Cap. 3
Una adicción llamada Lee ChaerinEl camino de vuelta a casa se volvió borroso por las lágrimas que llenaban mis ojos. Todo lo que me rodeaba era una especie de masa deprimente y desdibujada. En mi mente se alternaban la esperanza y la resignación. A lo mejor ella… No, a lo mejor no.
Seguramente, ya hacía rato que me había olvidado. Seguramente había salido a dar una vuelta por el barrio: no me costó mucho imaginarla en un deportivo pequeño y elegante. Bueno, ¿Y qué me importaba eso a mí? ¿Qué esperaba? No era la primera vez que me enamoraba de una mujer que no sentía lo mismo por mí. Y, desde luego, no era la primera vez que sufría por alguien.
¿Acaso no había aprendido de mis experiencias? Pues no. Me acordé en ese momento de uno de mis grandes amores, de la época en que yo vivía en la residencia universitaria. Se parecía mucho a ella. En realidad, todas se parecían mucho a ella, pues me perdía sin remedio en cuanto veía una belleza rubia de ojos azules.
Ahora, sin embargo, tenía un buen empleo, llevaba bastante tiempo soltera y no me iba mal, ¿no? Con ella, sin embargo… con ella había algo distinto, un sentimiento muy especial. << Ay, señor, eso lo pensabas cada vez, siempre creías que la mujer en cuestión era especial. >>
Una chica guapa, especialmente si era rubia, podía hacer lo que quisiera conmigo, que yo me enamoraría casi al instante. Ya me lo profetizó una de mis abuelas, dijo que yo no lo tendría fácil en la vida. En aquel momento me molestó bastante pero… ¿Acaso no había acertado? ¿Por qué tenía esa tendencia a complicarme innecesariamente la vida?
Me fui a casa convencida de que sencillamente era inevitable. El corto paseo me sirvió para tranquilizarme un poco, o eso creía yo. Me tumbé en el sofá y, de inmediato, empecé a desearla otra vez: olía su perfume, sentí su piel, la vi frente a mí…
Pero no como la había visto la mayor parte del tiempo, sino como yo quería verla, es decir, como una mujer que me amaba y que me permitía amarla. Sentía tantos deseos de tocarla que de repente, empecé a notar un calor muy intenso por todo el cuerpo. Pensé que tal vez se trataba de la excitación de antes, que no había sido aplacada, así que me puse a dar brincos para tratar de sacudírmela de encima.
Sin embargo, mi cuerpo no se dejó engañar, al menos no con movimientos tan insignificantes. Lo único que podía hacer era tomar la bolsa de deportes e irme al gimnasio. Cuando terminé mi rutina habitual de dos horas, que normalmente hacía dos o tres veces por semana, me dirigí a la sala de máquinas, y cuando ya no fui capaz de levantar ni una sola pesa más porque me temblaban todos los músculos, me dirigí a las bicicletas estáticas seleccione la opción << Carrera >> y elegí al oponente más difícil.
Sabía perfectamente que no estaba preparada, pero tampoco habría conseguido ganar aun oponente más débil. Me sentía como una perdedora absoluta. Cuando la lucecita roja del panel de control llegó a la línea de meta casi un kilómetro por delante de mí y confirmó mi concepto que en esos momentos tenía yo de mí misma, me sentí por fin satisfecha y me fui a la ducha completamente agotada.
Me costó un gran esfuerzo conducir hasta mi casa y arrastrarme por la escalera hacia mi apartamento. Me dejé caer en la cama sin ni siquiera quitarme el chándal y me quedé dormida de inmediato.
**
Me desperté por culpa de una pesadilla espantosa. Yo estaba en la habitación y había alguien junto a mí. Las cosas se movían solas. La puerta se abría muy despacio y proyectaba una sombra en la pared. Tuve la sensación de que había algo oculto allí detrás. Tanteé en busca del interruptor de la lamparita de noche y cuando encendí la luz, me di cuenta de que todo había sido producto de mi imaginación.
Una vez, tras vivir una experiencia similar, un psicólogo me contó que esos miedos son inversión de un deseo. La persona no quiere en realidad estar sola, pero lo está, por eso imagina que hay alguien. Por desgracia, eso causa la misma ansiedad que estar solo, porque no es real. Y por desgracia, la explicación no sirvió para calmar mis miedos, por mucho que me la creyera al pie de la letra.
Así pues, dejé la luz encendida; después de abrir los ojos unas cuantas veces más, presa del pánico, mi sobre estimulada sinapsis me permitió conciliar el sueño reparador que tanta falta me hacía. De hecho, me quedé dormida con una sonrisa en los labios, pues lo último que cruzó mi mente fue una experiencia parecida que me sucedió en la segunda residencia donde viví.
En aquella ocasión, acababa de trasladarme y tuve una pesadilla que me hizo abandonar precipitadamente la habitación. Como suele ocurrir en las residencias de estudiantes, lo único que tienes es una habitación, así que no me quedó más remedio que sentarme en el pasillo. Me sentía incapaz de volver a entrar por miedo a encontrarme con los espantosos fantasmas de mi imaginación.
Muy temprano en la mañana, cuando yo ya casi me había congelado (por supuesto no podía entrar a mi habitación por una manta) llegó un estudiante. Obviamente, a él no le habían impresionado en lo más mínimo mis fantasmas, y lo único que v
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