Cap. 4
Una adicción llamada Lee ChaerinLos días transcurrían igual que las escenas de una película mala. Recordé nuestro primer encuentro, en un café de mujeres llamado Bella Donna. Qué apropiado. Eso es exactamente lo que era ella, una mujer hermosa y también. –o eso me parecía ahora- un veneno lento y mortal. Cómo me había excitado… hizo una entrada majestuosa, como si conociera a todo el mundo o bien como si no conociera a nadie.
Quizás era la primera vez que entraba allí o quizás había estado miles de veces. No sabría decir si las mujeres que hablaban con ella lo hacían porque la encontraban tan fascinante como yo, o porque ya la conocían.
Ella las trató a todas con la misma despreocupación e indiferencia y no se sentó a tomar algo con ninguna, sino que sentó sola. Eran las demás las que se le acercaban. En serio, era como una reina que recibía a la corte. Yo me dediqué a observarla de lejos y luego decidí llamar su atención. Aunque ella no miraba nunca en mi dirección, lo cual despertó aún más mi curiosidad.
Tal vez fue sólo mi leve frustración lo que me llevó a tomar la decisión de conocerla. Ella no pareció interesada en lo más mínimo. A decir verdad, apenas era capaz de recordar lo sucedido a partir de ese momento.
**
Recurrí a toda mi fuerza de voluntad para no pasarme el día entero pensado en ella. Después de todo, tenía cosas que hacer: trabajar un poco, por ejemplo. Aquella distracción forzada me convenía porque si no, el día se me habría hecho eterno. Y era cierto: tras un deprimente fin de semana que había pasado en un aislamiento autoimpuesto -¿Por qué actuaba así conmigo misma? –El miércoles estaba ya llegando a su fin. ¡No, no y no! Durante toda la tarde, me prohibí llamarla, ¿Quién sabe qué me esperaba?
Se me ocurrió la idea de que era más probable que tuviese las mañanas << Completas >> claro, una que va a la peluquería, otra que va a hacer la compra…
Me pregunté cómo se sentían las otras mujeres, haciendo un hueco para estar con ella entre la visita al carnicero y la visita al verdulero. ¿Acaso esa clase de frivolidad les resultaba especialmente apetecible? ¿O sólo formaba parte de lo que hacían siempre, es, decir, pasar el rato?
Cuanto más pensaba en ello, más me daba cuenta de que eso no formaba parte de mi mundo. Y sin embargo, me había enamorado de ella…
Ansiaba estar con ella, quería algo más que ir a cenar. Tomé una decisión: << Las mujeres especiales requieren estrategias especiales, ¡idiota! >> Así que la llamé esa tarde y las cosas fueron casi como la primera vez.
Ella contestó en un tono tranquilo: Habla CL ¿Qué se le ofrece?
-Soy Dara. ¿Has pensado en mi propuesta?
-¿Qué propuesta? –Preguntó ella.
¡Lo sabía! Después de todo, una semana es un plazo considerable de tiempo. ¿Por qué suponer que se acordaba de mi invitación? Seguramente había estado muy ocupada con cosas que no tenían nada que ver. Me daba miedo hablar, porque estaba segura de que no podría contener la rabia.
-¿Sigues ahí? –Preguntó ella, transcurridos unos instantes.
-Sí. –Dije, controlando mi voz y tratando de que no se me notara por teléfono.
-Te había preguntado si querías salir a cenar conmigo.
-Ah, sí. –Dijo, como si recordara vagamente. –Ya lo he pensado.
-¿Y? << Mordaz >> Sólo describe por encima del tono de voz que utilicé. -¿A qué conclusión has llegado?
-Todavía no estoy segura. –Me contestó en voz baja.
-¡Pero si has tenido una semana entera para pensarlo! –Exclamé, impulsada más por la sorpresa que por el enfado. Pero claro, en realidad no había tenido una semana entera para pensarlo, puesto que mi llamada acababa de recordárselo.
¿Por qué en mi interior se acumulaba al mismo tiempo tanta rabia y tanto deseo? De haber estado frente a ella, no me habría largado igual que la última vez: eso estaba clarísimo, independientemente de que tuviera o no intención de cobrarme.
Desde luego, no habría obtenido de ella lo que yo quería, pero al menos habría disfrutado de un buen o. ¡Hasta yo sabía eso!
-Una semana pasa rápido. –Comentó ella, más como una excusa que como constatación de un hecho.
-De acuerdo. –Dije, en un tono de resignación y abnegación. –No hace falta que aceptes si no quieres…
-Yo no he dicho eso. –Me sorprendió una vez más. –Es que hay que considerar muchas cosas.
¿Respecto a una invitación para salir a cenar? No me cupo ninguna duda de que aquella mujer vivía en un mundo completamente diferente al mío.
-¿Por qué? ¿No eres capaz de decidir si quieres un restaurante chino o un italiano? .Aunque la pregunta pareciera muy banal, tal vez para ella tenía un significado mucho más profundo.
Se echó a reír.
-No es tan sencillo. –Dijo. Yo no podía esperar otra semana, de eso estaba segura, así que… ¡Ahora o nunca!
-¿Podrías aceptar una invitación para cenar en un sitio fuera de la ciudad, que acaba de abrir, que no sirve comida china ni italiana y tiene un patio? –Desde luego, aquello ofrecía muchas posibilidades. Ni era demasiado íntimo, ni demasiado informal.
A través del teléfono me llegó un ruido que se parecía bastante a una carcajada.
-No te rindes. –Dijo.
-Bueno, sí, reconozco que es bastante complicado convencerte para salir a cenar pero por… -Iba a decir << Una mujer hermosa >> pero ya que se lo decían a diario, no le habría emocionado especialmente, así que terminé de frase de otra forma. –Una buena cena, yo hago lo que sea.
-Está bien. –Aceptó amablemente. –Pero tendrás que esperar un poco más. Antes de mañana no puedo.
Casi de inmediato, cruzó por mi mente el más espantoso de todos los posibles motivos que le impedían salir esa noche. En realidad sólo podía haber un motivo: que ya tuviese otro compromiso. Y no me costó mucho imaginar con quien: una clienta. Con una clienta más importante que yo…
-¿Quieres que pase a buscarte o nos encontramos en algún sitio?
-Dime dónde es y nos encontramos allí. –Al parecer, pretendía evitar por todos los medios la posibilidad de tener que depender de mí. Le di la dirección.
-Ah, sí, ya me han hablado de ese sitio. –Reconoció.
De nuevo, un fogonazo cruzó mi mente. << ¿Quién? >> quise preguntarle, pero no lo hice.
-¿A qué hora? –Le pregunté. –A la
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