1864

𝙔𝙐𝘼𝙉𝙁𝙀𝙉 | » Vkook

"La reencarnación no te ayudará

si en la próxima encarnación

sigues sin saber quién eres."

 

 

La vida de Jeon Jeongguk no ha estado llena de lujos, de amigos, de grandes historias que contar a sus hijos y nietos, no al menos delas que esté orgulloso, de amores que le quitaban el aliento, mucho menos de ese sentimiento de ser querido. Su vida ha carecido siempre de sentido según él, jamás encontró su propósito en la vida, tan solo vivía porque era lo más fácil, incluso mucho más fácil que morir, porque él lo ha intentado y ninguna vez dio resultado.

Jeongguk nació en 1864, en una familia poco acomodada que vivía del ganado y de los viñedos que heredaron de su abuelo. Jeongguk nació en la parte sur de Francia, sus abuelos y su padre emigraron al país francófono para poder dejarle un legado a su único hijo, cosa que en Corea, país al que pertenece toda su familia, no podían hacer.

Era mediados de verano cuando dio su primer berrido en busca de aire y dejándole claro al mundo que sus pulmones estaban perfectamente. Fue a principios de invierno tres años después cuando dijo su primera palabra, ya pensaban que jamás iba a hablar y que tendrían que cuidar a un hijo que les había salido tonto, por eso su hermano llegó un año antes de su primera palabra, ellos solo querían un hijo que pudiera ayudarles con todo, no un niño que tenía problemas de habla y es que, al fin y al cabo, Jeongguk nació con hipoacusia moderada y disfemia.

Fue a los diez años cuando se dio cuenta de que era un bicho raro, comenzó a notar las miradas de los aldeanos del pueblo, como hablaban de él, a pesar de que no podía escuchar del todo lo que decían, como los demás niños le dejaban de lado o se reían de su habla. También de cómo sus padres lo hacían de lado, dejándolo siempre solo y casi siempre dirigiéndole la palabra nada más para decirle lo molesto que es, y/o que hiciera algo productivo para ayudarlos.

Es difícil crecer sabiendo que nadie te aprecia, mucho menos te quiere, que todos te hacen a un lado solo por haber nacido diferente a ellos, pero lo que él tenía no le perjudicaba en su día a día, pero nadie se dio cuenta de eso o no querían hacerlo, porque no le daban la oportunidad de poder demostrarlo y comunicarse con ellos.

Su hermano era el único que no le hacía desplantes, pero Jeongguk no lo quería cerca porque estaba seguro de que solo le hablaba por pena, porque siempre estaba solo. Jugaba, hablaba, comía, todo con la única compañía de su única presencia.

A los 17 se fue sin decir ni una sola palabra, recorrió el país de sur a norte, de este a oeste, maravillándose por lo que este tenía para ofrecerle, conociendo a gente que le dio una oportunidad y otros que, por el contrario, le golpearon por ser un bicho raro. Viajó durante muchos años, siempre solo, acompañado por un caballo con el que se hizo ganando una apuesta, un pequeño bulto con un par de muda limpia y algo de comida, nada más.

Con aquello adquirió mucha experiencia, aprendió trabajos, a ganarse a la gente con adulaciones que ni mucho menos se merecían, aprendió la magia de la mentira, la persuasión, se aprovechó de las debilidades de aquellos de los que podía sacar algo. Aprendió a ganarse la vida, no de una forma de la que estar orgulloso, pero era lo único que tenía para sobrevivir, porque al fin y al cabo, Jeon Jeongguk seguía siendo el bicho raro.

Con la llegada del nuevo siglo, se estableció en una casita que él mismo construyó a las afueras de Chartres, le costó cerca de un año tenerla acabada, pero al final, orgulloso de su trabajo, pudo por fin pensar que tenía un hogar. Un hogar donde no había nadie que le menospreciara, le recordara lo inútil que era, que había sido mejor abortarlo si hubieran sabido que venía con problemas. Ahora allí, solo eran él y los animales que poco a poco estaba consiguiendo para poder tener un sustento con el que vivir.

Siempre pensó que él, de entre todos, merecía una segunda oportunidad para vivir, porque a pesar de haber recorrido gran parte de Francia, de haber visto y vivido un montón de cosas, jamás ha tenido la oportunidad de ser una persona normal, de considerarse alguien normal. Siempre ha tenido el título de bicho raro, de alguien que no merecía malgastar el oxígeno que les pertenecía a otros.

¿Ha hecho él algo mal, como para merecer ser tratado de esa forma?

Él no eligió nacer tartamudo y medio sordo, es más, él ni siquiera eligió nacer, porque si hubiera sido posible elegir, hubiera preferido no haber visto nunca la luz del sol. Pero aquí está, luchando día a día contra el impulso de quitarse de en medio por quien sabe, quizá la quinta o ta vez.

Todas fallidas por supuesto, si no no estaría contando su historia, ¿o sí?

Siempre había algo que chafaba los planes.

Una vez, intento dispararse porque bueno, tuvo la ocasión de tener un arma en la mano y no pudo perder esa oportunidad de acabar con todo y evitar más sufrimiento. El arma estaba cargada, lo había comprobado, pero cuando fue a apretar el gatillo... nada. Una, dos, tres veces, no pasó nada y tan solo la dejó caer para, minutos después, escuchar un disparo con la misma arma que él mismo había tenido en sus manos instantes antes.

Aquella vez que se dejó caer al Sena, sin saber nadar, estuvo a punto de perder la vida, pero de repente se encontraba en la barca de un hombre.

Jeongguk no creía en Dios, siempre ha sido ateo a pesar de que su familia es una poderosa creyente, pero si Dios existe, ¿por qué le dejó nacer si solo iba a traer problemas a sus padres e iba a tener una vida miserable? Así que no, para el Dios no existe porque si no, en ese momento no estaría vivo.

Pero si hay algo en lo que cree, algo de lo que su abuelo le hablaba cuando era pequeño, al menos hasta que cumplió los cinco años y esté falleció. La reencarnación. Uno puede volver a nacer, pero no puede elegir como, donde, ni cuándo. Pero al menos, el alma tiene la oportunidad de seguir su camino. Así que él espera paciente a dar su última inhalación para poder nacer de nuevo, esperando poder vivir una vida muy diferente a esta, una donde al menos pueda sentirse amado.

Pero tienen que pasar 25 años más para que este pueda por fin decir adiós, dar su última bocanada de aire y dejarse llevar por los brazos de la muerte, aquella que le ha acompañado desde su nacimiento y que, a penas hoy, decide presentarse ante él.

Jeon Jeongguk fallece un 30 de diciembre de 1916, a los 52 años de edad y bajo la atenta mirada de aquel que no le dejó marcharse cuando este quiso.

 

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