece tanto hacer eso contigo.

—¿El qué?

—Ya sabes... lo de los unicornios, doncellas y caballeros. Hasta lo de mirar narices fijamente. No quiero jugar más. Tú me das ganas de ser... de verdad.

Estaba pensando una forma de responder a eso cuando una mujer salió de la casa de enfrente con una bolsa de la compra de malla y un perrito con una correa. Al llegar a la esquina, puso la bolsa de la compra en la boca del perro y dijo:

—Muy bien, Pixie, buena chica. Llévale la bolsa a mamaíta.

Las dos nos echamos a reír a carcajada limpia. Cuando se nos pasó, dije con torpeza:

—Me alegro de que quieras ser de verdad, pero... no seas demasiado de verdad, por favor. Es decir... taeyeon me miró con curiosidad y dijo:

—taeyeon kim a secas es un poco aburrida, ¿no?

—¡No! —protesté—. No, para nada. taeyeon kim  es...

—¿Qué? ¿taeyeon kim es qué?

Quería decir «fascinante» porque es lo que pensaba, pero me dio demasiada vergüenza. En vez de eso, dije «interesante»; pero aquello sonaba soso, y sabía que taeyeon no podía verme la cara con claridad en la penumbra, así que finalmente añadí lo de «fascinante». También se me ocurrió «mágica», pero eso no lo dije; aunque aquel momento, sentada con taeyeon mientras caía la noche, era tan especial y tan distinto a nada que me hubiera ocurrido antes que la palabra «mágico» le pegaba, tanto al momento como a ella.

—Ay, tiff —dijo taeyeon de una forma que ya empezaba a conocer y adorar. Después, añadió—: Tú también lo eres.

Y yo respondí estúpidamente:

—¿Yo también soy qué?

En lugar de responder, taeyeon señaló la calle por donde Pixie y su mamaíta regresaban. Mientras las miraba a la luz de las farolas que acababan de encenderse, taeyeon  dijo en voz baja:

—Fascinante.

Pixie traía la bolsa de la compra otra vez, que ahora contenía una lechuga. Era una perrita tan pequeña que la bolsa rebotaba en la acera.

—Espero que su mamaíta tenga pensado lavar esa lechuga —dijo taeyeon.

Nos acurrucamos sobre el muro, a la sombra de unos árboles, hasta que Pixie y su dueña volvieron a su casa, y luego regresamos al atracadero del ferry tan juntas que nuestros hombros se tocaban. Creo que no nos separamos porque, si lo hubiéramos hecho, habría sido como reconocer el contacto abiertamente.

Las dos llamamos a casa para decir que llegaríamos tarde y, en el trayecto de vuelta en el ferry, nos pusimos tan cerca de la proa como pudimos para mirar cómo se acercaban las brillantes luces de Manhattan. Solo estábamos nosotras en cubierta y empezaba a hacer mucho frío.

—Mira —dijo taeyeon. Me cogió una mano y señaló con la otra—. Las estrellas combinan con las luces, tiff, mira.

Era cierto: había dos patrones como dos lazos dorados, uno en el cielo y otro en tierra, que se complementaban.

—Ahí está tu mundo —dijo taeyeon en voz baja señalando el perfil de Manhattan, una filigrana dorada en la distancia.

—Es real y a veces bonito —dije, consciente de que me gustaba que taeyeon me cogiera la mano, pero sin pensar en más.

—Y mi mundo es como ese. —taeyeon señaló las estrellas de nuevo—. Inaccesible.

—No para los unicornios —le dije suavemente—. Nada es inaccesible para los unicornios. Ni siquiera los pájaros blancos.

taeyeon  sonrió, más para sí misma que para mí, y volvió a mirar hacia Manhattan, con el viento agitándole el pelo.

—Y aquí estamos, tiffany y taeyeon. Suspendidas entre los dos mundos —dijo.

Nosquedamos en la proa durante el resto del viaje y observamos las estrellas y lasluces de la orilla. Solo nos separamos y nos soltamos la mano cuando el ferry comenzó a atracar en Manhattan

 

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