El viaje al lago Blue Mountain les llevó más tiempo del que Yuri había imaginado ya que los hermanos Norwich se mostraron encantados con la idea de una colaboración. Era muy posible que los tres pudieran hacer algo juntos y las ideas no dejaron de surgir en la cabeza de Yuri. Mientras regresaban a Saranac Lake, le resultó difícil recordar por qué no podía ser una marinera y una constructora a la vez. Entonces, movió su pierna y se convenció de que era capaz de hacer ambas cosas. Ahora que el dolor comenzaba a ser más leve, empezaba a plantearse el futuro.

No podía seguir navegando por siempre. Un capitán profesional tenía una carrera más larga que otros deportistas, pero aun así era una vida dura y su pierna iba a ser un riesgo permanente. Por mucha rehabilitación que hiciera, siempre sería débil y si alguna vez volvía a darse un golpe en el mismo sitio, podría perderla.

Spike la miró.

—¿Quieres que paremos a comer en algún sitio de vuelta a casa?

—Lo cierto es que quiero ir directamente a casa de Seohyun.

—¿Voy a volver a recibir una de esas llamadas a medianoche? —preguntó con una sonrisa pícara.

—Siento haberte sacado de la cama.

 —Venga, Yuri, sólo estaba bromeando.

Veinte minutos más tarde, llegaron a casa de Seohyun. El Range Rover no estaba allí. En su lugar había otro coche.

Yuri frunció el ceño. —Espera, Spike.

Se dirigió a la puerta y llamó un par de veces. Libby abrió e intercambiaron unas breves palabras que la dejaron hundida.

Regresó al coche, confiando en que se le pasara la sorpresa.

—Llévame a casa —dijo bruscamente.

—¿Qué ocurre?

—Se ha ido, ha regresado a Nueva York. Ha dejado el proyecto. Llévame a casa.

**

Jessica abrió la puerta de su ático de Manhattan y respiró hondo. Al dejar el bolso, decidió que iba a vender aquel lugar. Era demasiado grande para ella sola y siempre había sido de Sooyoung, aunque lo compraran y decoraran ambas. Se dirigió al salón, pasando junto a la enorme cristalera que daba a Central Park. Al llegar a la biblioteca, se detuvo a contemplar el retrato de Sooyoung que colgaba sobre la chimenea, cuyos ojos parecían seguirla y eso le agradó porque de repente tenía mucho qué decir quería toda su atención.

—La quiero —dijo mirando el retrato—. Es más de lo que sentí por ti.

Sooyoung, por su carácter competitivo, habría querido saberlo aunque le hubiese dolido.

—Por fin me he dado cuenta de lo enfadada que he estado contigo y lo frustrada que me he sentido…

Se quedó mirándola en silencio, estudiando sus mejillas, sus ojos, su frente y su pelo cano.

Recordó el testamento que había redactado. Le había dejado la mayor parte de su herencia. Además, había dejado todo arreglado para que tuviera el control de sus inversiones, así que podía tener lo que quisiera cuando quisiera.

Jess frunció el ceño, tratando de recordar las últimas palabras que le había dirigido. La había llamado antes de salir con Yuri aquel día de lluvia. ¿De qué había hablado? De una fiesta a la que iban a asistir, de un viaje a Roma… Pero había habido algo más. Le había recitado unos versos.

Erase una mujer en un barco.

Con todo un océano que surcar.

Tuvo que ir de aquí para allá para encontrar.

Que todo lo que necesitaba era un hogar.

Ella había reído diciendo que las rimas no se le daban bien. Después le había dicho que le gustaba saber que ella estaba en casa a salvo. Después se habían despedido por la que iba a ser la última vez. Al menos había sido una despedida cálida recordó aliviada. Se había sentido conmovida por lo que le había dicho. Ahora se daba cuenta de que Sooyoung sabía que ella estaba al tanto de lo que hacía y de que estaba arrepentida.

Lágrimas comenzaron a rodar y esta vez no las contuvo. Sintió que su pecho se liberaba de la ira y que sus emociones ocultas daban paso a una gran calma. Esa paz le permitió recordar otros aspectos de la que fuera antes su esposa, como el cariño, el respeto y la bondad.

—Oh, Sooyoungie. Lo intentamos, ¿verdad?— Se secó la cara y fue a la habitación de invitados que había estado ocupando durante el último año. Se metió en la cama y durmió doce horas seguidas.

Se despertó hambrienta y, por alguna razón, lo único que le apetecía eran huevos. Se tomó siete, fritos en mantequilla.

Marie, su asistenta, llegó a las diez y Jessica charló con ella un rato, antes de meterse en la ducha.

Mientras decidía frente a su armario qué ropa ponerse, comenzó a sonar su teléfono móvil y lo sacó del bolso.

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