C-2

2 Velas Para el Diablo [KaiSoo]

Me despierto por la mañana con el sonido del claxon de una furgoneta, cuyo dueño parece encontrar algún misterioso placer en destrozar los oídos del personal. Me cuesta un poco situarme.
¿Qué es esto? ¿Una casa? ¿Una cama mullida? Ah, no, es un sofá. El sofá de Jotapé. Al final resultó que había cambiado aquel viejo trasto por un nuevo sofá-cama mucho más cómodo. De lujo. Me incorporo con precaución y aguzo el oído, pero no oigo nada más. Parece que estoy solo en
casa. ¿Qué hora es? ¿Y dónde está Jotapé? Me levanto, ya sin precaución alguna. Suelo dormir en ropa interior a modo de pijama; igual a mi amigo le incomoda un poco verme de esta guisa, pero, si estoy solo, entonces da igual. Me desperezo (sí, ya lo sé, igual que un gatito) y me voy a la cocina a ver qué hay para desayunar. Allí me encuentro con una nevera surtida de cosas básicas, pero vacía de golosinas, picoteo y marranadas en general, y una nota manuscrita sobre la mesa.
'Soo,
he tenido que salir, y estaré fuera toda la mañana.
Sírvete tú mismo. Te he dejado una copia de las llaves sobre la mesa del recibidor, por si necesitas ir a alguna parte, y también un poco de dinero. Nos vemos a la hora de comer.
JP
'
Algunas cosas nunca cambian: recuerdo de Jotapé su tendencia a dejar notas para avisar del más mínimo movimiento que hacía. Y todas ellas las firmaba siempre con sus iniciales, de ahí que yo empezara a llamarle Jotapé.
Bien, se está muy a gusto aquí y no tengo intención de reemprender mi viaje corriendo; pero no me vendrá mal dar una vuelta y, además, tengo las llaves para volver cuando quiera. Y tengo… ¡veinte euros! Vale que no es como para comprarme un yate y perderme en el horizonte, pero es más dinero del que he visto unto en el último mes.
Pero basta ya de lloros y lamentos, o vais a acabar pensando que no sé cuidar de mí mismo. Y eso no es del todo cierto. Después de todo, he llegado hasta aquí yo solo, ¿no? Por lo que tengo entendido, la gente que llega a Valencia suele visitar la catedral, la plaza del ayuntamiento y una especie de complejo que parece futurista y que, por lo que sé, es un acuario o algo por el estilo. Eh, no me echéis en cara lo poco informada que estoy. Hace mucho que no vengo por aquí y, después de todo, he venido a vengar la muerte de mi padre, no a hacer turismo. Sin embargo, las dos veces que he visitado esta ciudad he acabado en el mismo sitio, y dicen que no hay dos sin tres… así que aquí estoy de nuevo, ante las puertas de la Biblioteca Municipal. Bibliotecas municipales hay muchas en la ciudad, pero esta es distinta. Puede que sea la más antigua de Valencia, y si no lo es, a mí me lo parece. Cierto es que he visto bibliotecas más grandes y más impresionantes a lo largo de mis viajes. Pero a esta le tengo un cariño especial. Aquí fue donde conocí a Jotapé.
Empujo la puerta y entro en silencio, un poco intimidado. Me alegra ver que la biblioteca sigue siendo tal como la recordaba. Bueno, para hacer honor a la verdad, hay muchos más ordenadores, cd's y dvd's, pero espero que eso no signifique que hay menos libros. Recuerdo la primera vez que entré aquí. Entonces tenía siete años y las columnas me parecían altísimas. Y miraba hacia arriba, hacia la cúpula, y tenía la sensación de que estaba muy, muy lejos, rozando el cielo. Ahora, las columnas ya no me parecen tan altas, ni el pasillo, tan largo. Es porque he crecido; lógicamente, las bibliotecas no suelen encoger.
Me acuerdo también de la bibliotecaria que me vio dirigirme a la sección de préstamo y me indicó que la puerta que buscaba era la de enfrente, la de la sección infantil. Sí; solían cometer ese error a menudo. Pero, como era muy cansado explicar una y otra vez que yo no era como los demás niños, pronto aprendí otras tácticas de persuasión: le puse carita-de-niño-bueno y le dije que andaba buscando a mi papá. En realidad no recuerdo dónde estaba mi padre ese día ni por qué entré en la biblioteca yo solo, pero el caso es que me colé en el ala de préstamo de libros para adultos y allí me encontró Jotapé un rato más tarde, en la sección de Religión. El pobre fue a sacar un libro de la estantería y se encontró con que lo tenía un enano de siete años que estaba sentado en un escalón, bajo la ventana.
—Si buscas el Vocabulario de Teología Bíblica —le dije—, lo estoy leyendo yo. Pero ahora mismo lo devuelvo, ¿eh?
Lo cierto es que no lo estaba leyendo con mucha atención. Estaba en la A de Ángeles y no había encontrado en aquel libro nada que no supiera ya al respecto. ¿Qué pasó después? Pues, en resumen, que Jotapé expresó sus dudas acerca de que en las novecientas páginas del Vocabulario hubiese algo que pudiera interesar a un niñito de siete años como yo; le dije que tenía razón, que había monografías que eran bastante más detalladas y que, después de todo, no tenía sentido que siguiese estudiando la Biblia, si tenía el Libro de Enoc.
—¿El Libro de Enoc? —repitió Jotapé, todavía más estupefacto que antes.
Ladeé la cabeza y lo miré con fingida inocencia.
—Eres un cura —le dije—. No me digas que no sabes lo que es el Libro de Enoc.
Sí que lo sabía, claro. Pero es normal que los sacerdotes presten más atención a la Biblia que a otros textos apócrifos. Y el Libro de Enoc es exactamente eso. Lo que diferencia este texto de todos los demás es que dedica bastantes páginas a la historia angélica. Y relata una versión muy curiosa de la caída de los ángeles al principio de los tiempos. No es una lectura propia de un niño de siete años; pero tiene sentido si tu padre es un ángel y quieres saber más acerca de su esencia y sus orígenes. ¿Que por qué no le pregunté a él al respecto? Bien… es una buena cuestión. 
Imaginad que lleváis existiendo en este mundo desde el principio de los tiempos. Desde la aparición de la vida. Unos seiscientos millones de años, más o menos. Eso es mucho, mucho tiempo y no hay cerebro que soporte tantos recuerdos, ¿entendéis lo que quiero decir? Ni siquiera el cerebro de un ángel transubstanciado. 
Exacto: los ángeles ya no recuerdan sus orígenes. Al quedarse atrapados en cuerpos humanos, perdieron también la mayor parte de su memoria. Así que no saben de dónde vienen ni cuál es exactamente la causa de su disputa con los demonios, ni qué pasó con Adán y Eva, si es que pasó algo de verdad. Y, con todo eso, también han olvidado la manera de regresar hasta Dios, o hasta el cielo, si es que existe un lugar semejante, así que no es de extrañar que los ángeles lean las escrituras, todas las escrituras, de todas las religiones, con sumo interés. Supuestamente, los humanos sabemos todas esas cosas acerca de Dios y de los ángeles porque los mismos ángeles se las contaron a nuestros antepasados hace miles de años. Y ahora que ellos tienen dificultades para evocar el pasado, recurren a lo que los humanos escribieron al respecto… que no es exactamente la verdad, sino distintas interpretaciones de lo que los ángeles trataron de enseñarles. ¿No es paradójico? Mi padre solía decir que tiene que haber una pizca de la verdad común en todas las escrituras pero que la gente se obceca tanto en ver las diferencias que no encuentra las semejanzas, que podrían guiarlos hasta la verdad común. A la mayoría de los ángeles, si queréis que os diga la verdad, les importa un pimiento que los hombres encuentren la verdad común. Lo que quieren es encontrarla ellos. ¿Y sabéis lo más gracioso de todo este asunto acerca de la pérdida de memoria? Que a los demonios también les afecta. 
Y ahora imaginad la cara que puso Jotapé cuando terminé de contarle todo esto.
Yo no sé qué pensaría. Tal vez que mis padres eran unos fanáticos religiosos de alguna secta rara o que era un niño con demasiada imaginación, pero ni siquiera los niños con una imaginación a prueba de bombas son capaces de citarte párrafos enteros del Libro de Enoc, y además de memoria, así que el buen sacerdote pensaría que la hipótesis de los fanáticos religiosos era la más plausible… y dijo que quería conocer a mi padre. Para asegurarse de que un tierno infante como yo estaba realmente en buenas manos, supongo. Y, en fin… el resto es historia. Salgo de la biblioteca y respiro hondo y, por primera vez en mucho tiempo, me siento tranquilo y seguro. Es bueno recordar viejos tiempos, momentos felices. Y aunque echo mucho de menos a mi padre, el haberme reencontrado con Jotapé me hace sentir mucho mejor. Me vendrá bien un descanso antes de reemprender mi viaje. Unos días aquí, tranquilo, viviendo en una casa normal, durmiendo en un sofá-cama normal y comiendo como una persona normal. Y después… Algo interrumpe el curso de mis pensamientos. No es nada en concreto, solo una intuición, un presentimiento. Miro a mi alrededor, inquieto. Estoy rodeando la biblioteca. Hay gente en la entrada, sentada en el muro o en las terracitas de los cafés. Casi todos son estudiantes, aunque parece que han venido más a tomar el sol que a estudiar. Nada raro por aquí. Ante mí se extiende un camino bordeado de columnas de distintas alturas, columnas que no sostienen ningún techo, pero que, entre los árboles y las palomas que picotean el suelo, ayudan a conformar un paisaje misterioso y de una extraña calma. La calma que precede a la tempestad. Sacudo la cabeza. Qué tontería. Aquí no hay nadie. Doy la espalda a la parte frontal de la biblioteca, a los cafés y a los estudiantes que toman el sol, y me interno por el bosque de columnas, en dirección al parque que rodea el edificio. Las palomas se apartan a mi paso. Pronto, la sombra de la biblioteca me tapa el sol. Y me estremezco de nuevo. Esta vez sí que lo he sentido. Hay alguien… o algo… Lentamente, me llevo la mano a la espalda para sacar la espada si es preciso. Pero él, o ella, o ello, es más rápido. Lo veo por el rabillo del ojo: una oscura figura que me observa desde lo alto de una de las columnas. Me vuelvo hacia ella, pero cuando miro, ya no está. La detecto sobre otra de las columnas, y en esta ocasión no tengo tiempo de girarme para verle, a él, a ella, a lo que sea… ni de asimilar sus rasgos, porque, de un increíble salto, velocísimo, inhumano, se abalanza sobre mí y me hace caer, y el filo de una espada que no es la mía brilla un instante en mi pupila.
Las palomas salen volando en desbandada.
—Estoy vivo —murmuro, sin poder creerlo, hundiendo la nariz en la taza humeante que me tiende Jotapé—. No puedo creerlo. No puedo creerlo. Es… —sacudo la cabeza—. No lo entiendo.
—Tal vez, si me lo explicaras con más calma, podría echarte una mano —sugiere Jotapé.
Le miro casi como si no le viera. Claro, él solo sabe que he llegado a casa hecho un manojo de nervios y que soy incapaz de hilar dos frases coherentes seguidas. Intento tranquilizarme y ordenar mis ideas, y para ello doy un largo sorbo a la tila. Me quemo la lengua, pero no me importa. Cierro los ojos y respiro hondo. Jotapé espera pacientemente.
—Bien —empiezo—. Fui a la biblioteca. Hasta ahí, todo normal. Pero al salir… me atacaron.
—¿Que te atacaron? ¿A plena luz del día?
—No me estoy refiriendo a un chorizo cualquiera, Jotapé. La persona que me atacó… si es que realmente era una persona… en fin… intentó matarme.
Creo que son demasiadas emociones untas para mi amigo. Se sienta, abre la boca, parece que va a decir algo, pero finalmente se calla, porque no le salen las palabras. Sacude la cabeza y me deja seguir hablando. Va a ser lo mejor. Pero ¿cómo le explico lo que ha pasado sin hablarle de las espadas? El individuo que ha intentado matarme llevaba una de ellas. La ha sacado de la vaina, la he visto cerniéndose sobre mí, y casi he visto pasar mi vida entera ante mis ojos. Me ha dado tiempo de blandir mi propia espada, incluso creo que los dos filos han chocado, pero me había tirado al suelo y es imposible que hubiese salido con vida de esta. Ha saltado sobre mí para matarme, y pudo haberlo hecho. Y, sin embargo, sigo vivo. Ha sido al ver mi espada, estoy seguro. Quizá le ha sorprendido que tratara de defenderme, aunque me parece que no se trata de lo que he hecho, sino de con qué. No esperaba que yo tuviera una espada angélica. Eso le ha pillado totalmente desprevenido. Y aunque me ha puesto en una situación en la que no habría podido defenderme, ni con la espada ni sin ella, me ha dejado marchar sin hacerme daño. Se ha ido. Ha desaparecido, sin más. (Bueno, no ha desaparecido, sin más; es que se ha marchado muy deprisa. Pero ya me entendéis.) Tiene que haber sido un demonio. Pero, en tal caso, ¿por qué me ha perdonado la vida? ¿Tal vez porque soy humano? Sacudo la cabeza; no, eso no puede ser. Mi espada no es signo de mi condición humana, sino de mi parentesco con los ángeles. Sé que mi atacante no era un humano del montón. Ninguna persona normal se mueve de esa manera. 
Y en cuanto a él… Todavía no sé si era hombre o mujer. Apenas pude verle la cara. Solo los ojos, cuando nuestras miradas se cruzaron. Unos ojos profundos, insondables… que me recordaron a los de mi padre. ¿Sería otro ángel? ¿Un ángel trató de matarme y cambió de idea al ver que yo blandía la espada de otro ángel?
No puede ser; los ángeles no atacan a las personas. Solo a los demonios.
—Alguien intentó matarme —resumo a media voz—. Alguien que no era humano. Pero cambió de idea y me dejó ir sin hacerme daño. Un ángel no me habría atacado. Y un demonio no habría cambiado de idea.
Sobreviene un largo y pesado silencio.
—Entiendo —dice por fin Jotapé—. Comprendo que estés confuso. Sin embargo, en estos momentos la identidad de tu atacante no es tan importante como el hecho de que estás en peligro. Alguien va tras tus pasos, Soo.
Y deja caer un montón de papeles sobre la mesa. Les echo un breve vistazo.
—¿Qué es esto?
—He ido al cíber esta mañana y he estado buscando información en internet acerca de la muerte de JaeJoong.
—¿En páginas polacas? ¿Cómo te las has arreglado?
—Con traductores on-line. Ha sido bastante complicado y por eso he estado fuera toda la mañana. Pero he encontrado algo muy interesante. Mira esto.
Me señala la copia de un artículo de periódico. En polaco, claro. No entiendo nada, pero no parece que tenga nada que ver con mi padre. Hay una foto de un niño. Un niño cuya cara me suena de algo, pero a la que no termino de ubicar.
—Mencionan el hallazgo del cuerpo de tu padre en una gasolinera cerca de Walbrzych. En el mismo lugar y el mismo día en el que desapareció este niño.
Ah. Oh. Ah.
Maldita sea, ya caigo. El niño de la gasolinera. El que estaba en el baño. Me crucé con el cuando salió.
—¿Que ha desaparecido, dices?
—Por lo que he podido entender, fue al servicio mientras su madre llenaba el depósito del coche.
Nadie la ha vuelto a ver desde entonces.
Suspiro.
—Me lo imagino. Tenemos un niño secuestrado, un desconocido asesinado y un adolescente extranjero que no hablaba ni papa de polaco y que fue el último en ver a ambos con vida. Me figuro que ya me habrán echado encima a toda la policía internacional.
—En realidad no me refería a eso, Soo. ¿No lo comprendes? El secuestro… la muerte de tu padre… no es una casualidad.
Y lo entiendo todo de golpe. La certeza de que Jotapé no se equivoca me sacude entero como una especie de huracán interno, bastante devastador, por cierto.
—Se equivocaron —murmuro—. Querían secuestrarme a mí y se le llevaron a el. Le confundieron conmigo.
—El hijo del ángel —asiente Jotapé—. No sé quién mató a tu padre, pero el que lo hizo pretendía acabar con su vida y llevarse a su hijo, al niño que viajaba con él. Tarde o temprano se darán cuenta de que se han llevado al chico equivocado y volverán por ti. Así que… ¿y si ya se han dado cuenta?
—No veo en qué —refunfuño, más abatido que molesto—. No he heredado nada de mi padre; soy un humano del montón y nada me distingue de ese niño, salvo que soy un poco mayor, no hablo polaco y tengo una esp… —me callo de golpe.
—¿Sí? ¿Una qué?
—Una esp… ecial habilidad para meterme en líos —improviso; sacudo la cabeza y trato de cambiar de tema—. Pero si los tipos de la gasolinera secuestraron al niño, y el de la biblioteca trató de matarme… ¿significa eso que el está muerto?
—O que son gente distinta —se apresura a responder Jotapé—. No te pongas en lo peor, Soo.
Le miro, sombrío.
—Cuando se trata de demonios —señalo—, no hay más remedio que ponerse en lo peor.
Mi amigo suspira.
—No me quiero poner en lo peor… porque esos tipos iban por ti. Y si te encuentran…
Me remuevo, incómodo.
—Tiene que ser un error —replico—. No hay nada interesante en mí. No soy un ángel, se mire por donde se mire. Si hay genes angélicos en mi ADN, desde luego deben de ser unos genes bastante vagos. Lo que quiero decir es que en la guerra sobrenatural yo soy menos que un peón. Cualquier angelillo de tres al cuarto sería mejor presa que yo.
Jotapé me mira fijamente, de forma tan intensa que me hace sentir incómodo. Vamos, no estoy mintiendo. Es verdad que quiero vengar a mi padre. Pero no creo que eso les importe lo más mínimo a las legiones demoníacas. Honestamente, nadie podría tomarme en serio. Lo tengo muy asumido, y ya había llegado a la conclusión de que esa puede ser una baza a mi favor, la única, en realidad. Así que… ¿¡por qué diablos me están tomando en serio!?
—¿No te habrás metido en líos últimamente, Soo?
—Qué va —respondo, alicaído—. Todavía no he tenido ocasión. Era una forma de hablar
—añado rápidamente al ver que Jotapé arquea una ceja—. En serio, Juan Pedro —insisto—.
Siempre he ido con mi padre y él no se metía con nadie. Y yo tampoco, desde que no estoy con él. Bueno, una vez robé en un supermercado, pero no creo que eso le importe a ningún demonio y, además, dice la Biblia que hay que dar de comer al hambriento, ¿no?
Jotapé se ha puesto todavía más serio.
—¡Ah, venga ya! —protesto—. ¿De verdad te has enfadado por una cosa tan tonta?
Pero él sacude la cabeza.
—Olvídate del supermercado, Soo, y piensa un poco. Si no has hecho nada para enfadar a los demonios, y no supones un peligro para ellos….
Reprimo un carraspeo nervioso; tengo intención de ser un peligro para ellos, al menos para unos cuantos, pero eso no tendría por qué saberlo nadie todavía.
—… entonces no se trata de lo que hayas hecho o puedas hacer, sino de lo que eres.
Y deja caer un libro sobre la mesa. Doy un respingo al reconocerlo.
—Ah… eso —murmuro con cierta precaución—. No deberías prestarle demasiada atención. Después de todo, es un texto apócrifo.
—Los cristianos ortodoxos de Etiopía lo incluyen entre sus textos sagrados —me recuerda Jotapé.
—Ya, pero… bueno, no es más que una versión. Otra más. A saber qué se habría fumado el que la escribió.
—No era eso lo que decías cuando me hablabas de este libro, Soo.
—Pero entonces era pequeño. No sabía lo que decía. No entendía las implicaciones de lo que estaba leyendo.
Jotapé me mira un instante y suspira.
—El caso es que este libro existe, Soo, y, sea apócrifo o no, puede que haya quien lo tenga por cierto. Y ya sabes lo que eso significa, ¿no?
—Supongo que sí —admito de mala gana.
¿Que de qué estamos hablando? Pues del Libro de Enoc, naturalmente. No es un grimorio antiquísimo ni un manuscrito perdido en la biblioteca secreta de ningún monasterio. De hecho, es relativamente fácil de encontrar. Se han hecho bastantes traducciones y se ha publicado en editoriales que tratan temas esotéricos, por lo que no es de extrañar que Jotapé tenga un ejemplar, y en castellano, además. Le di tanto la paliza con este libro que es lógico que lo buscara para estudiarlo, y es lógico que otros ángeles, y muchos demonios, lo hayan leído también. El Libro de Enoc cuenta una historia que les toca muy de cerca. Cuenta su propia historia. O, al menos, una parte de ella.
¿Sabéis algo de historia bíblica? ¿Sabíais que Lucifer antes era Luzbel, el ángel más bello del cielo, y que se le subió a la cabeza y quiso desafiar a Dios? ¿Y que por eso hubo una guerra en el cielo, y Lucifer y los suyos fueron derrotados y enviados al infierno? Esa es la versión católica oficial: el pecado de los ángeles caídos fue el orgullo. Decía que el Libro de Enoc cuenta una historia ligeramente diferente. Cuenta que el pecado de los ángeles fue el amor...O, para ser más exactos, la lujuria. Eso del amor me lo explicó mi padre así porque yo era un crío de siete años, pero, cuando uno crece un poco más y relee antiguos libros, es capaz de captar ciertas cosas que antes le pasaron desapercibidas. En resumidas cuentas, el Libro de Enoc cuenta que algunos ángeles se liaron con mujeres humanas y tuvieron hijos, y les enseñaron un montón de cosas que ellos no deberían haber sabido; entre ellas, la hechicería, la forja de armas y de oyas, el alfabeto y una serie de maldades más. Algunos ángeles buenos fueron con el cuento a Dios, y los ángeles que tenían tratos con humanos fueron castigados y se convirtieron en demonios. Como dije, no es más que una historia apócrifa. No tiene ningún fundamento. Es solo otra historia más acerca de los ángeles. Porque, y en eso estaba mi padre de acuerdo, los demonios no se convirtieron en demonios por culpa de los humanos. Los demonios son mucho más viejos que los humanos, y mucho más sabios, pero es cierto que a mi padre le gustaba especialmente el Libro de Enoc, y llevaba un ejemplar en latín en su mochila. De pequeño, me fascinaba aquella historia; me gustaba la idea de que algunos ángeles hubieran amado tanto a los humanos como para unirse a ellos, tener hijos con ellos y enseñarles cosas prohibidas. Y me daba pena que luego los castigaran por ello.
Era demasiado pequeño como para entenderlo todo de verdad. Pero, cuando crecí un poco más y empecé a hacerme preguntas, comprendí mejor por qué a mi padre le gustaba tanto esa historia, y por qué no podía ser real. Él había cometido el mismo pecado que aquellos ángeles antiguos. Había tenido un hijo con una humana. Y siento mucho decepcionar al tal Enoc, pero mi padre no era un demonio. Era un verdadero ángel. Siempre lo fue.
—Puede que alguien se haya tomado muy en serio este libro —sugiere Jotapé con suavidad—.Puede que alguien no le haya perdonado a tu padre lo que hizo.
—Mi padre no hizo nada malo —protesto—. Puede que en el pasado eso de transubstanciarse y liarse con humanos estuviera mal visto, pero hoy día todos los ángeles tienen cuerpo y, aunque no experimenten necesidades físicas, pueden comer, dormir o hacer el amor si quieren.
Jotapé respira hondo.
—No te pongas así, Soo. Era solo una teoría. Es la única razón por la cual se me ocurre que alguien quiera matarte.
—¿Porque lo dice un libro? —replico, sarcástico, pero enseguida me callo al caer en la cuenta de la tremenda ironía que hay en lo que acabo de decir. Lo cierto es que se han cometido masacres enteras porque lo dice un libro. Los libros que hablan de Dios suelen provocar esos efectos secundarios en determinadas personas de mentalidad retorcida. Qué le vamos a hacer, es la naturaleza humana. Pero no me lo esperaba de los ángeles, y, para ser sinceros, tampoco de los demonios. Suponía que incluso ellos estaban por encima de todo esto.
—Siento decirlo, pero no debemos descartar esa posibilidad.
Levanto la cabeza para mirarle.
—¿De verdad piensas eso? ¿Prefieres creer que me ha atacado un ángel al que se le ha ido la olla, a pensar que es obra de demonios?
Touché. Jotapé mira para otro lado, incómodo.
—Bueno… lo cierto es que no.
Pobre Juan Pedro. Ya es bastante duro ser cura en estos tiempos, como para que encima venga un mocoso a hacerte dudar de lo que te han enseñado. Pero Jotapé tiene una fe a prueba de bombas. Eso a veces es exasperante; y, sin embargo, en el fondo es una de las cosas que más me gustan de él. Quiero decir que es íntegro, que es un buen tío. Que se cree de verdad lo de Dios es amor, y amaos los unos a los otros, y todo eso, y se lo cree por encima de detalles insignificantes en comparación, como el o de los ángeles o que hagas ayuno en Cuaresma.
Pero volvamos a mí y a mi problema. Alguien mató a mi padre y secuestró a un chaval al que confundieron conmigo. Alguien ha pretendido matarme, pero finalmente no lo ha hecho. Y yo no sé si esos dos alguienes son el mismo alguien, ni si son de un bando o de otro, y mucho menos qué tenían contra mi padre ni qué tienen contra mí. Hasta el día de hoy estaba convencido de que los enemigos de mi padre eran demonios. Tras el encuentro en la biblioteca, ya no sé qué pensar, y no ayuda a aclarar las cosas el hecho de que llegue Jotapé blandiendo triunfalmente el Libro de Enoc y me recuerde que soy el hijo de un ángel y una humana, y que, según algunos listillos, eso a Dios no le hace ninguna gracia.
Inclino la cabeza, pensativo.
—Voy a tener que irme. Será lo mejor.
—¿Irte adonde?
Respiro hondo.
—Mi padre conocía a un tipo que entendía de ángeles y de libros. Si logro dar con él, tal vez pueda darme alguna pista sobre lo que está pasando.
Jotapé frunce el ceño.
—¿Y dónde está ese… tipo?
—No muy lejos. En Madrid. No te preocupes, Jotapé. He llegado mucho más lejos haciendo autoestop.
—¿Autoestop? —repite, horrorizado; niega con la cabeza—. Ni hablar. No voy a permitir que vayas por ahí tú solo.
—Venga ya —protesto—. Sé ir por ahí yo solo. Sé cuidar de mí mismo. Y no hay nada de malo en hacer autoestop.
Lo único que me faltaba es tener un cura pegado a los talones. Así no habrá manera de encontrar a los asesinos de mi padre. No es que todos los demonios vayan a salir huyendo despavoridos al ver su alzacuellos, pero desconfiarían por lo menos. Sobre todo si han visto 'El exorcista'.
—No puedes retenerme —insisto—. Tengo dieciocho años —miento como un bellaco—. Legalmente puedo ir a donde me parezca.
Parece perplejo un momento. Antes de que empiece a sacar cuentas, sume diez más seis y se dé cuenta de que no son dieciocho, declaro con rotundidad:
—Me iré mañana mismo. Cuando antes aclare todo esto, mejor.
Jotapé suspira. Luego vuelve a suspirar. Luego saca su cartera, y de la cartera saca una tarjeta, me la tiende, pero no la cojo. Me quedo mirándole como si no estuviera bien de la cabeza.
—Es para ti —dice—. Es un duplicado de la mía. Está a mi nombre, así que no podrás pagar nada con ella, pero sí podrás sacar dinero en cajeros de todo el mundo. Es una Visa.
Parpadeo. Pero es porque se me ha metido algo en el ojo, que conste.
—Pero ¿cómo… cómo se te ocurre darle un duplicado de tu tarjeta a un casi desconocido?
Jotapé sonríe.
—Porque no tienes dieciocho años. Porque vas a marcharte de todas formas. Porque se lo debo a tu padre. Y porque sé que la usarás con cabeza. Sabes que no tengo mucho dinero y no vas a hacerte rico sacándome los cuartos.
Abro la boca, pero sigo sin poder hablar.
—Porque, como tú bien has dicho —prosigue Jotapé—, la Biblia dice que hay que dar de comer al hambriento, y tú no tienes modo de ganarte la vida, y no me hago ilusiones con respecto a que quieras ir al colegio. Y porque —concluye, con una amplia sonrisa— tengo casi todos mis ahorros en un plan de pensiones. Por si acaso.
Le miro, incrédulo.
—A Dios rogando, pero con el mazo dando —me recuerda.
No puedo evitarlo. Me echo a reír y termino por aceptar la tarjeta. Jotapé se ríe también, pero se pone serio de pronto.
—Solo dime si esa persona a la que vas a ver es alguien de confianza. Si era muy amigo de tu padre.
—Oh, sí —respondo, y le miento por segunda vez en menos de cinco minutos—. Eran íntimos.
Y esta vez se lo traga.
Lo cierto es que le he visto una sola vez, y entonces tenía diez años, así que apenas lo recuerdo. Pero no será como buscar una aguja en un pajar. Sé que tenía una librería, porque mi padre fue a verle allí. Una librería con montones de librotes antiguos, de modo que sería una librería de viejo. Y recuerdo que estaba en la calle Libreros. Obvio. Lógico. ¿Quién no se acordaría de algo así? Sin embargo, intento recordar la imagen de esa persona con la que hablamos y no lo consigo. Sé que era un hombre joven. Pero nada más.
Mientras contemplo el paisaje por la ventanilla del autobús, intento concentrarme en mi siguiente paso, pero no puedo evitar acordarme de Juan Pedro. Me he marchado sin despedirme, y me he llevado la tarjeta de crédito que me ha regalado. Con ella he sacado dinero para el autobús que me está llevando a Madrid. Él quería que fuera en tren, pero esto es más barato y va a llegar a su destino igualmente. También habría preferido que me quedase más tiempo, pero, sencillamente, no puedo hacerlo. Si alguien me está siguiendo, si me está buscando, y si va tan en serio como los que mataron a mi padre, cada minuto que he pasado en casa de Jotapé le he estado poniendo en peligro a él también. Por eso me he marchado de noche, como un ladrón. Pero había un teléfono móvil y una nota en la mesita donde Jotapé dejó la tarjeta anoche. Y ponía:
Soo,
Sé por qué estás haciendo todo esto. Ten cuidado y no corras riesgos innecesarios. Tu padre no dio la vida para que tú perdieras la tuya.
Pero también sé que no puedo retenerte; acepta, por favor, este segundo regalo, y piensa que no lo hago por ti, sino por mí. Me quedaré más tranquilo si sé que lo llevas encima. Mi número está grabado en la memoria. Más abajo tienes el PIN.
Cuídate.
JP

Así que ahora soy un chico casi civilizado. Ya tengo Visa y teléfono móvil. ¿Qué será lo próximo? ¿Ropa chula hiperceñida? ¿Un coche? ¿Novio? Todas esas cosas parecen muy lejanas ahora. Claro que hace dos días ni soñaba con tener móvil ni tarjeta de crédito.
Eh, no es un móvil de última generación, no os vayáis a pensar. No tiene conexión a internet, ni cámara de fotos, ni ninguna pijada de esas. Pero tiene un vínculo con una persona que se preocupa por mí, y eso es lo más importante.

 

Like this story? Give it an Upvote!
Thank you!

Comments

You must be logged in to comment
yuhiyuhi
#1
Chapter 15: TnT eso le hace mal a mi corazon... - solloza- parezo una loca llorando... Que pasa con kai?.. Quiero saber si se ven... Ay diooooo - llora como huérfana-
Hysterietize
#2
Magnifico fan fic he encontrado hoy.
Te agradezco por adaptarle, está demasiado bueno.
Además de que madonna Constanza posee mi mismo nombre, me ha encantado mucho más.
lleeann #3
Muy bien un fic en español :) le dare una leida y te comento ;)