C-10

2 Velas Para el Diablo [KaiSoo]

No me lo puedo creer… ¡Estamos en Shanghai!

Llevo protestando todo el viaje, pero Kai, directamente, ha pasado de mí. Lo he visto hacer el equipaje, reservar plaza (solo una, porque yo no necesito) en un vuelo para Shanghai, vía París, montar en taxi camino al aeropuerto y pasar tranquilamente, con espada demoníaca y todo, por todos los controles de seguridad. Le he dado la paliza durante las diez o doce horas que ha durado el viaje, pero se ha limitado a encender la miniconsola de videojuegos del asiento y hacer solitarios… ¡todo el tiempo!, como si yo no existiera.

Al final, le he dejado en paz por puro aburrimiento.

Vale, yo no quería ir a Shanghai. No pinto nada en China. No me apetecía nada irme a la otra punta del mundo porque sí.

Pero he de reconocer varias cosas:

1) Que no tengo más remedio que ir a donde vaya Kai, me guste o no.

2) Que soy un fantasma con mucho tiempo por delante y nada mejor que hacer.

3) Que entre recorrer el mundo a patita y hacerlo en avión, primera clase, hay un abismo. Porque, aunque el viaje es largo, de haber ido con mi padre, habríamos tardado meses.

De hecho, con él llegué muy lejos; hasta el Tíbet, para ser más exactos, pero nunca fuimos más allá. Y Shanghai está en el extremo oriental de China, pegado al mar.

Aquí vive Orias, el demonio que conoce el futuro. Kai no ha tenido que investigar ni preguntar a nadie: sabe perfectamente dónde encontrarlo, lo cual me lleva a pensar que, al contrario que la mayoría, este es un demonio que prefiere estar localizable. Aunque sea en el otro extremo del globo.

«No puedo creer que me hayas traído hasta aquí», le digo al salir del aeropuerto.

—Ya ves —responde Kai con un encogimiento de hombros, mientras busca un taxi.

Enseguida aparece uno. El taxista acude, presuroso y sonriente, a guardarle la maleta (un maletín de viaje pequeño que ha podido llevar consigo en el avión sin necesidad de facturarlo), y Kai se acomoda en el asiento de atrás. Naturalmente, no tengo otra opción que acompañarle.

La sonrisa del taxista se desvanece cuando Kai le habla en perfecto chino mandarín. Se ha dado cuenta de que este occidental no es un turista más; probablemente sabe de sobra cuánto debería costarle el taxi y, por tanto, no va a poder cobrarle de más.

A través de la ventanilla del taxi veo los altísimos edificios de Shanghai, torres de acero y cristal que atraviesan un cielo gris, neblinoso. Todo parece enorme, inmenso. Nunca había visto antes una ciudad remotamente parecida a esta. Por una parte, parece que haya viajado en el tiempo veinte años hacia el futuro; por otra, la ciudad da la impresión de estar muriendo, ahogándose en su propio cemento.

No sé si será porque en los últimos años mi padre procuró que viajáramos a través de espacios naturales, evitando las grandes ciudades en la medida de lo posible; pero el caso es que Shanghai me aturde y me intimida. Naturalmente, esta ciudad debe de ser un hervidero de demonios: les encantan los sitios como este.

El taxi nos deja ante un hotel de cinco estrellas. Parece que a Kai le gusta vivir bien.

«¿No tienes casa en Shanghai?», pregunto, consciente de que la mayor parte de los demonios poseen viviendas en varias ciudades del mundo. Probablemente, el piso de Kai en Berlín sea solo uno de tantos otros. Casi seguro que tiene uno parecido en Madrid.

—No —responde él—. Me temo que tendremos que alojarnos aquí.

«No tengo ningún inconveniente», respondo. «De hecho, no necesito ningún tipo de alojamiento. Estoy muerto, ¿recuerdas?».

—Resulta difícil olvidarlo cuando me lo repites veinte veces al día —refunfuña Kai.

Pero no nos quedamos mucho tiempo en el hotel. Por lo visto, hemos quedado con Orias esta misma tarde. Hay que reconocer que, aunque Kai no sea un demonio poderoso, al menos es eficiente.

Así que, apenas un rato después, estamos paseando tranquilamente por la ciudad. Me llama la atención el color tan extraño del cielo, de un gris sucio que no había visto nunca.

«Parece que va a llover», comento, por decir algo.

—No va a llover —replica Kai—. Es contaminación.

Me quedo de una pieza.

«¿Con… taminación?», repito. «¡Pero si apenas se ve el sol!».

—Pues ahí lo tienes —y añade con un poco de rabia—. Alégrate de no poder respirar este aire.

«Me encanta el tacto con el que tratas el delicado tema de mi muerte», comento con sorna, pero me callo, de pronto, al advertir algo importante: a Kai le molesta la contaminación. ¿Cómo es posible? ¡Pero si la inventaron ellos! ¡Pero si los demonios hacen todo lo posible para que: primero, las personas se destruyan unas a otras, y segundo, las personas destruyan el planeta!

«¿A ti no te gusta esto?», pregunto, incrédulo.

Kai desliza la mirada de sus ojos rojos por el paisaje urbano de Shanghai. Coches, ruido, humo y gente, mucha gente.

—Este era nuestro objetivo —reconoce—. Que no quedara nada intacto. Que reinaran el caos y la destrucción en el mundo. Pero eso solo significaba algo porque los ángeles estaban al otro lado para impedirlo. Ahora que ya nada puede detenernos, dime, ¿qué sentido tiene? ¿Qué haremos cuando ya no quede un solo árbol en pie, cuando no haya un río sin contaminar, cuando hasta la última criatura de este planeta se haya extinguido? ¿Qué nos quedará por destruir?

Me quedo mirándolo, perplejo. Jamás se me había ocurrido pensar tal cosa. Y, sobre todo, amás habría imaginado que semejante reflexión pudiera salir de la boca de un demonio.

«¿Y sois muchos… los que pensáis así?», me atrevo a preguntar.

Kai vuelve a la realidad, me mira y sonríe.

—Si así fuera, no te lo diría —replica.

Y ya no añade nada más.

Para cuando llegamos al Bund, el elegante paseo que se extiende unto al río Huangpu, reliquia de la época del colonialismo occidental, ya se ha hecho de noche. Al otro lado del río se alzan los fantásticos edificios futuristas de la Shanghai postmoderna: la altísima torre de la televisión a la que llaman la Perla de Oriente, los rascacielos que la escoltan, cada uno de ellos lanzando al cielo sin estrellas una lluvia de luces de colores e imágenes publicitarias.

Nos abrimos paso por entre una auténtica marea humana. Hay gente en todas partes, gente paseando, gente riendo, gente parándose en los puestos callejeros… ¿De dónde sale tanta gente? De pronto se detiene ante nosotros un vendedor ambulante y le ofrece a Kai una simpática diadema con dos demoníacos cuernos rojos que brillan en la oscuridad. Hemos visto ya a decenas de óvenes que se pasean coronados con esos refulgentes cuernos de diablillo, que parecen estar de moda por aquí, pero Kai se fija en el objeto por primera vez cuando el vendedor se lo planta delante de las narices.

Me desternillo de risa mientras mi compañero lanza al pobre hombre una mirada incendiaria. Lo siento, no puedo evitarlo, es demasiado divertido.

«¡Vamos, Kai, póntelos!», le pincho. «¡Que resulta frustrante saber que eres un demonio y no poder contárselo a nadie!».

Kai no se digna contestarme. Solo cuando el vendedor ha puesto pies en polvorosa, intimidado por su mirada, me dice con una voz peligrosamente suave:

—Mira a tu alrededor y dime dónde están los demonios.

Intrigado, me elevo por encima de la multitud y echo un vistazo. Montones de destellos rojos iluminan la masa de gente con inofensivos cuernos de juguete. Maliciosos ojos de brillo rojizo.

Maldita sea, hay muchos más demonios de lo que yo creía. Naturalmente, ninguno de ellos lleva los ridículos cuernecitos luminosos. Los humanos que se han adornado con ellos parecen felices y despreocupados, sin imaginar que las criaturas a las que intentan parodiar son reales, muy reales, y que los acechan bajo el aspecto de personas normales y corrientes. Y más allá, unto al pretil del río, brillan, mustias y apagadas, las blancas alas de otro ángel perdido.

Reprimo el impulso de acudir unto a él cuando recuerdo a la chica del bar en Berlín.

Este es nuestro mundo, me digo a mí misma mientras desciendo, lentamente, hasta el suelo, donde me espera Kai.

«No he visto ningún demonio con cuernos», comento, para no tener que compartir con él la impresión que me he llevado de mi breve exploración. «Se me ha caido otro mito».

Mi compañero se ríe ante mi observación.

—No es un mito, en realidad. Los demonios adoptábamos formas pavorosas en tiempos pasados. Cuernos, pezuñas, ese tipo de cosas que impresionaban e intimidaban a los humanos y los hacían más tratables.

«¿Y a qué se debe el cambio de táctica?».

—Al escepticismo de la raza humana, que se ha vuelto sumamente incrédula. Pero, sobre todo, a vuestra desconfianza.

«¿Desconfianza?».

—Ya no escucháis a nadie que consideréis diferente. Aunque sea humano. Así que, para seguir manteniendo nuestra influencia sobre las personas, simplemente nos mezclamos con ellas.

«Ah, claro. Es decir, que antes teníais que asustarnos y ahora os limitáis a ganaros nuestra confianza para apuñalar por la espalda. Encantador comportamiento el vuestro, pero ya se sabe… los demonios nunca habéis destacado, precisamente, por vuestro respeto hacia la especie humana».

—¿Ah, sí? ¿Acaso crees que los ángeles no hacían lo mismo?

«¿El qué? ¿Aparecerse como enormes monstruos con cuernos, alas membranosas y patas de cabra?».

—Eh, que las alas forman parte de nuestra esencia —se defiende Kai—. Lo más natural para nosotros, tanto para unos como para otros, era encarnarnos en un cuerpo alado. Y debo decir que los ángeles siempre exageraron mucho con el tema de las alas. A algunos les gustaba aparecerse hasta con tres pares de alas, para impresionar. Apenas se les veía la cara entre semejante maraña de plumas.

«Estás hablando de los serafines», puntualizo. «La tradición los representa con tres pares de alas, pero sigo sin ver qué tiene eso de monstruoso».

—Cierto, los ángeles no se mostraban horribles y amenazadores… solo insoportablemente bellos y perfectos. Ah, sí, los humanos enloquecían por ellos, les dedicaban templos, los tomaban por dioses hermosos y omnipotentes.

«Venga ya. Los ángeles no son dioses, y nunca pretendieron serlo», protesto. «Eso solo lo hacíais los demonios».

Kai se carcajea de mí.

—¿Eso crees? Estudia la mitología de cualquier pueblo, en cualquier época. En la mayoría de los casos encontrarás relatos de guerras, disputas o batallas entre dioses benévolos y dioses caóticos —sacude la cabeza—. Bajo distintos nombres, bajo distintos aspectos, siempre fuimos nosotros. Angeles y demonios, enzarzados en una guerra que los mortales nunca comprendieron.

»Pero resultó que, con el tiempo, algunos ángeles empezaron a admitir que se los adoraba como a dioses de un mundo que, en realidad, no habían creado. Y comenzaron a hablar a los humanos de algo que estaba por encima de ellos, de un Dios universal, que era el responsable del mundo que luchaban por mantener desde el principio de los tiempos. Al final, los humanos dejaron de creer en los dioses antiguos, y ese fue uno de los motivos que contribuyeron a que los ángeles terminaran de creerse su propia mentira.

«Ya, claro, y eso de que los demonios son malvados y tratan de destruir al ser humano y a todo lo que existe es otra invención de los ángeles, ¿no?», replico con sorna.

Kai me dedica una deslumbrante sonrisa.

—No, esa parte de la historia es totalmente cierta —admite—. Pero verás… resulta que nadie ha visto nunca a Dios. Ni los demonios que supuestamente fuimos castigados por él… ni los ángeles que dicen ser sus mensajeros. Nadie. Desde el principio de los tiempos.

«Eso no es del todo exacto», protesto. «Lo que sucede es que lo habéis olvidado».

—¿Tú crees? —interroga Kai, pero el tono burlón de su voz ha desaparecido; ahora se muestra serio y reflexivo—. ¿Cómo podríamos… todos los miembros de ambas razas… haber olvidado algo tan importante? Si Dios existe y es tan grande y poderoso como afirman los ángeles, ¿cómo podríamos haber estado alguna vez en su presencia y no recordarlo?

«No puedes estar seguro de eso. Después de todo, tal vez las distintas religiones del mundo sí contengan pequeños retazos del recuerdo que los ángeles tienen de Dios, ¿no te parece?»

Kai sacude la cabeza, como si hubiese dicho algo absurdo.

—Lo que los ángeles crean recordar no es importante. Son una raza desesperada, en vías de extinción, que se siente abandonada a su suerte, traicionada por un destino cruel. Necesitan creer en algo que dé un sentido a todo lo que están sufriendo. A pesar de todo, si Dios existiera, nosotros lo recordaríamos con más claridad que ellos.

«¿Y eso por qué, si puede saberse

—Porque, según su versión, Dios nos castigó por habernos rebelado contra él. Ya que la primera guerra del cielo, si es que en realidad tuvo lugar, fue entre dos facciones de ángeles, y tras nuestra derrota fuimos transformados en lo que somos. Y dime… ¿no crees que es un hecho demasiado importante como para haberlo olvidado? ¿Crees que el propio Lucifer habría olvidado semejante derrota? ¿Crees que no recordaría que fue un ángel en el pasado? ¿Cómo podría alguien olvidar algo así?

No tengo respuesta para esa pregunta, por lo que guardo silencio. Pienso, por una parte, que mi padre vivía con la sensación de haber perdido algo importante, y que —al menos mientras yo estuve con él— dedicó mucho tiempo y esfuerzos a la búsqueda de Dios. Él creía en esa búsqueda sincera y firmemente. Era algo demasiado importante para él como para tratarse de una quimera o de una invención.

Pero todo esto no puedo explicárselo a Kai. No lo entendería, y además no tengo por qué compartir con un demonio mis recuerdos más preciados. Alguien que olvida su pasado con tanta facilidad no puede comprender el valor que tiene el mío para mí.

Cruzamos la calle, dando la espalda al paseo y al río, y llegamos a un hotel. Alzo la mirada para ver el letrero que preside la entrada: «Peace Hotel». Con ese nombre, parece un lugar más apropiado para un encuentro entre ángeles que entre demonios. Pero, ya se sabe, estas criaturas tienen un sentido del humor muy peculiar.

Es un lugar muy elegante. Antiguo, pero elegante. Y tiene aspecto de ser muy caro. Sigo a Kai hasta el café del hotel, sobrio y tenuemente iluminado, donde hay unas pocas personas sentadas en torno a las pequeñas mesas octogonales que salpican el local, hablando, tomando copas o siguiendo la actuación de un grupo de jazz que toca en vivo, y muy bien, por cierto.

El brillo de dos pares de ojos rojizos en la penumbra atrae nuestra atención. No veo ningún otro demonio en la sala, aunque sí hay más fantasmas de lo normal. Supongo que eso se debe a que el edificio tiene muchos años; tal vez sea centenario y todo.

Kai se dirige hacia ellos y se sienta frente a una pareja de demonios. El hombre debe de ser Orias, y me sorprende comprobar que es chino; creía que se trataba de un demonio occidental, incluso africano, puesto que Kai afirmaba haberlo conocido bajo otro nombre en Nigeria.

Pero, claro, otro nombre y otra identidad implican probablemente otro aspecto. Quién sabe cuánto tiempo lleva Orias en Shanghai, y cuánto hace que adoptó el rostro que ahora nos muestra, un rostro que no aparenta más de cuarenta años, de rasgos duros y fríos, pómulos altos y cejas ligeramente arqueadas.

Su compañera también es china, una bella mujer de cabello largo, liso, y facciones aristocráticas.

Kai le dirige una mirada cautelosa. Yo floto por encima de ellos tratando de no llamar demasiado la atención.

—Kai, ¿verdad? —sonríe el demonio.

Mi aliado asiente, sin apartar la vista de la diablesa. Está claro que no sabía que iba a asistir a la reunión, y no sabe cómo interpretar su presencia.

—Y tú debes de ser Orias —dice—. No lo recordarás, probablemente, pero nos vimos en África hace mucho tiempo —hace una pausa y prosigue—. Entonces tenías otro nombre y un aspecto distinto.

Orias se encoge de hombros con indiferencia.

—Como todos —comenta—. Pero en círculos demoníacos sigo usando mi nombre más conocido. Resulta más práctico. Y a ella puedes llamarla Krystal —añade señalando a su compañera.

Ella inclina la cabeza y sonríe, pero no dice nada. Kai no le devuelve la sonrisa.

—He venido en busca de información sobre el futuro —declara.

—Como todos —repite Orias; sus largos dedos tamborilean sobre la mesa, con un ritmo suave, hipnótico—. Eso tiene un precio, ¿sabes?

—Tengo una espada —afirma Kai, pero Orias chasquea la lengua con cierto disgusto.

—Las espadas angélicas ya no tienen el mismo valor que antes.

—No; me refiero a que tengo la espada de otro demonio.

Orias entorna los ojos.

—¿Un demonio poderoso?

—Juzga tú mismo —dice, y le tiende la espada de Alauwanis, bien protegida en su funda.

Orias sostiene el arma por la empuñadura, apenas unos momentos.

—Ahazu —comenta mencionando otro de los nombres de Alauwanis; alza una ceja y mira a Kai, interesado—. ¿Asesinado por una espada angélica?

Angelo se encoge de hombros.

—Soy un tipo de recursos —comenta solamente.

—No podrás seguir usando esa espada durante mucho tiempo —interviene entonces Krystal; tiene una voz bonita, suave y profunda—. No tardará en invertirse si la empuñas a menudo.

—Soy consciente de ello —asiente Kai; se vuelve de nuevo hacia Orias—. ¿Y bien?

—Servirá —acepta el demonio, y recoge la espada para colgarla del respaldo de su silla—. ¿Quieres una visión o una profecía?

Kai niega con la cabeza.

—Es algo un poco más complejo que eso. Tiene que ver con una conspiración, planes secretos y predicciones para un futuro que ha de cumplirse.

Noto que el interés de Orias aumenta por momentos. Sin embargo, al mismo tiempo lo veo echarse hacia atrás y mirar a Kai con más cautela que antes.

—Soy todo oídos —murmura.

—Tengo una teoría —comienza Kai—. Creo que alguien, probablemente un demonio de los poderosos, está planeando algo muy gordo. Algo tan arriesgado que no se atrevería a ponerlo en práctica de no estar totalmente convencido de que saldrá bien. Creo que ese alguien quiso echarle un vistazo al futuro para asegurarse de que su plan era viable. Y creo que lo que vio le pareció satisfactorio, porque sus lacayos actúan en su nombre y justifican sus acciones invocando una profecía que va a cumplirse. También creo que solo tú puedes haber formulado esa profecía.

—Naturalmente —asiente Orias—. Nadie más que yo tiene el poder de ver el futuro, ya lo sabes. ¿Qué es lo que quieres, pues? ¿Qué te revele el nombre de ese hipotético señor demoníaco que, solo hipotéticamente, acudió a mí para echar una ojeada a un futuro hipotético? Pues has de saber que no me dedico a delatar a otros demonios, sobre todo si son poderosos…hipotéticamente hablando, claro. Si buscas soplones y husmeadores, vete a hablar con la gente de Agliareth.

Kai sonríe otra vez. No me cabe duda de que está recordando sus reuniones con Nergal.

—Ya lo he hecho —dice—. De todos modos, también tengo una teoría al respecto y creo que no tardaré en confirmarla, con tu testimonio o sin él. Lo que quiero a cambio de esa espada es una visión.

—Ahora empiezas a hablar mi idioma —gruñe Orias.

—Pero no una visión cualquiera —puntualiza Kai—. Quiero ver el mismo futuro que le mostraste a ese demonio que vino a hablar contigo.

Krystal deja escapar una leve risa. Orias frunce el ceño.

—Los futuros no son intercambiables, Kai. No puedo mostrarte un destino que no te corresponde.

—Si lo que planea nuestro amigo hipotético es tan grande como sospecho, las consecuencias de sus acciones se reflejarán en el futuro de todos nosotros. No creo que tuviera interés en ver su propio futuro. Probablemente querría echarle un vistazo al futuro de nuestra raza. O al futuro de nuestro mundo. Si pudiste mostrárselo a él, también puedes ofrecerme a mí la misma visión.

Orias y Krystal cruzan una breve mirada. Finalmente, el demonio vidente se encoge de hombros.

—¿Por qué no? —murmura—. Tú pagas, tú mandas. ¿Estás seguro de que quieres verlo?

—¿Ese futuro hipotético? —sonríe Kai—. Claro que sí.

Pero Orias le dirige una mirada socarrona.

—No —lo contradice—. Me temo que esto no tiene nada de hipotético.

Alza las manos y las coloca en las sienes de Kai. Ambos demonios se miran fijamente a los ojos durante un largo instante, sin parpadear siquiera. Planeo por encima de ellos, inquieto.

Y de pronto, la visión comienza. Sucede en la mente de Kai, y al mismo tiempo en la mía, porque ambas están conectadas.

Todo a mi alrededor da vueltas; el salón, las lámparas, la banda de azz, todo parece disolverse en el aire como una acuarela bajo la lluvia. La luz se reduce lentamente… el techo y las paredes desaparecen… me mareo… intento gritar, pero soy un fantasma y no tengo voz… Y ahora estoy volando muy por encima de la ciudad, sacudida por el viento, arrastrada de un lugar a otro como una hoja de otoño. Tardo un poco en recuperar la estabilidad, y solo entonces echo una mirada al mundo que se extiende a mis pies.

Es Shanghai, sigue siendo Shanghai, pero aparece extrañamente oscura y vacía. Las luces de neón se han apagado, los coches no circulan por las calles, los barcos no surcan el río… y no hay nadie por las calles. Nadie.

Toda la ciudad aparece cubierta por una extraña bruma fantasmal, densa, impenetrable. Me abro paso a través de ella y tengo la horrible sensación de que susurra retazos de palabras perdidas. Pero tiene que ser solo un espejismo, una ilusión producida por la impresión que me ha causado ver desierta la bulliciosa Shanghai.

¿Qué ha pasado aquí?

En busca de respuestas, desciendo un poco más y mi percepción recorre las calles, planeando sobre calzadas vacías, entre edificios huecos que ya comienzan a mostrar señales de soledad y abandono. Cristales resquebrajados, coches olvidados de cualquier manera unto a las aceras, comercios cerrados…

La ciudad está muerta. Totalmente muerta.

Y no es una metáfora, como descubro inmediatamente: es una aterradora realidad.

Aquí y allá, en las plazas y en las esquinas, se acumulan cientos de cuerpos humanos. Algunas de estas macabras pilas de cadáveres muestran signos de haber ardido; pero en otros casos, los muertos se encuentran amontonados, abandonados sin más. Sin duda habrán servido también de alimento a animales hambrientos, pero prefiero no mirar dos veces para comprobarlo.

Busco, en cambio, señales de posibles supervivientes al desastre que azotó esta ciudad. Solo veo, aquí y allá, perros callejeros que se pelean por el liderazgo del barrio, ratas que salen a husmear desde los rincones y pájaros que pasean por las calzadas sin temor a los coches. La naturaleza está tomando la ciudad. Y no parece haber nadie dispuesto a echarla de aquí.

Descubro entonces cadáveres lejos de los montones de las plazas. Personas que parecen haber fallecido solas, sin nadie que se preocupase de retirar sus restos de las aceras o de cubrirlos, al menos. No son muchos, pero están ahí. La mayor parte de ellos llevan a cuestas sus escasas pertenencias. La muerte parece haberlos sorprendido cuando trataban de huir de la ciudad. Los últimos supervivientes, cansados de apilar cadáveres, se dejaron llevar por el pánico. Quizá creyeron que eran inmunes a lo que quiera que los haya exterminado. Quizá soñaron con encontrar otro lugar donde comenzar de cero. Quizá sospecharon que no era demasiado tarde para ellos.

Se equivocaron.

Detecto movimientos furtivos entre las casas. Sombras de ojos rojos y negras alas se deslizan entre los cadáveres, impasibles ante su desgracia. Los perros callejeros se apartan a su paso. Las ratas les rehuyen con chillidos histéricos.

Pero ellos ignoran a los animales, pues sus enemigos naturales no pueden hacer ya nada para detenerlos, y los seres humanos, que en el pasado los odiaron, los temieron y los veneraron, ahora ya no existen.

Shanghai pertenece a los demonios, y la exploran a sus anchas, pasando por encima de los cuerpos muertos, entrando en sus casas, ocupando sus vidas. Lo hacen con desgana, como si el mundo que los humanos dejan atrás no les resultara interesante. Y, sin embargo, sus ojos brillan con más fuerza que nunca, alentados por el fuego del triunfo, de saber que, por primera vez en la historia, son los amos absolutos de toda la creación.

Trato de elevarme para escapar de su mirada. Me adentro de nuevo en la espesa niebla que cubre la ciudad y es entonces cuando me doy cuenta por primera vez de lo que significa.

En efecto, la bruma habla, susurra; porque no es humo, ni contaminación, ni vapor de agua, ni nubes bajas: es un denso banco de fantasmas. Son todos los muertos de Shanghai, todos aquellos que, quizá por haber fallecido en medio del dolor y el horror más absolutos, no se fueron por el túnel de luz. Ahora sus espectros, perdidos y desconcertados, vagarán para siempre entre los edificios de Shanghai, una ciudad fantasma, antaño orgullosa, ahora un reino de muerte y silencio.

Trato de escapar de aquí, horrorizado, y huyo entre las altísimas torres que ya no son más que cadáveres vacíos de acero y cristal.

Sin la sangre que lo recorría, insuflándole una vida frenética y bulliciosa, el corazón de Shanghai ha dejado de latir.

Para siempre.

Con una vertiginosa sensación de mareo, regreso a mi lugar y a mi momento. Al principio me cuesta ajustarme a la realidad. Miro a mi alrededor, desconcertado, buscando la ciudad extinta que acabo de contemplar, pero me encuentro de nuevo en el bar del Peace Hotel, como si nada hubiese sucedido. La banda de jazz sigue tocando, los clientes siguen conversando entre ellos tranquilamente, el camarero sortea las mesas…

Pero yo no puedo quedarme como si no hubiese visto nada. Estoy aturdido, anonadado, completamente aterrado.

Me vuelvo hacia los tres demonios. Orias y Krystal se mantienen impasibles, pero Kai, que debe de haber visto lo mismo que yo, ha tenido el detalle de palidecer, por lo menos.

No puedo quedarme callado. Me encaro con Orias y le suelto:

«¿Qué significa eso? ¿Qué ha pasado en Shanghai? ¿Por qué está muerta toda esa gente?».

Orias y Krystal me miran sorprendidos. La diablesa lanza a Kai una mirada irritada.

—¿Quién es este fantasma? —exige saber—. ¿Por qué está contigo?

Kai tarda un poco en reaccionar. Adivino por su gesto que todavía no ha vuelto del todo de la Shanghai post-apocalíptica. La pregunta de Krystal lo hace regresar a la realidad.

—Impresionante —murmura; alza la cabeza para mirar a Orias—. ¿Cómo… cómo se puede llegar a matar a tanta gente a la vez? ¿Esto sucederá solo en Shanghai… o en todo el mundo?

—En todo el mundo —responde el demonio con gravedad—. Lo que va a suceder… lo que alguien está planeando en secreto… es el exterminio de toda la raza humana.

«¡Pero no podéis estar hablando en serio!», grito, aterrada, provocando gruñidos de irritación entre los demonios.

—Cállate, Soo —me ordena Kai; sigue mirando a Orias, fascinado—. Pero eso… ¿se puede hacer? ¿Matar a todos los humanos de golpe?

No me gusta nada que me mande callar, pero menos todavía el tono entusiasmado con que recibe la noticia de la futura extinción de la humanidad.

—Hace tiempo que es factible, pero a un alto coste. Sin embargo, parece que alguien ha encontrado el modo de exterminar a los humanos sin destruir todo lo demás.

Kai sacude la cabeza mientras yo revoloteo sobre ellos, indignado.

—Solo podría tratarse de una enfermedad; una especialmente letal y contagiosa —comenta—. Pero hasta ahora, que yo sepa, ningún virus ha logrado acabar con la humanidad entera. Y yo pensaba que teóricamente no se podía.

—Ah, la hipótesis del 1% —asiente Orias—. La conozco.

«¿Qué es eso del 1%?», insisto. «¿Cuál es la enfermedad que va a exterminar a la raza humana? ¿Cuándo va a suceder eso, y por qué?».

—Soo, basta ya —repite Kai dirigiéndome una mirada furibunda; después dedica a Orias, y especialmente a Krystal, una sonrisa de disculpa—. Es un fantasma perdido que se ha vinculado a mí. Es bastante irritante; siento que tengáis que soportarla.

«¡Tú también serías irritante si supieses que toda tu especie va a morir, pedazo de insensible!», protesto, furioso. «¡Es normal que busque respuestas!».

—No, no es normal —me replica Kai, enfadado—. Tú ya estás muerto, así que ¿qué más te da que se mueran todos los demás?

—Ah, sí, son persistentes estos fantasmas —comenta Krystal con una mueca de disgusto—. Yo tuve uno bastante desagradable en uno de mis palacios. Insistía en que mi habitación era la suya. Se empeñaba en meterse en mi propia cama. Pero nunca había oído hablar de uno que se vinculara a un demonio. Normalmente se atan a lugares, no a personas, y si eligen a una persona como ancla en el mundo de los vivos, esta suele ser un pariente o alguien muy querido para el difunto.

«Bueno, pues este no es el caso», gruño. «Estoy con Kai porque es el único que puede ayudarme a desentrañar el misterio de la muerte de mi padre, punto. Y ahora, ¿quiere alguien darme más detalles sobre la extinción de la humanidad, por favor?».

—A su padre lo mató un demonio —aclara Kai, ante las miradas interrogantes de Orias y Krystal—, y me ha tocado a mí cargar con el.

Krystal esboza una media sonrisilla irónica. Me da rabia que los demonios se cachondeen de algo tan importante para mí como mi propia muerte, pero ahora tengo cosas más importantes de las que preocuparme.

«La extinción de la humanidad, señores», les recuerdo.

Orias parpadea con cierta perplejidad. Mira a Kai, pero este parece haber aceptado que me voy a unir a la conversación, les guste o no, porque se ha quedado observándolo, con una ceja en alto, esperando que continúe.

—La extinción de la humanidad es hipotéticamente imposible —dice por fin, encogiéndose de hombros—. Oh, hay muchas maneras de acabar con la raza humana, pero todas ellas implican también la destrucción del planeta, o de una buena parte de él.

«Así mataríais dos pájaros de un tiro, ¿no?», comento, con cierta sorna.

Krystal me mira como si fuera estúpido.

—Desde el momento en que los demonios nos vemos obligados a existir en un cuerpo material —me explica—, no podemos permitirnos el lujo de destruir completamente el mundo en el que vivimos. Aunque vaya en contra de nuestra naturaleza, debemos mantenerlo a nivel básico.

—El caso es —interviene Kai devolviendo la conversación a su cauce— que la única forma de exterminar a los humanos sin dañar el resto del planeta sería crear algo que solo los perjudicase a ellos. Propagar una enfermedad que solo fuera mortal para los humanos siempre ha sido nuestra mejor opción.

—Pero se da la circunstancia de que, en toda epidemia, siempre hay una serie de individuos que sobreviven —prosigue Orias—, ya sea porque son físicamente más resistentes o porque generan anticuerpos naturales que los inmunizan ante dicha enfermedad. Hay una teoría que afirma que ningún virus podría exterminar a toda la población humana. Siempre habría un 1% de individuos que, por unas circunstancias u otras, se salvarían.

—Y los humanos son siete mil millones de individuos —añade Kai con una sonrisa—. Un 1% de supervivientes de una hipotética pandemia especialmente virulenta supondrían setenta millones de personas que todavía hollarían la Tierra. Suficientes como para impedir que la especie humana llegara a extinguirse. Suficientes como para recuperarla en unos pocos miles de años.

—Más que suficientes —apostilla Krystal—, teniendo en cuenta de que los humanos se reproducen como ratas.

—Aparte de eso —prosigue Kai—, resulta que es difícil que un virus creado en un laboratorio sobreviva mucho tiempo fuera de su ambiente. Debería tener una capacidad de mutación y adaptabilidad extraordinarias, y eso es difícil de conseguir.

—Y propagarse por el aire —aporta Krystal—. Los virus que se propagan por el aire son más rápidos y eficaces que los que requieren intercambio de fluidos.

«Vaya, ya veo que estáis muy puestos», gruño.

—Sí; por la forma en que hemos visto que morirá esa gente, tiene pinta de propagarse por el aire. Pero esa clase de virus están más expuestos a las variaciones del ambiente —señala Kai, y frunce el ceño, pensativo—. Supongo que Nebiros, si es que se trata de él, tendrá todo esto en cuenta.

«¿Queréis decirme, pues, que es imposible crear un virus que extermine a toda la humanidad, y que lo que hemos visto es solo una ilusión?», pregunto desconcertado.

—No —replica Orias—. Lo que queremos decir es que alguien, en un futuro no muy lejano, logrará salvar todos esos escollos y hallará un virus ante el cual ni un solo ser humano será capaz de sobrevivir.

—… Ni siquiera el 1 % de la población —concluye Kai.

«¿Y no se puede… hacer nada al respecto?», planteo desolada.

Los tres me miran a una.

—¿Por qué querríamos hacer nada al respecto? —pregunta Krystal, perpleja—. Es la mejor noticia que hemos tenido desde lo de la Plaga de los ángeles.

—Bueno… yo no estoy del todo de acuerdo —interviene Kai—. Me he acostumbrado a la civilización humana, mal que me pese —se encoge de hombros—. Reconoced que vivimos de ellos, y vivimos como señores. Además, hasta los ángeles estarían de acuerdo en que los humanos siempre han sido nuestro mejor instrumento de destrucción. Sería muy desconcertante que desaparecieran de golpe.

—Sería un desafío —puntualiza Krystal—. Y buena falta nos hace. Eres demasiado joven para conocer otra cosa, Kai, pero los demonios no siempre hemos convivido con los humanos —reprime un bostezo—. La época de los dinosaurios, sin ir más lejos, fue mucho más larga. Y la de las bacterias, ni te cuento. Aunque esa fue bastante aburrida —añade tras un instante de reflexión.

Kai sonríe.

—Te daría la razón si fueses capaz de recordarlo.

Krystal entorna los ojos con un mohín de niña pequeña.

—De cualquier modo —concluye—, lamentaré más la extinción de los ángeles que la de los humanos.

Me preparo para intervenir de nuevo, indignado, cuando veo que los tres vuelven la cabeza a la vez hacia la puerta del bar.

—Retiro lo dicho —murmura la diablesa entre dientes.

En la entrada ha aparecido un ángel.

Es una joven china de rostro redondo y aniñado. Lleva un vestido blanco cuyos tirantes dejan al descubierto unos hombros pálidos y delicados. Mira en torno a sí, buscando a alguien a quien sin duda ya ha detectado. Desde aquí puedo ver que hay profundas huellas de sufrimiento en sus facciones. Y, sin embargo, sus ojos son brillantes, como los de todos los ángeles, y unas preciosas alas de luz, de aspecto similar a las de las mariposas, baten el aire suavemente tras ella.

Todo el local se ilumina con su mera presencia. ¿O soy yo la única que lo nota? Porque nadie más se ha molestado en mirarla dos veces.

Entonces, el ángel repara en nosotros… en Krystal, para ser más exactos… y frunce el ceño.

—Disculpadme —suspira la diablesa levantándose—. Voy a intentar detenerla antes de que haga alguna estupidez.

«¿Perdón?», pregunto, desorientado. Pero nadie me hace caso.

El ángel avanza entre las mesas, derecha hacia Krystal. Se detiene a pocos metros de ella y, de pronto, extrae su espada de la vaina.

—¡Chun-T'i! —la llama—. ¿Por qué te escondes entre los humanos? ¡Ven a pelear!

Le ha hablado en chino, por lo que muchos de los clientes del café alzan su mirada hacia ella, sorprendidos. Krystal yergue sus alas negras y un manto de oscuridad parece eclipsar el esplendor del ángel.

—Ch'ang-E, la Siempre Sublime —le dice en la lengua demoníaca, con voz suave y tranquilizadora—. ¿Otra vez has venido a buscarme? Sabes que jamás resolveremos esta disputa. ¿Por qué no dejarlo estar?

Los ojos del ángel relucen más intensamente, llevados por la ira.

—¿¡Dejarlo estar!? —grita, y su voz parece más un aullido que una pregunta—. ¿Después de todo el mal que has causado, demonio despiadado? ¿Después del daño que has hecho a toda esta gente?

—Ch'ang-E… —advierte Krystal, o Chun-T'i, o como se llame.

Pero el ángel no atiende a razones. Con un grito de rabia, alza su espada por encima de su cabeza y se lanza contra la diablesa, que, en un movimiento velocísimo, enarbola su acero y lo interpone entre ambas.

Siento en lo más profundo de mi esencia el choque entre las dos armas. Antes de que pueda entender qué está pasando exactamente, el ángel y el demonio se enzarzan en una pelea a muerte.

Al principio vuelcan un par de mesas y arrancan exclamaciones alarmadas de los clientes. Pero apenas unos instantes más tarde, la pelea parece más bien un baile de espíritus, perfecto, elegante, de mortífera belleza. Las dos se mueven por entre las mesas y las columnas sin llegar a tocar nada que no sea la espada de su contrincante.

Se diría que no pisan el suelo, sino que se deslizan sobre él sin rozarlo. Como ya no estoy atada a las limitaciones de los sentidos, soy capaz de apreciar la precisión de cada uno de sus movimientos, la gracia sobrenatural con que intentan matarse la una a la otra. Pero incluso los humanos vivos se han quedado boquiabiertos observándolas. La banda de jazz ha dejado de tocar, y los de seguridad se han quedado pasmados en la puerta. Deben de estar viendo las espadas, es tan obvio que están luchando que no podrían pasarlas por alto. Y, sin embargo, el instinto les dice que lo que está sucediendo ahora mismo en la cafetería del Peace Hotel es algo tan importante, antiguo e irrevocable como la sucesión de los días y las noches. Algo en lo que ningún ser humano debería intervenir.

Los demonios, en cambio, lo comentan como si viesen un partido de tenis.

—Ah, la pobre Ch'ang-E —suspira Orias—. Los antiguos la veneraron como diosa de la Luna y la inmortalidad. Tenía una hermana, Xi-He, adorada como diosa solar, y ambas estaban muy unidas a Nü Gua, un bondadoso ángel a quien las leyendas chinas atribuyen la creación de la humanidad. Pero las dos murieron, y Ch'ang-E se quedó sola, y ahora está medio loca.

—¿Y por eso ataca a Krystal delante de tantos humanos? —pregunta Kai interesado.

—Oh, se ha convertido en una obsesión para ella. En tiempos pasados, Krystal fue Chun-T'i, una sanguinaria diosa de la guerra. Miles de guerreros cabalgaron bajo su estandarte hacia el campo de batalla. Cientos de luchas fratricidas se llevaron a cabo en su nombre. Nü Gua siempre había protegido a los humanos de todo tipo de catástrofes: sequías, guerras, inundaciones… y decidió que detendría a Chun-T'i a cualquier precio. Pero fue ella quien venció en aquella ocasión; la mató durante un duelo, y Xi-He y Ch'ang-E, que admiraban muchísimo a Nü Gua, juraron que la vengarían —suspira, pesaroso—. Y la verdad, me da lástima. Ch'ang-E fue en tiempos un ángel poderoso, pero ahora… mírala. Pelea simplemente porque no le queda otra cosa. Persigue a Krystal por todas partes, empeñada en finalizar lo que Nü Gua comenzó.

—Tal vez prefiera morir luchando que sucumbir a la Plaga —comenta Kai.

Orias lo observa, pensativo.

—Tal vez —concede—. Pero no estoy seguro de que vaya a conseguirlo. Mira. Krystal ha vencido. No sé cómo lo ha hecho, pero ahora acorrala a una temblorosa Ch'ang-E entre una columna y el filo de su espada. Los clientes occidentales estallan en aplausos. Sin duda creen que es una especie de espectáculo auspiciado por el hotel para entretener a los turistas. Si supieran que están aclamando a un demonio… Si supieran que la mujer a la que acaba de derrotar es un pobre ángel solitario…

Los chinos, en cambio, contemplan la escena, pálidos y serios. ¿Intuyen lo que está sucediendo en realidad? ¿Reconocen a las diosas veneradas por sus antepasados en este ángel y este demonio? ¿Son conscientes de que la luz de Ch'ang-E, la Siempre Sublime, está a punto de apagarse para siempre?

«¡No!», grito, pero solo los demonios escuchan mi voz fantasmal.

¿La matará delante de tanta gente?

Pero Krystal retira la espada.

—Vete —le dice.

Ch'ang-E la mira fijamente, primero sin comprender; luego, con rabia.

—¡Chun-T'i! —le grita—. ¡No te vayas! ¡Tenemos que luchar! ¡Debes… morir!

Krystal mira a su alrededor. La gente está inquieta. Los de seguridad no saben qué hacer. Hasta los clientes occidentales empiezan a sospechar que esto no es un espectáculo.

—Está bien —concede—, pero no aquí. Vete, Ch'ang-E, y prepárate para la próxima batalla.

Se inclina hacia ella. Su larguísimo pelo negro resbala por su hombro como una cascada de terciopelo, cubriendo los rostros del ángel y el demonio, que se han acercado para compartir una confidencia que no concierne a nadie más. En voz baja, Krystal le susurra a Ch'ang-E el lugar y el momento de su próximo encuentro.

—Y no será el último —nos confía Orias—. Krystal ha tenido ya varias ocasiones de matarla. Ch'ang-E ha perdido facultades.

—¿Por qué le ha perdonado la vida, entonces? —pregunta Kai, extrañado.

Orias se encoge de hombros.

—Son enemigas desde hace mucho tiempo. Por extraño que parezca, una relación así puede crear lazos incluso más fuertes que la amistad. O quizá lo haga por la memoria de Nü Gua.

Quién sabe.

—Ya veo —murmura Kai.

Y contempla, pensativo, cómo el ángel da media vuelta y se aleja, tambaleándose, arrastrando la espada tras de sí, hacia la puerta. Todo el mundo se relaja cuando se va.

Krystal vuelve a sentarse con nosotros.

—Asunto solucionado —sonríe—. Siento la interrupción. Ya se ha marchado y no creo que vuelva.

—Nosotros también deberíamos marcharnos —dice Kai—. Tenemos información muy valiosa y alguien la está esperando con impaciencia.

Orias lo mira con fingida sorpresa.

—¿Pero cómo? ¿De verdad piensas transmitir esa información? ¿Así, incompleta como está?

Kai y yo nos volvemos hacia él al mismo tiempo.

«¿Cómo que incompleta?», pregunto mosqueada.

Orias sonríe.

—Claro; os falta conocer la otra versión.

Kai entorna los ojos.

—¿Puede haber dos versiones del futuro? Creía que era inmutable.

Nuestro interlocutor se encoge de hombros.

—El futuro —afirma con gravedad— es como un río, tan ancho y poderoso que no se puede cambiar ni invertir su curso. Sin embargo, al mismo tiempo está formado por multitud de pequeños afluentes que sí podemos desviar. Puedes cambiar tu futuro, porque muchas de tus acciones solo dependen de ti. Pero no podrás modificar el destino de toda la humanidad. Para eso es necesaria una acción grandiosa… extraordinaria… una acción cuyas consecuencias realmente supongan un giro en la historia del mundo. Esas acciones no están al alcance de cualquiera, y cuando alguien se ve en la coyuntura de decidir si llevar o no a cabo un acto semejante, normalmente no es consciente de ello. Pero en ocasiones… existe la posibilidad de hacer… o no hacer… algo que cambiará el destino del mundo.

—… y es entonces cuando se generan dos versiones del futuro —adivina Kai—. Dos cauces por los cuales el río puede llegar a discurrir. Interesante disyuntiva.

—Sí, lo es —coincide Orias—. Aunque debo decir que, cuando esto sucede, para mí resulta bastante desconcertante.

—¿Y le mostraste a nuestro demonio hipotético las dos versiones del futuro?

—No, y si tú llegaras a conocerlas, te situarías por encima de él.

—Me he percatado. ¿Por qué razón vio él un solo futuro?

—Porque entonces solo había un futuro. Pero después… bueno, después vino otra persona que me pidió exactamente lo mismo que me has pedido tú: que le mostrara la misma visión del futuro que a mi primer cliente. Sucedió entonces que en aquel segundo vistazo ambos vimos algo diferente.

«Eso quiere decir que, entre ambas visiones, pasó algo que creó una segunda posibilidad de futuro», deduzco brillantemente.

—Exacto.

—¿Nos mostrarías esa segunda visión? —pregunta Kai.

—Depende de lo que puedas ofrecerme a cambio.

«¡Oh, vamos!», protesto. «¿Nos enseñas un futuro apocalíptico, nos dices después que hay otra posibilidad y pretendes cobrarnos esa información? ¡Hay que ser usurero! ¡Y manipulador!».

—Todo eso soy, jovencito, y mucho más —sonríe Orias—. ¿Y bien?

—No tengo nada más que ofrecerte —gruñe Kai—. Nada que te pueda interesar, a no ser que aceptes una espada angélica.

«¡La espada de mi padre no, pedazo de animal!», le chillo, y Kai se sujeta la cabeza con las manos y se vuelve hacia mí; sus ojos lanzan llamas y un rictus de furia que deforma sus facciones y lo hace parecer aterrador, casi monstruoso.

—¡BASTA YA DE GRITOS! —aulla con una voz profunda, sobrenatural, que hace que todo mi ectoplasma se estremezca de pavor, justo antes de sentir que algo me golpea con fuerza, como un viento huracanado, y me lanza por encima de las cabezas de la gente, atravesando el techo y después el resto del edificio…

Cuando quiero darme cuenta, estoy al aire libre, bajo la noche sin estrellas de Shanghai. ¿Qué…qué ha pasado? Me cuesta un poco entender que Kai, finalmente, se ha hartado de mí y me ha «echado» de la conversación. Estoy aturdido y muerto de miedo aún. Nunca lo había visto tan enfadado, tan temible, tan… demonio. Acostumbrada a tratar con un joven engreído y algo pasota, había olvidado cuál era su verdadero rostro, el de una criatura antigua y temible que pertenece a la especie más peligrosa que existe. Ahora mismo, lo único que quiero es alejarme de él y no volver a verlo nunca más, y eso hace que de pronto me asalte una duda importante: ¿y si ha roto nuestro vínculo? ¿Y si me he convertido en un fantasma perdido? Tras un instante de pánico, descubro que el hilo invisible sigue ahí; estirado al máximo, eso sí, pero intacto. Sin embargo, dudo un momento antes de animarme a regresar unto a los demonios. Aún tengo miedo, aún resuena su terrorífica voz en mi mente, y no quiero volver a acercarme a él. Pero tengo que hacerlo. Tengo que enterarme de lo que está pasando y asegurarme de que Kai no se deshace de la espada de mi padre.

Cuento hasta tres, hago de tripas corazón y me zambullo de nuevo en el edificio del Peace Hotel.

Regreso al bar y descubro, aliviado, que los demonios siguen allí, y que la espada continúa en su vaina, ajustada a la espalda de Kai. Recuerdo entonces que Orias dijo que no le interesaban las espadas angélicas. ¿Estarán tratando de llegar a algún tipo de acuerdo? Me acerco, procurando no llamar la atención, pero Kai percibe mi presencia y me lanza una mirada amenazadora. Me detengo, inquieto, pero no vuelve a expulsarme de su lado. Parece que me acepta de nuevo en la reunión, si me porto bien. En fin, qué le vamos a hacer. Seré bueno. Permanezco en silencio junto a él, pendiente de lo que hablan.

—… entonces me temo que no voy a poder compartir contigo más información, Kai —está diciendo Orias.

—Bueno, puedo vivir con ello. Si una de las visiones muestra un futuro en el que la humanidad se extingue, es de suponer que la otra nos revelará uno en el que la humanidad no se extingue.

—Presumiblemente, sí —asiente Orias—. Sin embargo, debo decir que no es tan simple. Al menos, al ángel al que se lo mostré no se lo pareció.

—¿Un ángel? —repite Kai perplejo.

—En efecto —confirma Orias, satisfecho—. Tengo algunos clientes entre los luminosos. Creen estar en posesión de la verdad y se las dan de generosos y de altruistas, pero en el fondo todos quieren echar un vistazo a su propio futuro.

¡Un ángel! No es que me tranquilice enterarme de que los ángeles acuden a un demonio para consultarle acerca del porvenir, pero la posibilidad de que estén al tanto de los planes de Nebiros (porque, después de todo lo que hemos visto, parece más que claro que es él quien está detrás del futuro apocalipsis vírico que extinguirá a la humanidad) sí me hace sentir más confiado. Los ángeles harán algo al respecto. Detendrán a Nebiros, salvarán a la humanidad. Puede que ya lo estén haciendo. Puede que por eso haya un futuro alternativo para nosotros.

Un ángel iba tras los pasos de Nebiros y fue a consultar a Orias. Un ángel vio un futuro alternativo. Un ángel sabe que hay esperanza, que existe una posibilidad de desviar el curso del río.

—Y supongo que no podrás decirnos quién era…

—Debo confidencialidad a todos mis clientes. Tanto al ángel como al hipotético demonio. A ti no te gustaría que yo les dijese a otras personas que Kai ha andado husmeando, ¿no?

—Claro que no —masculla mi aliado, alarmado—. Olvida lo que he dicho. Ya me las arreglaré para averiguarlo por mi cuenta.

—En tal caso, me temo que la reunión ha terminado.

—Orias —interrumpe entonces Krystal—. Se hace tarde y tenemos un viaje que preparar ¿recuerdas?

—¿Un viaje? —repite Orias, desconcertado.

—Prometiste que este fin de semana iríamos a Beijing.

—Ah, sí. No te preocupes, sé que vamos a ir —le sonríe, y ella le devuelve la sonrisa, coqueta—. Pero dime, ¿no tenías una cita con Ch'ang-E?

Krystal se encoge de hombros.

—No voy a ir —replica con indiferencia.

—Krystal, Krystal, eso no está bien —la riñe Orias—. Hay que respetar al enemigo, eso es lo que dice siempre Lucifer. Incluso cuando el enemigo está de alas caídas. Y tú no haces más que darle

esquinazo a la pobre Siempre Sublime.

—Ya lo sé —protesta ella con un mohín—. Pero es que es demasiado insistente. Y si sigo peleando contra ella, algún día se me irá la mano y la mataré de verdad.

Pobre Ch'ang—E, pienso para mis adentros. Pobre Siempre Sublime. Me pregunto qué es peor para un ángel: morir en Combate contra un demonio o ser menospreciado por ellos.

Quizá por eso Ch'ang-E insiste en pelear. Quizá no se trate de que esté loca o tema a la Plaga.

Tal vez… solo tal vez… busque recuperar algo de su dignidad perdida.

—… Taemin trabajaba para Alauwanis, quien, a su vez, cumplía órdenes de Nebiros —explica Kai—. El propio Nebiros, o alguien muy cercano a él, acudió a Orias en busca de una visión del futuro, y lo que vio fue un futuro en el que toda la humanidad sucumbía ante un virus absolutamente letal. De todo lo cual he deducido que es eso lo que planea Nebiros: crear una enfermedad lo bastante poderosa como para exterminar a todos los humanos, y solo a ellos. No sabemos cuándo sucederá eso. Solo tenemos claro que sucederá… tarde o temprano. Y será rápido y fulminante. Y no habrá modo de pararlo.

Lo ha resumido bastante bien, he de reconocerlo. Dicho así suena mucho más sencillo de lo que me había parecido a mí en un principio. Y mucho más aterrador.

Estamos de vuelta en Berlín, en el bar donde nos enteramos de la muerte de Taemin. Kai ha quedado otra vez con su contacto, el enviado de su señor. Ahora sé que se llama Sehun. En esta ocasión, no me conformo con esperar en la puerta. Procuro no intervenir, sin embargo. No solo porque no me conviene que se sepa que sigo vivo, sino también porque no quiero que Kai vuelva a enfadarse conmigo, como sucedió en Shanghai.

No hemos hablado del tema, y desde entonces me ha tratado más o menos como siempre, pero yo no he olvidado su cara ni su voz cuando me expulsó del hotel. Y prefiero no tener que volver a pasar por eso, de modo que ahora floto sobre ellos, tratando de no llamar demasiado la atención. Y, de momento, tengo suerte: Sehun no se ha fijado en mí, pero yo me estoy enterando de todo.

Así que, al fin y al cabo, teníamos razón: Nebiros anda detrás de todo esto. Solo él, propagador de la Peste Negra y creador del Ebola entre otros muchos azotes de la humanidad, podría estar detrás de un plan tan retorcido. Y, por otro lado, a Kai le consta que Alauwanis estuvo trabajando para él en un pasado no muy lejano. Así que no nos ha hecho falta que Orias delatase a su «demonio hipotético»: ya hemos adivinado su identidad nosotros solitos.

Sin embargo, hay algo en lo que mi olfato detectivesco (suponiendo que lo tenga) se ha equivocado con creces: Nebiros no planeaba exterminar a los ángeles. Puede que, después de todo, la Plaga no sea cosa suya. Su objetivo somos nosotros, los humanos. ¿Quién lo iba a decir?

—Entiendo —asiente Sehun, pensativo.

—Todavía no sé qué tiene que ver todo esto con la muerte de Soo —añade Kai—. No veo por qué razón el hijo de un ángel puede llegar a preocupar tanto a alguien que planea la extinción de la especie humana. A no ser, claro, que su padre hubiese descubierto el plan de algún modo, y Nebiros sospechase que se lo había contado a Soo. Pero, aun así… no veo cómo podría haberlo impedido el. Quiero decir que sigo sin encontrarle el sentido.

Tampoco yo se lo encuentro, ahora que lo dice. Todo este rollo de la extinción de la humanidad me ha impresionado lo bastante como para olvidarme de mi propia muerte… que no es poco.

Pero es cierto: si Nebiros está detrás de todo esto, es a él a quien debo el hecho de estar muerto. Maldito demonio. Me gustaría poder decir que me las pagará todas juntas, pero, lamentablemente, no hay mucho que yo pueda hacer al respecto ahora mismo.

Con un poco de suerte, el jefe de Sehun vengará mi muerte… No es que me haga gracia la idea de que mis planes de revancha dependan de un señor del infierno, pero he de reconocer que, junto con Kai, es el único que se ha preocupado por investigar un poco el asunto de mi asesinato.

Observo a Sehun, esperanzado.

—No necesitas darle tantas vueltas, Kai. Por nuestra parte, esta información es más que suficiente. No solo has averiguado el nombre del demonio que ordenó la muerte del muchacho, sino que además has descubierto qué se trae entre manos. Has cumplido con lo que te encargamos. Estoy seguro de que mi señor estará plenamente satisfecho.

¿Eh? ¿Quiere decir eso que lo van a dejar correr, sin más?

Kai se le queda mirando.

—Pero hay una relación, ¿verdad? Vosotros sabéis por qué mataron a Soo. Y probablemente sabéis también más cosas acerca de la muerte de su padre.

Sehun se encoge de hombros.

—Teníamos una idea bastante aproximada, sí. Y ahora ya no es una idea aproximada: es una certeza.

—¿Y qué tal si compartes esa certeza conmigo?

Sehun le responde con una carcajada.

—Vaya, Kai, estoy empezando a pensar que sí te lo has tomado como un asunto de propiedad. ¿Qué más te da? El chico está muerto, ¿no?

No puedo quedarme callado por más tiempo. La prudencia nunca ha sido mi fuerte y, aunque sigo temiendo la reacción de Kai, ahora mismo mi indignación supera cualquier otro sentimiento.

Desciendo hasta ellos y me planto ante Sehun.

«El chico está muerto, sí», replico de mal talante. «Pero aún tiene sentimientos, ¿sabes?».

—¡Soo! —me regaña Kai, irritado; sus ojos echan chispas rojas—. ¡Habíamos decidido que te mantendrías al margen!

«No, perdona, guapo, tú habías decidido que yo me quedaría al margen. No se te ocurrió preguntarme mi opinión. Para variar».

Kai me mira y parece que va a montar en cólera nuevamente. Retrocedo un poco, intimidado, arrepintiéndome ya de lo que he dicho, pero él respira hondo un par de veces y responde con frialdad:

—Muy bien, como quieras. Luego, no te lamentes si tenemos problemas porque no has sabido ser discreto.

Sehun se queda con la boca abierta. Supongo que, aunque los demonios están acostumbrados a ver fantasmas, no lo están tanto a que estos les hablen.

—¿Soo? —repite—. ¿Qué se supone que estás haciendo aquí?

—Eso me gustaría saber a mí —refunfuña Kai.

Sehun me mira alzando una ceja.

—¿Te has quedado para torturar a este pobre demonio porque no supo protegerte? —pregunta con guasa.

Me da rabia reconocerlo, pero el asunto de mi muerte no fue culpa de Kai en realidad. Por supuesto, no pienso admitirlo delante de otras personas, y mucho menos delante de él.

«Me he quedado para vengar a mi padre», declaro.

—Ah, entiendo. Bueno, pues no puedo ayudarte. Deberías dejarte de venganzas y marcharte de una vez por el túnel de luz. Lo que pase entre demonios no te concierne.

«¿Como que no me concierne? ¡Estoy muerto precisamente por eso!».

—Por meterte donde no te llaman. Y ahora, si me disculpáis…

Hace ademán de levantarse, pero Kai lo detiene:

—Espera. Hay otra cosa acerca de los planes de Nebiros que tal vez debas saber… tú y tu señor, por supuesto.

Sehun se sienta otra vez, interesado.

—Dispara —lo anima, pero Kai sonríe.

—Quid pro quo, Señor de las Tormentas —le advierte— Si quieres conocer esa información antes tendrás que darnos mas datos acerca de la muerte de Soo… o la de su padre si es que sabes algo al respecto.

Sehun se rie de buen humor. No parece haberle ofendido el hecho de que Kai imponga condiciones. Casi parece que valora positivamente la jugada.

—Hacia mucho tiempo que nadie me llamaba así —reconoce, nostálgico—. Bien, habla. Después puede que te cuente algo más.

«¿Puede…?», protesto, pero Kai me manda callar con un gesto.

—Bien… pues allá va: nosotros no somos los únicos que conocemos los planes de Nebiros. Los ángeles también lo saben.

—Los ángeles… —repite Sehun, sorprendido.

—Un ángel acudió a Orias para preguntarle por la misma visión que había contemplado Nebiros. Y adivina qué…

—La visión había cambiado —concluye Sehun, para nuestra sorpresa.

—Eres un tipo muy sagaz —comenta Kai lanzándole una mirada de sospecha.

—¿Y ese ángel? —pregunta Sehun sin hacerle caso—. ¿Sabes quién era?

—No. Orias no quiso decírmelo.

Sehun se acaricia la barbilla, pensativo.

—Bien… sí, por supuesto. Esta información también nos es muy útil. Y nosotros tenemos modos de averiguar… si los ángeles lo saben… Y si Nebiros planea… claro, es lógico que quiera…—se calla de pronto y nos lanza una larga mirada.

«¿Y bien?», pregunto yo, impaciente. «Ya conoces el resto de la historia. ¿Vas a cumplir ahora tu parte del trato?»

Sehun se lo piensa un momento. Por fin suspira y dice:

—Oficialmente, nuestra conversación acaba aquí, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Y oficialmente, tú no has visto al espectro de Soo.

«¿Cómo que espectro? », protesto yo, pero nadie me hace caso.

—¿Por qué queréis mantener en secreto que es un fantasma? —inquiere Sehun.

—Porque si todos le consideran muerto y desaparecido, no se les ocurrirá que nadie quiera seguir investigando su muerte ni la de su padre. Pero si se enteran de que el sigue por aquí, los que planearon su muerte podrían querer terminar el trabajo… eliminando a su enlace con el mundo de los vivos… que soy yo.

No se me había ocurrido, la verdad. Hay demasiadas cosas del mundo de los demonios que todavía no comprendo. Pero sí hay algo que he aprendido y que echa por tierra todas las ideas que yo tenía al respecto. Siempre creí que a los demonios les encantaba la acción. Y, por lo visto, lo que les vuelve locos en realidad son los trapícheos. Se pasan la vida hablando como viejas cotorras, intercambiando cotilleos y tramando planes retorcidos que vete tú a saber si finalmente llevan a cabo.

—Y —concluye Kai— porque es sumamente indiscreto y es mejor dejarle al margen.

«¡Oye…!», protesto, pero nuevamente me ignoran.

—Comprendo —dice Sehun—. Puede que a mi señor le interese saber que el sigue por aquí, pero de momento os guardaré el secreto.

—Gracias. ¿Y por qué razón lo que puedas contarnos acerca de la muerte de Soo debe ser extraoficial?

—Porque la muerte de Soo está estrechamente relacionada con un pequeño proyecto secreto en el que mí señor está trabajando… pero supongo que eso ya lo sospechabas.

—La verdad es que sí. Y claro… imagino que no querréis que husmeemos demasiado y nos enteremos de cosas que… digamos… no deberían salir del círculo privado de tu señor, ¿no?

—Chico listo. Bien… pues escucha atentamente, porque no voy a decirlo dos veces. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. Habla, pues.

Sehun sonríe brevemente. Y después pronuncia una sola frase:

—«Toda la Tierra ha sido ertida por la ciencia por obra de Azazel; achácale todo pecado».

Nos quedamos callados. La sorpresa nos ha dejado mudos.

No estoy seguro de que Kai sepa de qué está hablando Sehun. Yo, desde luego, lo sé muy bien. Esa cita pertenece a un libro que he leído docenas de veces.

El Libro de Enoc.

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Comments

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yuhiyuhi
#1
Chapter 15: TnT eso le hace mal a mi corazon... - solloza- parezo una loca llorando... Que pasa con kai?.. Quiero saber si se ven... Ay diooooo - llora como huérfana-
Hysterietize
#2
Magnifico fan fic he encontrado hoy.
Te agradezco por adaptarle, está demasiado bueno.
Además de que madonna Constanza posee mi mismo nombre, me ha encantado mucho más.
lleeann #3
Muy bien un fic en español :) le dare una leida y te comento ;)