capitulo 10

Taeyeon en mis pensamientos...
 

Por fin, el sombrío y frío invierno se caldeó y las hojas comenzaron a aparecer en los árboles. Empezaron a crecer narcisos, tulipanes y esas flores azules que brotan en racimos de tallos rígidos por todo Brooklyn Heights, y taeyeon y yo empezamos a pasar mucho más tiempo fuera, lo que ayudó un poco. taeyeon descubrió más jardines privados —incluso en mi calle— de los que jamás pensé que existían. Dimos muchos paseos aquella primavera, aunque taeyeon estaba muy ocupada con los ensayos de un recital nuevo y yo intentaba terminar mi proyecto de fin de bachillerato, además de ayudar a Sally y a Walt con la campaña de recaudación de fondos. Las cosas pintaban bastante mal para la Foster.

Una semana y media antes de las vacaciones de primavera, al final de la tarde, la directora Poindexter me llamó a su despacho.

—tiffany —me dijo mientras se recostaba en su silla marrón y casi sonreía—, estoy muy contenta con tu conducta de estos últimos meses. No he visto un ápice de la inmadurez que te llevó por tan mal camino el otoño pasado; tus notas han sido, como siempre, excelentes, y la profesora Baxter me ha informado de que por fin muestras algo de interés por la campaña de recaudación de fondos. Creo que no hace falta que te diga que tu expediente ha quedado limpio.

—Directora Poindexter —dije tras recuperarme de la oleada de alivio—, ¿es cierto que la Foster podría tener que cerrar?

La directora me miró durante un rato. Después suspiró y dijo con dulzura:

—Me temo que sí, querida.

Hasta donde yo sabía, la directora Poindexter jamás había llamado a nadie «querida». Desde luego, a mí no.

—tiffany, tú llevas en este sitio desde la guardería. Eso son casi trece años, casi tu vida entera. Y algunos profesores llevan aquí mucho más tiempo: yo misma soy la directora desde hace veinticinco años.

—Sería horrible que la Foster tuviera que cerrar — dije, sintiendo de repente mucha lástima por ella.

La directora Poindexter resopló y jugueteó con la cadena de las gafas.

—Hemos intentado hacer de la academia el mejor centro posible. Nunca hemos tenido los fondos suficientes para competir con centros como Brearley, pero… —Sonrió y me dio unas palmaditas en la mano—. Pero no tienes que preocuparte por eso, aunque lo agradezco. Lo que necesito, lo que la Foster necesita —dijo, y se irguió—, es más participación en la campaña de recaudación de fondos. Como presidenta del consejo estudiantil, tú puedes influir en gran medida en eso; también de forma pública, si me permites el comentario. O podrías, si quisieras aprovechar las ventajas de tu cargo.

Me humedecí los labios; si me iba a pedir que diera discursos, tendría que esforzarme mucho para no rechazar la propuesta. Los discursos electorales obligatorios que tuve que dar cuando me nominaron a presidenta del consejo ya me parecieron de lo más difícil que había hecho nunca. Hasta cuando tenía que levantarme en clase de Lengua para responder alguna pregunta me sentía como si fueran a ejecutarme.

—Hay que acelerar el ritmo de la recaudación —dijo la directora Poindexter cogiendo el calendario de su escritorio—. Queda muy poco para que termine el curso. El señor Piccolo y su experto ya me han dicho que todavía nos falta mucho para alcanzar el objetivo, y la campaña de captación de alumnos sigue sin tener lo que se dice éxito hasta ahora. Aunque el señor Piccolo cree que el interés aumentará en primavera, así que todavía queda esperanza. —Sonrió—. tiffany, estarás de acuerdo en que es el momento de que el consejo estudiantil se involucre de una forma más activa; tanto para animar al resto de estudiantes como para darles a Sally y a Walt, que están trabajando mucho, una alegría, por decirlo así.

—Bueno —dije—, podemos hablarlo en la próxima reunión. Pero no hay otra hasta después de las vacaciones, ¿no?

—Ahora sí la hay —dijo la directora Poindexter, triunfante, y señaló el calendario con las gafas—. He convocado una; por supuesto, suponiendo que tanto tú como el resto podáis asistir. Ya que eres mi mano derecha, podrás averiguarlo, ¿no? Será una reunión especial este viernes por la tarde. Como el señor Piccolo y su comité de publicidad tienen reservado el Salón para una reunión de emergencia de la campaña, mi piso es demasiado pequeño y no me parece adecuado celebrarla en el comedor, le he pedido a la profesora Stevenson que ofrezca voluntariamente su casa. Ella y la profesora Widmer han accedido. —Se echó hacia atrás, con la sonrisa aún intacta—. ¿Verdad que nos hacen un gran favor?

Durante un momento no pude hacer más que mirarla, sin saber qué me resultaba más indignante: que hubiera convocado una reunión del consejo sin avisarme o que hubiera obligado a las profesoras Stevenson y Widmer a ofrecer «voluntariamente» su lugar de residencia para ello.

—Estás libre el viernes por la tarde, ¿no?

Por un instante estuve tentada de inventarme una cita ineludible con el dentista, pero luego pensé que la Foster estaba realmente en apuros y que más me valía no poner trabas. Además, estaba bastante segura de que la directora celebraría la reunión de todas formas aunque yo no estuviera.

—Sí —dije, y tuve que hacer un gran esfuerzo para no mascullar entre dientes—. Claro, estoy libre.

La sonrisa de la directora Poindexter se ensanchó.

—Buena chica —dijo—. ¿Y avisarás al resto, o le pedirás a Mary Lou que lo haga? En realidad no deberías ser tú, la presidenta, quien avisara…

Creo que fue ese último comentario, ese apunte sobre lo importante que era ser la presidenta cuando ella ni se molestaba en avisarme para programar reuniones, lo que hizo que saliera en tromba hacia el estudio de arte.

La profesora Stevenson estaba allí, y lavaba pinceles.

I’ve been working on the railroad —canturreaba una canción popular por encima del sonido del grifo—. All the livelong day… Hola, tiff. ¿Vienes de correr una maratón?

—Si por maratón entendemos que me acaban de sorprender con cierta reunión del consejo, sí —dije mientras arrastraba una silla y me derrumbaba sobre una de las mesas—. Acabo de salir del despacho de la directora Poindexter, que de repente me ha soltado en mitad de las vías del tren. O algo así. No lo sé.

—Bueno —dijo la profesora Stevenson mientras se pasaba con cuidado un pincel por la palma de la mano para ver si había soltado ya todo el color—, supongo que debería recordarte que es por una buena causa. Necesitamos a la Foster, y ahora la Foster nos necesita. La directora no tiene malas intenciones, después de todo.

—Ya lo sé —dije con un suspiro, más desanimada que antes al ver lo tranquila que estaba la profesora Stevenson—, pero joder… perdón, joroba: ese no es el caso. Podría haberme preguntado primero, o al menos avisarme. Igual que podría haberles preguntado a ustedes si puede usar su casa en lugar de obligarlas a ofrecerla «voluntariamente». ¡Voluntariamente, dice!

La profesora Stevenson se rio.

—Fue la profesora Baxter la que nos lo pidió de parte de la directora, y no creo que le hiciera mucha gracia. Creo que no le parece bien que los estudiantes vayan a las casas de los profesores.

—Pues yo habría pensado que le encantaría — gruñí—. Por eso de tener a los discípulos a sus pies y tal.

—Anímate, tiff —dijo la profesora Stevenson—. Aunque, hablando de pies, igual terminan doliéndote, porque no tenemos muchas sillas.

—¿Pero es que a usted no le importa en absoluto? — pregunté con incredulidad—. ¿Y a la profesora Widmer tampoco? Si ella ni siquiera está en el consejo. Quiero decir, ¿no le pareció mal que la directora Poindexter organizara algo así sin más? ¡Se supone que el consejo es una democracia, por favor!

Vi cómo se acentuaban las arrugas alrededor de los ojos de la profesora Stevenson.

—¿Qué si no me importa? —dijo, y señaló la papelera, que tenía dentro un montón de papeles arrugados con lo que parecían los garabatos de alguien muy enfadado—. Lo único que tener mal genio me ha enseñado, tiff, es que la mayor parte del tiempo es preferible explotar en privado. Pero tenemos que recordar que ella es la directora, y que lleva muchos, muchos años dando mucho a esta academia. Y también que… ¡diantres, tiff, no todo el mundo puede ser siempre tan fiel a los principios de la democracia como tú y como yo!

Eso me hizo reír, y me sentí mejor.

Pero me pregunto si la profesora Stevenson sería ahora tan comprensiva con la directora Poindexter como lo fue entonces.

Ninguno de nosotros había estado antes en la casa de las profesoras Stevenson y Widmer. Bueno, puede que la directora Poindexter o la profesora Baxter sí, pero ninguno de los alumnos. La casa estaba en Cobble Hill, que está separada de Brooklyn Heights por la avenida Atlantic. Solía considerarse un barrio «malo»; mi madre nunca nos dejaba a mí o a leo cruzar la avenida cuando éramos pequeños, pero no creo que fuera para tanto. La gente había reformado muchas de las casas de allí, y se veía una mezcla bonita de nacionalidades, edades y ocupaciones.

Supongo que podría definirse como un barrio «sencillo», algo como lo que Brooklyn Heights intenta ser pero no puede.

La casa donde vivían las profesoras Stevenson y Widmer no era más que eso: una casa, lo cual ya era bastante inusual en Nueva York, donde la mayoría de la gente vive en pisos. Es un adosado, así que técnicamente forma parte de una hilera de casas. Hay dos largas hileras con unas diez casitas cada una, separadas por un frondoso y magnífico jardín privado. La profesora Stevenson nos dijo ese día que la profesora Baxter vivía al otro lado del jardín, unas tres puertas más allá. Detrás de cada grupo de casas había una franja de adoquines con jardincitos separados para cada inquilino. Las puertas traseras de todo el mundo daban a esa misma franja, así que la gente solía sentarse allí a charlar. Todo el mundo era muy agradable.

La reunión extraordinaria del consejo se celebraba horas antes del recital de primavera de Annie y ella tenía que descansar, así que yo fui directa a Cobble Hill después de clase. Llegué allí la primera. Las profesoras Stevenson y Widmer me enseñaron la casa y bromearon sobre mi «interés profesional» en su arquitectura. Había tres plantas. No vi la planta superior, donde estaban los dormitorios, pero sí las otras dos: tenían más o menos dos habitaciones cada una y eran muy acogedoras. En la planta baja estaba la cocina, que era inmensa y tenía mucha luz, multitud de electrodomésticos y armaritos de madera oscura. La puerta trasera, que daba a los adoquines y al jardincito, también se encontraba allí. Había un baño diminuto junto a la cocina y un recibidor al pie de las escaleras con una pared de ladrillo visto cubierta de plantas colgantes. Más adentro estaba el comedor, que también tenía ladrillos al aire y un techo de pesadas vigas.

—Esta es nuestra cueva —explicó la profesora Widmer, como buena anfitriona—, sobre todo en invierno, cuando ya es de noche a la hora de cenar.

Observé que sin duda parecía una cueva, con las vigas tan bajas y la ventana diminuta. Además, el suelo era más alto en la parte frontal de la casa que en la trasera, con lo que el comedor se encontraba bajo el nivel del suelo exterior y podían verse los pies de la gente por la ventana. Dos de las paredes estaban repletas de libros, lo que contribuía al ambiente de refugio.

Arriba, en la segunda planta, estaban el salón y una habitación que parecía un estudio o una sala de trabajo. Unos escalones estrechos iban de la zona del jardín frontal a la puerta principal, que llevaba directamente al estudio. La puerta tenía una anticuada ranura para el correo, y pensé que eso era mucho más agradable y privado que recoger el correo en una caja cerrada con llave en el portal, como hacíamos nosotros.

—Aquí es donde decidimos vuestros destinos — bromeó la profesora Widmer mientras señalaba el montón de trabajos que tenía sobre el escritorio, coronados por el libro de asistencias. La profesora Stevenson tenía un caballete junto a la ventana, y los materiales estaban dispuestos pulcramente en una estantería en la pared.

El salón se encontraba al otro lado de las escaleras, y era tan cómodo y acogedor como el resto de la casa. Había muchas plantas, discos y libros por todas partes, fotos bonitas en las paredes (muchas de ellas tomadas por antiguos alumnos, me dijo la profesora Stevenson) y dos gatos enormes, uno negro y otro naranja, que nos seguían a todas partes y que, por supuesto, me hicieron pensar en Annie y su abuelo el carnicero.

—No sé lo que vamos a hacer con ellos en las vacaciones de primavera —me dijo la profesora Widmer cuando me agaché a acariciar a uno de los gatos tras hablarles del abuelo de Annie—. Nos vamos de viaje, y el chico que se suele encargar de ellos no está.

A mí no me entusiasman los gatos tanto como a taeyeon, pero gustarme me gustan, y sabía que no me importaría pasar algo más de tiempo en aquella casa. —Yo podría venir a darles de comer —me oí decir.

Las profesoras Stevenson y Widmer se miraron, y la profesora Stevenson me preguntó cuánto les cobraría. Yo les dije que lo mismo que el chico. Me dijeron que le daban un dólar con cincuenta al día y accedí. Después, los otros alumnos comenzaron a llegar para la reunión.

Era curioso estar en su casa y verlas como a gente normal, además de profesoras. Por ejemplo, en un momento dado la profesora Stevenson se encendió un cigarrillo y estuve a punto de caerme de la silla: nunca se me había ocurrido pensar que fumara, porque en el instituto estaba prohibido excepto en la sala de profesores y en la sala para alumnos de último año. Más adelante me contó que había intentado dejarlo porque le secaba la boca y le ponía la voz ronca, algo que no le venía nada bien para cantar en el coro ni para coordinar el equipo de debate, pero engordó tanto y se puso de tan mal humor que decidió que era mejor para los demás (y quizás también para ella) que volviera a fumar.

Nunca había pensado demasiado en el hecho de que las profesoras Stevenson y Widmer vivieran en la misma casa, y no creo que nadie le diera importancia en el instituto, pero aquella tarde me dio la impresión de que probablemente llevaban viviendo juntas mucho tiempo. Parecía que todo era propiedad de las dos; no era como si el sofá fuera solo de una de ellas y el sillón de la otra. También parecían encontrarse muy cómodas la una con la otra. No es que en la Foster se las notara incómodas, pero allí tampoco se las veía juntas a menudo excepto en obras de teatro o bailes, que solían ofrecerse a supervisar. Pero incluso entonces solían estar con otros profesores, y Sally siempre decía que en los bailes alguna de las dos siempre se marcaba algún baile con uno de ellos.

En su casa, sin embargo, parecían un par de zapatos viejos: cada uno con sus propios bultos, magulladuras y grietas, pero aun así un par que encajaba perfectamente en la misma caja.

—Sois muy amables por recibirnos aquí —dijo la directora Poindexter cuando todos estuvimos más o menos apiñados en el salón y las profesoras Widmer y Stevenson servían coca-colas, té y galletas.

Ese «todos» no solo incluía a los miembros del consejo estudiantil, sino también a Sally y a Walt como portavoces estudiantiles de la campaña de recaudación de fondos y a la profesora Baxter. Era ella quien tomaba las notas, lo que había puesto furiosa a Mary Lou.

La directora Poindexter llevaba un vestido negro con algo de encaje blanco en la garganta y las muñecas que me recordaba a los pañuelos de la profesora Baxter. Parecía que venía de asistir a un entierro.

—Si Sally y Walt me lo permiten, porque ellos ya lo han leído, voy a compartir con vosotros parte del último informe del señor Piccolo. ¿Profesora Baxter?

—Se ajustó las gafas en la nariz.

—Señora directora —dijo la profesora Stevenson mientras la profesora Baxter sacaba una carpeta de su anticuado y abultado maletín—, ¿no deberíamos comenzar oficialmente la reunión?

La directora Poindexter se quitó las gafas. —Ay, bueno —dijo airadamente—. Se abre la s… La profesora Stevenson carraspeó.

—tiff —se corrigió la directora—, te esperamos.

—Se abre la sesión del consejo estudiantil —dije con toda la calma que pude—. La presidencia —No pude evitar darle algo más de énfasis a la palabra— cede la palabra a la señora directora.

La directora volvió a instalarse las gafas en la nariz y apartó al gato negro, que había empezado a restregarse contra su pierna. El animal intentó acercarse entonces a la profesora Baxter, que estornudó con recato; la profesora Widmer lo cogió y se lo llevó a la planta de abajo.

—El objetivo principal —dijo la directora Poindexter con voz sonora mientras miraba por encima de las gafas— son 150.000 dólares para los gastos en aumento, como los sueldos y el equipamiento nuevo que tanta falta hace (por ejemplo, en el laboratorio), y otros 150.000 dólares para reformas. No tenemos por qué disponer de todo el dinero al final de la campaña, pero nos gustaría llegar a esa cantidad en donaciones prometidas, con fechas de entrega espaciadas para que podamos cobrar 100.000 dólares al año durante los próximos tres años. Para el próximo otoño, querríamos contar con treinta y cinco estudiantes nuevos: veinte en primaria, diez de primer año de instituto y cinco de segundo. Por ahora, solo tenemos cuatro posibles alumnos de primaria y uno de instituto, y menos de la mitad del dinero en donaciones.

Conn soltó un silbido.

—Efectivamente —dijo la directora, que normalmente desaprobaba los silbidos. Empezó a leer el informe del señor Piccolo—: «Muchos hombres de negocios y empresarios industriales de la zona consideran que ya ha pasado el momento de los centros privados. Nuestro experto en campañas de recaudación de fondos opina que, debido al precio de las matrículas universitarias, la gente cada vez se resiste más a invertir mucho dinero en la educación preuniversitaria, incluso teniendo en cuenta cómo son los centros públicos de san francisco. Creo que esto influye tanto en la captación de alumnos como en las donaciones y genera una resistencia constante ante la campaña publicitaria. También existe la sensación de que los centros privados ya no pueden proteger a los alumnos de la influencia del mundo exterior: dos o tres personas me han mencionado el desafortunado incidente de hace dos años, el de la chica de último curso y el chico con el que se acabó casando…».

La mayoría de nosotros sabíamos que eso se refería a los dos alumnos de último curso que la directora Poindexter intentó expulsar, primero a través del consejo y luego de la junta de administración, en mi segundo año de instituto. La profesora Stevenson, que les había defendido, dijo entonces que su mayor crimen había sido enamorarse demasiado jóvenes. La directora Poindexter, sin embargo, no era capaz de contemplar nada que no fuera el escándalo que había causado el embarazo de la chica.

La directora siguió leyendo:

—«Lo que preocupa a los donantes potenciales y a los padres es que hubo un tiempo en que los padres mandaban a sus hijos a centros privados para protegerlos de los problemas sociales que parecían inundar los públicos, pero ahora esos problemas también se dan en los centros privados. Nuestra campaña debe centrarse en contrarrestar esta preocupación».

Cuando la directora Poindexter dejó de leer, levanté la mano y después recordé que era yo quien presidía, así que la bajé.

—Tengo una amiga en un instituto público —dije, y me sentí algo rara al referirme así a taeyeon—. Creo… creo que sí que tienen más problemas con drogas y cosas de ese estilo que nosotros. Así que me pregunto si esos padres tienen razón cuando dicen que en los centros privados tenemos los mismos problemas. Pero eso sí: aunque el instituto de mi amiga es algo hostil, es más interesante que la Foster. Lo que quiero decir… Me pregunto si algunos no querrán mandar a sus hijos a institutos públicos para abrirles las miras, por así decirlo. Creo que ahora hay más gente que piensa que los centros privados son para esnobs.

—Si nuestros propios estudiantes no valoran la educación de la Foster, no iremos a ninguna parte — dijo la directora Poindexter con severidad—. ¡Me sorprendes, tiffany!

—No es que no valore la Foster —intervino Mary Lou, enfadada—. ¡Eso no es lo que ha dicho tiff para nada! Creo que solo intentaba explicar lo que piensa la gente de la que habla el señor Piccolo, y seguro que tiene razón. Yo antes salía con un chico de un instituto público y él pensaba que la Foster era para esnobs. Y que nos tenían sobreprotegidos.

—Pero Mary Lou, querida —gorjeó la profesora Baxter—, ni tiff ni tú estáis muy protegidas, ¿no? Si las dos os… eh, asociáis con gente de otros centros, como decís. Y eso está bien —se apresuró a añadir—. Está muy bien, de hecho. —Nerviosa, dirigió una mirada rápida a la directora Poindexter y añadió—: Debemos recordar que todos hacemos falta. El Señor nos creó a todos.

—Creo que esto no tiene nada que ver con lo que nos ocupa —dijo la directora Poindexter—. Nos corresponde a nosotros vender las ventajas de la Foster, no inventarnos desventajas o centrarnos en las influencias cuestionables de estudiantes de otros centros.

—¡Influencias cuestionables! —estallé, sin poderme contener. Mary Lou, que había llevado durante un año un anillo del chico del instituto público, se puso muy roja. Conn le hizo un gesto de advertencia con la cabeza y me puso la mano en el brazo.

—Cálmate, tiff —susurró.

En ese momento, la reunión se vino abajo: discutimos durante un montón de tiempo en lugar de decidir lo que hacer.

—Solo decimos que, para poder contrarrestar las actitudes de otra gente, es mejor comprenderlas primero —dijo Conn media hora más tarde. Pero la directora Poindexter era incapaz de interpretarlo como algo distinto a una crítica desagradecida de su amada Foster.

No obstante, al final decidimos celebrar una gran asamblea estudiantil el viernes después de las vacaciones de primavera. También planeamos animar a cada estudiante a captar a un nuevo alumno o convencer a un adulto para que donara dinero. Walt murmuró:

—Eso es calderilla. El señor Piccolo dice que las únicas buenas fuentes de dinero son las empresas, la gente rica y la industria.

Pero la directora Poindexter se había entusiasmado tanto con lo que podíamos conseguir «si la familia entera de la Foster trabaja en conjunto» que, de algún modo, consiguió convencernos a la mayoría de que sería posible cambiar el curso de la campaña. Sally y Walt se ofrecieron a planear la asamblea, y la directora Poindexter me pidió que les ayudara como presidenta del consejo. Nos dijo que debíamos pensar en el grupo como un «comité de tres». Después de dar muchas vueltas, los tres acordamos reunirnos dos veces la siguiente semana, antes de las vacaciones, y otra vez más durante las vacaciones, justo antes de volver a clase.

Entonces, justo cuando la directora Poindexter parecía querer concluir la reunión y yo me debatía entre cerrar la sesión o ver si volvía a ignorar mi presidencia, la profesora Baxter levantó la mano y la directora le hizo un gesto para que hablara.

—Me gustaría que todos recordáramos —dijo la profesora Baxter mientras se sacaba uno de sus pañuelos de la manga y lo agitaba, nerviosa— que, como bien sabemos, este es un momento fundamental para que todos los estudiantes de la Foster, especialmente los miembros del consejo, se comporten de forma ejemplar tanto en público como en privado. Estamos mucho más expuestos al público de lo que creemos: la semana pasada fui a Tuscan’s (¡a Tuscan’s, que es enorme!) y una vendedora me preguntó si yo trabajaba en la Foster, me dijo que la campaña parecía muy emocionante y que la Foster era un centro maravilloso. —La profesora Baxter sonrió y se limpió la nariz con el pañuelo—. Es magnífico que podamos asegurar unos estándares tan altos con nuestro propio ejemplo tanto a los padres actuales como a los futuros padres de alumnos de la Foster. Hasta la gente de fuera empieza a darse cuenta de que somos especiales: ese es uno de los aspectos más emocionantes de la campaña. ¡Es una oportunidad impresionante para todos nosotros!

—Bien dicho, señora Baxter —dijo la directora Poindexter con una sonrisa resplandeciente. La profesora sonrió con modestia.

—Ya sabemos por qué ha hecho venir a la Baxter — nos susurró Mary Lou a Conn y a mí.

—Seguro que todos estáis de acuerdo con la señora Baxter. Tenemos que darle las gracias por recordarnos nuestro deber —dijo la directora mientras dirigía la mirada por toda la habitación.

La profesora Stevenson parecía estar pensando en deshacerse de las latas de coca-cola. A mí me pareció una gran idea, así que le hice un gesto con la cabeza a la directora y me dispuse a levantarme y a coger la bandeja, pero la profesora Stevenson me echó una mirada con intención y me di cuenta de que me había adelantado.

—Gracias, profesora Baxter —dijo Sally, y empezó a aplaudir; el resto la seguimos.

—Gracias —dijo la profesora Baxter, que todavía sonreía con modestia—. Gracias, pero el mejor agradecimiento será que sigáis mostrándole al mundo (y que ayudéis a que vuestros compañeros lo hagan) que los estudiantes de la Foster realmente están por encima. ¡Porque la Foster es excelente, la Foster es excelente…! —cantó de repente. Era una de las canciones más entusiastas y más ridículas de la academia.

Y, por supuesto, todos cantamos con ella.

Fue algo triste, porque ninguno de nosotros excepto Sally y, aparentemente, Walt, sentíamos mucho entusiasmo. Pero ahí estaban aquellas dos mujeres, la ballena y su pez piloto, el águila y el gorrión, cantando con los ojos brillantes, las bocas muy abiertas y la cabeza hacia atrás como si quisieran volver a tener quince años

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