Treinta y dos
Bestia32
Fuera de las cerradas ventanas, las hojas comenzaban a caer, pero en el interior, todo seguía igual. Todo excepto Tiffany y yo. Habíamos cambiado. Estudiamos juntos, y había notado que aunque ella era lista, yo no era evidentemente estúpido.
No creía que ella me odiara ya. Quizás. Tal vez incluso le cayera bien.
Una noche, hubo una tormenta, una grande con relámpagos como hojas de metal atravesando el cielo y truenos que señalaban que todo estaba demasiado cerca. Esto sacudió mi cama, agitó el mundo, y me despertó. Subí a tropezones las escaleras hasta la sala de estar, sólo para descubrir que no estaba solo.
—¡Adrian! —Tiffany estaba sentada en medio de la oscuridad sobre el sofá, observando el cielo encenderse por la ventana más alejada—. Estaba asustada. Sonó como un disparo.
—Disparo —Me pregunté si ella habría oído disparos de noche allá de donde venía—. Sólo son truenos, y esta vieja casa es maciza. Estás a salvo.
Comprendí la locura que era, decirle que estaba a salvo cuando la mantenía prisionera. Pero ella dijo:
—No todos los lugares en los que he vivido han sido seguros.
—Veo que has escogido el punto más alejado de la ventana.
—Crees que me estoy portando como una tonta.
—Nah. Estoy aquí, ¿verdad? El ruido me despertó. Iba a hacer palomitas y ver si hay algo en la TV. ¿Quieres? —Me moví hacia la cocina. Fui cuidadoso. Decidí que lo mejor era alejarme, no asustarla estando demasiado cerca. Era la primera vez que estábamos solos desde aquel día en la rosaleda.
Siempre estábamos con Soo cuando estudiábamos, y con Magda en las comidas.
Ahora, solos con todos los demás durmiendo, quería que ella supiera que podía confiar en mí. No quería fastidiarla.
—Sí, por favor. ¿Pero puedes hacer dos bolsas? Realmente me gustan las palomitas de maíz.
—Ajá. —Entré en la cocina y encontré las palomitas para microondas. Tiffany pasaba los canales de televisión y aterrizó en una vieja película, La Princesa Prometida.
—Esa es buena —dije cuando las palomitas comenzaron a reventar.
—Nunca la he visto.
—Creo que te gustará. Tiene algo para cada uno… peleas de espada para mí, princesas para ti. —La primera bolsa terminó de reventar, y la saqué—. Lo siento. Probablemente eso haya sido ista.
—Está bien. Soy una chica. Toda chica finge ser una princesa en algún momento, no importa lo poco que se parezca su vida a eso. Y me gusta la idea de “felices para siempre”. —Dejó la televisión en ese canal. Yo me quedé allí de pie mirando la segunda bolsa mientras ésta se hinchaba y considerando qué hacer con ellas... poner las palomitas en un tazón para compartir, como Magda solía hacer con las chicas a las que yo solía conocer, o dejarlas en las bolsas.
Finalmente, dije:
—¿Debería ponerlas en un tazón? —Ni siqui
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