—¿Cuánto tiempo vas a quedarte en Nueva York? —preguntó el hombre.

En el momento en que Yoona entró en el apartamento de los Adams en

compañía de Jessica, el hombre la vio y se dirigió directamente a ella, como si no hubiera nadie más. Se llamaba Charles no sé qué, y a ella le sorprendió, porque se sentía totalmente como pez fuera del agua, con un vestido prestado, aunque por lo visto el tal Charles no se había dado cuenta de nada. Teniendo en cuenta que no parecía un tonto, Yoona tuvo que pensar que ella era mejor actriz de lo que creía.

—Un par de días —respondió ella con la vista de nuevo en la hilera de libros—. Estoy realizando algunas alteraciones en el vestido.

El hombre bajó los ojos. El vestido de cuello alto significaba que no enseñaba mucho escote, pero el tejido de punto negro se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. Igual que los ojos del hombre.

Sentirse mirada así la hizo recordar a Seohyun, sólo que aquel Charles no despertaba en ella las mismas emociones. Ni de lejos.

—¿Estás libre mañana por la noche para cenar?

Yoona lo miró, ruborizándose. Era un hombre muy atractivo, con un estilo muy neoyorquino y tremendamente sofisticado, y la invitación iba muy en serio. Pero ella no se sentía atraída por él.

—Bueno, yo…

—Cielos, te has ruborizado —dijo él, riendo, como si no pudiera creerlo. Como si las mujeres que él conocía no hicieran tal cosa.

Charles no-sé-qué le apartó un mechón de pelo del hombro, y de repente Yoona se dio cuenta de que estaban solos.

Había llegado el momento de salir de allí, se dijo.

Pero antes de poder dar una excusa para irse, una voz grave y ronca sonó a su espalda.

—Hola, Yoona.

Giró en redondo y casi se le cayó la copa de vino. Seohyun estaba detrás de ella, alta e imponente como las montañas de Saranac. Como entre una neblina, la vió en su traje de falda, la camisa inmaculadamente blanca, y en sus zapatos negros.  Recordó la sensación de las manos femeninas en su cuerpo, del roce de sus cabellos morenos en la piel. Recordó sus caricias, con la mano y con la boca.

—Hola, Charles —continuó Seohyun, tendiéndole la mano—. Ahora ya puedes estrechármela. ¿Has venido solo o con tu mujer?

Ahora fue el tal Charles quien se ruborizó.

—No, se ha ido con el servicio a abrir la casa de Palm Beach.

—¿Y los niños?, —continuó Seohyun, moviendo el vaso que llevaba en la mano—. ¿Cuántos años tienen? Tres y seis, ¿no?

—Vaya, qué buena memoria.

Se hizo un tenso silencio. El tal Charles miró hacia la puerta, como si de repente tuviera mucha prisa por salir de allí.

—Si me disculpas —murmuró a Yoona—. Ha sido un placer conocerte.

—Sí, eso, Charles, vete —masculló Seohyun—. Buen chico.

El hombre se fue y cuando  Yoona miró a Seohyun, ésta la estaba mirando con la mandíbula apretada.

Con rabia, con ira.

Menos mal que no le había llamado, fue lo único que pudo pensar ella.

Se había sentido tentada a hacerlo, desesperada por retirar la confesión de amor, pero ahora se alegraba de no haberlo hecho. Al menos podía alzar la cabeza con orgullo.

—Vaya, Yoona, te las arreglas muy bien. ¿Defraudada de que Charles se haya ido? — dijo ella con sarcasmo—. ¿O quizá sorprendida de que esté casado? No, claro. No creo que eso te importe.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, porque fue lo único que se le ocurrió. Ni la rabia ni las palabras de Seohyun tenían ninguna lógica.

—Eso digo yo. ¿Qué haces tú aquí? Yoona se tensó.

—Jessica me ha invitado.

 —Esa mujer es toda una anfitriona.

Un camarero entró con un vaso, y Seohyun lo cambió por el que acababa de beber.

—Quiero otro. Ahora.

El hombre desapareció rápidamente.

Mientras Seohyun apuraba el bourbon prácticamente de un trago, Yoona pensó que debía seguir el ejemplo del camarero y marcharse. Nadie en su sano juicio podía soportar los callados reproches y la desagradable actitud de la mujer frente a ella.

—Si me disculpas…

Seohyun la sujetó por el brazo.

—No, no te disculpo —dijo, tirando de ella hacia su cuerpo—. Estás muy guapa con ese vestido, pero supongo que Wilshire te ha dicho lo mismo. Me sorprende que haya salido corriendo. Aunque se asusta enseguida.

—Ahora mismo podrías intimidar a todo un ejército —le espetó ella sin dejar de mirarla a los ojos.

Yoona recordó las palabras de Jiyeon sobre ella, sobre la dureza que había bajo la fachada urbana y sofisticada, pero ella no le tenía miedo. Pasara lo que pasara, sabía que Seohyun nunca le haría daño físicamente.

La mano que le sujetaba el brazo se aflojó y Seohyun le acarició el interior de la muñeca con el pulgar.

—¿Cómo es posible que me haya equivocado tanto contigo, Yoona? —dijo ella.

 —¿Tú crees?

—Desde luego. ¿Qué tal está Jiyeon? —añadió—. ¿Qué está haciendo, mientras tú estás aquí, dejando que un hombre casado te toque? ¿Está sentada junto al teléfono, esperando tu llamada? ¿Le has dicho que ibas a estar muy ocupada y que le llamarás mañana?

—No tengo ni idea de lo que está haciendo Jiyeon —respondió ella con voz lenta y clara—, porque no salgo con ella. Nunca he salido con ella.

—Dios, desde luego sabes mentir.

El camarero llegó con otro vaso, y Seohyun la soltó un momento para hacerse con él. Cuando el camarero se marchó y ella fue a beber, Yoona le puso una mano en el brazo.

—No te entiendo. ¿Por qué estás tan enfadada? ¿Hay algún problema?

Los ojos café oscuros se entrecerraron, pero no la, miraron.

—Tú. Tú eres el problema.

—Bueno, eso se puede arreglar fácilmente. Adiós, Seohyun.  Yoona se volvió para irse.

—Te deseo tanto que duele —dijo ella con desesperación.

Yoona giró la cabeza. No estaba segura de haberle oído bien.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

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