capitulo 12

Taeyeon en mis pensamientos...
 

Empezó muy despacio, tanto que creo que ninguna de nosotras nos dimos cuenta siquiera de lo que estaba ocurriendo.

Recuerdo la cara de taeyeon la primera vez que entramos en la casa: toda la alegría de su forma especial de reírse se traspasó a su mirada. Le enseñé los dos primeros pisos; no se nos ocurrió subir al piso superior, nos parecía un lugar privado. A taeyeon le encantó todo: las plantas, por supuesto, los jardines del exterior y, sobre todo, los gatos; pero también los ladrillos de las paredes, los libros, los discos y los cuadros. Los gatos se encariñaron con ella enseguida, se le restregaban por las piernas, ronroneaban y dejaban que los cogiera y acariciara. Ella empezó a encargarse de darles de comer sin que tuviéramos que hablarlo siquiera.

Aquel primer día, yo observé a taeyeon dar de comer a los gatos apoyada en la encimera de la cocina y supe que querría hacer eso eternamente: estar de pie en cocinas mientras observaba a taeyeon alimentar gatos. En cocinas que fueran nuestras, con gatos que fueran nuestros. Ella llevaba el pelo negro recogido en una trenza que le caía por la espalda y una camisa azul sobre los vaqueros, tenía agujeros en las zapatillas y los gatos habían agarrado una cada uno, mientras miraban hacia arriba y maullaban.

Me acerqué a ella, la abracé y nos besamos, y ese beso fue muy diferente a todos los que nos habíamos dado antes. Recuerdo que ella todavía tenía la lata de comida para gatos en la mano y que casi se le cayó.

Después de un rato, taeyeon susurró:

—tiff, los gatos. —Y nos separamos y ella les dio de comer.

 

Al terminar, nos miramos fijamente sin movernos. A mí me latía tan fuerte el corazón que estaba segura de que taeyeon podía oírlo. Creo que volví a abrazarla en parte para amortiguar el sonido. Subimos al salón…

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Recuerdo tantas cosas de aquella primera vez con taeyeon que me paralizo y me falta el aliento. Soy capaz de sentir cómo las manos de taeyeon vuelven a tocarme con delicadeza, como si tuviera miedo de que me rompiera; noto su suavidad bajo mis manos… Miro mis manos ahora mismo y las veo algo curvadas, y noto cómo se vuelven a la vez fuertes y cuidadosas, del mismo modo que lo hicieron entonces por primera vez. Si cierro los ojos, puedo sentir cada movimiento del cuerpo de taeyeon y del mío; torpes, dubitativos, tímidos.

 

Pero eso no es lo importante: lo importante es lo maravilloso que fue sentirla tan cerca, y la certeza insoportable y definitiva de que somos dos personas en lugar de una. Pero también es saber lo maravilloso que es eso: que, a pesar de ser dos personas distintas, casi podemos ser una sola persona, y al mismo tiempo deleitarnos en la singularidad de la otra.

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«… Casi podemos ser una sola persona…».

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Aquellas dos semanas de las vacaciones de primavera fueron maravillosas; era como si finalmente tuviéramos no solo un lugar, sino un mundo entero totalmente nuestro. Compramos incluso café instantáneo y comida para desayunar y almorzar y así poder quedarnos todo el día en la casa, hasta que las dos volvíamos con nuestros padres para cenar. El tiempo era cálido y lleno de esperanza y, al llegar cada mañana, yo abría las ventanas de par en par para que entrara el sol y la brisa de primavera. Ponía a calentar el agua para el café y me sentaba a esperar a taeyeon, a veces con un periódico; a veces simplemente esperaba. Y pronto escuchaba el sonido de la puerta: solo teníamos una llave, así que yo nunca cerraba con llave por las mañanas para que taeyeon entrara sin más como si viviese allí.

Una mañana, durante la primera semana, observé sentada en uno de los taburetes altos de la cocina cómo el sol creaba reflejos en el pelaje del gato negro, unos reflejos parecidos a los de taeyeon. Entonces la escuché abrir la puerta de entrada y bajar las escaleras hacia mí y sonreí, porque venía cantando.

—Hola. —Me besó y se retorció para quitarse la chaqueta de leñador, que para entonces ya sabía que había pertenecido antes a un primo suyo—. He traído más bollos daneses —dijo mientras dejaba una bolsa de papel en la encimera.

—¡Pero si no tienes dinero! —Me levanté y empecé a cascar huevos en un bol.

—Que sí —respondió ella. Me dio un abrazo rápido y empezó a echar café instantáneo en un par de tazas—. Mmm… ¡El café huele bien hasta sin hacer!

Yo me reí.

—Pues tómate una taza —dije mientras batía los huevos.

taeyeon sacudió la cabeza y abrió la nevera.

—Primero, el zumo. Me muero de hambre. Me he despertado a las cinco y media y el sol estaba tan bonito que no me he podido volver a dormir. Solo tenía ganas de venir aquí.

—Igual tendría que darte las llaves —dije, y me imaginé lo magnífico que sería llegar por la mañana y que taeyeon me estuviera esperando.

—No estaría bien —dijo taeyeon. Se echó algo de zumo; a mí el zumo me sienta mal con el estómago vacío y taeyeon ya lo sabía, así que ya no me preguntaba si yo también quería. Se lo bebió y después cogió al gato negro—. Hola, precioso, ¿Dónde está tu hermanito?

—La última vez que lo vi, se perseguía la cola debajo del escritorio de la profesora Widmer. Pásame la mantequilla, por favor.

taeyeon me pasó la mantequilla con una reverencia y repitió la palabra como si fuera una enfermera en el quirófano:

—Mantequilla.

Yo la atrapé en mitad de la reverencia y volví a besarla, y con aquel beso dejamos olvidado el desayuno en medio de la luz de la mañana.

Finalmente comimos y fregamos los platos. Recuerdo que aquella mañana estábamos especialmente tontas; debía de ser por el sol. Habíamos dejado abierta la puerta trasera y la luz se colaba a través del mosquitero, lo que tenía algo inquietos a los gatos.

Había una vez una viejecita —cantó taeyeon mientras secaba una taza— que se tragó una mosca… Venga, tiff, canta tú también.

—No sé —dije—. No tengo oído ninguno.

—Todo el mundo tiene oído.

—Yo no doy una. Desafino todo el rato.

—Demuéstralo.

Sacudí la cabeza; siempre me ha dado vergüenza cantar.

Pero taeyeon me ignoró y siguió cantando de todas formas, y yo no pude evitar unirme a ella para cuando estaba fregando la sartén. Fingió no darse cuenta.

Cuando terminamos de fregar los platos, sacamos a los gatos y les observamos perseguir bichos al sol sobre los adoquines. Una señora corpulenta que llevaba un vestido casero estampado y un holgado jersey de hombre se nos acercó bamboleándose y nos miró con sospecha.

Crrreía que Katherine e Isabelle estaban de vacaciones —dijo con acento extranjero—. ¿Sois amigas de Benjy? Él suele venir a dar de comer a los gatitos.

Le explicamos quiénes éramos. Ella sonrió y sacó una silla al jardín; charlamos durante una hora. Las dos intentamos hacernos alguna señal para conseguir que se fuera, pero a ninguna se nos ocurría nada y la señora era demasiado agradable como para tratarla de forma grosera. Aun así, finalmente, taeyeon dijo:

—Bueno, me vuelvo adentro, que tengo que hacer deberes.

Y la señora asintió y dijo:

—Buena chica, no dejes nunca los estudios. Yo tendrrría que haberme sacado el graduado. Si hubiera estudiado más cuando tenía vuestra edad, a lo mejor ahora tendrrría un buen trabajo en vez de solo un marido, cinco niños y un montón de platos sucios.

—No parece que le haya importado —dijo taeyeon cuando regresamos, ella con su lista de lecturas para Historia y yo con mi plano a medio terminar de la casa solar.

Estudiamos casi en silencio hasta la hora de comer y, como hacía tan buen tiempo aquel día, nos arriesgamos a encontrarnos con la señora otra vez y nos comimos nuestros bocatas de atún en el patio trasero. La señora no estaba, así que taeyeon volvió adentro a por la botella de vino que nos habíamos regalado.

—Me encantaría trabajar en este jardín —dijo taeyeon una vez que terminamos los bocadillos y bebíamos despacio el único vaso de vino que nos habíamos permitido. Seguía sin haber nadie fuera.

—Seguro que no les importaría.

Pero taeyeon sacudió la cabeza.

—A mí me importaría —dijo—. Para alguien con alma de jardinero, los jardines son especiales, más que una casa. —Se levantó y se arrodilló sobre los adoquines. Examinó las plantas que empezaban a brotar alrededor del deslucido azafrán. El sol se reflejaba en su pelo y el moreno centelleaba con mechoncitos azulados y dorados.

—Tengo mucha suerte —dije.

Ella se volvió hacia mí y sonrió. No me di cuenta de que había hablado hasta entonces. Me observaba con curiosidad, con la cabeza echada a un lado, su carita redonda y su profunda mirada fija en mí.

—Mucha suerte —repetí, y le tendí la mano.

 

Volvimos adentro.

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Cada vez que nos tocábamos, nos mirábamos o nos abrazábamos en el incómodo sofá del salón era nueva para nosotras. Aún nos sentíamos muy tímidas, torpes y algo asustadas, pero era como si hubiéramos descubierto un nuevo país, tanto en nosotras mismas como en la otra, y estábamos explorándolo con calma juntas. A menudo teníamos que detenernos y limitarnos a abrazarnos; es difícil soportar la belleza excesiva. Y a veces, sobre todo después de un rato, cuando la timidez había cedido pero seguíamos sin conocer nuestros cuerpos ni saber bien lo que hacíamos, entonces nos reíamos.

Lo mejor de aquellas vacaciones fue que, de algún modo, sentimos que teníamos todo el tiempo del mundo y que nadie nos podía interrumpir. Por supuesto, todo eso era una ilusión, pero estábamos tan felices que no nos deteníamos a valorarlo.

Mucho me temo que no pensé demasiado en la asamblea o la campaña de recaudación de fondos. Había ido a las dos reuniones que el «comité de tres» había celebrado antes de las vacaciones, y había accedido a regañadientes a escribir un discurso y ensayarlo en la última reunión, la que se celebraría durante las vacaciones, para recitarlo después en la asamblea. No había sido capaz de convencer ni a Sally ni a Walt de que se me iba a dar fatal. Walt había conseguido que un periodista que conocía su hermano mayor accediera a escribir una noticia sobre la asamblea, lo que no contribuyó precisamente a que me sintiera más relajada con respecto a mi discurso.

—¿No te lo imaginas? —había dicho Sally en la última reunión, supongo que para entusiasmarme con sueños de gloria—. «Presidenta del consejo estudiantil cuenta lo que su centro escolar significa para ella: todos deberían estudiar en la Foster».

—Con un subtítulo debajo —añadió Walt—.

«“¡Salven nuestro instituto!”, corean los estudiantes». ¡Eh, eso seguro que llama la atención! A lo mejor puedo hacer que alguien grite eso… de forma espontánea, claro.

—No vendas la piel de tus discursos antes de escribirlos —respondí yo, en un débil intento de ser graciosa—. Ni la de los gritos del público.

No es que quisiera evitar el discurso; cuando quedó claro que iba a tener que darlo, intenté trabajar en él. De hecho, taeyeon y yo pasamos casi toda la tarde de aquel primer viernes pensando qué podría decir sin que sonara falso. Después de que lo repasáramos juntas, me di cuenta de que en realidad tenía bastantes razones por las que la Foster me parecía un buen centro.

Pero luego llegó la segunda semana, taeyeon y yo empezamos a sentirnos más cómodas la una con la otra y tanto el discurso como la tercera reunión se me fueron completamente de la mente.

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