capitulo 17

Taeyeon en mis pensamientos...
 

Recuerdo muy poco sobre los días siguientes. Sé que solo vi a taeyeon un par de veces, y que en ambas ocasiones las dos estuvimos muy tensas y silenciosas, como si hubieran vuelto a levantarse todos los miedos y las barreras entre nosotras.

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El sobre blanco y alargado llegó el sábado, cuando leo y yo veíamos un partido de los Mets en casa. leo bajó a por el correo durante los anuncios. Yo me quedé sentada mientras me preguntaba si alguna vez cambiarían esos estúpidos anuncios de cerveza que veía por millonésima vez; entonces escuché la llave en la cerradura y la voz de leo que decía:

—tiff, creo que ya está aquí.

Me ofreció el sobre de la Foster y prometo que estaba más asustado que yo. No hablaba mucho sobre cómo le había ido en clase las últimas dos semanas que yo no había asistido, pero yo no creía que hubieran sido nada fáciles. Mencionó de pasada que

Sally ya no le hablaba. Aunque ella estaba en último curso y él no, siempre se saludaban como mínimo por los pasillos y cosas así.

¡Mi pobre leo! Un día que llegó tarde a casa, sangraba por la nariz y también tenía sangre en el pelo rizado. Fue directo a por mi padre; no quiso hablar conmigo. Ni él ni mi padre me contaron nunca lo que había ocurrido, pero me lo puedo imaginar bastante bien y todavía me dan náuseas de pensarlo.

—¿No lo vas a abrir? ¿Quieres que me vaya? Volveré a mirar el partido —dijo, y se giró hacia la televisión.

Es curioso: al mirar el sobre antes de abrirlo, yo no sentía gran cosa. Puede que fuera porque a aquellas alturas ya no quería volver a la Foster, aunque me lo permitieran (así que, en cierto modo, temía tanto la expulsión permanente como que no me expulsaran). Lo único que me preocupaba conscientemente era el MIT, y si los administradores les notificarían de mi expulsión y del motivo.

Me llegó un rugido desde la televisión: los Mets habían conseguido una carrera. leo no se unió al rugido, aunque normalmente se le suele escuchar desde antes de entrar al piso.

Metí el dedo bajo la solapa del sobre y se abrió tan rápido que tuve miedo de que se hubiera despegado por el camino y la carta se hubiera caído delante de todo el mundo en la oficina de correos.

Estimada señorita Whang:

La junta de administradores de la Academia Foster tiene el placer de comunicarle que…

—leo, no me expulsan —dije.

leo me abrazó y exclamó:

—¡Hurra!

Después se apartó, y supongo que yo estaba algo pálida, porque me ayudó a sentarme en el sillón de mi padre y me dijo:

—Oye, tiff, ¿quieres agua, una aspirina o algo?

Yo negué con la cabeza, pero me trajo un vaso de agua igualmente y, tras dar un sorbo, me dijo:

—¿No vas a leer el resto de la carta?

—Hazlo tú —dije.

—¿Seguro?

Asentí. leo leyó en voz alta:

Estimada señorita Whang:

La junta de administración de la Academia Foster tiene el placer de comunicarle que, tras las deliberaciones relativas a la vista disciplinaria del 27 de abril de este año, no tenemos motivos para tomar medidas de ningún tipo con respecto a su caso, disciplinarias o no.

La señora Poindexter ha accedido a restituirla en su puesto de presidenta del consejo estudiantil. No habrá registro alguno de la vista en su expediente y no se enviará ninguna información al respecto a ninguna de las universidades cuyo acceso haya solicitado o en las que haya sido admitida.

Le deseamos lo mejor para el futuro.

Reciba un cordial saludo,

John Turner, portavoz

—Hay un papelito aparte también —dijo leo, y me lo enseñó—. Dice que puedes volver a clase el lunes.

—Me muero de ganas —mascullé.

—¿tiff?

—Mmm.

leo parecía muy confuso.

—tiff, ¿esto significa que…? Ya sabes, ¿Qué no eres…? Pero yo creía que…, ya sabes.

—Por Dios, leo.

 

Fue lo único que conseguí decir. Después salí de la habitación para llamar a taeyeon y dejé a mi hermanito aún más desconcertado que antes.

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Después de llamar a taeyeon, intenté llamar a las profesoras Stevenson y Widmer varias veces, pero no conseguí dar con ellas. Volví a intentarlo el domingo; taeyeon y yo incluso hablamos de ir a visitarlas, pero taeyeon me dijo que tal vez no fuera sensato dejar que nadie, especialmente la profesora Baxter, nos viera por allí, al menos hasta que las cosas se hubieran calmado un poco.

El lunes fue el primer día que hizo calor de verdad, casi como en verano, pero yo era muy consciente de que no era eso por lo que sudaba cuando leo y yo llegamos a la Foster. Me habría gustado entrar con aplomo, como si no hubiera pasado nada, pero, al subir los escalones, me di cuenta de que no iba a ser capaz.

—Si quieres que vayamos cada uno por su lado, no pasa nada —le dije a leo.

—¿Estás loca? —me respondió. Después, me sujetó la puerta y miró fijamente a un par de estudiantes de segundo que soltaban risitas—. Buena suerte, hermanita —me susurró—. Grita si me necesitas. Mi gancho izquierdo tumba a cualquiera.

Me imagino que le avergoncé, pero le di un abrazo tremendo en medio del pasillo.

Al caminar aquel día en dirección al sótano y a mi taquilla, la Foster me pareció un lugar donde nunca había estado antes. Supongo que se debía, sobre todo, a que ya no creía poder confiar en nadie de allí, y aquello hacía que las conocidas paredes ajadas tuvieran un aspecto potencialmente hostil.

Eran las mismas salas, la misma gente, las mismas escaleras, la misma madera oscura y el mismo olor sofocante, el mismo comedor con jarroncitos de violetas procedentes del jardín de la Foster en cada mesa, el mismo tablón de anuncios donde Sally había anunciado lo de la perforación de orejas hacía siglos, mi misma taquilla vieja y abollada… ¿Habría alguna otra nota?

No la había.

Un par de estudiantes fueron a las taquillas mientras yo volvía a poner mis cosas en la mía. Nos saludamos, pero por supuesto, fue un intercambio algo rígido y avergonzado por ambas partes. No obstante, Valerie Crabb, que iba conmigo a Física, hizo un esfuerzo. Me tendió la mano y me dijo:

—Bienvenida de nuevo, tiff. Si quieres que te ayude a ponerte al día en Física, avísame.

Me pareció un gesto muy bonito.

Pero después fui al baño de chicas y aquello no fue tan bonito. Nadie dijo nada abiertamente, pero una chica me saludó en voz muy alta, como avisando a las demás:

—¡Hola, tiff!

Y tanto ella como otra chica que se estaba peinando se marcharon escopetadas, y alguien que acababa de entrar en un lavabo tiró de la cadena al momento y salió a toda prisa sin siquiera lavarse las manos o dirigirme una mirada.

Me dije a mí misma que estaba genial tener el baño a mi entera disposición siempre que lo necesitara, pero no conseguí convencerme.

Luego, de camino a Química, me encontré con Walt. Se detuvo en medio del pasillo cuando a mí me quedaban aún unos metros por llegar y me tendió la mano.

—Hola, tiff —me dijo, todo sonrisas—. Qué bien que hayas vuelto, de verdad. Me alegro un montón.

Yo me cambié los libros de lado para estrecharle la mano, que seguía tendida.

—Buenas, Walt —dije, y seguí adelante en cuanto nos soltamos.

Él caminó conmigo.

—Oye, tiff —me dijo—, espero que no dejes que nada de esto te afecte… Tú ya me entiendes. Es decir; es verdad que Sally se llevó un disgusto, pero quiero que sepas que yo te apoyo por completo. Comprendo la reacción de Sally, pero… vamos, que yo no voy a abandonar a una amiga solo por un… problemilla ual o lo que sea. Tal y como yo lo veo, es como cualquier otra discapacidad…

Afortunadamente, acabábamos de llegar al laboratorio en aquel momento, y afortunadamente Walt tenía Latín a primera hora y no Química.

En Química no me di cuenta de que solo se sentaban chicos a mi lado, pero cuando nos separamos para hacer un experimento, mi compañera de laboratorio, que era una chica muy aplicada y brillante llamada Zelda que quería estudiar Medicina y apenas sonreía, empezó a hacerme preguntas. Empezó de forma bastante inocente, con un:

—Bienvenida otra vez, tiff. Lo digo muy en serio.

Le di las gracias e intenté no darle tanta importancia como ella. Me puse a calcular cuántas páginas tendría que dejar en blanco en mi libreta para incluir los experimentos que me había perdido y que tendría que recuperar.

Zelda preparó los instrumentos sin mirarme. Luego dijo, con una voz rara y medio ahogada:

—tiff, si alguna vez quieres hablar de ello, yo te escucho.

En ese momento, levanté la vista. Al ver su cara, volví a sentir la sensación de que se me congelaba el estómago.

—Gracias —dije con cautela—, pero creo que no.

Tenía una expresión muy seria en el rostro, pero no en la mirada.

—tiff, ¿puedo preguntarte algo?

—Venga —dije de mala gana.

—Vale… Creo que me conoces lo suficiente para saber que esto no proviene de un interés lujurioso ni nada, ¿verdad?

La sensación de congelación en el estómago se acentuó; me encogí de hombros, sintiéndome atrapada.

—Vale, pues… —empezó a decir Zelda—. Como voy a hacer Medicina y eso…

Fue entonces cuando me di cuenta de que había varios alumnos —sobre todo chicas, pero también algunos chicos— arremolinados frente a nuestra mesa, como si se les hubiera ocurrido a todos de repente venir a pedirnos un tubo de ensayo o a hacernos una pregunta. Eran demasiados para eso.

Zelda siguió hablando como si no estuvieran, pero yo sabía que era muy consciente de su presencia.

—Te quería pedir —dijo resueltamente—, si no te importa y siempre desde un punto de vista científico, que me contaras cómo se las apañan dos chicas en la

 

cama…

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La cosa mejoró, aunque hizo falta algo de tiempo para que algunas de las chicas volvieran a sentarse a mi lado en clase. Eso me hizo gracia, en cierto modo. No teníamos sitios asignados en la Foster y, como ya he comentado, aquella primera mañana en Química no me di cuenta, pero para cuando llegó la tarde el asunto era bastante obvio. Cuando fui consciente de ello, empecé a llegar tarde a clase a propósito solo para elegir al lado de quién me sentaba, y de paso demostrarles a las chicas que no iba a violarlas en medio de la clase de Mates ni nada de eso. Sí, a lo mejor exagero, pero me pareció un asunto bastante lamentable.

No obstante, creo que si tuviera que hacer balance, por cada compañero que tuvo una actitud desagradable (y en realidad solo fueron unos pocos), hubo al menos dos que lo contrarrestaron, como Valerie y todos los que me saludaron de forma normal como si nada. Mary Lou Dibbins, por ejemplo, se me acercó y dijo:

—Menos mal que has vuelto: Angela no es ni medio capaz de enfrentarse a la directora Poindexter en las reuniones del consejo.

Una chica de mi clase de Historia simplemente me sonrió, se me acercó y, como si no hubiera pasado nada, me preguntó si tenía un boli de sobra. Y luego estuvo Conn, y lo que me contó.

No conseguí pararme a leer el tablón de anuncios del pasillo principal hasta entrada la tarde de aquel primer día. A mediodía había aparecido un aviso de la directora que anunciaba la cancelación de las dos siguientes reuniones del consejo, lo que significaba que, a pesar de lo que había dicho Mary Lou, seguramente solo me tocaría presidir una reunión más, ya que los exámenes finales estaban al caer.

Ese aviso fue la gota que colmó el vaso al final de un día en el que todo había salido mal. Conn se me acercó cuando estaba junto al tablón y sin duda dedujo por lo que estaba pasando, lo cual lo hizo todo a la vez un poco peor y un poco mejor.

—La vida es un montón de ya-sabes-qué —comentó, con una mirada al tablón en vez de a mí—, y siempre se tropieza con ello quien no debe. Aun así… ¿te has enterado de lo de la Poindexter?

—No —dije, a través del velo húmedo que bloqueaba mi visión—, ¿Qué le pasa?

—Se marcha al final de curso. Por orden de la junta de administración. Todavía no se ha dicho oficialmente, pero pillé a la profesora Baxter llorando con una carta de aspecto oficial en su despacho. Algo sobre «frecuentes demostraciones de mal juicio y exageración de incidentes triviales». Y «extralimitación continua de la autoridad hasta el punto de perjudicar los principios de la democracia». Quizá también te guste saber que el viernes por la tarde el señor Piccolo anunció que ahora las donaciones están ganando ritmo de verdad. —Conn me puso la mano en el brazo, sin dejar de mirar el tablón—. Oye, tiff, sabes que el MIT va a ser genial, ¿verdad?

Yo conseguí asentir con la cabeza, y Conn me dio una palmadita en el brazo y añadió:

—Que no se te olvide.

Y después tuvo el tacto suficiente para marcharse y dejarme en paz. En ese momento no me importaba demasiado lo bueno que era que la directora Poindexter se marchara. Lo importante era que la junta de administración la había echado y que, a pesar de que la vista disciplinaria seguro que no era el único motivo, había sido uno de ellos. El problema era que yo solo era capaz de pensar: «Esto también es culpa mía», porque en ese momento no quería tener ningún efecto en la vida de nadie, ni siquiera en la de la directora Poindexter. Solo quería ser tan anónima e irrelevante como el último alumno de primero que acabara de cruzar la puerta, desde ese momento hasta el día de mi graduación.

No obstante, como era mi primera y única hora libre aquel día, decidí hacer lo que pretendía cuando me detuve a leer el tablón de anuncios: ir al estudio de arte a ver a la profesora Stevenson y averiguar cómo había ido su vista y la de la profesora Widmer. No tenía Lengua hasta última hora, así que todavía no había visto a la profesora Widmer.

Una desconocida revolvía el contenido de los armaritos de material de la profesora Stevenson. Me miró sin reaccionar cuando entré y dijo:

—¿Sí? ¿Te puedo ayudar? Creo que no hay clase aquí esta hora, ¿o sí?

Soltó una risita amigable mientras se dirigía a la pizarra de la profesora Stevenson a coger un horario.

—Me va a costar la vida enterarme de qué hay a cada hora… ¿Te pasa algo?

Eché a correr. Mientras tanto, me decía a mí misma que seguramente la profesora Stevenson volvía a estar resfriada, que solo estaba de baja aquel día. Creo que corrí todo el camino hasta la clase de la profesora Widmer. Alguien daba clase dentro, pero Sally estaba junto a la fuente que había junto a la puerta.

—Si buscas a la profesora Widmer, aquí no la encontrarás —me dijo con una sonrisita.

—Pero ya debería haber vuelto —dije, aún estúpidamente desconcertada—. Como yo. Es decir; a mí me llegó el aviso el sábado, así que a ella…

—Seguro que a ella también le llegó el suyo el sábado, tiff —respondió Sally, casi compasiva—. Por eso no está aquí.

—Oh, Dios.

Creo que dije eso antes de alejarme, pero Sally me siguió.

—tiff, escucha —me dijo—. Puede que no me creas, pero… lo siento. Siento haberme visto obligada a hacer lo que hice. También siento haberme enfadado, y… Mira, es que me gustaría ayudarte, tiff. Walt conoce un médico buenísimo; un psiquiatra, vaya…

Intenté deshacerme de ella, probablemente con algo parecido a «no necesito tu ayuda», pero ella insistió. Yo solo pensaba en encontrar un teléfono y llamar a las profesoras Stevenson y Widmer.

—Escucha, tiff: los administradores tuvieron que hacerlo, ¿no lo ves? Aunque no hubiera estado vigente la campaña de recaudación de fondos, habrían tenido que despedirlas. Con profesoras así… Es como lo de mis infecciones de oreja, ¿no? ¡Solo que mucho peor! Vamos, esto arruina las vidas de la gente: no se pueden casar, tener hijos ni disfrutar de una vida ual normal y sana… Vaya, no pueden ser personas felices ni equilibradas. El tema es que, al ser profesoras, tienen muchísima influencia sobre nosotros. —Sonrió con tristeza—. ¡Piensa en tu propio caso, tiff; piensa en cuánto han influido sobre ti! Siempre te gustó la profesora Stevenson en

particular, casi la idolatrabas…

Juro que tuve que contenerme para no sacudirla.

—¡No la idolatro! —grité—. Me caen bien las dos, como a la mayoría de alumnos. Ni siquiera sabía que eran… Quiero decir, yo no… —Tartamudeé un poco más, atascada en la idea de que todavía podría ser arriesgado decir abiertamente que eran homouales. En vez de eso, dije—: Sally, ¿no entiendes que yo habría salido así igualmente? Ya lo era antes de saber nada sobre ellas. —Y entonces me escuché decir—: Probablemente siempre he sido homoual. Ya sabes que nunca me han interesado los chicos de esa forma…

—Homoual —dijo Sally con un hilo de voz—. ¡Oh, tiff, qué palabra tan triste! Es una palabra muy, muy triste. La profesora Baxter me lo dijo una vez y tiene razón. Pasa también con las drogas, el alcohol y el resto de problemas del estilo; la mayoría de las palabras relacionadas son totalmente negativas: fumado, borracho…

Creo que fue entonces cuando le agarré el brazo: no para sacudirla, sino para que se callara. Recuerdo intentar mantener la estabilidad en mi voz:

—No es ningún problema —dije—. No es algo negativo. ¿Es que no te das cuenta de que hablas de amor? Hablas de lo que siento por otra persona y de lo que ella siente por mí, no de una especie de enfermedad de la que debas salvarnos.

Sally sacudió la cabeza.

—No, tiff, eso no es amor. Es algo inmaduro, como un capricho, o algún tipo de problema mental, o… o a lo mejor solo te dan miedo los chicos. A mí también me lo daban un poco, antes de conocer a Walt. — Sonrió con timidez—. Te lo digo de verdad, aunque suene raro. Pero él es tan… tan comprensivo, y… Bueno, puede que algún día conozcas a un chico como él y… Oh, tiff, ¿no querrás estar preparada cuando eso pase? Estoy segura de que un psiquiatra podría ayudarte, segurísima. Vamos, de hecho en la vista dijeron…

La miré fijamente.

—¿Estuviste en la vista?

—Pues claro —respondió—. En la de las profesoras. Creía que lo sabías: llegué justo cuando tus padres y tú os marchabais. También iba a declarar en la tuya, pero me dijeron que no debía porque estoy en tu clase y éramos amigas y demás, y estuve de acuerdo. Pero la directora Poindexter quería que hablara de la influencia que las profesoras Stevenson y Widmer tenían sobre los alumnos, especialmente sobre ti.

—¿Y qué dijiste?

—Pues la verdad, ¿no? Les dije que las idolatras porque es verdad, tiff. Me da igual lo que digas: idolatras a la profesora Stevenson. Y dije que tal vez crees que todo lo que hacen está bien y que a lo mejor… Bueno, que a lo mejor querías ser como ellas y todo…

 

—Oh, Dios —dije. Se me pasó por la cabeza…

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Está nevando, taeyeon, escribió tiffany, pero se viointerrumpida por el eco de las palabras de Sally y de sus propios pensamientos interrumpidos: «Se me pasó por la cabeza… se me pasó por la cabeza que… ¿qué?».

Volvió a escribir mientras trataba de concentrarse.

La nieve que cae aquí, en el campus, es blanca y pura. Una vez, cuando era pequeña (¿te he contado esto alguna vez?), vi una foto en una revista de un bicho negro retorcido y horrible, que se parecía un poco a un antiguo radiador de vapor, pero con cabeza y pies con garras. Alguien, puede que mi madre, me dijo en broma: «¿Ves? Ese es el aspecto que tienes por dentro cuando eres mala». Nunca lo olvidé.

Y así me he sentido por dentro desde la última primavera.

«Se me pasó por la cabeza… Ahora se me pasa por la cabeza que…».

taeyeon, si hubiera estado en la vista de las profesoras, podría haber dicho la verdad. Probablemente las hubiera salvado (bueno, quizás) de haber estado allí. Podría haberlas ayudado incluso en mi propia vista; podría haber dicho… Querría haber dicho que NO influyeron para nada sobre mí, que yo sería homoual de todas formas…

tiffany se puso la chaqueta, salió fuera y se plantó en la ribera desierta mientras la nieve caía perezosa sobre el río Charles.

«Si no fuera homoual», pensó mientras sus pensamientos se aclaraban, «si no hubiera pasado nada en aquella casa, en aquel dormitorio…».

—Pero, maldita sea, tiffany —dijo en voz alta—: eres homoual, pasó algo en aquella casa y pasó porque quieres a taeyeon de una forma que no surgiría de ti si no fueras homoual. tiff, tiffany Whang: eres homoual.

 

«Tira de ese hilo, tiff», se dijo a sí misma, y empezó a caminar. «Escala esa última montaña…».

 

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