CAPITULO 11
#2 "Sweet Peril" (SinRin Ver.)
Antes de Yerin, pensé que el Día de San Valentín era una idea dulce, incluso cuando nunca había tenido pareja. Pero ahora podía ver lo malvado que era este día. Okey, quizá malvado era demasiado duro. Cruel era más preciso.
Yo había salido esa mañana a correr por el pasto congelado y luego me fui a la escuela para encarar el clamor por la sacarina. Todavía creía en el amor. Realmente lo hacía. Pero todo sobre este día se sentía tan forzado y presionado. Las chicas lloraban porque no recibían flores de los chicos que les gustaban. Umji estaba haciendo un mohín porque Joo le dio un enorme ramo de claveles rosas y de velo de novia en lugar de rosas rojas.
Dos chicos me pidieron salir enviándome flores y tuve que decir educadamente que no. Y luego estaban las parejas felices. Las que se tomaban de las manos y se sostenían la mirada. Los besos robados cuando los maestros no estaban mirando.
Por donde quiera que mirara por un lado había amor y por el otro corazones rotos.
Estaba tan tensa cuando llegué a casa que decidí salir a correr de nuevo para quitarme la tensión de encima. Los febreros en Georgia siempre son fríos, pero este año fue brutal. Mis dedos, mis orejas y nariz se estaban congelando. Definitivamente no ayudaba con el factor del estrés y la tensión. Me regresé a casa justo cuando los torbellinos de nieve empezaron a caer.
Casi nunca teníamos nieve. De hecho, nunca. Así que cuando lo teníamos, nos llenábamos con una emoción casi infantil. Empecé a dejar de trotar y a caminar a casa, sonriendo estúpidamente con la caída de los copos blancos, extendiendo mis dedos congelados para atraparlos.
Estaba tan pérdida en la belleza de la naturaleza que pensé que había imaginado la voz amorosa, baja y con acento que decía mi nombre. Me detuve en frente de mi edificio, todavía sonriendo y me giré. Luego contuve la respiración y dejé que la sonrisa se fuera de mi rostro.
En el otro lado del estacionamiento, parado junto a un auto negro con la puerta del conductor abierta, estaba Yerin. Nos miramos sin hablar o movernos. Ya no sentía frío.
Ella tenía puesto un suéter gris tejido y su cabello adorablemente se veía ligeramente oscuro y estaba con ligeras ondas. Sus ojos quedaron atrapados en los míos, e incluso cuando la nieve caía, lo azul se mostró como una inspiración a mi corazón. Pero no me moví hacia ella. La manera en que ella se paraba ahí con su mano en la puerta y su expresión cautelosa —ni enojada ni feliz, sólo cautelosa— me recordó a un animal salvaje. Como si me hubiera metido en el camino de un ciervo majestuoso en el bosque. Cualquier movimiento o sonido en falso la alejaría.
—Hola —murmuré.
—Hola, tú —dijo tranquilamente.
Esto estaba realmente pasando. Tragué, y mi pecho se sacudió un poquito cuando tragué.
—Odio San Valentín —le dije.
Las esquinas de su boca se movieron en una sonrisa triste.
—Sí, es una mierda.
También sonreí un poquito.
—¿Está todo bien? —pregunté, preguntándome por primera vez por qué estaba aquí.
Le tomó un momento responder, mientras nuestros codiciosos ojos se hundían en el otro.
—Sólo necesitaba ver que estabas bien. Y parece que lo estás. —Ella agarró la puerta y vi que se movía unos centímetros, lo que causó que una ola de pánico cruzara mi pecho.
Todavía no te vayas. Por favor, no te vayas.
Me paré en la orilla de la acera, todavía temerosa de que si me acercaba demasiado, ella desaparecería. Pero necesitaba acercarme. Necesitaba contarle sobre la profecía y que siempre lo amaría, incluso si me rechazaba para siempre.
Ver esos ojos me hizo preguntarme cómo pude alguna vez pensar lo que dije que ella significaba a Yuju. O cómo pude pensar que tan fácilmente podría superarla. Una mirada a ella y era de nuevo suya. Una puñalada de culpa me golpeó cuando pensé en ese clóset en Australia.
Estaba en medio de la calle, mis pestañas tenían copos de nieve. Yerin estaba pasando la puerta para venir hacia mí.
Eso era todo lo que quería. Que ella viniera a mí. Incluso por un momento.
No importaba que quizá me viera como un desastre después de una carrera congelante, o que ella hubiera pasado todo un año, o incluso más, alejándome. Lo que importaba es que ahora estaba aquí. Y que finalmente podía reparar todo. Y podía ver en sus cálidos ojos que ella también lo quería.
Y a continuación, la vista fea más terrible salpicó el cielo lejano. Las dos nos dimos cuenta de inmediato y nos detuvimos. Dos Murmuradores. Ellos no estaban volando bajo sino que parecía que estaban pasando por encima de su camino a otro lugar, pero aún así. No podíamos correr el riesgo de ser vistas juntas.
Yerin murmuró algo afilado, dando un paso atrás.
Miedo helado me llenó mientras instintivamente retrocedía entre los autos estacionados y hacia las escaleras, mis ojos todavía en Yerin. Sus ojos aferrados en los míos una vez más, con la mandíbula apretada.
—No trates de seguirme. Estoy en mi camino al aeropuerto.
Asentí con la cabeza y se sentó en el auto como una sombra. El vehículo elegante se apartó mientras me tiré por las escaleras y en mi apartamento, los temblores sacudían mi cuerpo congelado.
Tiff estaba sobre mí en un instante.
—¿Estás bien? ¿Has visto a Yerin? ¡Ella estaba aquí!
Dejé que me condujera hasta el sofá. El apartamento se sentía tan caliente en comparación con el exterior. Mis ojos se deslizaron por las paredes, esperando Murmuradores venir volando hacia nosotras, pero no lo hicieron. Alcancé a verme en el espejo de la pared y vi un copo de nieve que se derretía en mi cabello. Tiff se llevó las manos calientes a mis mejillas.
—Estás helada.
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