A nuestra llegada a Atenas, los rayos solares de Grecia quemaban como si alguien les hubiera pagado para que lo hicieran. Quizá había sido Chaerin quien lo había hecho, porque pagaba por todo. Intenté mantener mi sarcasmo bajo control, porque aquí no resultaba oportuno. Al fin y al cabo, yo permitía que ella pagara. En estos tratos siempre están implicadas dos personas y yo era tan poco inocente como pudiera serlo ella.

-Desde aquí volamos de nuevo hasta Astipalaia. –Explicó Chaerin, mientras atravesábamos el aeropuerto. –Allí es donde está mi barco.

Yo la miré con una cara de ignorancia, ella sonrió.

-Es una isla del Egeo bastante pequeña, me parece que no prestas mucha atención en el colegio. –Ella se mostró muy satisfecha con su comentario, aunque a mí no me pareció nada divertido. Sin embargo, me contuve, pues no quería enfadarme otra vez.

-Solo me fijo en las cosas que me aportan algún provecho. –Dije, después de todo era ella la que pensaba que todo se reducía a una cuestión de dinero, así que yo iba a hacer lo mismo o, por lo menos, iba a intentar dar esa sensación, de esa forma nos entenderíamos bien.

Me miro con una expresión no definida.

-Esa es una postura adecuada. –Dijo. –Parece que ya estas aprendiendo algo.

¡Oh, sí! Eso lo podía confirmar.  Ella me había obligado a hacerlo. Y yo había sido una buena estudiante.

Desde el primer día de colegio, en mis calificaciones siempre aparecía una nota que decía: Rápida capacidad de compresión. De todas formas, nunca hubiera dicho que eso pudiera aplicarse a una situación como esta.

-Aun tenemos tiempo. –Dijo, mientras pasábamos por delante de algunos comercios del aeropuerto. Ella sonrió. -¡Los Duty-Free ya no son lo que eran!

Ella entró a una tienda y yo la seguí como un perrito bueno y tonto, que ni siquiera necesitaba correa. Ella parecía querer una determinada marca de Whisky y compró algunas botellas.

-Busca algo para ti. –Dijo. –No importa lo que cueste.

Luego se dio la vuelta y se adentro más a la tienda. En el avión no me había dado dinero, pero aquí sí. Estaba claro. Yo misma podía buscar algo como pago por el << Servicio >> llevado a cabo en el baño del avión. Si ella estaba dispuesta a pagar tanto, era señal de que debía haberle gustado mucho. Me embargó una sensación de malestar por todo el cuerpo.

Cerré los ojos para olvidar la ofensa que me había infligido. No podía hacer otra cosa, porque ella era así. Toqué el boleto que estaba en mi bolsillo, me vino a la cabeza su oferta de tomar un vuelo de vuelta. ¿Lo que acababa de hacerme no era motivo suficiente para que yo regresara? Al parecer no, porque seguí allí y no me moví hasta que acabo con sus compras.

-¿No agarraste nada? –Dijo arqueando las cejas. -¿No te ha gustado nada?

-No. –Dije en un tono frio. –No hay nada de mi estilo. –Yo no quería que ella pagara más cosas, ya era suficiente con que me pagara toda mi estancia.

Para mi sorpresa no insistió. Pagó su compra y nos fuimos de la tienda. Yo suspiré. ¡Por una vez lo había conseguido!

Una hora después estábamos sentadas en un avión con destino a Astipalaia, aunque debería decir que la palabra avión era demasiado exagerada para este caso. Esta vez era más pequeño que el que nos había traído a Atenas. Tenía unos doce asientos. Y no estaba del todo lleno.

El avión despegó y esta vez las << Mariposas  en el estomago >> resultaron más desagradables. Dimos unas sacudidas por la pista y luego, a base de mucho esfuerzo, conseguimos superar las copas de los arboles.

Me asusté al pensar que la mayor parte del vuelo iba a transcurrir sobre el agua. Pero el mediterráneo era cálido y, por lo tanto, no se daría el efecto Titanic, es decir que, aunque nos estrelláramos, podíamos permanecer durante horas en las aguas del templado mar.

Chaerin sonrió al ver mi expresión pensativa, que yo no me había esforzado en ocultar.

-Hasta ahora siempre he llegado a mi destino. –Afirmó. –No te preocupes, parece peor de lo que es en realidad. Te acostumbrarás.

Ella parecía más amable y con buen humor. Sonrió y se inclinó hacia mí. Como a nuestro lado no había nadie que nos pudiera ver, me dio un suave beso en la mejilla. Al mismo tiempo sentí un ligero contacto en la muñeca.

-Te lo quería dar ahora. –murmuró. –Como no has elegido ningún regalo, lo he hecho yo por ti. –Se reclinó para atrás y me miro atentamente. –Espero que te guste.

Miré hacia abajo y vi un pequeño reloj de oro con diamantes donde antes no había nada. Intenté no cambiar la expresión de mi cara. No quería mostrar ninguna reacción, aunq