Cap 3.

Insensata Geometría

Ahora estábamos aquí, en El Trianón, y ella reía. ¿Cómo explicarle y explicarme mi repentino enfado? Quería divertirme con ella, recomenzar la escena con otro guión, pero no podía. Mi consciencia estaba adormecida y toda yo como envuelta en vapor, hecha de gasa por dentro, de tul por fuera. En un intento por recomponer mi imagen dejé vagar la mirada a mi alrededor.

Suspiré varias veces, un poco para aliviar la tensión, otro por hacer algo que no fuera estrujar la servilleta. No sabía que decir.

Tiffany, en cambio, parecía muy jugosa. Era evidente que se sentía a sus anchas.

- Deja que adivine – me dijo manejando la ironía como una artesana-. Puesto que no eres Taeyeon como me habías dicho, has de tener otro nombre. Te llamas, te llamas…Sunyeon. Eso es, Sunyeon – Humedeció sus labios ponderando su elección y añadió-: No está nada mal, es muy sonoro, potente, te viene… - repitió para si -. Pero tal vez lo encuentres arcaico, histórico, digamos. A veces se te hace demasiado duro de llevar y la gente te crea otros nombres, quizá uno distinto según la ocasión. ¿He dado en el clavo?

De repente, sentí que la detestaba con una intensidad que no reconocía en mi. ¿Era solo una paranoia o efectivamente se estaba burlando?

Deseé con toda el alma correr y perderme por Trastevere hasta quedarme sin aliento y amanecer con los huesos molidos entre las pilastras del puente Cavour.

-Perdona – dije poniéndome de pie con brusquedad -, enseguida vuelvo.

Casi huí de la mesa. De una rápida ojeada supe donde estaban los baños. Tengo un to sentido para detectarlos en los lugares públicos y fingiendo una desenvoltura que no tenía me metí en un pequeño pasillo pintado del mismo color asalmonado del comedor y me detuve frente a dos primorosas puertas de madera noble.

Se que a los hombres les gustan exhibir sus cuerpos y dejan la puerta entreabierta, lo cual me facilita la elección. Este primoroso restaurante no era la excepción, así que abrí sin titubeos la puerta y me precipité a un lavamanos.

Tiempo necesitaba ganar tiempo. Me sentía densa, pero sobre todo no tenía la menor idea de lo que me estaba ocurriendo, este alocado vaivén de sentimientos que me sacudía como un títere. Me lavé la cara. Al verme me arrepentí de inmediato: la base de maquillaje se había desaparecido y una pequeña gota de rímel corría cuesta abajo por mi mejilla dándome un aspecto macabro.

Me miré detenidamente cual si fuera la primera vez, como si alguien hubiera pronunciado un “Tal, te presento a Taeyeon” y yo tuviera que reaccionar ante un rostro nuevo. ¿Me lo parecía o mis ojos habían pasado de un pardo usual a ese miel indefinido que lucían esporádicamente?

Me acerqué a menos de un centímetro del espejo para corroborarlo. Decididamente estaban pardos tirados para miel y mis pupilas cambian de color cuando tengo fiebre.

Palpé mi frente para comprobar la temperatura pero no noté nada anormal, de modo que me peiné alborotando el pelo con las manos, me quité los restos de maquillaje con un pañuelo y me retoqué los labios. Al meter otra vez la barra en mi bolso este perdió el equilibrio y todo su contenido se desparramo por el suelo.

“¡Mierda, mierda, mierda!”, murmuré con furia mientras devolvía mis cosas a su sitio a toda prisa y sin orden alguno.

Me volví, fui hacía la puerta y estaba a punto de abrirla cuando me detuve en seco con la mano en el picaporte. Sentía el latido de mi corazón en las sienes, en el pecho, en el cuello, en las muñecas y hasta en las ingles. Algo muy fuerte me impedía regresar al comedor. Tiffany se estaría preguntando que diablos pasa conmigo, encerrada en un baño tanto tiempo, que mujer tan rara, va de un estado a otro como una vela enloquecida, y parecía tan alegre, tan desenvuelta… O tal vez no se estaba preguntando nada y todas eran figuraciones mías. Seguramente eran sus propios sus asuntos los que le entretenían el pensamiento.

Volví sobre mis pasos, me planté otra vez frente al enrome espejo sujeto por un recargado marco de madera y me encaré con energía: - Veamos, Tae ¿Qué te esta pasando?.

Me quedé contemplando mi gesto de interrogación congelado como si esperara que mi propia imagen cobrase vida propia y respondiera. Estaba literalmente paralizada.

- Piensa, recapacita, te estas comportando como una esquizofrénica – le dije a mi reflejo - ,esto no es normal en ti.

Y es verdad. Por que lo que se de mi misma o como los demás me definen, suelo ser calmada y equilibrada, sin grandes altibajos dramáticos. Es más, las personas explosivas y desmesuradas con sus emociones me incordian bastante y la mayoría de las veces me siento incómoda frente a esos arrebatos tan fulminantes que dislocan en un instante la situación. “Tu eres pasional, no apasionada – suele decirme Yuri. O sea, tu estado de pasión es permanente, aunque logras controlar los estallidos. Eres del tipo mental, porque le temes a tu corazón.”

Cierto, lo admito. Porque cuando mi corazón habla pierdo la compostura y el desastre se apodera de mi sin ceder a la piedad. Como cuando murió Jessica, por ejemplo.

Fue como un conjuro. En cuanto evoqué su nombre pareció materializarse y pude o intuí ver su imagen frente a mi. Hubiera podido incluso acariciarla con sólo extender un dedo. La intensa verdad de su presencia era tal que tuve que aferrarme al mármol para no caer. Su recuerdo me atrapó como una red.

Jessica, mi amor, mi anémona frágil intentando sonrisas, hablando de su cáncer en tono casual y despreocupado de quien dicta una receta de cocina, ponle un poco de jengibre para que no sepa demasiado fuerte, queda perfecta. Jessica, que aun en su agonía me buscaba con la mirada translúcida y remota de los muertos y me susurraba al oído: “No me duele, Taengo, no me duele nada.” Y me aferraba las manos procurando mostrar una fuerza que mas que convencerme me partía en pedazos.

“Nada de sonda alimenticia, no quiero sueros, solo morfina”, había exigido y obtenido pese a la oposición intransigente de la medicina, inspirada en su extraño convencimiento de que nuestra vida es suya y no nuestra y tanto mas cuando llega a su fin.

Era julio. Seúl se derretía bajo un calor exasperante, seco e impío. En el salón, el aire acondicionado rezongaba un runrún de cansancio, encendido día y noche, y nuestra casa se mantenía fresca y aromada porque Jessica amaba el perfume de los inciensos.

He olvidado cuantos fueron los días de vigilia, el estado de alerta permanente renovando las velas de colores alrededor de su cama, las horas inacabables semi-inclinada  sobre su rostro grisáceo, atenta a cualquier suspiro, a la sutiliza de un gesto apenas insinuado, dispuesta a cumplir el más remoto e ínfimo de sus deseos, aun sabiendo que solo deseaba una única cosa: dejarse llevar hasta el fin como una barca de papel en un riachuelo manso.

Lo que si recuerdo con nitidez, como si no hubieran pasado casi cuatro años, cual si mi memoria se hubiera congelado en una foto fija –“no me duele, taengo, no me duele nada” -, es que en cuanto dejó de respirar tras haber abierto los ojos por un momento y dedicarme una mirada indescifrable y un vago recorrido por los rostros de su madre, de Yuri, de su amiga Hara, de su hermana Krystal, de mis padres que velaban en segundo plano, buceando con esos ojos sublimes que no eran ya sino una parodia trágica de si mismos, en ese preciso instante en que hacía su viaje, yo aflojé muy lentamente mi abrazo, apoyé su cabeza inerte sobre la almohada como quien deja en tierra un pequeño ave inmóvil, y acto seguido, como si hubiera recibido una orden telepática de obligado cumplimiento, fui hasta la alacena de la cocina, cogí la escoba y me puse a barrer la habitación.

No derramé una sola lágrima. A los pocos días de su muerte llevé sus cenizas a el rio Han, acompañada por Yuri, Hara y Krystal. Jessica y yo amábamos el rio Han por la noche, era nuestro escondite predilecto, nuestro lugar privado y exclusivo. En la mitad de camino a el rio, teníamos una pequeña habitación donde nos pegábamos como amebas a las rocas durante horas y nos besábamos desnudas jugando, mirando hacía el agua. Contemplé como el rio absorbía con delicadeza lo que quedaba de Jessica sintiendo impávida y seca como de corcho.

Entrelazando nuestras cinturas murmuramos una meditación, que quería ser consolador pero que a mí me supo a un punto final tan duro como diamante obstinado. “La muerte es un hecho natural, pero siempre resulta una violencia indebida”, escribió Simone de Beauvoir cuando murió su madre. Cierto, Beauvoir, cierto. Esa violencia indebida me devoraba de rabia y de impotencia clavándome sus garras con odio. Quería llorar, es más, mi alma pedía a gritos que dejara salir esa pena que me ahogaba hasta el espasmo, pero no podía.

Tampoco lo hice cuando, desgarrada por dentro, desmonté nuestra casa como quien desarma un puzzle armado. Acariciar su ropa me provocaba un dolor infinito, su olor todavía adherido a los pantalones, los abrigos a la moda, las blusas sedosas y leves, las fundas de su almohada, las paredes, los cuadros, las toallas.

Mi música, su música, nuestra música, nuestros libros, la letra enorme y apasionada de sus cartas, sus notas dispersas en tarjetas, en los mensajes de amor que solía escribirme cuando menos los esperaba, en las listas de compra olvidadas en algún cajón de la cocina.

Su familia se mostro sumamente respetuosa conmigo, como siempre lo había sido. Yo era la heredera legítima de Jessica, su viuda por ley de amor, y con exquisita delicadeza dejaron que dispusiera sus pertenencias incluido el apartamento, que era de su propiedad. No lo quise. Imposible vivir un solo día más respirando el aire que ella ya no respiraba conmigo, y me mudé de inmediato a casa de mis padres. ¿Dónde se había escondido el llanto? ¿En que perdido rincón de mi espíritu estaba atrincherado y se negaba a obstinadamente a salir?

Pero la esencia de los ciclos es su poder de mutar, y habrá sido la pequeña lechera de latón, el platillo café, o tal vez el ticket desteñido de un cine de la ciudad. Vaya a saber. El caso es que una mañana insípida, una de tantas de aquella época nebulosa e inconsistente, noté que una pena irreprimible me oprimía el esternón como si fuera a hundirse en mi carne y por fin el llanto hizo acto de presencia.

Huyendo de una llovizna de agosto, tan intempestiva como impuntual, había buscando refugio en una cafetería para tomar algo y leer el periódico con empeño que ganas.

Apenas el camarero hubo depositado mi pedido sobre la mesa de mármol, las lágrimas comenzaron a brotar indiferentes de mi vergüenza y mi voluntad.

Por detrás de las enromes cristaleras los ojos húmedos, veía sin ver el hormigueo de la gente desconcertada, entrando y saliendo de la boca del metro, amparándose de la lluvia en el quiosco de periódicos, cruzando la calle, sus cabezas malcubiertas por sombreros improvisados con bolsas y esquivando a los coches que reclamaban a bocinazos su derecho al paso.

Lloré entonces por la luz de los semáforos que cambiaban rítmicamente del verde al rojo pasando por el amarillo con pautas obstinadas, por el vapor de emanaba el cemento caliente, lloré por las letras perfectamentes moldeadas del menú del café. Lloré por Seúl bajo la lluvia, por el azúcar que se hundía sin remedio en la negrura del café, por todos los presentes y ausentes, por mi y mi a amada muerta, por esta vida y por las otras, si es que las había, si es que yo rondaría en alguna de ellas.

Una vez abiertas las compuertas del lugar de los duelos ya no pude parar. Me encerraba en mi cuarto de niña en casa de mis padres con cualquier excusa para llorar a mis anchas. Imágenes, recuerdos, un montón de sensaciones arremolinadas, palabras sueltas, la voz aguda de Jéssica, la piel de Jessica, los finos labios de Jessica, el vientre de Jessica.

El aroma de los postres que disfrutábamos, las masacres de guerras en las noticias, el gesto pordiosero de un vagabundo de cualquier esquina, una sábana áspera, las flores  marchitándose en el florero, un documental de viajes a sitios en que había estado con Jessica. Cualquier circunstancia que atravesara el frágil umbral de mi presencia de ánimo me hacía sollozar hasta el espasmo.

Mis padres me ayudaron con amor infinito durante todo este periodo nefasto, la mayoría de las veces guardando un silencio respetuoso y confortable. La catarsis duró meses, un año quizá, pero poco a poco fue cediendo a la evidencia, al consuelo, a la energía vital o comoquiera que se llame. Sin darme casi cuenta retorné a lo cotidiano, a mi trabajo, a las salidas con las amigas, a reír con ganas de reír. Pasé de la penuria de sobrevivir a vivir con alegría, construyendo mi vida más que reconstruyendo entre los escombros de la perdida. El llanto se fue de mi y ya no regresó.

 

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Comments

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audaf27 #1
!!?!?! donde anda?!?! no lo vayas a dejar así >>
yuyesj #2
Chapter 13: TIFF ES RARA, AUNQ TAE IGUAL, MMMMM AUN KIERE A SICA???
audaf27 #3
Chapter 13: sadsdsdsads *w* wooooo <3 <3 te esperé Dx... tardaste mucho >< pero te comprendo Dx... gracias por hacer esto muchas gracias ^^ :D
sonelf1509
#4
Chapter 13: Gracias por los dos capitulos :D esta muy bueno y ya hacía falta leer, continualo pronto por favor!!!
audaf27 #5
Chapter 11: dadsafsdafds ^^^<3 <3 sensual :D jajaja
yuyesj #6
Chapter 11: q buen finc me gusta mucho por fin Taeny, la menera en como esta escrita me gusta mucho, espero actualices pronto,
sonelf1509
#7
Chapter 11: Cada vez se pone mejor akdfjksdfj ya quiero la continuación!!!
tachineko #8
Habitación en Roma? O.O
audaf27 #9
Chapter 10: OMG!! sadsdsd estoy muriendo pero que genial... Fany eres una loquilla xD OMG!! s y continua por favor no lo dejes ahí asdsadasd :D :D <3
-Yiime- #10
Chapter 10: O.o me gusta esta tiffany xD sii va aver accion