Cap. 10
Una adicción llamada Lee ChaerinJamás había pensado en lo larga que puede hacerse una semana, y eso sin tener en cuenta el hecho de que la mañana en que me marché « me había convencido » una vez más. Resistirse a sus encantos más de una vez requería una fuerza sobrehumana y, desde luego, yo no la tenía.
Y ahora, último día de mi ausencia, ya estaba pensando en ella y me moría de deseo. Las llamadas telefónicas sólo habían servido para incrementar esa sensación, como yo ya suponía. En cuanto oía su voz, un incendio se desataba en el interior de mi cuerpo y, desde luego, Chaerin hacía todo lo posible para que no se extinguieran las llamas.
Me llamó.
-Estaba a punto de salir ahora mismo. -Dije, en respuesta a su pregunta.
-¿Cuánto dura el viaje? -En su voz había una urgencia inconfundible.
-Si el avión sale según el horario previsto, unas cuatro horas. Calculo que llegaré hacia las ocho.
**
Durante el viaje, apenas pensé en nada que no fuera en Chaerin.
Empecé a imaginar cómo me recibiría, qué aspecto tendría, qué se habría puesto... Bueno, esto último no hacía falta que me lo preguntara: se pondría la bata, pues sabía lo mucho que me gustaba. Y yo se la quitaría...
Dejé mis cosas en casa a toda prisa y luego me dirigí silbando a su apartamento. Ya en el ascensor, cerré los ojos y me imaginé su cara. Sus labios estaban cada vez más cerca. En ese momento, el ascensor se detuvo.
Cuando estaba a punto de llegar a su puerta, alguien la abrió.
«Ajá –Pensé. Me ha oído llegar».
Casi tropecé con alguien, y entonces me di cuenta de que una mujer vestida de cuero acababa de salir de su apartamento. Ella también tuvo que pararse: al principio, me miró sorprendida, pero luego sonrió lascivamente.
-Hoy está en buena forma. -Me dijo. -Aprovéchalo si puedes. -Se rió de forma maliciosa y después pasó de largo.
Me quedé atónita. Fue como si una bomba hubiera explotado justo a mi lado y yo ni siquiera me hubiera enterado de que estaba muerta. La otra mujer había dejado la puerta abierta: entré, todavía aturdida, y después la cerré. Ella estaba frente a la cama y me daba la espalda.
-Por última vez, ¡no! -Dijo muy enfadada cuando oyó la puerta al cerrarse. -¡Vete!
-Pero si acabo de llegar. -Estaba tan perpleja que contesté sin pensar a su estallido de rabia, como si me estuviera hablando a mí.
Se volvió de golpe.
-¿Tú? -Dijo, aterrorizada. Estaba hecha una furia. Era obvio que había querido abrocharse el chaleco, pero no le había dado tiempo de terminar: los dos botones superiores seguían desabrochados y sus pechos sobresalían por la parte superior de la prenda de una forma casi obscena.
Aquella no era la mujer que yo esperaba. Sabía que yo estaba a punto de llegar y, sin embargo, eso no le había impedido « trabajar » hasta el último momento. El rollo del teléfono, y también lo de antes, no había sido más que una farsa. Sólo quería tenerme a sus pies el mayor tiempo posible.
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