Yoona pasó el fin de semana dibujando, vigilando a la abuela y, por ridículo que pareciera, esperando la llamada de Seohyun. Afortunadamente, ésta llamó todos los días, una vez por la mañana y otra por la noche.

Siempre le preguntaba por ella, por su familia, por sus diseños, pero ella nunca sabía desde dónde llamaba. Muchas veces oía ruidos de voces y de gente Jal fondo, tras el eco de las llamadas a los vuelos de un aeropuerto, otras el lejano sonido del viento, como si estuviera andando por la calle. Yoona se dijo que se conformaba con sus llamadas, pero sabía que no era cierto. Las conversaciones telefónicas  le  hacían  ver  con  total  claridad  qué  era  lo  que  quería  de  ella,  y desgraciadamente sospechaba que era demasiado. Mucho más de lo que la castaña estaba dispuesta a darle.

Seohyun no volvió a mencionar la posibilidad de ir a visitarla.

La situación de incertidumbre la estaba matando, y sabía que tarde o temprano tendría que hablar con ella y poner las cartas sobre la mesa. Decidió hacerlo a su vuelta a Nueva York, después de la boda, y aunque sería una conversación difícil, era necesaria.

Cuando llegó el viernes por la noche, la semana había pasado a paso de tortuga. Afortunadamente la operación de Yuri había ido bien, pero la tensión en todos los habitantes de White Caps era más que evidente. Taeyeon se había quemado al sacar un asado del horno. Spike se hizo un tajo considerable en un dedo mientras cortaba unos filetes y Tiffany rompió a llorar al recibir una tarjeta de una antigua amiga.

¿Y Yoona? Yoona era una zombie que se paseaba de un lugar a otro de la casa con la mirada perdida.

Todos necesitaban un descanso, y por la tarde Yoona decidió obligar a Taeyeon y a Tiffany a salir por unas horas y disfrutar de su mutua compañía en la intimidad. Se lo merecían. Y así ella tendría un rato para estar sola, algo que también le hacía mucha falta.

—Necesitáis una cita romántica —les dijo Yoona mientras Taeyeon ayudaba a su novia a ponerse el abrigo—. ¿Cuándo fue la última vez que salisteis juntas y solas?

—En agosto —dijo Tiffany.

—Pero, escucha, si llama Yuri desde el hospital…

—No llamará. Yuri está bien. Has hablado con ella hace una hora.

—Pero Spike aún no ha vuelto de la carrera de motos, y…

—Tiffany, no tengo doce años. Puedo estar sola en casa perfectamente.

Quizá eso era en parte el atractivo de Nueva York. Haber tenido la oportunidad de estar sola y tranquila, de perderse en sus bocetos, y de dejar que su mente vagara libremente sin interferencias.

Cuando por fin su hermana y Taeyeon se fueron, Yoona fue al despacho, uno de sus lugares favoritos de la casa, una especie de refugio, caliente en invierno gracias al fuego de la chimenea, y fresco en verano, con las ventanas abiertas que dejaban entrar la fresca brisa de las lilas y el agua del lago.

Yoona se acercó a la repisa de caoba de la chimenea y examinó una colección de reliquias familiares, algunas muy valiosas, otras totalmente ridículas: copas de plata, trofeos de antiguas carreras; un ave de presa disecada que fue rescatada y conservada como mascota en la década de mil novecientos veinte; una retorcida raíz de roble con un sorprendente parecido al perfil de Elvis Presley. Yoona recorrió los objetos con los dedos, recordando que su padre solía hacer lo mismo.

Afuera, el viento que ascendía desde el lago golpeaba las contraventanas de la casa. Como por impulso, echó más troncos de leña al fuego, y se sentó en el sillón favorito de su padre.

Entonces pensó lo lejos que quedaba Nueva York. Y se imaginó volviendo a Manhattan y sintiéndose perdida, atrapada entre la antigua y la nueva Yoona.

Una hora después, fue a la cocina y sacó una sartén para calentar el estofado que había preparado Taeyeon. Mientras esperaba, se acercó de nuevo al estudio, para echar más leña al fuego. En eso estaba cuando oyó unos golpes en la puerta posterior de la casa.

Se limpió las manos en los tejanos y corrió hasta la puerta de la cocina. Contra el cristal de la puerta se dibujaba una sombra alta y curvilinea, y ella se apresuró a encender la luz.

—¡Seohyun! ¿Qué haces aquí? —dijo por fin al abrir la puerta.

El frío viento de la noche entró con la castaña. Su aspecto era de agotamiento, el traje ejecutivo arrugado, con la chaqueta del conjunto e uno de sus brazos, y con algunos botones de la blusa mas desabrochados de lo normal mostrando generosamente su escote. —Tenía que verte —dijo Seohyun.

Dejándose llevar por un impulso, Yoona la abrazó, y sintió la tensión en el cuerpo de la castaña durante un segundo, antes de que ella se relajara y la abrazara a su vez. Olía maravillosamente. Igual que en sus recuerdos.

—Estaba sentada delante de la chimenea —dijo ella—. ¿Quieres calentarte un poco?

—Suena perfecto. Y me encantaría tomar algo. El tráfico a la salida de Albany era horrible.

Yoona le preparó un bourbon y pasaron al estudio. Seohyun fue directamente a la chimenea, y se apoyó en la repisa. Bebió despacio mientras miraba las llamas.

—¿Ocurre algo? —preguntó la rubia, sentándose en el orejero donde había estado antes. Tras un ligero titubeo, Seohyun dejó el vaso y colocó la chaqueta en el respaldo de la silla,  saco una bolsa de tela de uno de los bolsillos de la chaqueta.

—Te he traído un regalo —dijo ella, acercándose a ella—. Pon las manos.

Yoona unió las palmas de las manos mientras ella desataba el cordel de la bolsa. Seohyun la vació en sus manos.

Eran botones. Botones antiguos, probablemente de época victoriana.

—¡Seo son exquisitos! ¿Dónde los has encontrado? —preguntó ella, tocándolos con los dedos.

Había por lo menos veinte, suficientes para un vestido de noche.

—El otro día pasé por una tienda de botones, y cuando los vi en el escaparate pensé en ti. Se me ocurrió que podrías utilizarlos para algo.

—Gracias.

Seohyun asintió y alargó la mano. Le acarició la mejilla con el índice.

—Seo, ¿qué ocurre?

Bruscamente, la castaña se hundió de rodillas delante de ella. —¿Puedo abrazarte?

—Claro.

Seohyun le separó las rodillas y los muslos y metió su cuerpo entre sus piernas. Después le rodeó la espalda con los brazos y apoyó la mejilla en su pecho.

Sin saber qué hacer, Yoona le acarició el pelo. Aunque no le gustaba verla en aquel estado, el hecho de que Seo hubiera acudido a ella y estuviera bajando la guardia la alegró.

La besó en la cabeza, y le acarició los hombros con las manos.

Seohyun se refugió en Yoona, pensando que nunca había tenido un lugar donde ir en los momentos más duros. Normalmente, cuando las cosas se ponían insoportables, salía con SunYe u otros amigas del mismo tipo, mujeres que bebían mucho y hablaban con dureza, porque eran mujeres duras e implacables.

Hasta ahora eso le había servido. Esconder la cabeza en la arena siempre había sido una buena táctica para ignorar sus dudas y crear una falsa ilusión de invencibilidad que incluso ella mismo había llegado a creer.

Sin embargo, aquella tarde, al dejar el despacho de Roger Adams sólo pensó en Yoona. Tras intentar sin éx