Diecinueve
Bestia19
Esa noche, por primera vez desde que me mudé a Brooklyn, salí a la calle. Esperé hasta la noche, y aunque estábamos a principios de octubre, llevaba puesto un abrigo grueso con capucha, que me coloqué sobre la cara. Envolví una bufanda alrededor de mi barbilla y mejillas. Caminé pegado a los edificios, girando para que la gente no me viera, escondiéndome en callejones para evitar acercarme demasiado a alguien. No debería tener que hacer esto, pensé. Soy Kim Taeyeon.
Soy alguien especial. No debería verme reducido a andar a hurtadillas por callejones, escondiéndome detrás de los contenedores de basura, esperando a que algún desconocido grite, “Monstruo”. Debería estar con la gente. Aún así, me escondí y me agaché y anduve a escondidas y afortunadamente pasé desapercibido. Eso fue lo más extraño. Nadie me vio, ni siquiera los que parecían mirarme directamente.
Irreal.
Sabía dónde quería ir. Gin Elliott, de mi clase en Tuttle, celebraba las fiestas más populares en casa de sus padres en el SoHo cuando estos estaban fuera. Había estado observando el espejo, así que sabía que estarían fuera este fin de semana.
No podía ir a la fiesta... no como un desconocido, y desde luego no como yo mismo, como Kim Taeyeon reducido a la nada.
Pero creí que tal vez, sólo tal vez, podría quedarme fuera de la fiesta y ver a la gente entrando y saliendo. Podía observarlos desde Brooklyn, claro. Pero quería estar allí. Nadie me reconocería. Mi único riesgo era que si alguien me veía, sería capturado, tratado como un monstruo, tal vez me convertiría en una criatura del zoológico. No era un riesgo pequeño. Pero mi soledad me hizo afrontarlo. Podría hacerlo.
Y aún así, la gente pasaba junto a mí, parecía mirarme, pero sin verme.
¿Me atrevería a coger el metro? Me atreví. Era el único modo. Encontré la estación que había visto tantas veces desde mi ventana, y de nuevo volvió a mí la idea de que me metieran en un zoológico y que mis amigos fueran allí de excursión para verme, compré un bono de metro y esperé al siguiente tren.
Cuando llegó, no estaba abarrotado. La hora punta había pasado. A pesar de todo, me senté separado de los demás pasajeros, cogiendo el peor asiento en la parte de atrás. Miré por la ventana. Aun así, una mujer de un asiento cercano se apartó cuando me senté. La observé, reflejada en el cristal, cuando pasó a mi lado, conteniendo el aliento. Hubiera podido ver mi reflejo animal si hubiese mirado. Pero no lo hizo, simplemente continuó, dando bandazos contra el movimiento del tren, arrugando la nariz como si oliera algo desagradable. Se fue a la parte más lejana del vagón a sentarse, pero no dijo nada.
Entonces
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