No supe cuanto tiempo estuve dormida, pero, cuando  me desperté, Chaerin entró por la puerta de mi camarote y me miró. ¿No había dicho que era suficiente por hoy? Parecía que lo había pensado dos veces. Me giré sin decir ninguna palabra y le hice sitio en la cama.

Ella permaneció de pie sin decir nada durante unos segundos, me miraba de con una expresión extraña. Luego dijo:

-No. Quiero otra cosa. Me gustaría invitarte a dar un paseo.

¿Un paseo? ¿Por encima del agua? La miré un tanto desconcertada.

Ella sonrió.

-Has dormido como un bebé. –Dijo. –No te has dado cuenta de que llevamos un rato navegando.

Me levanté y miré por el ojo de buey. Era cierto.

-No, ni me había dado cuenta. –Dije sorprendida. –He debido dormir profundamente.

-Es el curso de buceo. –Repuso ella. –Cansa mucho.

¡El curso de buceo! Bueno, si así lo creía, no era yo quién para contradecirla.

-Sí, es el curso de buceo.

**

Nos dirigimos a una isla más apartada, más pequeña que las otras que habíamos visitado. De lejos parecía que allí no había nadie y, al acercarnos con la barca, aquella impresión se consolidó aun más. Parecía estar totalmente desierta.

Llegamos a una pequeña pasarela, muy vieja. Chaerin se adentró a la isla y me miró. Todo tenía un aspecto salvaje y encantado. La isla estaba cubierta de vegetación, como el castillo del cuento de la bella durmiente. Y, sin embargo, o quizá por eso, tenía un encanto propio, un atractivo mágico.

Nos abrimos paso hacia el interior de la isla a través de una senda cubierta de maleza, pero todavía reconocible.

De súbito, oculta entre arbustos y árboles, apareció una casa, cuya fachada, que ahora tenía una tonalidad gris, había sido blanca en su momento.

Delante había un jardín, que en su época debió de estar bien cuidado: Tenía estatuas blancas que representaban a personas desnudas colocadas sobre pedestales; eran figuras femeninas y masculinas, pero sobre todo masculinas.

Además, había una fuente muy bella. Tuve que sonreír. ¡Aquellos griegos de la antigüedad…! Había oído hablar de ellos en el colegio. Entre ellos no predominaba el amor heteroual, que solo era visto como un mal necesario. Sin embargo, el amor verdadero, el que merecía ese nombre se asociaba a los sentimientos homouales, entre hombres.

Las mujeres no significaban mucho. El mayor ideal estético era el bello cuerpo de un joven, que, tal y como lo apreciaban los hombres, debía estar totalmente desnudo. Eso se podía observar muy bien en el jardín, hoy cubierto de maleza, pero que un día debió de ser una obra maestra. Había una estatua de afrodita, también de artemisa, a la que los romanos llamaban Diana, con su arco de diosa cazadora, y más allá se situaba una Atenea. También había hermosas figuras de dioses, como Apolo, uno de los muchos hijos de Zeus, y el hermano gemelo de Artemisa, con una Lira en el brazo para distinguirse del arco de su hermana.

También estaba Adonis, que no fue un dios, pero que se convirtió en el amante de Afrodita, y Hermes, el pícaro mensajero de los dioses.

Aquí parecía estar reunido todo: lo que era joven, bello y excitante. El mármol blanco no había perdido nada de su esplendor.

-¿Te gusta?

Cuando Chaerin me habló, yo casi desperté de un sueño, como si me hubiera sumergido en el tiempo igual que lo había hecho en el mar, como si la antigua Grecia aún existiera y yo estuviera de visita.

Me giré para mirar a Chaerin, que sonreía, como si fuera ahora una de aquellas figuras, una diosa de mármol, como si un escultor hubiera conseguido plasmar en ella la imagen perfecta de una mujer. Ella lo era por su propia naturaleza.

-Sí, es impresionante. –Dije. -¿Qué es esto?

-Es… Es una isla. –Titubeó Chaerin.

-Mira, si no me lo hubieras dicho. –Bromeé. –No me hubiera dado cuenta.

Ella sonrió.

-Es fascinante. –Repuse. -¿Quién lo ha hecho?

-Un loco egocéntrico. –Respondió. –Quería volver a crear a la antigua Grecia, pero no duro mucho. Pronto perdió las ganas y comenzó con otro proyecto. Ahora todo está hecho polvo.

-¿Y se puede visitar la isla problemas? –Pregunté. -¿No hay visitas guiadas o algo así?

-No, no hay nadie. –Respondió. –Los turistas no llegan hasta aquí. Pueden llegar a pasar meses o años sin que se vea a una sola persona. Una vez me quedé tres días aquí, pero la casa está muy mal y no se puede vivir en ella.

-Bueno, con este clima no hace falta casa. –Dije.

-No, porque se puede dormir afuera. O también en el barco.

Miré una vez a mí alrededor.

-Esto es para personas amantes de la soledad. –Dije. -¿Cómo lo encontraste?

-Así, sin más. Navegaba con el barco por esta zona sin seguir un rumbo determinado y me encontré con la isla. Fue como una sorpresa. Es tan pequeña que no viene señalizada en la mayoría de los mapas; Tampoco en los míos. Yo pensaba que aquí solo habría agua.

-Maravilloso. –Repuse. –Se podría pensar que es una propiedad privada. –Me reí.

Chaerin dio un par de pasos hacia la edificación y sonrió.

-Lo es. –Dijo mientras continuaba su marcha. Yo la seguí, algo turbada. Cuando la alcancé, casi estábamos en la casa.

-¿Qué quieres decir? –Pregunté. -¿Qué esta isla es de alguien? ¿De quién?

Ella continuó su marcha.

-Mía. –Dijo sin mirarme.

¡Oh, cielos! ¿Y ella decía que no había cumplido sus sueños? ¿Mi casa, mi barco, mi isla? Me detuve un momento. No me lo podía creer. Al volver a mirarla, Chaerin había desaparecido en el interior de la casa.

Yo la seguí y entré en el vestíbulo. Era muy grande y casi estaba reducido a escombros. Recordaba un templo griego. Las piedras estaban allí, pero no en su emplazamiento correcto. A la izquierda y a la derecha había figuras como las del jardín.

-¿Chaerin? –Grité, al no poder verla.

-Aquí. –Dijo ella desde lo alto. Alcé los ojos y vi que estaba en la banderilla de arriba, en lo que aun quedaba de ella.

-¡Chaerin! –Grité, asustada. -¡Ten cuidado!

Ella rió.

-Ya la conozco. Sube sin miedo.

Yo miré con algo de escepticismo a la torcida escalera de piedra que llevaba hacia arriba.

-Tienes que ir por la izquierda. –Recomendó Chaerin. –Y no te pasará nada.

Seguí su consejo y subí por la escalera hasta llegar a su lado. Pero aquello no me ofrecía mucha seguridad.

-No me ha quedado mucho. –Dijo Chaerin. –Sólo una habitación en condiciones para poder quedarse en ella.

Me llevó allí. La habitación tenía unas grandiosas vistas del mar.

-¿No es maravilloso? –Preguntó en voz baja.

Desde el mar nos llegaba una ligera brisa.

-Sí, es maravilloso. –Dije. –Es lo mismo que un cuento de hadas. –La miré. -¿Para qué has comprado la isla? ¿Quieres construir un hotel aquí?

-No. –Dijo y se dirigió a la ventana. –Pensé que podía vivir aquí, pero, como no tengo mucho tiempo, si vengo duermo en el barco y no necesito la casa.

¡Menuda elección! ¡O duermo en mi yate privado o en mi isla privada! No era un milagro si pensaba que podía comprarlo todo.

-Me alegro por ti. –Dije, algo disgustada.

Yo no conseguiría jamás lo que ella tenía. Pero, aun cuando me atraía el dinero, nunca llegaría a ser como ella: Carente de sentimientos y centrada en una sola cosa. ¿Para qué me había traído aquí? Miré a mí alrededor. No vi ninguna cama, aunque eso no era un obstáculo. A lo mejor le gustaba el o en lugares extraños y bajo condiciones difíciles. Seguro que no me había enseñado la isla sin ningún motivo…

Chaerin seguía asomada a la ventana y yo no podía ver su rostro. ¿Estaría pensando en la mejor forma de tumbarme? Cuanto más tiempo se quedara en la ventana sin moverse, más se despertaba en mí el amor hacia ella, amor que Chaerin no deseaba. Me hubiera gustado tomarla entre mis brazos, mantenernos así y solo mirar al mar.

Quizás me dejaría hacerlo. Hoy mismo me había permitido hacer cosas que hubiera prohibido en otras circunstancias. Me acerqué a ella y l