El corazón de Yoohyeon latía a mil por hora. Estaba entre una multitud de niños de su edad, todos con evidentes nervios también. Estaban siguiendo a un profesor que los guiaba por grandes pasillos de piedra. Finalmente el hombre se detuvo frente a un portón enorme y se dirigió a ellos. Les explicó brevemente lo que iba a ocurrir y les deseó suerte. Entonces el portón se abrió de par en par y todos lo atravesaron. El gran comedor los dejó boquiabiertos, tanto que apenas notaron las miradas curiosas de los cientos de alumnos que ocupaban ya sus respectivas mesas. Llegaron al frente de la estancia. Allí en su propia mesa estaban todos los profesores del colegio que los miraban con expresiones variadas, desde la emoción hasta el aburrimiento mal disimulado. El mismo hombre que los había llevado hasta allí se acercó a un taburete en el que había un sombrero harapiento. En pocos minutos los nombres comenzaron a sucederse, un alumno tras otro pasaba por el sombrero y cada vez que una casa ganaba un nuevo miembro estos vitoreaban y aplaudían como locos. A Yoohyeon le recordó a un partido de fútbol. El ambiente animado la relajó un tanto y fue capaz de observar todo lo que pasaba con una sonrisa.

-¡Yoohyeon Gray!

Al oír su nombre su corazón se saltó un latido. Tragó saliva y se dirigió al frente con pasos temblorosos. Se sentó en el taburete y respiró hondo. Desde ahí podía verse todo el gran comedor. Fue capaz de distinguir a Siyeon en la mesa en la que reinaba el