I.

La hora que marcaba su reloj era la hora acordada, nuevamente en aquel lugar desolado. El viento helado la hacía temblar y abrazarse a sí misma para calentarse, los minutos pasaban y ella se comenzaba a desesperar.

—Tal vez no vendrá —se dijo con desilusión y la mirada clavada en el lago frente a ella, unas luces pequeñas brillaban a su alrededor, prendiendo y apagando—. Solo las luciérnagas me hacen compañía —susurró con tristeza.

Ese día era el día acordado en el que se encontrarían después de tanto tiempo. Era un lugar alejado de la gran ciudad, su lugar secreto.

[...]

El clima no era muy bueno esa mañana, pero no podía hacer nada para escaparse de sus deberes diarios. Estaba tan cansada por todo lo que hizo el día anterior mientras cuidaba a sus hermanos pequeños y estos precisamente no eran unos angelitos como lo aparentaban siempre, no supo en qué momento sus padres llegaron y mucho menos se dio cuenta que su padre la había llevado a la cama.

Despertó cuando sus pequeños hermanos entraron a su habitación, subieron a su cama y comenzaron a saltar, con desgano abrió los ojos y miró a esos pequeños diablillos con molestia, se puso de pie y los hecho de su habitación. Un gran suspiro salió de sus labios al darse cuenta que ese día tenia clases.

Seguía caminando con cansancio y la mirada perdida, parecía estar en piloto automático, su cuello dolía, sin permiso alguno sus ojos querían cerrarse.

—No debí aceptar cuidar a mis hermanos —dijo al soltar un largo suspiro.

Su cuerpo se impactó contra otro por ir con los ojos cerrados, los abrió de golpe apenas escuchó a la otra persona impactar contra el frío pavimento.

—¿Uh?... —Distraídamente musitó. Parpadeó un par de veces escuchando los quejidos de la mujer en el suelo—. ¿Se encuentra bien? —Preguntó.

Sus manos estaban dentro de su abrigo, se agachó un poco para observar detenidamente a la mujer que no parecía reaccionar ante su pregunta, no se había dado cuenta que había estirado una de sus cálidas manos en dirección a la mujer que seguía mirándola como idiota.

—¿Señorita? —Trató de llamar su atención.

Aquellos ojos ónice le hicieron estremecer, mientras que para la contraria parecía haber caído en el paraíso absoluto, pues no podía dejar de mirar a esa estudiante como si fuera un bello ángel, inclusive su dulce voz era melodiosa ante sus oídos.

La castaña hizo una mueca, estaba por volver a meter su mano al bolsillo de su abrigo cuando aquella mujer rubia la tomó con fuerza para impulsarse y ponerse en pie.

—Lo siento —se disculpó la estudiante—. ¿Se lastimó? —Volvió a preguntar.

—Estoy bien —respondió con una sonrisa en el rostro—. Acepte mis disculpas también señorita —pidió—. Venía distraída por mi teléfono celular y no presté atención en mi camino —se sinceró mientras dejaba a la vista al causante de su accidente.

La estudiante miró el aparato, asintió sin importancia y trató de sonreírle a la mujer para no ser grosera.

—No se preocupe —la tranquilizó—. Si me disculpa —dijo dando un paso adelante para comenzar con su camino—. Debo irme.

Apenas si logró dar unos pasos cuando escuchó nuevamente la voz de aquella mujer.

—Disculpa —la estudiante dio vuelta en sus talones para poder estar de frente a ella una vez más—. Eh... —lanzó un bostezo al aire y miró expectante a la mujer—. ¿Podría ayudarme con algunas indicaciones? —Pidió.

—¿Usted no es de por aquí? —Preguntó la castaña mientras la mayor rascaba su nuca con timidez.

—P-p-pues... sí —dijo nerviosa. La menor alzó una de sus cejas y se cruzó de brazos sin comprender mucho la actitud de la mujer—. Nací aquí, pero mi familia decidió mudarse cuando apenas era una niña —comentó—. Por lo que sé muy poco de aquí.

La menor asintió lentamente comprendiendo.

—Entiendo... ¿Qué es lo que desea saber?

—Necesito indicaciones de una dirección —la mayor torpemente deslizó sus dedos en la pantalla táctil para poder mostrarle la información que le habían enviado.

—Eso está bastante alejado de aquí —dijo—. Pero podría tomar un taxi y darle la dirección para que la lleve hasta allá —le dio una opción y se encogió de hombros.

La mayor no pudo evitar reír por el comentario de esa joven.

—Esa es una gran idea —asintió de acuerdo—. Pero hay un pequeño problema con eso —mostró sus dedos índice y pulgar en una pequeña brecha entre ellos. La castaña ladeó la cabeza tiernamente—. Trabajaré en ese lugar y quisiera aprenderme el camino para no mal gastar mi poco ingreso en taxis.

Ciertamente ella tenía razón.

—Buen punto —habló y suspiró—. Veamos... —volvió a quedarse pensativa, de pronto su celular comenzó a sonar—. Disculpe —la joven tomó la llamada—. ¿Hola?... —Preguntó—. ¡Jess!... Sí, sí iré... —asentía con la cabeza como si la persona al otro lado de la línea pudiera verle—. Muy bien, detén a las chicas un poco más, voy en camino... —le aseguró—. Nos vemos —cortó la llamada y miró a la mujer frente a ella—. Lo siento, no podré ayudarle —dijo—. Mis amigas necesitan de mí en estos momentos y... ¡voy realmente tarde al instituto! —Una mueca de disculpas se formó en su rostro mientras se encogía de hombros.

La mujer no podía dejar de mirarla embobada, era interesante esa estudiante.

—Gracias de todas maneras —le tendió la mano—. Hasta luego extraña —la menor tomó su mano y le sonrió.

—Hasta luego extraña —repitió.

La mayor se quedó ahí mirando como la castaña se alejaba de apoco, suspiró y se subió a su auto.

La estudiante siguió su camino sin darse cuenta que tras ella iba un coche oscuro, seguía viéndose cansada mientras caminaba. El coche aceleró un poco más y estacionó un poco más delante de ella, el conductor bajó.

—Hola extraña.

—¡Con un carajo! —Gritó desde el suelo, su despiste de ir con los ojos cerrados parecía estarle causando incidentes—. Vaya que esta mañana no es la mejor para mí —se quejó en voz alta.

—Oye... a una chica tan linda como tú no se le escucha agradable las palabrotas —aquella voz la había escuchado antes.

Abrió sus ojos y se sorprendió de ver nuevamente a la mujer que había dejado atrás. Entrecerró los ojos y le miró fijamente.

—¿Me está siguiendo o es una maniática? —La mayor le miró sorprendía y después río—. ¿Qué es lo gracioso? —Se quejó cruzándose de brazos.

La mujer no entendía cómo es que esa hermosa estudiante era tan despistada.

—No es educado preguntarle eso a las personas —respondió con una linda sonrisa en los labios, le tendió la mano—. Solo quiero acercarle a su instituto —dijo una vez la joven había tomado su mano.

•••

Dos años más tarde.

Caminaba de un lado para otro para calmar sus nervios. La situación cada vez era más estresante para ella y no sabía exactamente qué podía hacer, sentía que en cualquier momento explotaría. Sus padres podían ser muy exigentes y sabía que ellos querían que ella fuera perfecta, pero estaba segura que no era perfecta.

—¿Qué haré? —Se preguntó con preocupación mientras sus manos pasaban una y otra vez por su rostro con desesperación—. Ellos llegarán en cualquier momento —su estómago se revolvió de los nervios.

Como no estar nerviosa cuando llevaba dos años exactos sin verlos, los extrañaba, eso no podía negarlo, pero estaba nerviosa por la opinión que pudiera