Capitulo 15

10 Dias Para T (Adapt. TaeNy)

Día 8, miércoles

Me desperté en la que había sido mi habitación desde niña, un gran cuarto con terraza orientada hacia la parte trasera de la finca. Busqué a ambos lados de la cama y rocé el hueco que, hasta la víspera, había estado ocupando Taeyeon a mi lado. Imaginé en su lugar a Nick, durmiendo boca arriba (como siempre, en nuestra casa recién reformada de Beacon Hill donde viviríamos a la vuelta de la luna de miel.

La perspectiva me causó tanto vértigo que escapé de las sábanas en busca del móvil, vacío de llamadas, presagio del mismo agujero tenebroso que me empujaba directamente hacia el cajón de las recaídas. Escogí un par de pastillas en mi almacén de ansiolíticos y me las tragué, dispuesta a saltar, nuevamente, a la arena con los leones.

Sin prisa me duché, me vestí y bajé las escaleras hasta el comedor de la planta baja donde solíamos desayunar. Cuando entré en la estancia, dos pares de ojos me examinaron a conciencia; yo evité la confrontación inicial para atenuar el impacto, pero el choque era, por completo, inevitable, así que me aproximé con la gallardía de quien ya no tiene nada que perder.

—Buenos días —exclamó mi padre satisfecho tanto por mi regreso como por su renovada tranquilidad— Acompáñanos.

Me acerqué y también besé a mi madre antes de sentarme a la mesa. Ella me saludo con una modesta sonrisa, casi planeada, como una serpiente a punto de atacar su presa.

— ¿Qué tal el viaje? — continuó mi padre— Anoche llegaste tarde. Casi no pudimos hablar.

—Bien —respondí escondiéndome tras la lechera de porcelana mientras me servía un café—Manhattan es tan diferente.

—Muy diferente —afiló mi madre intencionadamente— A veces tan diferente que resulta raro, anormal.

Nos enfrentamos con una mirada fugaz.
 

Comprendí entonces que ella sabía algo, pero no el qué, ni cuánto, ni cómo lo había averiguado, así que hice lo único que me quedaba; nada.

— ¿Cómo está Cate? — preguntó mi padre— ¿Sigue mi sobrina tan atolondrada como siempre o ya tiene alguna novia formal?

—Bueno, desde que lo dejó con Lisa no ha vuelto a tener nada serio —comenté tratando de ser discreta.

—La seriedad no está implícita en las relaciones, sino que forma parte de las personas —atacó nuevamente la señora Hwang — Las personas serias tienen relaciones serias, y los irresponsables tienen pavoneos y poco más.

—Vamos, Catherine, no seas tan obtusa — defendió mi padre—. Cate es una buena persona y algún día encontrará a otra buena persona. Es así de fácil.

—Como tu hija —aprovechó mi madre— Tiffany es una mujer preparada, atractiva y moderna que ha encontrado un hombre a su medida.

Ignoré sus comentarios mordaces y continué hablando distendidamente con mi padre sobre mi prima y Nueva York. Después de mencionar tímidamente el supuesto viaje a Staten Island, llegamos a los preparativos de la boda.

—No has hecho tanta falta —me dispensó— Leslie Johnson, la organizadora de la boda, es como una apisonadora humana. Tiene cronometrados hasta los imprevistos.

—No obstante, deberías probarte el vestido — intervino mi madre—. Faltaste a la prueba del lunes.

Nos desafiamos con otra mirada demoledora mientras el cabeza de familia, ajeno a la batalla, se despedía de nosotras rumbo a la constructora.

Cuando nos quedamos solas, la señora Hwang se levantó y se dirigió al mueble bar. Sacó una botella del mejor coñac de reserva de mi padre y se sirvió una copa abultada, un gesto tan infrecuente en ella que temí la peor de las tempestades. Le hubiese resultado fácil arrinconarme hasta la represión más absoluta de no ser porque el gran secreto de Cate me había demostrado cuán ruin podía llegar a ser su táctica intimidante, trucos en los que yo nunca hubiese reparado y que ahora, más que nunca, parecían formar parte de un pequeño y sutil teatrillo de dominación.

—Has creído que todos somos estúpidos, ¿verdad? —increpó— Como tu padre, siempre confiado, siempre jugando con el azar.

No quise responder. Supuse que mi silencio sería aún más molesto para ella que cualquiera de mis modélicas respuestas.

—Pensaba que tenía una hija honesta, fiel a su familia —prosiguió rozando la burla— Y resulta que ni siquiera eres sincera con tu terapeuta.

De nuevo dejé transcurrir los segundos de réplica que me correspondían y ella pareció tomárselo como una ofensa.

— ¿No dices nada? ¿Tampoco vas a contarle a Nick, o a tu padre, que ya estás curada, que ya no sientes esa fobia desproporcionada por los aviones? ¿Cuánto tiempo más te vas a burlar de las personas que te quieren? ¿Cómo puedes ser tan inmoral, tan indecente?

— ¿Es esto una lección de ética? — interrumpí bruscamente— Porque la ética no contempla el maltrato a menores, mamá. Como cuando abusaste; de Cate, hace doce años. Jamás habría esperado de ti una bajeza como esa.

— ¿Qué tonterías estás diciendo? —exclamó indignada—. Yo no hice tal cosa —Chantajeaste a una niña de dieciséis años porque no te interesaba tenerla cerca.

Fuiste cruel y especialmente sádica con ella, sin importarte el daño que le estabas haciendo. ¿Cómo puedes hablar de buenas costumbres cuando no respetas la libertad de las personas?

—Hice lo que hice para protegerte, y lo volvería a hacer —gritó—, pero la libertad de la que hablas no se puede alcanzar con mentiras, niña.

Alterada como pocas veces la había visto se dirigió a la biblioteca para buscar, entre aspaviento y golpes, un informe oculto entre las páginas de un libro. Lo arrojó sobre la mesa, justo delante de mí.

—Es un extracto de tu tarjeta —declaró llena de satisfacción— Con la reseña de los billetes a Los Ángeles, ida y vuelta. Debe de aportarte mucha seguridad esa mujer para haber superado, de pronto, lo que la terapia no ha conseguido en un año.

—Es una amiga —sonreí tontamente a propósito— Y en mi defensa diré que me emborrachó antes de subirme al avión.

Se acercó tan furiosa que pensé que iba a abofetearme, pero se contuvo, a muy poca distancia.

—No es momento de ser frívola —me advirtió recuperando el tono de calma— No puedes permitírtelo.

—Ni tú tampoco —repliqué— Casi prefiero que te hayas enterado. Me ahorras el trabajo de contártelo.

—No te atreverás a destrozar esta familia — amenazó— Tu padre sería el hazmerreír de

Boston después de haber anunciado tu boda por todo lo alto. Los negocios con los Horvejkul, nuestras amistades, hasta puedes comprometer el acceso de tu hermano a Harvard. ¿No lo entiendes? El círculo en el que nos movemos es tan pequeño como elitista, y absolutamente conservador. No tienes derecho a causarnos ese daño premeditadamente.

Me miró con violencia, como si deseará contagiarme el mismo instinto de supervivencia que a ella a movía. — ¿Cómo estás tan segura de lo que voy a hacer? —me levanté retándola.

Entonces sonrió de verdad, por primera vez, desde mi llegada.

—Estás aquí. ¿No?

Se bebió el coñac de un trago y luego se marchó en busca de la señora Johnson y de la modista.

Me fugué del comedor a toda velocidad por la cristalera del jardín y salí a la finca para tomar el aire que me faltaba. El efecto de las pastillas había amortiguado las consideraciones inmundas de mi madre, pero, nuevamente, el fantasma de la culpabilidad sobrevolaba mi cabeza como un buitre. Habría dolor hiciese lo que hiciese, quizás la penitencia que me habían impuesto desde los cielos. Cuántas veces tendría que estrellarme contra mis propios deseos para darme cuenta de que estaba en una encrucijada de senderos, tan distintos que mi vida tendría que cambiar de un modo radical. Imaginé las circunstancias de mi padre al resistirse a las críticas en el foso de las fieras, contra los que nunca se enfrentaron a él, pero, quizás en un futuro, se atreverían a morderlo a sus espaldas. Me imaginé a mí misma avanzando por el corredor de los exiliados sociales, ese del que nunca se regresa porque la cárcel de los diferentes sólo abre las puertas en un único sentido. Qué grande me pareció entonces Taeyeon, tan bella y libre como los felinos indomables, utilizando todos los días de su vida sin juzgarse a sí misma, en esa búsqueda que supone afrontar cada momento hasta donde llegue colmado nuestro espíritu. En mi caso, sin embargo, se imponía decidir a quién sacrificar sobre el altar, quién sufriría la condena de este amor que me había convertido, ante los ojos ajenos, en una rareza más; si yo u otros habrían de padecer mis sentimientos y a quién correspondían las consecuencias, inmerecida, de mi voluble naturaleza. La necesidad de Taeyeon me forzó a comprobar el móvil con el mismo infausto resultado de las últimas veinticuatro horas y, aunque tuve la tentación de marcar su número, lo adiviné tan inútil como los mensajes. Entonces me aproximé hasta el porche de madera construido para la ceremonia, me desmoroné en el asiento de uno de los bancos, donde la hierba aparecía pelada por algunas zonas y, casi inconscientemente, agarré un palo con el que terminé dibujando una T perfecta sobre la tierra, sin reparar los sigilosos pasos que avanzaban detrás de mí.

—Ya te dije que Manhattan podía ser muy entretenido —susurró Leo surgiendo a mi espalda como mi fantasma.

Me rodeó con los brazos para darme un beso y luego se colocó a mi lado de un salto, tan rápido que no pude evitar que viese la letra escrita en el suelo. Para mi asombro, él pareció obviarlo.

—Y qué. ¿La señora Hwang ya te ha lobotomizado? —bromeó con una mueca— Seguro que te ha soltado el rollo de las amistades, la posición de la familia, la presión social, bla, bla, bla.'.

Gesticulaba con las manos para dar más veracidad a su interpretación.

— ¿Cómo lo sabes? —le pregunté gratamente sorprendida.

—Siempre ha sido muy previsible —afirmó restándole importancia— Conmigo ahora emplea estrategias más sofisticadas, como, por ejemplo, apelar a mi autoestima. «Si no sacas buenas notas es que tal vez no eres tan bueno como tu hermana», «si no consigues entrar en Harvard es que quizás te falta capacidad», o, y ésta es mi favorita, «cielo, no te preocupes; no es culpa tuya ser un poco burro». El desafío a mi ego masculino es constante. A veces me gustaría darle la razón, pero ahora me siento bastante cómodo en mi puesto de estudiante sufrido.

De repente, mi hermano me pareció mucho más adulto de lo que a él le interesaba demostrar.

—Te manejas muy bien con ella —le felicité — Empiezo a sentirme un poco inepta.

—No, simplemente eres buena persona — explicó— Los buenos nunca ven venir las balas. Y qué, ¿vas a casarte con Nick?

Me quedé pensativa; era la primera persona que me hacía esa pregunta con total formalidad, sin anticipar la evidencia.

— ¿A qué viene esa duda? —exclamé para ganar tiempo.

—Bueno, no entiendo mucho de mujeres casaderas, pero ¿no deberías estar saltando de alegría alrededor del vestido de novia? El cual, dicho sea de paso, sigue colgado en la sala y encerrado en un plástico desde la semana pasada. Parece un vestido abandonado, tan abandonado que he estado a punto de probármelo.

Lo miré con ojos desorbitados mientras se reía burlándose de mi candidez.

—Es broma —aseguró— Te veo muy triste. Lo cierto es que antes tampoco parecías muy feliz, pero, al menos, no tenías cara de funeral. ¿Es por T?

Hizo una indicación con la cabeza hacia el dibujo de la letra sobre la tierra.

—No, olvídate de eso —le pedí— No es nada.

—Oye, si no quieres a Nick, no te cases con él —afirmó, muy serio— Te diré, utilizando el método Hwang de chantaje emocional, que, si te casas con un hombre sin quererlo, él también será un infeliz. Dios, nuestra madre estaría tan orgullosa si pudiese oírme ahora.

Sonreí como ya no recordaba haberlo hecho. —Tony se ha acostumbrado a nuestra relación —suspiré— ¿Crees que lo notaría? Leo meditó durante algunos segundos aquel argumento que desbarataba por completo los suyos.

—Buena respuesta —reconoció—, pero escucha esto: casarse con un abogado tan cabrón como Nick Horvejkul hará que tu divorcio sea un infierno. No te dejará escapar fácilmente; te machacará más aún cuando pueda probar que existe T.

Me miró de reojo esperando una reacción diferente a la anterior, pero soporté su examen.

—Olvídate de T —insistí arañando la tierra alrededor de la letra hasta que desapareció— Es sólo un dibujo.

—Claro —asintió Leo—. Entendido. Aunque  acabas de confirmar que es una G, porque también parecía un 7.

Me guiñó un ojo y sonrió, sacando la lengua como señal de victoria antes de regresar a la casa, aunque todavía me arrojó un último consejo.

—No vivas una vida falsa por proteger a otros —pidió— No quiero que me salves a ese precio. Prefiero tener una hermana feliz.

Nos miramos como si hubiésemos sellado un pacto sagrado.

—Gracias —contesté— No sabes cuánto significan tus palabras.

Quizás fue el buen humor de mi hermano, la seguridad con la que me había hablado o su juventud, su descaro, la rebeldía contagiosa que emanaba por sus poros y que convertía el mundo gris y absurdo de los problemas en una cuestión de sencillos discursos felices; fuese lo que fuese, un irreverente entusiasmo se alojó otra vez en mi interior como una llama encendida.

A Cate Hwang le había costado varias horas conciliar el sueño la noche anterior y, para su desgracia, una vez dormida no había conseguido descansar. Extrañas visiones la habían asaltado, además de fantasías persecutorias en las que, rodeada de cazadores anónimos, sus angustiosos intentos por gritar acababan en un ligero e inútil murmullo. Al final se había despertado antes de tiempo, por lo que se propuso adelantar su horario y llegar antes a la biblioteca Jefferson con intención de aprovechar el día.

Tampoco había logrado concentrarse en el trabajo, cuya consecuencia más directa había sido el desordenamiento físico de más de setecientos archivos de antiguas ediciones cartográficas. Había tecleado mal su clave en varias ocasiones, colapsando el acceso a la red en el despacho de secretaría y, para colmo, había derramado el café sobre una de las alfombras pakistaníes que su jefe había adquirido prácticamente de saldo en una reciente subasta del Ayuntamiento. Alguien le preguntó si estaba enferma o tenía algún problema, pero ella lo negó exhibiendo su sonrisa de bibliotecaria experimentada, y, cuando a las tres en punto de la tarde salió de trabajar, lo hizo huyendo de la mala suerte, dispuesta a encerrarse en su apartamento y enfrentarse a su maldición.

Así transcurrieron dos horas, sentada en silencio sobre la cama mirando al vacío. El sonido del teléfono, pasadas las cinco, consiguió movilizar nuevamente su cuerpo para atender la esperada llamada. Susan y Hanako nunca le habían fallado y eran tan predecibles como sólo pueden serlo los verdaderos amigos.

— ¿Qué te ha pasado hoy, Cate? —exclamó la voz expedita de Susan.

—No me encuentro bien —respondió ella— Se llama cargo de conciencia.

— ¿Qué has hecho ahora, doblar la primera página de algún incunable? ¿Has vuelto a recomendarle a alguien aquel libro de cocina tailandesa?

Al fondo se escuchaba la risa contenida de Hanako.

—Parecéis un dúo cómico, Oliver y Hardy — replicó Cate— Aunque, en vuestro caso, sería más acertado llamaros Oliver y Oliver.

—Deja nuestros culos en paz y dime qué te pasa.

—Tiffany se ha ido —explicó Cate—, pero no se ha ido como debería.

— ¿Qué significa eso?

—Hemos discutido. Hemos hablado de ello.

Un silencio al otro lado de la línea confirmaba la importancia de aquella confesión.

— ¿De qué quieres el donut? —De chocolate. —Vale., ya vamos para allá.

Diez minutos de taxi y cinco de cafetería después, Susan y Hanako hacían su aparición en el apartamento de Cate. El café ya estaba preparado en medio de la mesa junto a un buen aprovisionamiento de cacahuetes confitados y patatas fritas, todo servido y bien dispuesto para una de esas tardes que sentaban jurisprudencia. Se acomodaron en las sillas de siempre a escuchar el relato que la anfitriona tenía que contar sobre los acontecimientos derivados de mi estancia en aquel piso, una historia llena de sorpresas que, al terminar, se hizo acreedora de un largo minuto de silencio. Luego, como solía ser habitual, Susan rompió el mutismo.

—Has juzgado y condenado a tu prima — observó—, pero te propongo un juicio justo. Tú actuarás de fiscal y yo de abogada defensora. Hanako, tú eres la moderadora.

—Jueza —corrigió Hanako con superioridad —Y además, voy a coger el martillo de las nueces. Os golpearé los dedos para asignar los turnos de palabra.

Cate resopló con resignación acostumbrada a aquellos juegos de humor absurdo entre ellas.

—Bien —comenzó Susan—  Me gustaría interrogar a un testigo antes de mi alegato final.

—Adelante —consintió Hanako golpeando la mesa con el mazo de los frutos secos.

—Cate, ¿por qué vino tu prima a Nueva York el miércoles pasado?

—Quería visitarme.

— ¿Por alguna razón especial?

—Quería que nos viésemos antes de convertirse en la señora Horvejkul.

—Porque no voy a ir a su boda.

—¿Y por qué?

—Pues porque no soy bien recibida en la casa de los Hwang.

Susan resopló casi ofendida por una respuesta que ya había adivinado.

—Por Dios, Cate, tienes veintiocho años, la famosa carta prescribió hace una década y todo el estado de Massachusetts sabe que eres lesbiana.

La aludida se quedó callada, por primera vez, sin nada que alegar.

—Hace años te prohibieron ver a tu prima — prosiguió Susan—, pero no se cumplió la prohibición. ¿Por qué?

—Por qué Tiffany vino a verme a Nueva York.

— ¿Cuántas veces ha venido a verte a Nueva York?

—Varias. Muchas.

— ¿Y cuántas veces has ido tú a visitarla, cuántas veces la has buscado en Boston para un encuentro?

Cate se quedó callada de nuevo bajando los ojos por primera vez.

—Nunca.

El silencio se hizo tan incómodo que Hanako dio otro martillazo en la mesa antes de intervenir.

—Es evidente que tu prima no es como la bruja de su madre —sentenció gesticulando con los dedos— Incluso yo diría que te quiere mucho.

—Y en cuanto a lo otro —añadió Susan indulgente—. Bueno, es difícil culparla por enrollarse con la tía del gimnasio.

Rieron al unísono mientras Cate se cruzaba de brazos, indignada.

—Exclamó de repente— Su comportamiento mientras estuvo aquí. ¿Qué pasa con el engaño?

Las otras dos se miraron de reojo entre ellas como si claramente pudiesen reconocer un horizonte más lejano que mi prima.

—Es una mujer enamorada, Cate —justificó Hanako— Tú sabes lo que eso significa.

Endorfinas, idiotez, locuras. —Sobre todo, locuras —añadió Susan alzando las cejas—. Y, a veces, las mentiras son el único camino. ¿Quién no ha mentido alguna vez sobre sus propios sentimientos? Cate asumió la improvisada lección como una pedrada en la conciencia. Se levantó para acercarse a la ventana, levemente abierta, a través de la cual se adentraba en el salón una corriente de aire fresco. Sintió la brisa y contempló el atardecer, casi nocturno, en el cielo; había gastado tantas horas recordando los agravios recibidos que había olvidado considerar sus propios errores. Era verdad que durante todos aquellos años el miedo había mantenido una absurda situación de lejanía que ya no se justificaba con nada y, tal vez, tampoco había sabido encajar que, su querida Tiffany, pudiese llegar a estar enamorada de una mujer.

—No debió irse con Nick —recordó con rabia dirigiéndose de nuevo hacia la mesa— No la he ayudado y, si se casan, no me lo perdonaré en la vida.

— ¿Vas a ir a Boston a impedir la boda? — gritaron las otras emocionadas.

—Mejor aún —decidió Cate—. Voy a buscar a Taeyeon.

Susan aplaudió mientras Hanako golpeaba la mesa repetidas veces con el martillo.

La señora Tiffany, consciente de la fina hebra que sustentaba el esperado enlace Hwang-Horvejkul se había dado prisa en activar un plan de emergencia infalible cuyas directrices podían describirse en tres palabras: presión, presión y más presión, toda sobre mi narcotizada cabeza. Hacerme probar el vestido de novia durante dos horas no parecía suficiente aperitivo así que, tras obligarme a asistir a un almuerzo en el club de damas donde pudo exhibirme a su antojo, regresamos a casa con el propósito de acordar los últimos detalles de la ceremonia en compañía de la señora Jonson. Se estimó oportuna entonces la celebración de una comida formal con los Horvejkulal día siguiente, una especie de víspera festiva al día de la boda. En general, mantenerme entretenida y, a ser posible, ligeramente apabullada, formaba parte de una de las estrategias más utilizadas y fructíferas de mi madre, como buena gobernanta dictatorial. Los resultados, en cualquier caso, parecían garantizados por mi predisposición al abuso de calmantes durante aquellas horas infernales. No fue casualidad que, para rematar mi dañada resistencia, el porsche de Nick cruzase la verja de la residencia a las siete en punto de la noche, invitado a una cena íntima con la futura familia política a la que, y mi madre se aseguró de repetirlo en infinidad de ocasiones, ya pertenecía desde hacía años.

—Nick —exclamó al verlo—. Hijo.

 

 

 

 

Continuara.......

 

Perdon por la demora 

 

 

ya pronto acabara esta historia 

Gracias por su apoyo y pasiencia ^^ besos

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Comments

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skincrisday #1
Chapter 17: Para cuando los ultimos 2 capitulos?
KazKaz18 #2
Chapter 17: OMG la leí otra vez..... yay esperando con ansias el siguiente :)
ailyn2111 #3
Chapter 17: por fin has vuelto
Skyth06
#4
Chapter 17: Ntp valió la pena esperar
SayAlover #5
Chapter 16: Seguimos esperando la actualización :(
KamJ95
#6
Chapter 16: Actualiza pronto!! Cada vez esta mas intenso. 7u7
LlamaAmerica #7
Chapter 16: Actualizaaaaaaa ahhhhh! T.T
Lari_sone #8
Chapter 16: :c ya mero terminara :´c
ailyn2111 #9
Chapter 16: muy cortoooo :c sigueeeee