¿Quieres volver a intentarlo?

Una adicción llamada Lee Chaerin
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Al día siguiente me llamó de todas formas a la oficina.

 —¿Dara te has vuelto loca? —me dijo, a modo de saludo. Me comporté como si no supiera de qué me estaba hablando.

 —No —respondí inocentemente—, ¿por qué?

 —¿Y entonces qué hacen estas cincuenta rosas rojas en mi casa? ¡Te habrán costado un dineral! —Estaba muy indignada.

 —¿Cómo? —Contesté, con la misma inocencia de antes—.

- ¿Alguien te ha mandado cincuenta rosas rojas?

 —Alguien no. ¡Tú! —Se enfureció—. ¡No lo niegues!

 Me encantaba cuando se agitaba de aquella manera. Se le había puesto una voz muy aguda.

 —No lo estoy negando —dije alegremente, sin dejar de reír.

 ¡Ah, cuánto la quería! ¡Qué carácter!

 —O sea, que te has vuelto loca. —Lo dijo en tono triunfal.

 —Te quiero —dije en voz baja—. Si eso significa estar loca, ojalá esté loca el resto de mi vida.

 Se hizo un silencio que duró unos segundos.

 —Son muy bonitas —contestó al fin, también en voz baja.

 —Eso espero. Las he escogido yo misma, una por una.

 —¿Una por una? —Se quedó atónita.

 —Pues claro. No iba a permitir que lo hiciera otra persona, ¿verdad? —su voz estaba empezando a despertar mi deseo... y todavía faltaban muchas horas hasta que llegara la noche.

 —Estás loca —afirmó en tono sensual.

 —Será mejor que lo dejemos —le pedí, tratando de mostrarme razonable—. Esto se empieza a parecer mucho al o telefónico.

 

—¿Dara vendrás a verme hoy? —me preguntó, sin transición alguna.

 —Si quieres. —No estaba muy segura de lo que pretendía.

 —Sí que quiero —confirmó rápidamente. Desde luego, decisión no le faltaba, lo cual no era nada habitual. ¿Se estaba convirtiendo en una costumbre nueva? Sólo hacía un día que la había puesto en práctica—. ¿A qué hora terminas?

 —a eso de las siete. —Me moría de deseo por ella y mis sentimientos se rebelaban, pero no me quedaba otro remedio que admitir que en mi mesa se apilaban montañas de trabajo.

 —Lo dices en broma, ¿no?

 —No. —Esta vez, tuve que mantenerme firme. Por mucho que me gustara, no podía dejarlo todo y salir corriendo cada vez que ella aparecía. Se me estaba acumulando el trabajo y las fechas de entrega se acercaban, cosa que intenté explicarle—: Tendrías que ver cómo está mi mesa.

 Era obvio que todo aquello no le interesaba en lo más mínimo.

 —Si no vienes tú, iré yo —me comunicó alegremente.

 —¡Ni hablar! —Casi levanté las manos, como un gesto instintivo de defensa, pero en el último momento me di cuenta de que necesitaba al menos una para sostener el auricular. Traté de razonar con ella—. Chae sabes que no puede ser.

 —No, no —replicó—. Esta vez no me vas a hacer cambiar de idea. O estás en mi sofá a las cuatro en punto, o me verás en tu oficina.

 —¿En el sofá de mi oficina? —no pude evitar imaginarme la escena, ni burlarme de ella—. Eso aún no lo hemos probado.

 —Ahora eres tú la que busca el o telefónico. —Se rió.

 Lo admití.

 —Llegaré pronto —le prometí—, pero no te aseguro que sea a las cuatro en punto.

 —No llegues muy tarde —me susurró sensualmente—. Te estaré esperando.

—Dios mío —suspiré—, cuánto me gustaría estar ya ahí.

 

—Y a mí. —Percibí su impaciencia a través de la línea telefónica—. Hasta entonces, pues. Mientras tanto, me dedicaré a regar las rosas. —Hizo una pausa—. Pensaré en ti todo el día. —Colgó.

 Besé el auricular del teléfono y dije: — Yo también pensaré en ti todo el día. —Lo dejé en la mesa. Sentí lástima de mí misma mientras contemplaba el auricular de plástico, Mi adicción  me esperaba en casa. Mi exquisita adicción. La amaba.

 Finalmente, salí del trabajo a las cinco.

 Cuando entré en su apartamento, me recibió con un beso largo y apasionado, lo cual hizo que me empezaran a temblar las rodillas. Sin embargo, y para mi sorpresa, me soltó y me apartó de su lado.

 —Dara, siéntate —dijo. No era exactamente una petición, sino más bien una orden dictada en un tono educado—. Voy a prepararte un café.

 La veía muy puesta en el papel de ama de casa.

 —Si quieres, también puedes traerme las pantuflas—le grité, molesta.

 —Es que no tengo —me respondió, mirándome por encima del hombro—, pero si te gustan, te compro unas. —Aparentemente, hablaba en serio.

 —¡Por Dios! —exclamé. Estaba atónita, pues aquel recibimiento no acababa de encajar con mis expectativas—. -¿Qué es lo que te pasa?

 Puso en marcha la cafetera exprés y regresó junto a mí.

 Yo seguía contemplándola boquiabierta y ella me dio un pellizquito en la nariz.

 —Me gusta cuando llegas a casa cansada del trabajo y puedo cuidarte un poco. Jamás había tenido la oportunidad de hacerlo — explicó, con la intención de responder a mi pregunta. Después me empujó hacia el sofá y yo me dejé caer.

 —Pues espero que esto no se convierta en una costumbre —protesté—. Soy muy vaga. Si empezamos así, acabaremos pasando todas las noches en casa viendo la tele.

 Se inclinó sobre mí y me rozó sensualmente la mejilla con los labios.

 —Yo sé cómo evitarlo —dijo, riéndose en voz baja. Después se puso en pie—. Además, no tengo tele y, por lo que sé, tú tampoco.

 —Yo sí. Está en el sótano —repliqué.

 —Y ahí se va a quedar. —Se echó a reír otra vez—, por lo menos mientras sea yo quien hace los planes. —Desde luego, los estaba haciendo, aunque yo no acababa de entender muy bien qué significaba todo aquello.

 Regresó a la cocina y me trajo una taza de café. Después se sentó junto a mí en el sofá, como la primera vez que yo había ido a verla.

 Cruzó las piernas exactamente como lo había hecho entonces. La única diferencia es que iba vestida de forma distinta, lo cual no impidió que la deseara con desesperación.

 Cogí la taza de café y, sin dejar de observar por encima del borde a la mujer que estaba sentada junto a mí, bebí un sorbo. Chaerin había apoyado los brazos en el respaldo del sofá. Se volvió de repente y me pilló mirándola.

 —¿Quieres que me cambie de ropa? — preguntó. Se echó a reír cuando vio mi expresión angustiada—. Lo digo para que puedas saborear la situación tanto como entonces.

 No había duda de que sabía lo que se traía entre manos.

 —Basta ya —supliqué, un tanto incómoda—. Sabes que no me gusta.

 —Pero te has acordado. —A diferencia de lo que me sucedía a mí, Chaerin  se sentía lo bastante cómoda como para que la situación le resultara divertida—. Estabas tan hermosa aquel día —dijo, deleitándose claramente en el recuerdo—. Me di cuenta enseguida de que estabas enamorada de mí.

 -Supongo que me quedé mirándote embobada. —Aquellos recuerdos aún me hacían sentir muchísima vergüenza.

 —Sí te quedaste mirándome, pero no embobada —me corrigió.

 Manejaba la situación con gran dominio y consiguió que yo me sintiera prácticamente igual que aquel primer día.

 —Por cierto, que no me gustó demasiado. —El recuerdo de lo sucedido provocó en mí una reacción de rabia—. Fue espantoso.

 —¿Ser mi clienta? —De repente, se había puesto seria.

 ¿Qué pretendía al decir aquello? Hasta entonces, nunca había sacado el tema. Se inclinó y cogió una rosa del jarrón, que estaba sobre la mesita de café. La olió.

 —Las rosas no estaban aquí. —Me miró —. Hasta hoy, me habían regalado rosas rojas muy pocas veces y, desde luego, nunca tantas. —Se echó a reír, abrumada.

 Me costaba imaginarlo. Suponía que, a lo largo de su vida adulta, miles de personas — tanto hombres como mujeres— se habrían enamorado perdidamente de ella.

 —La primera vez que me regalaron rosas rojas —dijo de repente, absorta aún en la contemplación de la flor que sostenía en la mano— tenía diecisiete años. Me las regaló un hombre. —Se echó a reír con desdén—. Y claro, quería algo a cambio. —No aclaró si le había dado lo que él quería, y la verdad es que tampoco me interesaba mucho saberlo.

 Me miró de nuevo—. Después pasó mucho tiempo hasta que alguien volvió a regalarme rosas. De hecho, fue hace un par de años. — En esta ocasión, no dijo quién se las había regalado—. Y ahora tú.

 ¡No era mucho para una mujer como ella!

 Extendió un brazo y me rozó la mejilla con los pétalos de la rosa.

 Me acarició hasta la oreja, después descendió hacia mis labios y los acarició también. El perfume de la rosa era embriagador, aunque toda la sala desprendía la misma fragancia. La flor tenía un tacto suave y sedoso.

 Arranqué un pétalo con los labios y lo sujeté con fuerza. Ella se inclinó, todavía con la rosa en la mano, y me puso un brazo alrededor de los hombros. Me acarició la nuca con la flor y se inclinó aún más sobre mí. Después me besó en los labios, en la comisura opuesta a la que ocupaba el pétalo. Nuestros labios se rozaron apenas, como un susurro, pero se me escapó un gemido.

 Entreabrió los labios, tomó el pétalo y mi boca al mismo tiempo y me besó. Permitimos que nuestras lenguas juguetearan un rato con el pétalo: ella lo introducía en mi boca y yo se lo devolvía, hasta que no pude soportar más la excitación.

 Al parecer, a ella le ocurrió lo mismo, pues me empujó hacia atrás en el sofá y se tumbó sobre mí.

 Dejó la rosa a un lado y cogió el pétalo que todavía estaba en mi boca.

 —Esto ya no lo necesitamos —susurró, con una voz dulce y sensual.

 Deslicé las manos hacia su cintura y empecé a desnudarla. Al notar su piel, la acaricié con los dedos y empecé a desabrocharle los pantalones. Gimió cuando le acaricié el vientre.

 —Espera —me ordenó.

 

No me moví. Se sentó a horcajadas sobre mi pierna y empezó a balancearse, frotándose contra mí. Al cabo de unos segundos, se corrió impetuosamente. Después se dejó caer sobre mí y la abracé.

 —Lo siento —murmuró, tras concederse unos segundos para recuperar el aliento—. No era eso lo que pretendía hacer.

 —¿Te ha gustado? —le pregunté con ternura.

 —Sí. —Como de costumbre, lo admitió a regañadientes—. -Pero...

 —Entonces no hay problema. —La abracé con más fuerza. -No hay problema —respondí en voz baja.

 —Me vas a hacer llorar. —Había apoyado la cabeza junto a mí, en el cojín del sofá, y no le veía la cara. Le acaricié la espalda.

 —Pues llora. No te hará daño.

 —¡Sí que me hará daño! —protestó, con una vehemencia inesperada. Se levantó de golpe, se metió la camisa dentro de los pantalones y se subió la cremallera—.

- ¡Y sí que hay problema! —No conseguía abrocharse el botón. Dejó caer los brazos a los lados y me observó con una mirada de absoluta desesperación—. 

-¡Ni siquiera soy capaz de abrocharme los pantalones! —Estaba a punto de echarse a llorar y, desde luego, no era por los pantalones.

 Me senté.

 —Ven aquí —le dije. Se acercó y le abroché el botón. Después la obligué a sentarse sobre mis piernas—. ¿Qué pasa?

 —Ya no puedo hacer mi trabajo —me explicó. Yo ya había imaginado que eso tenía algo que ver—. Por lo menos temporalmente —matizó de inmediato. «Bueno, ya veremos si es sólo temporalmente», pensé.

 Se volvió sobre mi regazo y me miró—. Y por supuesto, tú te alegras —me espetó, rabiosa.

 

Estaba claro que eso no podía rebatírselo.

 —Por un lado sí —contesté con sinceridad—. Pero por el otro, estoy triste porque tú estás triste.

 —¡Yo no estoy triste! —Protestó, levantándose casi de un salto—.

 No estoy triste en absoluto. Pero no tengo ni idea de cómo me voy a ganar la vida en el futuro inmediato.

 En ese momento, se me cruzaron los cables.

 —Cásate conmigo —bromeé.

 —Ah, claro —ahora estaba enfadada de verdad—. ¡Y luego te compro unas pantuflas!

 —Bueno, no lo decía literalmente. — Intenté en vano que se tranquilizara un poco. Seguía teniendo la sensación de que me correspondía un papel en aquella escena, pero no me sabía el guion.

 —¿Qué? —Reaccionó con más rabia que antes—. O sea, que no quieres casarte conmigo. Entonces, ¿por qué me lo has propuesto?

 Aquello sí que me desconcertó por completo.

 —No —repliqué, confundida—.   Si pudiera, y si tú quisieras, me casaría contigo ahora mismo. Pero hasta que los activistas y los abogados consigan ganar esa batalla, me temo que la única solución que tenemos es vivir en pecado.

 Se tranquilizó un poco.

 —Ya —dijo. Era obvio que estaba muy perdida.

 —Pero gano dinero suficiente para dos. —Si quería hablar sobre ese tema, lo mejor era ir sopesando todas las alternativas. «¿Por qué no?», me dije—. Aunque no te puedo garantizar tantos lujos —añadí, echando un vistazo a mi alrededor.

 —No es necesario —dijo, distraída—. Venderé el apartamento.

 Se puso en pie y recorrió la sala a grandes pasos. Iba y venía, iba y venía—. También puedo vender el apartamento de París —reflexionó en voz alta—. -Con el dinero que me darían, podría vivir por un tiempo.

 ¿Tenía dos apartamentos en propiedad y le preocupaba su futuro?

 —Me parece que debería ser yo quien dejara el trabajo y se casara contigo —dije, pensando que estaba lo bastante enamorada como para hacerlo.

 Me miró, aún perdida en sus pensamientos.

 —No creo que pueda sacar mucho por este apartamento. —Hablaba como un contable—.Ni siquiera he terminado de pagarlo.

 Me resultaba dolorosa la idea de que tuviera que renunciar a su apartamento de París, pero de todas formas se lo pregunté.

 —Pero el apartamento de París debe de valer una fortuna.

 —Sí, probablemente —comentó, sin prestarme demasiada atención—. La verdad es que no lo sé.

 —¿Que no lo sabes? ¿No lo compraste tú? —Mi perplejidad iba en aumento.

 —No —me contestó distraídamente, como si estuviera pensando en otra cosa y no quisiera perder la concentración—. Lo heredé.

 —¿Lo heredaste? —¿Eres francesa?

 —No. —Me miró con más atención y dejó de pasear de un lado a otro—. No, por desgracia no. Una clienta me lo dejó. — Empezó a pasear de nuevo, aunque en esta ocasión más despacio.

 —¿Una clienta? —Me dijo que tal vez me había equivocado de profesión—. ¿Qué? ¿Cómo? —Ni siquiera sabía qué preguntar, pero me entendió perfectamente.

 —Murió hace dos años y me lo dejó a mí.

¿Así de fácil? ¿Una antigua clienta? ¿Un apartamento de lujo en París? Me parecía inimaginable, pero entonces se me ocurrió algo.

 —Hace dos años... —murmuré pensativamente. Se paró en seco.

 —No se te escapa nada, ¿eh? —No lo decía en un tono especialmente halagador—. Sí, tienes razón. Fue la última mujer, antes de ti, con la que... —Se interrumpió, como si ya hubiese hablado demasiado.

 Me dio la espalda y se quedó dónde estaba. Apoyó un brazo en el otro y se sujetó la frente con una mano. Había algo en todo aquello que la preocupaba terriblemente. ¿Se trataba sólo de una clienta? No, yo sabía que eso no podía ser cierto, pues jamás habría llegado hasta ese extremo con una clienta.

 

—Eran pareja —afirmé, de repente.

 —¡No! —se enfureció. Daba la sensación de que lo peor que podía pasarle era que alguien la acusara de haber amado—. Sólo era una clienta.

 Sabía que estaba haciendo terribles esfuerzos por mantener el control.

 —Tuvo que ser algo más que una clienta —apunté, convencida—, si te dejó un apartamento.

 —Me pagaba, por tanto era una clienta —dijo con obstinación.

 Yo debía de tener parte de razón porque, de lo contrario, ella no habría sentido la imperiosa necesidad de negarlo todo.

 —¿Cuánto tiempo estuvieron juntas? — le pregunté, sin desanimarme.

 —¡No estuvimos juntas! —explotó finalmente—. Yo siempre tuve mi apartamento.

 Al decir eso, había confirmado involuntariamente mis suposiciones iniciales. Cuanto más insistía en negarlo, más convencida estaba yo de tener razón.

 —Supongo que te quería mucho.

 —¡Sí, sí! —Protestaba a regañadientes y cada vez estaba más a la defensiva—.-Seguramente, ella creía que era amor.

 —¿Y tú no la querías?

 En cualquier caso, y por lo que yo sabía de ella, estaba segura de que jamás se lo dijo. Se produjo un largo silencio, que daba a entender que o bien ella no estaba segura, o bien no quería estarlo.

 —No —dijo al fin.

 —¿Qué pasó? —El silencio se prolongó aún unos segundos. Lo único que podía hacer yo era esperar hasta que decidiera contarme la historia.

 —Era casi de mie edad... Y se enamoró de mí. —«Eso no es difícil», pensé. Se volvió a medias hacia mí y cruzó los brazos sobre el pecho—.

 

-Lo mismo que tú, no soportaba que yo siguiera haciendo mi trabajo, pero yo no quería depender de ella. Me rogó y me suplicó, más de una vez, que me fuera a vivir con ella. Me dijo que tenía dinero suficiente para toda la vida, y hasta para dos vidas.

 Movió la cabeza de un lado a otro—. Pero el dinero no sirvió para salvarle la vida. Ni todo el dinero del mundo habría podido detener la enfermedad que la destrozaba por dentro.

 Aquella era la causa de la mayoría de sus reacciones. En ese momento, estaba completamente enfrascada en sus pensamientos, como ya la había visto en otra ocasión—. Yo no sabía nada, siempre me lo ocultó. —Se giró hacia la pared y contempló fijamente un cuadro—. Ya hacia el final, había conseguido convencerme para que no me viera con otras mujeres.

 -Me daba dinero más que suficiente para compensar mis «pérdidas salariales», para que no me acostara con otras mujeres. Durante dos años, fue mi única clienta. Yo pensaba: «Si no sabe en qué emplear su dinero, ¿por qué rechazarlo?». — Se tapó la cara con las manos—. -Y entonces se marchó. Dijo que iba a un balneario y, supuestamente, tenía que volver dos semanas más tarde. No me dijo dónde estaba el balneario. —Poco a poco, dejó caer las manos—. En todo ese tiempo no supe nada de ella y, transcurridas las dos semanas, no volvió.

 Esperé unos días y pensé que me había abandonado. Estaba enfadada y muy dolida, así que me acosté con la primera mujer dispuesta a pagarme y reanudé la vida que llevaba antes.

 Cruzó muy despacio la habitación, se detuvo frente a la barra de la cocina y buscó consuelo en la cafetera exprés.

 —Y entonces —prosiguió—, seis semanas después, recibí una carta de un abogado de Francia. Había muerto en una clínica especializada de Suiza y me había dejado el apartamento de París.

 Supuse que para ella había sido un golpe tremendo y que todavía estaba afectada. Suspiró con resignación y siguió hablando, aunque tuve la sensación de que lo hacía en un tono de indiferencia—.

 Dije que era su Prima y hablé con el doctor que la había tratado en sus últimos días. Dijo que de haber acudido antes al hospital, tal vez podrían haber hecho algo por ella, con tratamientos intensivos a largo plazo y estancias en una clínica de reposo. Pero ella siempre se había negado y, al parecer, le había insinuado al médico que había una persona a la cual no quería o no podía dejar sola…

 A medida que hablaba iba bajando más y más la cabeza, hasta que casi le rozó el pecho. Se volvió hacia mí y levantó la vista: sus ojos estaban secos y en ellos había una mirada vacía.

 

—Rechazó el tratamiento por mi culpa. Murió por mi culpa —dijo, añadiendo más crudeza a sus palabras.

Quise consolarla, pero sabía que no me lo permitiría. En cierta manera, tenía razón, y debía encontrar la forma de librarse de esos sentimientos de culpa. Sin embargo, había algo en lo que estaba equivocada por completo.

 —Y a pesar de que crees eso, cosa que yo no, ¿sigues pensando que sólo era una clienta?

 —Me pagaba. Hasta me abrió una cuenta bancaria en la que, por cierto, nunca faltaba el dinero. —Se negaba a aceptar la verdad.

 —Sí, claro. Porque no quería perderte. —A mí no me resultaba tan difícil de entender, pero esa palabra hizo que se le escapara definitivamente el control.

 —¿Perderme? ¿Que no quería perderme? —Me lanzó una mirada claramente agresiva—. ¿Es que se han creído todas que pueden poseerme? —De nuevo se giró con un gesto brusco y me dio la espalda—.

 -Ustedes me Pagán y sólo por eso ya ustedes creen que pueden tratarme como si fuera un objeto. Comprar y usar. Poseer y perder… —Se rió con desdén.

 No podía ni quería participar en aquel debate, pues sabía que buena parte de lo que acababa de decir obedecía a la rabia que sentía en esos momentos. Conservé la calma. —¿A quién te refieres con «ustedes»?

 Se volvió tan deprisa que casi perdió el equilibrio.

 —Pues a ustedes —gritó—. Mis... —Se detuvo tan de repente como había empezado.

 —Yo no soy una clienta —dije. Traté de responder sin alterarme—. No te pago, y tampoco quiero poseerte. Te quiero.

 Para mí fue muy difícil pronunciar esas palabras con tanta calma.

 El miedo me atenazó la garganta y, de golpe, tuve la sensación de que todo lo que la unía a mí y todo lo que sentía por mí se había evaporado. ¿Conseguiría algún día llegar hasta ella? Permaneció donde estaba, en silencio, pero yo tenía que decir algo o, de lo contrario, me echaría a llorar de pura desesperación.

 —Estoy convencida de que ella se sentía exactamente igual. —Al parecer, no me oyó, o no entendió lo que le estaba diciendo—.

 

Y yo me siento igual que ella: no quiero perderte. —No sabía si mis palabras le llegaban, pero esperaba que me respondiera.

 No reaccionó de inmediato y el tiempo que tardó en responder me pareció una eternidad.

 —Yo tampoco quiero perderte —dijo, en voz baja.

 Al principio, tuve la sensación de haber recibido una descarga eléctrica, pues no me esperaba esa respuesta. ¿Qué le estaba sucediendo? ¿Se trataba tan sólo de un problema técnico temporal o lo decía en serio? ¿Era consciente de que aquella era la primera vez que me confesaba sus verdaderos sentimientos desde que nos conocíamos?

 Me acerqué lentamente y me detuve frente a ella. No la toqué.

 Permaneció inmóvil, con la mirada perdida en alguna parte detrás de mí. Era obvio que no me veía, como tampoco veía todo lo que tenía a su alrededor en esos momentos. Las imágenes que danzaban ante sus ojos vacíos llevaban mucho tiempo grabadas a fuego en su mente. Esperé.

 —Era tan buena conmigo... Y la necesitaba tanto. —Hablaba con la voz más inexpresiva que yo había oído en mi vida—.-Y entonces me abandonó.

 Extendí una mano y le rocé el brazo. Empecé a hablarle con dulzura.

 —Estuvo contigo todo el tiempo que pudo. Jamás te habría dejado voluntariamente. ¿Lo sabes, verdad?

 —¡No, se fue voluntariamente! —Estaba claro que me escuchaba, pe

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Comments

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Tamtam45 #1
Chapter 23: Me encantaria que hicieras segunda parte, esta hermosa la historia
mariajoo #2
Chapter 23: As una segunda parte
Yukisoralenali #3
Chapter 2: Mmm que puedo decir tu forma de narrar es genial, la historia es diferente, fresca, sale del contexto habitual quien se imaginaria a una CL de a, por lo general la ponen como la chica mala que es popular y eso; pero tu historia deja algo diferente y significativo no todo sera hermoso en la vida siempre habra problemas con la pareja, me encanto tu historia y he leido tus otras historias, realmente no tengo mucho tiempo leyendo fanfic y todo eso a lo mucho tendre 2 meses es muy poco, pero me gustan tus historias son geniales; no cualquier persona tiene un talento como el tuyo, tu don para imaginar es impresioante, me encantaria que nunca dejaras de escribir historias y mas CHaera XD jajaja
Te has ganado una fan incondicional de verdad no dejes de escribir, imaginar y soñar, eres buena y espero muchas historias tuyas, te estare esperando eb esta pagina y cambias el lugar de publicacion avisa por fa para seguirte
Att: una nueva fan que te la has ganado incondicionalmente
liizzyLee #4
Chapter 23: Alecchi tiene mucha razón y coincidió totalmente con mi opinión, pero yo no lo abría hecho mejor ....
Adore el fic ya lo leo por 2° ves..... felicidades :3
unicornis #5
Chapter 23: Muchas gracias por escribir esta historia, por favor tráenos más historia y seguire tus otros fics :)
Gracias y saludos :D
Yvetth #6
Chapter 23: Ame el cap Lizie la vdd ha sido una gran historia
Y ya estoy esperando los otros fics
mariajoo #7
Que libro es?? Me podrias desir el titulo original
danielamorales
#8
Chapter 23: Queeeee!?! Acabo!?!? Porque!!!!?!?!,.....bueno mejor me calmo .....Gracias por esta magnifica historia....esparare con muchas ganas otras historias chaera !!!!
yulpage #9
Chapter 23: queeeee!!!!??? acabó??? TnT voy a morir en serio...
shdgsdhfghdf te amodoro(?) la adaptación simplemente es perfecta, espero que sigas escribiendo y actualizando tus demás fics; soy una fiel seguidora <3 :3