C-5

2 Velas Para el Diablo [KaiSoo]

¿Estás bien? —me pregunta Kai.
Le miro sin poder reaccionar.
—¿Te ha hecho daño?
—No, yo… estoy bien.
—Pues entonces, levántate. Tenemos trabajo.
Consigo arrastrarme hasta él. Doy un respingo cuando me planta la espada embadurnada de sangre demoníaca en las narices.
—Vamos, cógela. Es la tuya.
—¿Cómo que la mía? —consigo graznar cuando la información logra abrirse paso hasta mi cerebro.
—Pues la tuya: la que dejaste en el hostal.
Recupero el arma, todavía sin entender. Kai me tiende también la vaina, y me la coloco a la espalda, ciñéndome las correas. Pronto compruebo que, pese a todo, mi aliado demoníaco no va a quedarse desarmado: está ocupado agenciándose el arma de su contrincante, que se ajusta, con vaina y todo, a su propia espalda.
—¿Y por qué tenías tú mi espada? —exijo saber; ya me he dado cuenta de que este tío tiene una malsana querencia hacia las armas ajenas.
Kai parece más concentrado en desvalijar los bolsillos del muerto, pero me responde sin mirarme:
—La cogí de tu habitación.
Empiezo a enfadarme, y el agradecimiento por haberme salvado la vida empieza a diluirse en el cóctel de emociones que estoy experimentando ahora mismo.
—¿Me dijiste que la dejara en el hostal para poder robármela?
Se vuelve de pronto hacia mí, y retrocedo un poco, intimidado.
—Te la he devuelto, ¿no? No seas quejica; si hubiese matado a este individuo con mi propia espada, habría dejado un rastro indeleble. Todas las espadas dejan la huella del asesino marcada en la víctima. Y si quieres que te ayude, tendré que ser discreto; llama menos la atención que este tipo haya sido asesinado por una espada angélica que por la mía.
—Entiendo —murmuro; se me ocurre entonces una idea—. ¿Quiere decir eso que podría haber sabido quién mató a mi padre por el rastro que dejó en él la espada de su asesino?
—Tú, no. Pero yo, probablemente, sí. O, por lo menos, habría podido saberlo, de haber examinado el cuerpo poco tiempo después. ¿Cuánto hace que lo mataron?
—Poco más de un mes.
Kai sacude la cabeza.
—Entonces es demasiado tarde.
No puedo evitar preguntarme, una vez más, qué habrá sido del cuerpo de mi padre. Me gustaría saber…
—Vámonos de aquí —dice entonces Kai poniéndose en pie y cortando el hilo de mis pensamientos—, antes de que venga alguien.
Miro al demonio caído. A simple vista, no parece un demonio; no da la sensación de ser nadie especial. Viste vaqueros, una camisa a cuadros y zapatos de cordones. Tiene el pelo negro, liso, y la cara agradable, salvo por el hecho de que está muerto, claro. No puedo reprimir un escalofrío. En apariencia, es un tipo normal; podría ser tu vecino, o el dependiente de la tienda de la esquina, o el individuo con el que coincides todos los días al coger el bus. Es más; si, en lugar de atacarme de golpe, se me hubiese acercado para preguntarme la hora, me habría pillado totalmente desprevenido, porque jamás habría sospechado de él. Eso es lo que hace a los demonios tan peligrosos. Que uno nunca sabe que son demonios hasta que es demasiado tarde.
—¿Lo vas a dejar ahí? —le pregunto a Kai.
—Claro.
Ha echado a andar sin esperarme. Con algo de aprensión, limpio la sangre de mi espada en la ropa del muerto, la introduzco de nuevo en la vaina y corro para alcanzarlo.
—¿Es que no tienes ningún respeto?
—Soo, soy un demonio —me explica con paciencia.
—¡Pero es uno de los tuyos!
—¿Y qué?
—¿Soléis mataros unos a otros porque sí con frecuencia?
—Técnicamente, no está permitido —admite Kai—. Lucifer no lo ve con buenos ojos, porque supuestamente eso desequilibra la balanza en favor de los ángeles. Pero eso era antes, claro —añade, y sonríe como un tiburón.
—¿Cómo se va a desequilibrar la balanza? —pregunto, recordando la Ley de la Compensación—. ¿No nace un demonio cuando muere otro?
—Sí, pero solo cuando muere en Combate.
—Pero vosotros dos habéis comb… ah, ya —entiendo—. En combate contra un ángel, quieres decir. Entonces, no nacerá ningún otro demonio tras la muerte del que acabas de matar, ¿no?
—En teoría, sí, porque lo he matado con la espada de un ángel.
Sigo dándole vueltas.
—En tal caso —comento—, no me extraña que Lucifer haya prohibido los combates entre demonios. Los ángeles se extinguen porque la Plaga los va matando uno a uno. A vosotros, por lo que sé, no os afecta esa enfermedad, ¿o sí?
—Nos volvimos corpóreos en tiempos pasados, aunque la mayoría aún podemos pasar al estado inmaterial a voluntad —reconoce Kai—. Pero la Plaga nunca ha matado a ninguno de nosotros, que yo sepa.
—Y, sin embargo, os las habéis arreglado para encontrar la manera de morir sin que nazcan más demonios para reemplazaros. Os creía más inteligentes —concluyo con desdén.
Kai vuelve a sonreír de esa forma, enseñando todos los dientes. Me pone los pelos de punta.
—Es nuestra naturaleza —dice—. Además, hay un motivo. ¿Has oído hablar de la Ley de la Compensación?
—¿Me tomas el pelo? —replico, mosqueada—. Acabo de mencionártelo, ¿no?: «Cuando un ángel muere, otro debe nacer…» —recito—. Esto también se aplica a los demonios.
Kai hace un gesto de impaciencia.
—Esa ley, no, humano ignorante. Me refiero a la otra Ley de la Compensación.
Esto sí que es toda una sorpresa.
—Ah, pero ¿hay más de una?
—Existe la Segunda Ley de la Compensación: «Siempre debe existir el mismo número de ángeles que de demonios».
Se calla y me mira, esperando que saque conclusiones.
—Pero eso es absurdo —digo, tras meditarlo un momento—. Esa ley no puede cumplirse.
Primero, porque es evidente que, ahora mismo, vosotros superáis a los ángeles en número. Y segundo, porque si siempre hubiese el mismo número de individuos en ambos bandos, ninguno de los dos tendría nunca la mínima posibilidad de ganar la guerra. Esa ley sugiere que habrá un empate eterno.
—Exactamente. La segunda ley fue enunciada, según dicen, por uno de los vuestros hace miles
de años. Entonces, la guerra estaba en pleno apogeo, y, como comprenderás, la nueva ley fue considerada un disparate. Si las fuerzas de ambos bandos han de estar equilibradas por toda la eternidad, nadie ganaría y, por tanto, no valdría la pena luchar, pero está en nuestra naturaleza luchar, y nuestra historia nos ha enseñado que este mundo no es lo suficientemente ancho para todos. La luz y la oscuridad no pueden convivir —sacude la cabeza—. Es demasiado pedir.
—Y, sin embargo, sigues hablando de la Segunda Ley de la Compensación, miles de años después —le recuerdo para que retome el hilo.
—Exacto. Porque los ángeles se están extinguiendo y ya no tenemos a nadie contra quien luchar. Nos estamos quedando solos.
Pienso en los más de siete mil millones de humanos que conviven en el planeta, que, por lo visto, para Kai no son nadie. Él detecta mi gesto indignado y adivina lo que estoy pensando.
—¿Los humanos? —Por la cara que pone, queda claro que lo considera una idea ridícula—. Venga, por favor. No vale la pena cruzar una espada con ellos, se mueren enseguida.
Recuerdo el duelo que he presenciado hace unos instantes y he de reconocer que tiene razón. No somos rival para ningún demonio. Aunque seamos siete mil millones.
¿Cuántos demonios habrá? ¿En qué proporción superan ahora a los ángeles, azotados por la Plaga y en vías de extinción?
—¿Quieres decir que hay demonios que matan a otros demonios para mantener ese equilibrio? ¿En virtud de la Segunda Ley de la Compensación?
—Esa es su excusa, sí. Pero normalmente se matan unos a otros porque se aburren o porque echan de menos un duelo decente, como los de los tiempos antiguos. Puede que haya alguno que realmente crea que hay que mantener un equilibrio y que los demonios no debemos superar a los ángeles en número, ni viceversa; pero se guardaría mucho de decirlo ante Lucifer o alguno de sus acólitos directos. También hay penas muy severas para todo demonio que salve o ayude a un ángel en virtud de la segunda ley.
—¿Y por eso has matado a ese demonio? ¿Por la Ley de la Compensación?
Me mira como si fuese estúpido.
—No; lo he matado para que no vaya con el cuento a su superior. Todo esto te lo he dicho porque tú me has preguntado por qué los demonios nos matamos unos a otros.
Lo miro con suspicacia.
—Me estás contando demasiadas cosas acerca de tu mundo. ¿Se supone que debo saber todo esto?
Kai se ríe.
—¿Y qué ibas a hacer con esa información? No hay nada de lo que te he contado que los ángeles no sepan ya. Somos viejos enemigos, unos y otros. Viejos conocidos. Llevamos luchando unos contra otros mucho más tiempo del que puedas llegar a imaginar. Acéptalo de una vez, Soo: no tienes la más remota posibilidad de hacernos daño, ni a mí ni al mundo demoníaco en general. Para mí no eres un enemigo. Solo una especie de mascota que me entretiene con un misterio que ha llegado a despertar en mí un ligero interés.
No me había sentido tan humillado en toda mi vida. Pero ¿quién se ha creído que es? ¿Cómo osa llamarme «mascota»?
Furioso, desenvaino mi espada.
—¡Cerdo arrogante! —le insulto—. ¡Repite eso si te atreves!
Kai pone los ojos en blanco.
—Soo, te vas a hacer daño.
Lanzo una estocada hacia el demonio. No sé qué pretendo exactamente. Tal vez demostrarle que soy algo más que una «mascota».
Pero, de pronto, en un movimiento tan rápido que mi ojo no es capaz de captarlo, un relámpago  golpea mi espada y me hace soltarla. Solo cuando veo mi arma caer al suelo compruebo que el «relámpago» es la espada de Kai, que la ha sacado tan deprisa de la vaina que ni siquiera me he dado cuenta.
—Deja de jugar, Soo, que tenemos trabajo —me regaña con frialdad—. Recoge eso y salgamos de aquí de una vez, antes de que nos encuentren.
Iba a replicarle, pero su última frase me deja con la palabra en la boca.
—¿Que nos encuentren? —pregunto—. ¿Quién va a encontrarnos?
—Los superiores de ese demonio, por supuesto.
Me detengo un instante, con la boca abierta.
—¿Sabes para quién trabaja?
—Me lo ha dicho él, antes de que le matara.
De nuevo siento que me hierve la sangre. De verdad, no soporto a este tío.
—¿Y se puede saber por qué no lo has dicho antes?
—No lo has preguntado.
Con paso tranquilo y altanero, Kai franquea una de las puertas del Retiro. No tengo más remedio que seguirle: están a punto de cerrar. Supongo que mañana encontrarán el cuerpo del demonio y será, nuevamente, un cuerpo sin identificar asesinado por un criminal sin identificar.
A los demonios les da igual eso. Se sienten muy por encima de la justicia humana y, obviamente, ningún policía del mundo ha conseguido amás meter entre rejas a uno de ellos.
Pero yo soy distinto. Así que, mal que me pese, acelero el paso para ponerme a su altura.
—Bien, pues ahora sí te pregunto: ¿quién era ese tío, y por qué quería matarme?
—Se hacía llamar Rüdiger, y ha sido enviado por Nergal, un demonio de los antiguos, pero no de los más poderosos. La última vez que lo vi —añade reflexionando—, obedecía a Agliareth. Y ese sí es un demonio poderoso.
Esto me da muy mal rollo.
—Entonces, ¿es Agliareth quien quiere matarme?
Suspira con paciencia.
—No; a Agliareth lo llaman el Señor de los Espías porque se ha especializado en el manejo de información. Tiene demonios infiltrados en todos los servicios secretos del mundo, y la mayor parte de sus esbirros más jóvenes rastrean la red día y noche para él. Y eso lo hace solo como entretenimiento, porque él y sus sirvientes más cercanos, como Nergal, se dedican, sobre todo, a espiar a los ángeles o a otros demonios. Los asuntos humanos, incluso los secretos de Estado más terribles, le interesan solo en cierta medida.
—¿Y eso quiere decir… ?
—Eso quiere decir que alguien ha acudido a él en busca de información —concluye Kai—.
Agliareth es un mercenario, en el fondo. Maneja mucha información y la vende cara, por eso tiene tanto poder. Recurrir a él para encontrar a alguien tiene algunas ventajas: por ejemplo, que siempre da con lo que estás buscando, y que es una pantalla de humo. Porque seguimos sin saber quién recurrió a los espías para encontrarte. Estamos viendo el instrumento, pero no la mano que lo sostiene.
—Entiendo —asiento—. ¿Y qué podemos hacer?
Kai reflexiona.
—No sé dónde puede andar Agliareth, y, además, sería muy arriesgado tratar con él. Por otro lado, es demasiado importante como para dedicar su tiempo y sus recursos a perseguir humanos.
Lo más seguro es que la persona que quiere matarte haya contratado directamente a Nergal, y a ese sí puedo tratar de localizarlo. Probablemente él no sepa decirte por qué envió a Rüdiger a matarte, pero tal vez, con la persuasión adecuada, podamos conseguir que nos diga quién le contrató.
—¿Entonces… ?
—Entonces, vas a regresar a tu hostal y vas a esperar allí noticias mías. Y después decidiremos qué hacer.
—Pero…
—Nos vemos, Soo.
Antes de que pueda replicar, retrocede hasta un rincón en sombras… y, cuando quiero darme cuenta, ya se ha ido.
No me molesto en llamarle.
—Hasta otra, Señor Engreído —me despido con seriedad.
Llego al hostal cansado y confuso. Ya he tenido demasiadas emociones por hoy, y creo que todavía no he asimilado todo lo que ha pasado. Y lo peor es que sigo sin estar convencido de que sea una buena idea seguir aliado con ese demonio. Bueno, es cierto que gracias a él he conseguido algo más de información. Pero tampoco ha sido lo que se dice una gran revelación.
Ya sabía que alguien quería matarme. Y el hecho de que ese alguien haya contratado a un demonio espía para averiguar mi paradero y hacer el trabajo sucio no me hace sentir mejor. Porque sigo sin saber el nombre de la persona —humano, ángel o demonio— que se está tomando tantas molestias.
Hay otra cosa que me preocupa y que no he comentado con Kai, porque aún no sé si puedo confiar en él hasta ese punto. Ese tal Rüdiger no era la misma persona que trató de matarme en Valencia, al salir de la biblioteca. Vale, Rüdiger es un demonio, pero eso no significa que el atacante de la biblioteca lo fuera también.
Pero no pudo ser un ángel, ¿no? ¿Acaso los ángeles también acuden a Agliareth cuando necesitan información? Me acuerdo enseguida de Jeiazel, el intachable Jeiazel, y aparto esos pensamientos de mi mente. Ni en broma.
Revuelvo en mi mochila en busca de un pañuelo para limpiar mi espada con más cuidado, y topo con el móvil que me regaló Jotapé. Eso me recuerda que no le he llamado desde mi llegada a Madrid, y como he tenido apagado el teléfono todo el tiempo, tampoco él habrá podido llamarme a mí.
De modo que busco su nota con el PIN, enchufo el cacharro este y marco el número. El móvil se enciende con una curiosa musiquita. Trasteo con los botones hasta dar con la agenda telefónica, y, en efecto, encuentro allí el número de Jotapé.
Llamo.
Solo tres tonos, y mi amigo se pone al teléfono.
—¿Soo? —pregunta, y detecto una cierta nota de preocupación ansiosa en su voz.
—¿Quién quieres que sea, el Espíritu Santo? —respondo tratando de quitarle hierro al asunto.
—Gracias a Dios —suspira mi amigo al otro lado—. Llevaba varios días sin saber de ti.
—Dos días, Jotapé, dos días. No me seas exagerado. ¿Todo bien?
—Sin novedad. ¿Y tú? ¿Encontraste al amigo de tu padre?
—Sí, y me ha contado muchas cosas interesantes. Creo que por fin tengo una pista.
—¿De verdad? ¿Ya sabes quién te atacó en la biblioteca?
Espinoso asunto. Dudo un momento, pero finalmente confieso:
—Hoy me han atacado otra vez. Pero ya no estaba solo —añado rápidamente—. El atacante está muerto, era un demonio y ya sé para quién trabaja. Ya no estoy solo —le repito, antes de que replique.
Sobreviene un significativo silencio.
—Soo —dice entonces Jotapé—. Ese amigo de tu padre… ¿es un ángel?
—Sí —respondo, y dejo que saque conclusiones. ¿Qué? No le he mentido. Si él se va a sentir mis tranquilo creyendo que el señor No-Aceptamos-Humanos Jeiazel es la persona que me está ayudando, no voy a sacarle de su error, ¿no? No voy a ganar nada hablándole de Kai. Solo conseguiría que se comiera las uñas hasta los codos de preocupación.
—Bien, entonces… que tengas suerte. Y ya sabes, Soo: si necesitas dinero, usa la tarjeta, no te cortes.
Sonrío, esa expresión la ha aprendido de mí.
—Descuida. Gracias, Jotapé.
Hablamos de alguna que otra trivialidad más hasta que, finalmente, nos despedimos y cuelgo el teléfono. Es raro; no me encuentro ni mejor ni peor. Por un lado, es reconfortante escuchar una voz amiga y saber que hay alguien que se preocupa por mí. Pero por otra parte me sabe fatal engañ…estoooo… no contarle toda la verdad.
En fin; qué vamos a hacerle.
Devoro el bocata que he comprado viniendo para aquí, leo un poco antes de dormir y, finalmente, me meto en la cama. Tengo intención de dormir hasta muy tarde. No sé cuánto puede tardar Kai en obtener la información que necesitamos, pero el tiempo no significa lo mismo para un demonio —o para un ángel— que para nosotros. Son inmortales y, por tanto, tienden a tomarse las cosas con calma. Puede que no vuelva a saber nada más de Kai en varias semanas, así que será mejor que intente dormir: mañana será otro día.
Ya he decidido en qué voy a emplear mi tiempo hoy: busco un cíber más o menos cómodo y me dispongo a efectuar una búsqueda en internet. El mundo de los demonios nos es mucho más desconocido de lo que la mayor parte de la gente piensa. A pesar de que es cierto que suelen mezclarse bastante con los humanos, pocos demonios nos considerarán dignos de sus secretos, ni siquiera al más zumbado de los satánicos. Normalmente, si un demonio decide contarle a un humano cualquier cosa acerca de los de su estirpe, no lo hará porque el humano en cuestión sea su más ferviente adorador ni porque haya cometido todo tipo de tropelías en nombre de Satanás. A los demonios eso no les impresiona lo más mínimo. No; si un demonio revela información a un humano será porque, probablemente, se aburre o quiere perjudicar a otro demonio. O por cualquier otro motivo entre retorcido y absurdo.
Además, el 90% de las revelaciones que han hecho los demonios a los humanos son mentira. Tened en cuenta que los demonios no tienen un pasado que puedan recordar, así que se lo inventan. Por tanto no es una buena idea creerse todo lo que te cuente un demonio, incluso si decide revelarte los más profundos secretos del infierno. Yo soy un poco diferente en ese aspecto, supongo. Porque soy el hijo de un ángel y sé un montón de cosas acerca de unos y otros. Lo bastante como para que un demonio se digne trabar conversación conmigo, como imagino que ha sido el caso de Kai.
Otro problema de las fuentes demoníacas es que no pueden ser fiables en cuanto al rango y el nombre de los señores del averno, por dos razones:
1) Son criaturas increíblemente antiguas, y cada una de ellas ha sido conocida por multitud de nombres diferentes en multitud de culturas diferentes. Además de que —al menos en tiempos pasados— solían cambiar también de aspecto a menudo.
2) Porque realmente no existe una jerarquía demoníaca definida.

En el caso de los ángeles, sí existe. Ellos siempre han estado muy orgullosos de su gran organización, y se la han comunicado a varios humanos a lo largo de la historia aunque actualmente, todo sea dicho, la jerarquía angélica ya no es lo que era. Antes había varios estratos, desde los grandiosos serafines hasta los ángeles más comunes. Se suponía que formaban una larga cadena que iba desde el mundo de los humanos hasta el mismísimo trono de Dios, por donde pululaban los ángeles más poderosos. Pero, en algún momento, esa cadena se rompió, nadie sabe cómo ni por qué, y ahora los ángeles que se quedaron en la Tierra están incomunicados con el cielo, si es que el cielo existe todavía, o existió alguna vez. Ya nada se sabe ni de serafines, ni de querubines, ni de tronos, dominaciones, potestades o virtudes. No tenemos ninguna noticia de ellos; ni siquiera sabemos si existen aún. En la Tierra solo quedaron los ángeles que se dedicaban, bien a comunicarse con la humanidad, bien a luchar activamente contra los demonios. De modo que olvidaos de todas las clasificaciones angélicas que hayáis podido leer en cualquier manual de angelología, empezando por la obra de Dionisio el Aeropagita (que, por cierto, no la escribió él, sino un individuo anónimo que era un buen amigo del arcángel Rafael) y terminando en cualquier libro new age sobre el poder de los ángeles. En la actualidad, solo existen dos tipos: los ángeles y los arcángeles. De estos últimos solo había siete, y ahora probablemente queden menos.
Así que la jerarquía de los ángeles siempre ha sido algo claro y sencillo, y ahora, todavía más.
Pero los demonios, directamente, no tienen jerarquía. Recuerdo el día en que cayó en mis manos una edición moderna del Libro de San Cipriano, conocido también como Tratado completo de la verdadera magia y escrito por un oscuro monje alemán, llamado Jonás Sulfurino, allá por el año 1000 (es lo que tienen los tiempos modernos y el auge de lo que llaman nueva espiritualidad; cualquier grimorio antiguo, por raro que sea, ha sido editado por alguna pequeña editorial new age y puede encontrarse en cualquier librería de temas ocultistas). Bueno, pues eché un vistazo a la obra de Sulfurino en una librería de esas y casi me meo de la risa, porque pretendía hacer una jerarquía demoníaca. ¡Ja! Eso es como intentar cuadricular el agua del océano. La única jerarquía demoníaca consiste en que  Lucifer es el rey y señor, y todos los demás están por debajo de él. Y por debajo de él hay una escalera donde los demonios no se limitan a quedarse en su peldaño, sino que se abren paso a codazos y empujones, y están siempre subiendo a un escalón superior o siendo arrojados a uno inferior, o directamente al vacío.
Para ser justos, parte de la información del Libro de San Cipriano es bastante fidedigna. El autor, en efecto, llegó a hablar con un demonio, que le reveló algunos nombres interesantes, pero probablemente la jerarquía de la que le habló (en la cual había rangos como «primer ministro del reino infernal», «teniente general de las huestes demoníacas» y cosas parecidas) parece más bien una burla a la organización de un ejército humano que una estructura demoníaca real. Yo me inclino a pensar que, salvo en la capa superior de la clasificación, donde Sulfurino sitúa a Lucifer y a otros demonios poderosísimos, como Astaroth o Belcebú, el resto de los niveles no son muy fieles a la realidad. Así que, si leéis en el Libro de San Cipriano o en alguno de sus imitadores que Anagatón es un esbirro de Nebiros, probablemente fuera al revés… en el año 1000, claro.
Hoy día puede que Nebiros trabaje para Belial y que Anagatón sea el número dos del infierno.
Con los demonios, nunca se sabe. ¿Y por qué os cuento todo este rollo? Pues porque me estoy devanando los sesos tratando de averiguar cómo de poderosos son Nergal y Agliareth. Y aunque resulte imposible para un miserable mortal como yo llegar a desentrañar los misterios de la sociedad demoníaca, por lo menos me gustaría saber qué clase de criaturas son exactamente.
La vida tiene extrañas ironías. Pese a lo mucho que me reí leyendo el Libro de San Cipriano, ahora lamento no haberlo comprado en aquel momento. Tampoco me vendría mal un ejemplar del Diccionario infernal de Collin de Plancy, o del De Praestigiis Daemonum de Weyer, obras que también he consultado, en librerías y bibliotecas varias, pero que no tengo. Qué queréis que os diga: me parecía de mal gusto comprar libros sobre demonios viajando con un ángel.
Introduzco Agliareth en el Google y compruebo, sorprendido, que apenas hay entradas serias. Quiero decir, páginas donde realmente se hable de Agliareth, aunque sea desde una perspectiva mitológica. Por extraño que parezca, casi todo son referencias de foros de discusión donde algún listillo usa ese nombre como nickname. Ah, y páginas de música metal. Montones de ellas.
Descubro que también se le cita en la Wikipedia. Agliareth, gran general del infierno, comandante de la segunda legión, tiene como subordinados a Buer, Gusoyn y Botis… Ja, ja, ja…adivinad quién ha estado leyendo a Jonás Sulfurino…
Ciertamente, la broma ha prosperado mucho en estos mil años. Parece que la clasificación del Libro de San Cipriano no solo es de dominio público, sino que encima se usa a diestro y siniestro. De hecho, acabo de encontrar los nombres de los seis grandes generales del infierno en personajes de un cómic manga.
Pero aquí hay algo interesante: «Posee el poder de descubrir todos los secretos».
Luego o bien Kai decía la verdad, o bien es lo bastante guasón como para seguirle la corriente al demonio que se le apareció a Sulfurino hace ya más de mil años. Tiene pinta de ser lo primero. Dudo que Agliareth sea general de nada, pero sí parece que es poderoso y que maneja mucha información.
Paso al siguiente individuo de mi lista: Nergal.
Esto ya es más interesante: parece que al demonio Nergal se le confunde con una deidad sumeria que comparte con la diosa Ereshkigal el gobierno del inframundo. Me pregunto si serán la misma persona o si el Nergal sumerio no es más que una leyenda. Y es una duda razonable, porque muchos dioses antiguos fueron en realidad demonios que se hicieron adorar como tales por los humanos.
Sacudo la cabeza. Ya está bien de comerme la bola. Casi con toda seguridad, el Nergal sumerio y el Nergal actual sean dos seres diferentes. Puede que se trate de un mito solamente. O que fuesen dos demonios distintos con nombres parecidos. En cualquier caso, también he encontrado más detalles sobre el Nergal estrictamente demoníaco. Por supuesto, aparece en el Libro de San Cipriano y, por lo visto, en el Diccionario infernal de Collin de Plancy, y se dice de él que se le da muy bien descubrir secretos. Los autores que se empeñan en clasificar a los demonios dicen que este es uno de segunda categoría, pero vete tú a saber.
Me aparto del ordenador con un suspiro resignado. Tengo la cabeza hecha un bombo, y lo peor es que no estoy seguro de haber sacado nada en limpio. Por lo que parece, ambos demonios están relacionados con los secretos y la información, así que sí es posible que, como dijo Kai, el infierno tenga su propia red de espías.
—No vas a encontrar ahí nada interesante —dice de pronto una voz detrás de mí, sobresaltándome.
Me vuelvo con rapidez. Ahí está Kai, con los ojos clavados en la pantalla del ordenador y una mueca burlona.
—¿Cómo me has encontrado? —es lo primero que se me ocurre decir.
Se encoge de hombros, con ese gesto suyo que parece querer decir: «Soy un demonio, ¿recuerdas?», y señala el artículo de la Wikipedia.
—No hacen más que repetir información de un puñado de libros antiguos —observa—. Puede que en alguno de ellos haya algo de verdad, pero no dejan de ser libros antiguos. Hace siglos que no se escribe nada realmente nuevo sobre nosotros.
—Será porque no compartís esa información.
Kai sonríe, pero no responde a mi observación.
—Apuesto lo que quieras a que no has visto ahí nada que te pueda dar una pista sobre cómo  encontrar a Nergal.
Consulto mis apuntes, aunque sé que tengo la partida perdida de antemano.
—Según algunas fuentes, Agliareth domina en Europa y Asia Menor —es todo lo que puedo decirle.
Kai se carcajea de mí. Con un suspiro resignado, rompo la hoja, sospechando que lo que acabo de decir es una soberana estupidez.
—Olvídate de Agliareth, sabe guardar bien sus secretos —sonríe—. Tenemos que encontrar a Nergal, y da la casualidad de que yo sé dónde buscarlo.
—¿Ah, sí?
Kai asiente.
—Está en Berlín —responde solamente.
Asimilo la información. Primero se me cae el mundo encima. Pero, considerándolo con calma, lo cierto es que podría ser peor. Podría estar en Japón o en la Patagonia.
—Está en Berlín —repite Kai—, así que vamos a ir para allá. —Y antes de que le pregunte cómo, organiza el plan con nula consideración hacia mí y mis circunstancias—. Quedamos dentro de dos días, al atardecer, en la Siegessáule.
—¿La que?
—La Columna de la Victoria, en el Tiergarten. Es uno de los monumentos más conocidos de Berlín, así que no puedes equivocarte.
—¡Espera! —lo llamo cuando está a punto de marcharse—. ¿Y cómo pretendes que llegue a Berlín desde aquí? ¿Saco las alas y voy volando?
—Mira, te estoy echando un cable, pero no soy tu niñero, ¿de acuerdo? Voy a ir a Berlín y voy a buscar a Nergal y, si quieres, puedes venir o puedes quedarte, tú decides.
Me quedo mirándole.
—Sabes que estoy haciendo un esfuerzo, ¿verdad? —le digo—. Escucharte va en contra de todos mis principios y, sin embargo, me estoy esforzando mucho por confiar en ti. ¿Sabes lo que dicen en Eslovaquia? Haz caso al demonio y te recompensará con el infierno.
Se ríe. No parece muy impresionado.
—Pues en Bulgaria dicen: Si pones una vela para Dios, pon dos para el diablo —replica—. Así que, tú mismo.
Se incorpora para marcharse.
—Yo estaré dentro de dos días en la Siegessáule del Tiergarten de Berlín. Sí estás allí, bien, y si no, tú te lo pierdes. Auf wiedersehen.
—¡Espera un momento! —lo detengo—. Dame al menos más tiempo. No puedo llegar a Alemania en dos días. Con tan poca anticipación, será imposible encontrar un vuelo barato, así que tendré que ir en autobús… y eso lleva tiempo, ¿sabes?
Lo medita un instante y, después, sentencia:
—Una semana.
—Una semana —capitulo volviéndome de nuevo hacia el ordenador, con un suspiro de resignación.
No obtengo respuesta, y sé por qué. Ya se ha marchado, como una sombra, sin hacer el menor ruido.
Suspiro otra vez y cierro todas las páginas sobre demonología. A partir de ahora, me centro en ir a la caza y captura de un medio barato para llegar a Berlín desde aquí. Y a ver si, de paso, me agencio un mapa de la ciudad y localizo la columna esa.
Qué poco me ha durado la estabilidad de mi hostalillo cutre.

 

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Comments

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yuhiyuhi
#1
Chapter 15: TnT eso le hace mal a mi corazon... - solloza- parezo una loca llorando... Que pasa con kai?.. Quiero saber si se ven... Ay diooooo - llora como huérfana-
Hysterietize
#2
Magnifico fan fic he encontrado hoy.
Te agradezco por adaptarle, está demasiado bueno.
Además de que madonna Constanza posee mi mismo nombre, me ha encantado mucho más.
lleeann #3
Muy bien un fic en español :) le dare una leida y te comento ;)