Confesión de amor

A dos notas de tu corazón

—Por favor... no te vayas.

La tímida petición se deslizó de entre los labios del pelinegro, que no dudó en coger de la mano al contrario para impedir que se marchase de la estancia. Kihyun se quedó quieto y giró su rostro, dispuesto a escuchar lo que fuese que el otro tuviese que decirle.

—Sé que es difícil, pero por favor, créeme cuando te digo que mis sentimientos son sinceros.

El sufrimiento era evidente en sus palabras, pero estas resultaban aún más desgarradoras para aquel a quien iban dirigidas.

Kihyun suspiró y se soltó del agarre para encarar a la persona que tanto daño le había hecho en el pasado.

—No me hables de sentimientos —declaró el de cabellos rosas, clavándole la mirada más fría que pudo—, ambos sabemos que tú no tienes de eso.

—Escúchame —rogó Changkyun casi con desesperación, intentando volver a acercarse al más bajo, pero este retrocedió con una mueca de desagrado.

—¿Que te escuche? —repite incrédulo—, ¿crees que con tus mentiras podrías arreglar algo?

Changkyun se encogió en el sitio y miró hacia sus pies, incapaz de enfrentar esos ojos amenazantes; sí que había algo que podía decir, pero tenía miedo del rechazo del contrario.

—Yo... te quiero... —admitió en voz baja.

Una risa irónica resonó en el dormitorio en respuesta.

—No me vengas con esas ahora. Si me quisieras, nunca habrías permitido que ese hombre se interpusiera en nuestra relación.

El silencio se hizo en el cuarto que ambos compartían. Los segundos corrían y el pelinegro seguía sin proferir sonido alguno: se estaba empezando a poner nervioso y pestañeó repetidas veces. Habiendo pasado un minuto entero, Kihyun se impacientó y puso los brazos en jarra.

—¿Changkyun? —le instó a seguir.

—Eh... yo... —tartamudeó el aludido, sin saber muy bien qué decir.

Finalmente, se giró y cogió apresurado unos papeles de la mesita del centro de la habitación; buscó la página correspondiente y volvió junto a Kihyun, entrecerrando los ojos para poder leer la frase de su personaje.

—Eso... ya no importa —leyó con dificultad—, mi corazón... bate con puerta cuando estoy contigo —finalizó orgulloso por haber podido descifrar las letras borrosas del guion.

Pero la satisfacción de Changkyun no duró mucho: el grito frustrado de su amigo le indicó que había metido la pata en la interpretación. Otra vez.

—¡Late! ¡Late con fuerza! —le corrigió el chico dándole una patadita al suelo.

—¿No es eso lo que dije?

Recibió otro bufido como contestación y Changkyun se giró con interrogación hacia Hyunwoo, que había presenciado toda la situación desde el sofá. El moreno negó con la cabeza, quitándole todas las esperanzas a Changkyun de haber interpretado con éxito su parte del diálogo.

—Hyung, lo siento —se disculpó apurado, usando las hojas del guion a modo de escudo—. Déjame intentarlo de nuevo.

Kihyun alzó una ceja y se acercó a zancadas hasta la mesita para coger las gafas que descansaban en su superficie de madera.

—Si te pusieras las gafas, esto no sucedería —respondió enfadado: una de las cosas que más desquiciaba al mayor era que interrumpieran su actuación.

Changkyun retrocedió un paso sin despegar la vista de los lentes. Odiaba aquellas dichosas gafas: eran enormes y le hacían parecer un empollón.

—Puedo leer sin ellas —argumentó intentando sonar convincente, aunque en el fondo sabía que hasta un topo veía mejor que él.

Su vista había empeorado durante el año anterior a entrar en la universidad, sobre todo por la cantidad indecente de horas que se pasaba delante del ordenador, pero siempre encontraba algún pretexto para posponer la temida cita con el oculista.

Sin embargo, después de que el mes pasado se metiera en el coche de un desconocido por confundirlo con el de su madre hizo que ya no se pudiese refugiar en ninguna excusa para evitar ir a ver a un profesional.

Changkyun seguía pensando que los dos coches eran prácticamente idénticos...

—Yo de ti me las pondría —le aconsejó Hyunwoo sin moverse de su cómodo sitio: parecía un espectador de un circo que estaba a punto de presenciar cómo un león se iba a echar encima de su víctima.

El menor tragó saliva y miró asustado a Kihyun, el cual se acercaba peligrosamente hacia él hasta casi acorralarle contra la pared, sosteniendo las gafas en el aire con un semblante siniestro. Cuando quería, su amigo podía dar miedo de verdad.

—Te vas a poner las gafas —siseó amenazante. Era más una orden que una petición—, y me vas a ayudar a seguir practicando para la obra de este viernes, ¿de acuerdo? —añadió con una sonrisa muy falsa.

—¿Y... y qué hay de Hyunwoo? Él podría ayudarte... —La voz de Changkyun se fue apagando cuando se dio cuenta de la poca consistencia de su propia sugerencia: todos sabían que ensayar una obra de teatro con su grande amigo sería como intentar dialogar con una piedra. Incluso la piedra tendría más elocuencia.

A Changkyun no le quedó más opción que resignarse y ponerse los grandes lentes, no sin antes maldecir internamente al bajito dictador; aunque era mejor no hacer comentarios en voz alta sobre su altura: primero porque no es que fuese mucho más alto que él como para poder burlarse, pero la razón principal que le llevó a guardarse sus pensamientos fue que no quería acabar bajo tierra.

Y necesitaba seguir vivo para su recital de piano de mañana.

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Changkyun salió discretamente fuera del aula de primer curso cuando sonó el timbre que indicaba que las clases de tarde se habían acabado.

El pequeño chico se sentía exhausto: haberse pasado toda la mañana sometido a la tiranía de Kihyun no ayudó a que pudiese mantenerse despierto y atender a la lección de economía.

La idea de volver a la residencia del campus y así recuperar horas de sueño resultaba muy tentadora, pero para su desgracia, apenas había practicado para su concierto del día siguiente. En momentos como este, Changkyun se arrepentía de haberse unido al club de música.

Últimamente, el chico prefería quedarse en su habitación jugando a algún videojuego o leer un libro antes que tocar el piano.

Eso antes no era así.

A pesar de que le impusieron desde pequeño tocar ese instrumento, Changkyun siempre disfrutó de las melodías que sus dedos eran capaces de crear con tan solo pulsar unas teclas.

Aunque eso no cambiaba el hecho de que, a su parecer, él era un pianista bastante mediocre; el haber asistido a conciertos profesionales había bastado para minar su confianza en sus propias habilidades. Changkyun se contentaba con estar en el punto medio: no se le daba mal, pero tampoco era ningún Beethoven.

Sin embargo, últimamente había perdido la motivación. El piano le dejaba un sentimiento agridulce; ya no sentía lo mismo al tocarlo que años atrás, como si su música estuviese vacía. Simplemente ya no era lo mismo.

Con un suspiro, el muchacho se dirigió al salón de actos de la facultad. Al entrar en la enorme estancia, caminó sobre la alfombra roja desgastada del pasillo que atravesaba el lugar por el centro, con muchas filas de butacas a los lados.

Subió al escenario por las pequeñas escaleras de la derecha y encendió los focos con el panel eléctrico de entre bastidores. Acto seguido, sacó unas partituras de su mochila y se acercó al piano de cola que se encontraba en mitad del lugar.

Se acomodó en el banco y, tras colocar las hojas en el atril, agudizó la vista e intentó distinguir alguna nota musical en el borrón que sus ojos cansados alcanzaban a ver.

Chasqueó la lengua y, derrotado, sacó del bolsillo exterior de su ancha chaqueta vaquera las enormes gafas; una vez habiendo recuperado la visión, puso la punta del pie derecho en uno de los pedales y posó las yemas de sus dedos sobre las frías teclas, sin llegar a pulsarlas.

Tomó aire y entonces, comenzó a tocar. Se trataba de una canción muy delicada y las manos de Changkyun se movían con cuidado, acariciando las teclas y respetando la suavidad de la pieza. A medida que la melodía cobraba cierta intensidad, el chico tocaba con mayor firmeza.

Podía notar la tristeza del compositor, su alegría y su enfado: la canción trasmitía muchos sentimientos, y justo cuando llegó al punto más álgido, de mayor peso emocional, el muchacho dudó.

Y sus dedos dejaron de obedecerle. Unas notas desafinadas salieron del piano antes de que se hiciese un completo silencio en el salón de actos.

Las finas manos se volvieron inseguras y, a pesar de volver a retomar la pieza desde el principio otras tres veces, volvían a fallarle al llegar al clímax de la canción.

Changkyun suspiró y frotó sus ojos por debajo de las gafas: estaba demasiado cansado como para seguir practicando. Y tampoco es que le apeteciese quedarse hasta mucho más tarde, como solía hacer cuando todavía disfrutaba tocar el piano.

Contempló las partituras desde su asiento, e inevitablemente recordó las hojas del guion que Kihyun le obligó a aprenderse: estaba cien por ciento seguro de que su querido compañero de habitación volvería a forzarle para que siguiesen ensayando esa misma noche. Changkyun ni siquiera formaba parte del club de teatro, todo eso lo hacía por su amigo... o más bien para seguir vivito y coleando.

—Por favor, no te vayas... —murmuró mirando al frente—... yo te quiero.

El pelinegro hizo una mueca asqueada por sus propias palabras: hasta a él le habían sonado falsas. Carraspeó levemente para aclarar su garganta e irguió la espalda.

—Yo te quiero —repitió alzando la voz, intentando imitar el sentimiento con el que Kihyun interpretaba todas sus líneas—, mi corazón late con fuerza... cuando estoy contigo.

¿Acaso la gente de hoy en día todavía decía esas cursiladas? A Changkyun no le entraba en la cabeza que alguien confesase su amor con un párrafo que parecía sacado de una novela romántica. Y no de las buenas, precisamente.

En su mente se imaginó a sí mismo diciéndole esa frase a otra persona, con un amanecer de fondo para aportar dramatismo y hacerlo todo más romántico. Se rio por el ridículo pensamiento y sacudió la cabeza: estaba seguro de que, si algún día se enamoraba de alguien, jamás se confesaría de una manera tan cursi.

Todavía con una sonrisa en los labios, Changkyun se giró sobre el banco con la intención de levantarse, pero se quedó inmóvil al toparse con unos ojos que lo observaban desde la primera fila de las butacas.

Todos los músculos de su rostro se congelaron y su cerebro tardó en procesar la información: ¿desde cuándo llevaba esa persona ahí sentada? ¿Acaso... le había escuchado?

El chico desconocido, que había presenciado parte del recital de piano y la curiosa confesión de amor, se puso en pie y se acercó hasta el escenario, apoyando los antebrazos en la superficie de madera. Una sonrisa surcó sus rosados labios y observó divertido cómo las mejillas de Changkyun empezaban a parecer un volcán en erupción.

—Eso... ha sido adorable.

Changkyun nunca había deseado tanto que la tierra se lo tragase.

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Comments

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Mika_cavallari #1
Chapter 9: Ay por dios, justo en lo Biased. Continúa que esto me ha dejado pero más que interesada ♡