Tres semanas, pensó Seohyun. Tres semanas y todavía no había podido quitarse a aquella mujer de la cabeza.

Miró la pelota de squash que iba hacia ella como si estuviera viva y fuera armada. La golpeó con tanta fuerza que al rebotar casi le dio a su compañera en el pecho.

—¡Maldita sea! —exclamó Sun Ye—. ¡Es la cuarta vez que tengo que marcharme para que no me des! ¿Qué demonios te pasa, Johyun?

Seohyun maldijo en voz baja. Las pistas de squash del elitista Congress Club no eran el mejor lugar para desfogar su frustración.

—Lo siento cariño. Estoy muy tensa, y hoy no es mi día.

Además, tenía que haber sabido que un partido de squash tampoco serviría de mucho. Golpear la pelota con una raqueta no era la manera de superar la frustración de tres semanas de insomnio, tres semanas de sueños eróticos, tres semanas de echar de menos a una mujer sobre la que no tenía ningún derecho. Yoona.

Lo que necesitaba era a Yoona.

Encima de ella. Entre sus brazos. En su cuerpo.

Las dos jugadoras salieron de la pista y se dirigieron por el pasillo de mármol hacia el vestíbulo femenino. Allí se desnudaron y se metieron en las duchas comunes, más propias de gimnasios de otra época.

—Y dime, ¿cómo se llama la afortunada? —preguntó Sunye mientras abrían los grifos de cromo.

El ruido del agua apagó la maldición de Seohyun. —Repítelo, no te he oído.

—No hay ninguna afortunada.

—Venga, Seo, que te conozco. ¿Es alguien con quien te acuestas o alguien con quien trabajas?

—Se llama Yoona —reconoció Seohyun por fin—, y no es ninguna de las dos cosas. Sólo estoy desesperada por acostarme con ella.

—Pues hazlo. ¿Cuál es el problema?

—No lo sé. Siempre la he considerado una mujer inocente, y la respeto demasiado para jugar con ella. Y además, no soportaría descubrir que no lo es —confesó Seohyun. Se echó champú en la mano y se enjabonó el cabello —. Una de las cosas que más me gusta de ella es su… inocencia. La conozco desde siempre, desde que era un adolescente. Y estaba tan segura de que no era…

—¿Como las demás? —terminó Sunye por ella, aclarándose el pelo.

—Sí. Hasta tenía remordimientos de conciencia por desearla como la deseaba, pero eso fue antes de verla con su novia. Después vino a Nueva York, quedé con ella y la cosa se puso al rojo vivo… —Seohyun se enjabonó el pecho—. Pero, maldita sea, sale con otra mujer y me invitó a su habitación. ¿Qué clase de mujer decente hace eso?

Ése era el juego favorito de su madre, que no había traído más que desgracias a la familia.

—¿Cómo terminó la cosa? —preguntó Sunye.

No terminó, pensó ella. Y desde entonces estaba a punto de perder el juicio.

—Me fui cuando me dijo que me quería.

A Sunye se le cayó la pastilla de jabón que estaba utilizando.

 —¿Qué?

—No lo dijo en serio, pero me puso las pilas, te lo aseguro —continuó Seohyun. Después cerró el grifo y se acercó al montón de toallas blancas que había en una silla para hacerse con una—. El problema es que no puedo dejar de pensar en ella.

Con sendas toallas en el cuerpo y el cabello, las dos mujeres salieron de las duchas.

—Y no te cuento los sueños que tengo —continuó Seohyun, secándose el pelo—. Me siento como si tuviera catorce años. Me despierto por las mañanas con… bueno, ya me entiendes.

—Si no me falla la memoria, sí —dijo Sunye, riendo, mientras se ponía desodorante—. Te ha dado fuerte, amiga mía. Muy fuerte.

—A lo mejor lo que necesito es buscar otra mujer —dijo, poniéndose su camisa de corte femenino. Pero en cuanto las palabras salieron de su boca, se dio cuenta de que la idea no le apetecía en absoluto.

—No sé si en este caso servirá —dijo Sunye, poniéndose un suéter de cachemira por la cabeza—. Me parece que lo tuyo no es sólo cuestión de o. Y en estos casos, la mejor solución es invitarla y encerrarte con ella en tu suite hasta acabar con el misterio. A menos que…

Sunye se cepilló el pelo hacia atrás, despejando su ancha y orgullosa frente.

 —¿Qué? —preguntó Seohyun, que estaba  abrochando el botón de su falda—. ¿Qué?—insistió, deteniéndose.

—A menos que sea tu medía naranja de verdad, en cuyo caso estás perdida.

Seohyun maldijo a su amiga, y ésta se echó a reír.

—Pero las probabilidades son mínimas. Las mujeres como tú y como yo no estamos hechos para esas cosas.

Seohyun quedó pensativa un momento.

—Puede que tengas razón. Pero está con otra.

—Eso es entre ellas. No tiene nada que ver contigo.

—Qué cínica eres.

—¿Aún no te has dado cuenta?

Las dos salieron del vestuario, y Sunye se dirigió hacia la cafetería mientras Seohyun iba hacia el vestíbulo. Había quedado para cenar con Krystal y Roger Adams que daban una recepción en su casa, pero no tenía mucha prisa por llegar. Aquella misma mañana había logrado comprobar la última fuente que Beckin le había dado sobre las visitas nocturnas entre Roger y la periodista. Y había corroborado los rumores.

Había llegado el momento de sentarse con Adams y poner las cartas sobre la mesa. Seohyun tenía la esperanza de que hubiera algún tipo de explica