El fin de semana siguiente Yoona fue testigo de la boda de Tiffany y Taeyeon en los juzgados del condado, El otro testigo fue Spike. Tiffany llevaba un sencillo y práctico traje pantalón porque el humo del incendio y el agua de los bomberos habían destrozado el vestido de novia que Yoona había diseñado y cosido para ella.

Lo curioso era que ni a Tiffany ni a Taeyeon parecía importarles el cambio de vestuario, recepción y planes de boda. Ni siquiera parecieron darse cuenta de que en lugar de en una catedral estaban en el despacho de un juez. Las dos resplandecían de felicidad, sobre todo cuando se dieron el primer beso como esposas.

Yoona, sin embargo, sentía inmensamente las pérdidas. Sobre todo en el momento de firmar las actas como testigo.

Después de la cena en un pequeño restaurante local, las cuatro volvieron a casa de Seohyun. Acababan de entrar por la puerta principal cuando Libby salió a recibirlos con Ernest en los talones.

—Acaba de llamar el señor Seo —le informó a Yoona—. Ha dicho que estaba viajando, pero que lo intentará más tarde.

—Oh, gracias.

Durante la última semana, Seohyun la había llamado tanto como antes, pero ahora ella interpretaba las llamadas de manera diferente. ¿La llamaba siempre pronto por la mañana y tarde por la noche no porque estuviera ocupada, sino porque quería comprobar que estaba en casa? Y cuando le preguntaba qué hacía durante el día ¿no era un intento de saber si estaba saliendo con alguien?

Seohyun le había dicho que no le importaba lo que hiciera en el norte, pero no estaba segura de poder creerlo.

—¿Dónde habéis estado? —preguntó Libby, como si fueran adolescentes volviendo de una noche de marcha.

—Casándonos —dijo Tiifany, y le enseñó el anillo de oro que llevaba en el dedo con una resplandeciente sonrisa.

—¿Por qué no habéis dicho nada?

Libby corrió a abrazar a la pareja, y Ernest, encantado con el abrazo colectivo, apoyó las patas en la cadera de Taeyeon y se unió al grupo, meneando la cola.

—Con todo lo que ha pasado, queríamos una boda tranquila —dijo Tiffany. —¿Saco el champán?

Tiffany miró a Taeyeon y sonrió. —Es una idea fantástica.

Sentadas en la mesa de la cocina, las cinco brindaron con champán por la felicidad de las recién casadas. Pero Yoona, al observar la felicidad de su hermana y Tae, sintió que se le partía el corazón.

 Más tarde, cuando subió a su habitación, se desnudó y se metió entre las sábanas. Estaba tumbada boca abajo, cuando sonó el teléfono de la mesita. Instintivamente fue a descolgar, pero pensó que seguramente era la línea privada de Seohyun. El teléfono del pasillo no sonaba y, por cautela, prefirió no saber quién le llamaba.

Desde la conversación con su hermana  Yuri, Yoona había pensado mucho en lo que Seohyun hacía en Washington. Si le había dicho que no le importaba que saliera con otras mujeres en el norte, era normal pensar que la castaña veía a otras mujeres en el sur.

Después de cuatro timbrazos, el teléfono calló.

****

Seohyun cerró el teléfono móvil y no quiso mirar el reloj. Sabía perfectamente que era más de medianoche. O Yoona no quería responder a su teléfono privado, o todavía no había llegado a casa.

¿Por qué demonios le había dicho que no le importaba que saliera con otras mujeres en el norte?

Le importaba, y mucho. Hasta el punto de que no podía pensar en nada más que en eso. Y que la echaba de menos terriblemente. Sin ella a su lado se sentía desnuda y vacía.

Agotada, se frotó los ojos y deseó no estar en otra más de las innumerables fiestas de Washington. Al Otro lado de la puerta, se oía el ruido de gente bebiendo, hablando y riendo. John Beckin había montado un buen revuelo, como siempre, pero aquella noche Seohyun no estaba de humor.

La voz de Yoona resonaba una y otra vez en su cabeza. «¿Qué necesitas para confiar en mí?».

«No necesito confiar en ti».

Su respuesta fue sincera, pero probablemente equivocada. En primer lugar, si fuera cierto, ahora no estaría tan hundida. Y en segundo lugar, ¿no tenía Yoona derecho a saber que confiaba en ella?

«¿Qué necesitas para confiar en mí?».

¡Cómo temía la pregunta! Porque cuanto más tiempo estaba con ella, más unida a ella se sentía, y más difícil le resultaba olvidar el pasado. Olvidar la expresión devastada de su padre, y los ruidos de puertas al abrirse y cerrarse cuando los amantes de su madre se iban.

Sabía que Yoona no era su madre. Pero también sabía que ella había sido su primer amante. Y que ahora la rubia entraría en el mundo social de Nueva York tras una vida muy protegida en el norte. Era una belleza espectacular con gran corazón. ¿No merecía tener libertad para explorar?

Seohyun se frotó el centro del pecho. ¿Explorar?

Ni que la ciudad fuera un especial del National Geographic. Aunque en la Gran Manzana había muchos animales de todo tipo.

Sí, y si a alguno se le ocurriría rozarle la mano, ella se le lanzaría a la yugular. La quería para ella, y sólo para ella.

¿Qué debía hacer?

La respuesta era fácil. Pedirle que estuvieran juntas, como una pareja de novias, aunque a su edad el término parecía un poco ridículo.

La misma sensación de vacío que sintió cuando estuvo a punto de decirle «te quiero» la noche del incendio se apoderó ahora de ella.

Se volvió a frotar el esternón. Sí, tenía miedo.

Probablemente no era más que una cobarde, que no quería terminar con el corazón partido.

Tratando de dejar de pensar en eso, Seohyun se detuvo delante de una fotografía en blanco y negro de un grupo de estudiantes universitarios. Un