Al otro día en clases, Nayeon y Mina no dejaban de lanzarse miradas coquetas o simplemente sonriendo, no podían evitar sentirse felices y a la vez, algo avergonzadas por todo ello. La pelinegra en varias ocasiones fingía estirarse para pasar su brazo detrás de la rubia y ésta, al ver esa acción de la japonesa, recargaba su cabeza en su hombro. Al final de todo, no era tan secreto que entre ellas dos había algo y eso, todos sus compañeros se daban cuenta, especialmente Jeongyeon, que si las miradas mataran, Mina seguramente ya estaría dos metros bajo tierra o pulverizada. Gruñó desviando su mirada algo molesta y trató de ya no pensar en ello, ya hablaría con Nayeon más tarde.

El descanso fue hasta cierto punto normal, pues Nayeon ya no quería despegarse de los labios de Mina, todo el rato se la pasaron de besos entre besos sin dejar la inocencia de estos.

—Te quiero, Minari. —Murmuró la rubia dejando otro beso en aquellos labios.

—Y yo a ti, Nay, mucho. —Esta vez Mina dejó un pequeño beso en su frente.

Ninguna de las dos quería separarse, no cuando sabían que los sentimientos eran mutuos y nadie podría cambiar eso.

Para cuando Nayeon llegó a casa, fue a su habitación y se acostó en la cama viendo las fotos que se había tomado con Mina o las que le había tomado cuando aquella estaba distraída, era tan hermosa y no podía evitar sonreír y sentirse enamorada de esa pelinegra.

Estaba tan concentrada pensando en esa humana tan preciosa pero unos toques en su puerta le hicieron volver a la realidad. La puerta se abrió dejando ver la cabeza de Jihyo que se asomaba pidiendo permiso.

—Pasa, Ji.

La pelirroja entró para sentarse a lado de la rubia, las dos se miraron y rieron, siendo cómplices de sus pensamientos.

—Venía a decirte que en la tarde saldré con Chae. —Habló bajito, sólo para ellas dos.

—¿Por fin decidiste ser feliz? —Bromeó Nayeon abrazándose a su amiga.

—Sí, tienes razón, debemos buscar nuestra felicidad y creo que Chaeyoung lo es.

—Me alegro por ti y ella, entonces ve. Yo igual iré a ver a Mina. —Suspiró tan sólo recordar a la pelinegra.

—Bueno pero te vas con cuidado.

Nayeon asintió con una sonrisa y Jihyo decidió irse, la acompañó hasta la puerta encontrándose con una sonriente Jeongyeon.

—Hola, Nayeon, ¿podemos hablar?

La rubia lo pensó un momento pero terminó aceptando, despidió a Jihyo y se hizo a un lado para dejar entrar a aquella alfa. Jeongyeon entró pero se giró sacando algo detrás de su espalda, era un par de rosas de color rojo, las favoritas de Nayeon, por supuesto.

La rubia miró confundida no entendiendo el por qué de aquello.

—¿Por qué me das esto, Jeong? —Preguntó sin tomar aquél regalo.

—Voy a cortejarte, quiero ser tu alfa, te voy a proteger y a cuidar como debe ser. —Sonrió esperanzada.

Nayeon no supo qué decir, no podía aceptar el cortejo de Jeongyeon, no cuando su corazón le pertenecía a Mina.

—Yo...yo no puedo aceptarlo. —La sonrisa de la alfa se borró de inmediato—. Y-Yo quiero a alguien más.

—¿Qué? —Estaba confundida—. ¿A quién? —No recibió respuesta y entonces entendió soltando una risa—. ¿No me digas que...? —Seguía riendo mientras negaba.

—Sí, Jeongyeon, yo quiero a Mina.

Y fue terminar sus palabras cuando Jeongyeon tiró de golpe aquellas rosas haciendo que cerrara sus ojos por un momento.

—¿Cómo te atreves a enamorarte de una humana?

El aroma de Jeongyeon cambió drásticamente a uno muy amargo, demostrando lo furiosa que estaba. Nayeon bajó su mirada y no iba a mentir, su loba temblaba de miedo ante aquella alfa enojada.

—Yo que siempre te cuidé, yo que siempre estuve para ti, yo que te salvé de las calles... —Apretó los puños—. Eres una maldita enferma.

Un fuerte golpe se escuchó en la habitación y Jeongyeon se tocó su mejilla, ardía como el mismo infierno, su ira aumentó y miró a la omega que la