Cap. 6
Una adicción llamada Lee ChaerinMe desperté con la mente llena de pensamientos agradables. En todas y cada una de las fibras de mi cuerpo quedaban aún rescoldos de la pasión de la noche anterior. Me ardían los pechos y entre las piernas seguía notando palpitaciones.
Había oído hablar de sustancias que potenciaban la excitación ual, pero tanto… ¡Y sólo con un perfume! Sin embargo, esa no era la causa; la causa era ella, que había despertado en mí tantos sentimientos. Lo único que tenía que hacer era pensar en ella y me entraba un cosquilleo.
Me di la vuelta y me despecé a mis anchas. Estaba sola en el sofá cama y Chaerin me había tapado. Chaerin… que lindo nombre. Noté una pequeña punzada de resentimiento: en cierta manera, me habría gustado encontrarla a mi lado al despertar. Y sin embargo… ¿Por qué iba a estar allí? El sol brillaba intensamente a través de los cristales de la ventana y proyectaba sombras sobre el suelo. Así pues, no precisamente temprano.
<< ¿Dónde estará? Me pregunté. El apartamento permanecía en silencio, no se oía ni un solo ruido. Eché un vistazo a mi alrededor, un poco enfadada. ¿Acaso también acudía a domicilio? A pesar de los celos, me eché a reír, pues me costaba imaginarlo. Y en el caso de que acudiera a domicilio, seguramente no lo haría tan temprano.
Aun así, me quedó un rastro de incertidumbre. Oí el ruido de la llave en la cerradura. Un segundo después, entró y de inmediato dirigió la vista hacia el sofá. Cuando vio que yo seguía allí, me sonrió con dulzura.
-Hola. –Dijo, con una voz sedosa que le había oído en muy pocas ocasiones. De hecho, sólo se la había oído en la cama y cada vez que hablaba con esa voz, yo me convertía en una romántica incorregible con la columna vertebral hecha de gelatina.
Llevaba una bolsa de papel entre los brazos y se dirigió a la cocina.
-He ido a hacer la compra. –Dijo mientras se alejaba, hablando en mi dirección. Sonrió a modo de disculpa. –Para empezar, no soy una gran cocinera, pero la verdad es que no tenía nada de nada en casa.
De repente se me ocurrió que jamás había pensado en ella como alguien que también dedica tiempo a actividades tan cotidianas como hacer la compra, pero claro, hasta ella tendría que hacer de vez en cuando cosas << Normales >>.
Regresó de la cocina y se detuvo a pocos pasos del sofá.
-¿Quieres algo? –Me preguntó, convertida en la anfitriona perfecta. << ¿Para recuperar las fuerzas? >> Estuve a punto de preguntar, pero luego me contuve. La miré.
-Sí. –Dije, sin mala intención. –A ti.
Ella bajó la vista. << ¿Me he pasado? >> Pensé. Pero entonces entreví su cara desde abajo.
-¡Te has ruborizado! –Estaba tan sorprendida que se me escapó.
-Sí. –Ella levantó la vista. -¿Es que no puedo? –Se había puesto ligeramente a la defensiva.
-¡Sí, claro que sí! –Dije tratando de reparar mi error. –Es sólo que me resulta… -Me tragué la emoción que sentía. –Encantador.
Sonrió, mucho más tranquila.
-Hacía mucho tiempo que no me decían algo así. –Confesó, con dulzura.
El nudo que se me había hecho en la garganta se resistía a bajar.
¿Cómo era posible que ella estuviera allí, frente a mí, y fuera capaz de poner mi mundo patas arriba? La deseaba, quería que fuese mía para siempre. Y esa era la trampa. Me despejé de golpe, me envolví con la manta y me puse de pie.
-¿Te importa si me ducho aquí? –Le pregunté. Se dio cuenta del cambio que se había producido.
-No, claro que no. –Dijo con un leve titubeo. –Está todo a tu disposición.
Me cubrí con la manta y me dirigí al baño. Cuando pasé junto a ella, me sonrió de nuevo, con un gesto un tanto risueño. Seguramente, lo que tendría que haber hecho era pasar desnuda a su lado, pero no me sentí capaz.
La ducha me fue bien. Bajo el chorro caliente olvidé, momentáneamente, mi nerviosismo. Al cabo de un rato, cerré el grifo, aunque a regañadientes. No me había traído la ropa, lo cual significaba que tendría que volver a buscarla. ¡Que ridículo, por favor! ¿Qué tenía que hacer ahora? ¿Pasearme desnuda delante de ella?
Me envolví otra vez con la manta y regresé a la habitación. Ella acaba de encender un cigarrillo y estaba mirando por la ventana. Cuando me oyó, se giró. Estaba muy seria, pero en su rostro apareció una expresión risueña al verme otra vez envuelta en la manta. Recogí la ropa y me dirigí de nuevo hacia el baño.
-Si quieres, me doy la vuelta. –Comentó, en un tono ciertamente alegre.
-Bueno, está bien. –Repliqué, desalentada. –Si quieres mirar, mira. –Dejé caer la manta a un lado y empecé a vestirme. No la miré, pero habría jurado que se portó bien. Cuando terminé, miré de nuevo hacia donde ella estaba. -¿Ya estas contenta?
-Sí. –Dijo. –Totalmente. –Parecía como si le hubiera costado un gran esfuerzo controlarse y, evidentemente, mi comportamiento le parecía de lo más divertido. Yo no lo veía de la misma manera, la verdad.
-Si lo que quieres es reírte de mí, lo mejor será que me vaya. –Gruñí, un poco enfadada.
-No me estoy riendo de ti. –Prosiguió, con seriedad. –Pero no acabo de entender qué está pasando.
Y yo no era capaz de explicárselo, pues bastante trabajo me costaba a mí entenderlo.
-Bueno, no me hagas caso. –Repliqué, en un tono desenfadado. –A veces me comporto como una tonta.
-¿De verdad? No me había dado cuenta. –Comentó en un tono burlón. Si yo a veces no era capaz de entenderla, tal vez a ella le sucedía lo mismo.
Me acerqué a ella que seguía junto a la ventana.
-Te he echado de menos. –Dije con ternura. Ahora que se me hab
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