Diecisiete
Bestia17
Papá fue rápido. El tutor apareció una semana después.
―Taeyeon ―Noté que Magda había dejado de llamarme señor Taeyeon desde que le había gritado. Eso la hacía un poco menos irritante―. Éste es Choi Sooyoung. Es profesor.
El tipo que estaba con ella era alto, a finales de la veintena, un nerd total.
Llevaba con él un perro, un labrador amarillo, y vestía vaqueros desgastados, demasiado holgados para quedarle bien pero no lo suficientemente grandes como para ser genial, y una camisa azul de botones. Obviamente de escuela pública, y ni siquiera una escuela pública genial. Se adelantó un paso.
―Hola, Taeyeon.
No huyó gritando al verme. Eso era un punto a su favor. El lado negativo era que no miraba hacia mí. Parecía como si mirara a un lado.
―¡Aquí! ―Agité las manos―. Esto no va funcionar si no puedes ni siquiera mirarme.
El perro dejó escapar un fuerte gruñido.
El tipo... Sooyoung... rió.
―Eso puede ser un poco difícil.
―¿Por qué? ―exigí saber.
―Porque soy ciego.
Oh.
―¡Siéntate, Piloto! ―dijo Sooyoun. Pero Piloto se estaba paseando, negándose a sentarse.
Esto era un universo absolutamente paralelo. Mi padre había ido y encontrado... o más probablemente, había hecho que su secretaria encontrara... un tutor ciego, así sería incapaz de ver lo feo que era yo.
―Oh, guau, lo siento. ¿Este es… es tu perro? ¿Vivirá aquí? ¿Vivirás tú aquí?
Nunca antes había conocido a una persona ciega, aunque los había visto en el metro.
―Sí ―Sooyoung gesticuló hacia el perro―. Este es Piloto. Ambos debemos vivir aquí. Tu padre fue inflexible al respecto.
―Apuesto a que sí. ¿Qué te ha dicho sobre mí? Lo siento. ¿Quieres sentarte? ―Cogí su brazo.
Él lo apartó de un tirón.
―Por favor, no hagas eso.
―Lo siento. Sólo intentaba ayudar.
―No se agarra a la gente. ¿Te gustaría que yo te agarrara? Si quieres ofrecer asistencia, pregunta a la persona si la necesita.
―Vale, vale, lo siento. ―Esto estaba siendo un gran comienzo. Pero necesitaba llevarme bien con este tipo―. ¿La necesitas?
―Gracias, no. Puedo arreglármelas.
Usando un bastón en el que yo tampoco había reparado, se abrió paso alrededor del sofá y se sentó. El perro continuó mirándome, como si creyera que yo era una especie de animal que podría atacar a su dueño. Dejó escapar otro fuerte gruñido.
―¿Te dice a dónde ir? ―pregunté. No estaba asustado. Sabía que si el perro me mordía, simplemente me curaría. Me agaché y miré directamente a los ojos del perro. Estaba bien, pensé. El perro se sentó, después se tendió. Me miraba, pero había dejado
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