C-12

2 Velas Para el Diablo [KaiSoo]

Lisabetta acude a recogernos cuando el sol comienza a hundirse por detrás de las colinas conduciendo un coche azul.

—¿Listos? —nos pregunta deteniendo el vehículo ante nosotros.

Por toda respuesta, Kai toma asiento junto a ella. Yo atravieso la ventanilla de atrás y ocupo la parte trasera del coche. Lisabetta me mira a través del retrovisor. Sus ojos lanzan destellos rojos.

—Hola, Soo —saluda con una amplia sonrisa.

No me digno contestar. Se ha cambiado de ropa. En lugar de los vaqueros lleva ahora un vestido negro que deja sus hombros al descubierto. Está elegante, como si se hubiese arreglado para una ocasión especial. Me pregunto qué tendrá que celebrar hoy.

—¿Vive muy lejos madonna Constanza? —pregunta Kai.

—Posee una villa en las colinas. Estaremos allí en menos de media hora.

—No me explico por qué abandonaría su palazzo. Creo recordar que estaba muy orgullosa de él.

—Cómo, ¿no te enteraste? fue por la inundación del 66. El río se desbordó y el palazzo estaba demasiado cerca, me temo. Madonna Constanza perdió muebles, joyas y objetos de arte de valor incalculable. Aún no se le ha pasado el disgusto.

Kai se ríe. No sé por qué, pero tengo la sospecha de que no se atrevería a hacerlo de estar ante la dueña del palazzo inundado. Esa tal madonna debe de ser una diablesa de cuidado.

—¿Y qué os ha traído Por Florencia… precisamente ahora? —pregunta Lisabetta.

No entiendo qué quiere decir con eso de «precisamente ahora». También a Kai parece chocarle, porque frunce el ceño, intrigado. Sin embargo, responde:

—Buscamos a un grupo de demonios que, por lo que tengo entendido, creen en el relato contenido en el Libro de Enoc y veneran la memoria de Azazel.

Lisabetta sonríe ampliamente.

—Oh, ¿de verdad? Madonna Constanza lo encontrará sumamente interesante.

—¿Y eso por qué? —pregunta Kai, inquieto. Pero Lisabetta se limita a reírse y a ignorar la pregunta.

«¿No seréis vosotros?», pregunto, sin poderlo evitar. «Tiene algo que ver madonna Constanza con el culto a Semyaza y Azazel?».

—Chico listo —comenta Lisabetta con una sonrisa malévola—. Debe de ser cosa de familia.

La mención a mi padre me hace enderezarme de golpe en el asiento, con tanta rapidez que estoy a punto de salir flotando a través del techo del coche.

«¿Qué sabes tú de mí? ¿Sabes, acaso, quién asesinó a mi padre?».

—Las preguntas, a madonna Constanza —replica ella con un gesto inocente que no hay quien se trague—. Yo no soy más que su humilde sierva.

Estoy empezando a temer que esto no ha sido buena idea, y que vamos directos a la boca del lobo. Miro a Kai, interrogante, pero él tiene la mirada clavada en Lisabetta. Espero que no esté tan deslumbrado por sus encantos como para no olisquear el peligro que se adivina detrás de todo esto. Vamos, Kai, tú eres un tío listo. No te dejes engatusar, que, como sea una trampa, necesitarás tener todos tus sentidos alerta.

—No me cabe duda —dice entonces mi demonio—. Porque ahora mismo se me ocurren muchas preguntas que me gustaría formularle.

Parece que lo ha pillado. Pero… un momento… Se diría que sospecha algo más de lo que llego a intuir yo. ¿Qué se me escapa?

Por fin, Lisabetta enfila por una estrecha carretera bordeada de viñedos hasta desembocar en un edificio cuadrado de aspecto imponente. Se detiene un momento ante la verja. No veo que llame a ningún timbre ni que haya ningún vigilante; sin embargo, la puerta se abre para nosotros instantes después.

Nos estaban esperando.

Lisabetta aparca frente a la entrada principal, a la que se accede por una amplia escalinata. El edificio es grande, sobrio y antiguo. Un pequeño torreón se alza en uno de sus extremos. La fachada, cubierta de hiedra, parece centenaria. Tras la casa se adivina un jardín salvaje y descuidado.

—Nosotros la llamamos Villa Diavola —dice Lisabetta con una risita.

Genial, un nido de demonios. El único consuelo que me da el hecho de estar muerta es que, aunque me vean y me oigan, no podrán hacerme ningún daño.

Acude a abrirnos una especie de mayordomo; es humano, por lo que paso junto a él sin que se percate de mi presencia. Nos conduce a través de un pasillo oscuro, alfombrado de rojo. Ascendemos por unas escaleras, luego otro pasillo… Encontramos a más personas a nuestro paso. Algunos son humanos, otros son demonios. Nos miran con cierta curiosidad, pero no parecen hostiles. De momento.

Entramos, por fin, en una amplia sala cuyas paredes están forradas de tapices que tienen aspecto de ser antiquísimos. Un único ventanal se abre hacia el oeste, por donde se cuela la luz dorada del crepúsculo. Todas las personas de la habitación se vuelven hacia la puerta al oírnos llegar. Avanzamos tras Lisabetta, que se abre paso entre la gente, resuelta, hasta la tarima que se alza junto a la pared del fondo. De nuevo, hay humanos y demonios por toda la estancia. Los humanos parecen ejercer de criados. Los demonios simplemente están holgazaneando, charlando, divirtiéndose.

Parece una corte reunida en torno a una sola persona. Una persona que se sienta en un trono frente a nosotros, envuelta en ropajes que pasaron de moda dos siglos atrás, como si en todo este tiempo no se hubiese molestado en asomar la nariz fuera de su pequeña fortaleza, o como si no le importara lo más mínimo que el mundo cambiara a su alrededor. Da la impresión de que su vida, sin embargo, le resulta tediosa. A juzgar por la forma desganada en la que se repantiga sobre su trono y la parsimonia con la que desgrana las uvas que le ofrece un chiquillo en una bandeja de plata, esta diablesa, antaño poderosa, está aburrida y desengañada de su propia existencia inmortal. Sus enormes alas oscuras fluyen sobre el respaldo de su asiento, como una capa de terciopelo negro.

Madonna Constanza.

Sé que debería prestarle atención, pero acabo de fijarme en otra cosa: el niño arrodillado junto al trono, el de la bandeja. Su cara me suena. Juraría que la he visto antes, pero ¿dónde?

—Madonna —anuncia Lisabetta—, tenéis visita. El joven Kai desea veros. Me ha dicho que le gustaría haceros algunas preguntas sobre Azazel.

Lo dice como si se tratase de alguna broma secreta que nosotros fuéramos incapaces de comprender. Y supongo que algo de eso hay, porque los otros demonios cruzan miradas cómplices y esbozan sonrisas divertidas. Algunos observan a Kai, y cualquiera diría que están calculando cuántos minutos le quedan de vida, como si fuese una oveja que hubiera venido a interrogar a un lobo hambriento. Esto me da muy, pero que muy mal rollo.

Madonna Constanza se incorpora en su asiento.

—Os presento mis respetos, madonna —murmura Kai con una breve reverencia.

—El joven Kai —repite ella; su voz es lenta, serena y reflexiva. Sin embargo, por un momento tengo la sensación de que esta mujer oculta un secreto dolor, una angustia tan intensa que impregna cada una de sus palabras—. De modo que buscabas a Azazel, ¿verdad? —sonríe, y tengo la sensación de que es una sonrisa amarga—. Azazel —repite—. Uno de los demonios que incumplieron las normas en tiempos antiguos. Uno de los demonios que buscaron placer en criaturas prohibidas y engendraron una raza maldita… y que fueron duramente castigados por ello.

Reina de pronto un silencio sobrecogido, casi reverencial. Ya nadie sonríe. Incluso Lisabetta ha bajado los ojos, y juraría que está temblando.

—Buscabas a Azazel, ¿no es cierto? —prosigue ella—. Pues bien, ya la has encontrado.

Kai la mira, sin terminar de creerse lo que acaba de oír. Así pues… ¿Azazel existe? ¿Es ese el nombre antiguo de madonna Constanza? ¿Cuánto hay de verdad, entonces, en el Libro de Enoc? ¿Fue Azazel castigada en tiempos antiguos por relacionarse demasiado con los humanos?

La observo, sobrecogido, y entonces ella me devuelve la mirada y me sonríe. Me quedo paralizado; no es habitual que los demonios se fijen en mí.

—Por norma general —prosigue madonna Constanza—, no tolero que se me recuerde lo que sucedió en tiempos pasados. Es algo que gustosamente olvidaría, unto a todo lo demás. Lamentablemente, alguien lo puso por escrito, y la historia de mi desgracia se recuerda una y otra vez. Mi único consuelo consiste en matar a todos aquellos que osan pronunciar mi nombre antiguo en mi presencia.

Kai se envara, alerta. Ahora entiendo la expectación de los demonios: hemos venido a meter el dedo en la llaga, y es evidente que están deseando ver de qué forma horrible y retorcida nos lo va a hacer pagar madonna Constanza.

Obviamente, no ha sido una buena idea venir aquí para preguntar por Azazel, y empiezo a sentirme culpable. De acuerdo, es un demonio y si lo despellejan vivo seguro que se lo merece, pero de todos modos está aquí por mi causa, y no me gustaría que cayese en las manos de una diablesa resentida.

Sin embargo, ella no ha terminado de hablar:

—No obstante, joven Kai, estoy en deuda contigo, y por esa razón perdonaré tu osadía y responderé a tus preguntas.

—¿Estáis en deuda conmigo? —repite él, un tanto desorientado, mientras entre los demonios de la corte se levanta un murmullo de decepción.

—Porque lo has traído contigo —sonríe madonna Constanza; se pone en pie y me mira de nuevo, solamente a mí, como si no existiera nada más—. Mi pequeño KyungSoo, ¿dónde has estado todo este tiempo? —me pregunta con dulzura—. Llevo quince años buscándote. Lamento comprobar que nos hemos reencontrado… demasiado tarde para ti.

No puede ser cierto. No puedo creerlo. Si pudiese respirar todavía, en estos momentos me habría quedado sin aliento.

Son sus ojos. No soy capaz de apartar la mirada de ellos.

Sus ojos… tan dolorosamente familiares. Más allá de ese destello rojizo propio de los demonios, puedo apreciar perfectamente su aspecto, su color natural.

Oro viejo.

«Tú… tú… no…», balbuceo con torpeza.

—¿No… qué? —pregunta ella dedicándome una sonrisa repleta de amarga ironía—. ¿No soy tu madre? Me temo, mi pequeño KyungSoo, que lo soy… muy a mi pesar.

Me recupero lo bastante como para replicar:

«Estás mintiendo. Mi madre era humana, y está muerta».

Madonna Constanza… o Azazel… alza una ceja, divertida.

—¿Ah, sí? ¿Te dijo eso tu padre? Me sorprende mucho que el bueno de Iah-Hel te mintiera al respecto. Era completamente incapaz de engañar a nadie. Pero… eso tú lo sabes mejor que yo, ¿no es así?

No soporto que hable de mi padre. No de esa manera. Sus palabras me dan fuerza y respondo:

«Por eso sé que me mientes. Porque él nunca…».

—Nunca te dijo que tu madre fuera humana —completa ella—. Nunca te dijo que estuviera muerta. Parece que es algo que tú diste por supuesto. Porque es cierto: tu padre no era capaz de mentir. Pero era un experto en no contar toda la verdad. Oh, sí, eso se le daba muy bien… —concluye, y sus palabras rezuman algo muy parecido al odio.

Abro la boca para replicar, pero no se me ocurre nada que decir.

Azazel tiene razón. Mi padre nunca me habló de mi madre. Nunca me dijo que fuera humana. Es algo que yo di por sentado. Supuse que no podía ser un ángel, puesto que, en tal caso, yo sería un ángel también. Por eliminación tenía que haber sido humana. No podía ser un demonio. Aquello era totalmente impensable.

Y, del mismo modo, di por supuesto que mi madre estaba muerta. Porque mi padre se ponía triste al recordarla, porque le dolía hablar de ella y porque no estaba con nosotros. No me imaginaba a mi padre dejando a mi madre atrás por propia voluntad. La quería muchísimo.

Por eso… por todo eso… mi madre no puede seguir viva, y mucho menos ser un demonio.

Azazel está mintiendo.

Y sin embargo…

Me gustaría poder rebatir sus argumentos, pero no tengo forma de hacerlo. Me quedo callado, anonadado, mientras busco desesperadamente en mi memoria algo que me permita demostrar que Azazel pretende engañarme, que no es mi madre, que de ningún modo puede ser mi madre.

¿Cómo voy a ser yo el hijo de un demonio? ¿Cómo pudo mi padre…? No puede ser verdad.

Azazel me mira un momento y después suspira.

—Fuera todo el mundo —ordena a su corte—. Mi hijo y yo tenemos mucho de que hablar. Tú, no —ordena entonces, y cuando me doy la vuelta para mirar, veo que sus palabras están dirigidas a Kai, que pretendía retirarse discretamente con los demás—. ¿Crees que no sé lo que pasará si te alejas de aquí? Arrastrarás a KyungSoo tras de ti. Y aunque ya esté muerto, mientras su alma siga aquí, no tengo ninguna intención de perderla de vista de nuevo.

—Pero… —empieza a protestar Kai.

Antes de que pueda añadir nada más, se encuentra rodeado de espadas demoníacas que apuntan a su corazón. Lentamente, mi aliado levanta las manos, y su rostro se deforma en una mueca de rabia.

—Serás mi invitado mientras yo así lo desee —prosigue Azazel—. Lisabetta, muestra a Kai la habitación que ya conoces.

Lisabetta se inclina ante su señora con una airosa reverencia y una sonrisa casi angelical.

—Como deseéis, madonna.

Los ojos de Kai se estrechan hasta convertirse en dos finas rayas rojizas que miran a Lisabetta llenas de rencor. Ella se encoge de hombros y le devuelve una mirada displicente. Esto me demuestra que yo tenía razón, que no debíamos fiarnos de ella, que no era nuestra amiga. Pero eso no me hace sentir mejor. Veo cómo sacan a Kai de la sala a punta de espada y, por un instante, mi preocupación por él supera mi crisis familiar.

«¡Un momento!», protesto. «¿Adonde lo lleváis?».

Como nadie me responde, floto tras él gritando:

«¡No le hagáis daño!».

La voz de Azazel me frena el seco:

—Tranquilo, KyungSoo. Kai no sufrirá daño alguno; me conviene mantenerlo con vida si quiero conservarte a mi lado. Además, ya te he dicho que estoy en deuda con él, y es cierto. Tan solo voy a asegurarme de que se queda entre nosotros.

Vuelo hacia ella.

«¿Y qué pasa si yo no quiero quedarme?».

—No tienes otra opción. Deberás quedarte en la misma zona que Angelo mientras él sea tu enlace y, por otro lado, si no cooperas puede que mi gratitud hacia él se esfume… y créeme, conozco muchos modos de atormentar a un demonio sin matarlo. Los experimenté en mi propia esencia durante setenta y siete mil años.

Sus últimas palabras son más bien un siseo, un susurro, pero han llegado hasta mí con claridad y me producen un intenso escalofrío. Lo cual no deja de ser notable. Después de todo, el fantasma soy yo, ¿no?

No me queda más remedio que creerla y confiar en que no hará daño a Kai mientras yo sea razonable. Azazel parece percibir mis dudas, porque añade:

—No te preocupes; no le haremos daño si no es estrictamente necesario. Pareces sentir un cierto afecto por él.

«¿Afecto…?», repito, indignado. «Nada de eso; es solo que yo también me siento en deuda con él, porque me ha ayudado mucho, nada más. Después, de todo, él es un…».

No llego a concluir la frase. Miro a Azazel, confuso, y ella sonríe, con una sonrisa malévola, taimada y, al mismo tiempo, llena de dolor y de ira.

—¿… demonio? —completa ella.

Guardo silencio.

—Acércate —dice entonces Azazel.

Se ha situado junto a la ventana, y las últimas luces del crepúsculo juegan con su figura, con su espléndida melena rubia, con sus alas de sombra y sus ojos dorados. Estamos los dos solos; la sala, tan enorme y vacía, parece oscura y siniestra. Dudo.

—Mi niño, qué poco sabes de ti —dice, y por un momento su voz parece preñada de ternura—. Qué poco te han contado. Cuánto te han ocultado. Si lo hubieses sabido… todo… Si te hubieses quedado a mi lado… ahora seguirías vivo. Yo amás habría permitido que nadie te asesinara.

Cierro los ojos, pero mi percepción de fantasma sigue viéndola allí, junto a la ventana. No confío en ella. No creo una palabra de lo que dice. Sin embargo, me tiende la mano y sé que está dispuesta a contestar a mis preguntas.

Y yo necesito respuestas. Aunque sean mentiras, necesito respuestas. Porque es mejor tener una mentira que no tener absolutamente nada.

De modo que floto hasta ella y me detengo a su lado.

Azazel me contempla largamente.

—Así que este era tu aspecto cuando estabas vivo —murmura—. La última vez que te vi eras un bebé. Tan pequeño y tan frágil. Y tan perfecto.

«No puedo creerte», le espeto. «Si eres mi madre y tanto me quieres, ¿por qué nos abandonaste?».

Se ríe, mostrando unos dientes pequeños que brillan como perlas bajo la luz del ocaso.

—Ah, ¿eso tampoco te lo contaron? Yo no os abandoné; fue tu padre quien se marchó sin decir nada. Y te llevó consigo. Te apartó de mí —sus ojos echan llamas. Su sonrisa se esfuma. Su voz se ha convertido en un susurro amenazador.

«Seguro que te equivocas de persona», murmuro, desesperado. «Piénsalo, es absurdo. ¿Cómo voy a ser hijo de un ángel y un demonio?».

Con otro de sus desconcertantes cambios de humor, Azazel rompe a reír como una posesa.

—Ah, KyungSoo, qué ingenuo eres y qué poco sabes. ¿Acaso no lo recuerdas? No, claro, ¿cómo vas a recordarlo? Entonces no existías. Nadie lo recuerda, salvo yo. Y Taemin lo recordaría también… si siguiera con vida —y sus últimas palabras acaban en un aullido de rabia y dolor.

Está loca, tiene que estar loca. Es la única explicación.

—¿Cómo vas a ser hijo de un ángel y un demonio? —repite Azazel, y de nuevo sonríe, una sonrisa repleta de sarcasmo—. Porque todos lo sois, KyungSoo. Todos.

No comprendo lo que quiere decir. Debe de llevar tanto tiempo aquí encerrada que ha perdido el juicio. ¿A qué se refiere con «todos»? Ya es difícil aceptar que un ángel y un demonio puedan haber engendrado un hijo… ¿y Azazel pretende hacerme creer que eso ha sucedido más veces?

—Conoces el Libro de Enoc, ¿no es cierto? —pregunta entonces, y de nuevo parece haber recuperado la calma.

«», respondo, algo más aliviado. Por fin terreno firme. «¿Es cierto que habla de ti? ¿Eres tú la Azazel que aparece en sus páginas?».

—Yo misma, sí. Pero no todo lo que se cuenta en ese libro es cierto ni sucedió de esa manera. Lo único que ocurre… es que todos lo han olvidado. Todos… menos yo.

Si algo de lo que cuenta el Libro de Enoc es verdad, no es de extrañar que Azazel no lo haya olvidado. Según el libro, ella era un ángel, igual que los demás, y fue duramente castigada por mantener relaciones con humanos. Si es cierto, ese día se transformó en el demonio que es ahora.

¿Es Azazel la madre de todos los demonios? ¿Fue tan doloroso para ella que por eso ahora es la única capaz de recordarlo?

No sirve de nada hacer conjeturas. La única manera de saberlo es escuchando su versión. Ambos lo sabemos, y, sea o no mi madre, los dos estamos dispuestas a mantener una larga, larga conversación.

Tras un momento de silencio, lleno de incertidumbre, me atrevo a preguntar:

«¿Qué pasó entonces? ¿Es cierto que erais ángeles y que mantuvisteis relaciones con humanos y que fuisteis condenados por ello?».

Los ojos de Azazel relucen en la penumbra.

—No —responde—, eso es mentira. En aquel entonces, los humanos aún no existían. El mundo era bello y estaba lleno de vida, y los ángeles se esforzaban por conservarla, mientras nosotros luchábamos por destruirla. En pleno apogeo de la guerra entre ángeles y demonios, unos y otros empezábamos a experimentar con las armas que habíamos creado. Fue la época de las espadas. La época en la que Miguel y Lucifer ya batallaban por el dominio del mundo. Todo comenzó para mí el día en que me enzarcé en una pelea contra un ángel. Como siempre, luchábamos a muerte, y como siempre, ninguno de los dos sabía nada del otro. Eramos un ángel y un demonio, y eso bastaba.

»Pero fue él quien venció en aquella lucha. Mi espada cayó lejos de mí, la suya rozó mi esencia. Lo miré, desafiante, aguardando la muerte.

»Sin embargo, él hizo algo sorprendente. Miró a su alrededor, al bosque que yo estaba destrozando cuando me encontró, y me preguntó solamente: ¿por qué?

Azazel hace una pausa. Sigo escuchando, sobrecogido. Ya no me importa que sea mentira, quiero conocer cómo continúa la historia. Después de todo, y como dijo Kai, «se non é vero, é ben trovato», ¿no?

—Aquel ángel se llamaba Samael —prosigue la diablesa en un murmullo—. No me mató aquel día, ni tampoco al siguiente. Curó mis heridas, cuidó de mí… y, durante todo aquel tiempo, trató de conocerme y de entenderme. Intentó averiguar por qué los demonios destruíamos toda la belleza que los ángeles veían en el mundo. Traté de explicarle que es nuestra esencia, nuestra forma de ser. Y creo que al final lo comprendió.

»Decidimos que no tenía sentido seguir luchando. Nos retiramos a un lugar apartado, un lugar hermoso, situado en algún punto de lo que ahora es África, y allí nos dedicamos simplemente a vivir. Samael miraba a otra parte cuando yo invocaba al fuego, al rayo, al huracán o al terremoto; yo procuraba no estropear sus lugares favoritos. Junto a él sentí algo que no había experimentado nunca unto a ningún demonio: me sentí completa.

»Y pronto se nos unieron más ángeles y más demonios. Todos ellos abandonaban la lucha y optaban por la convivencia, por aceptarnos unos a otros. Los ángeles asumían que nosotros teníamos que destruir cosas, y nosotros asumíamos que ellos estarían allí para repararlas, y que era importante que esto fuera así.

»Con el tiempo, nuestra pequeña comunidad prosperó. Con el tiempo, nacieron nuestros hijos. En aquel entonces no se parecían a los humanos de ahora; eran más burdos, más simiescos.

Lógico, puesto que nosotros no teníamos más referente que lo que existía sobre el mundo, y a la hora de tomar cuerpo material imitábamos lo que veíamos. No nos importaba mostrarnos como primates porque podíamos adoptar cualquier forma y regresar al estado espiritual cuando nos apeteciera. El problema fue que nuestros hijos carecían de nuestra capacidad de transformación. Tampoco podían pasar al estado espiritual. Estaban atados a la materia.

»Por tanto, no podíamos ocultarlos eternamente a la mirada de los demás. Durante un tiempo, miles de años, convivimos con ellos y les enseñamos lo que sabíamos. Eran lentos, pero poco a poco iban aprendiendo, y pronto descubrimos que su potencial era inmenso. De los ángeles habían heredado la compasión, la creatividad, el respeto por sus semejantes. De nosotros habían obtenido la capacidad de destruir, de matar incluso cuando no era necesario para su sustento, de transformar el mundo a su antojo. Y, sin embargo, eran capaces de llegar a extremos que nosotros amás alcanzaríamos. Daba la sensación de que no había límites para ellos. Poseían lo mejor de ambas especies. Estaban destinados a ser, por encima de nosotros, los amos de la creación.

«Para un momento», la interrumpo, mareado. «¿Estás insinuando que los humanos descendemos de un… cruce entre ángeles y demonios?»

—¿Insinuar? Yo no insinúo nada; sé que es verdad.

«Pero eso es… ¡es absurdo!».

—¿Por qué? ¿Acaso no sabéis mostrar más amor y compasión que un ángel, y más maldad y crueldad que un demonio?

«Pero… para un momento: ¿dónde está Dios en tu historia?».

Azazel sonríe.

—Me gustaría poder contestarte a esa pregunta, pero me temo que mi memoria no llega tan atrás.

»Los humanos, sin embargo, no nos han olvidado. Casi todas las culturas poseen mitos primigenios en los que se cuenta que los humanos descienden de una primera pareja, una pareja formada por dos seres diferentes, un representante de la luz, del Sol, del orden… y el otro, hijo de la oscuridad, de la Luna, del caos. Incluso el mito de Adán y Eva remite a ello. Adán habla con Dios, Eva habla con la serpiente… Adán y Lilith…

Sacudo la cabeza, aturdida.

«Eso es una visión muy, pero que muy retorcida de los orígenes de la humanidad. Y además, si hubieseis hecho eso que dices, la guerra entre ángeles y demonios habría acabado hace cientos de miles de años».

De nuevo, Azazel se ríe.

—Ah, KyungSoo, ¿es que aún no lo has adivinado? Nosotros fuimos una minoría. Y a los demás no les gustó descubrir de dónde había salido la nueva especie.

»Recuerdo ese día como si fuera ayer. Otros momentos de mi vida se han borrado de mi memoria como si jamás hubiesen existido, pero ese… ese… no lo olvidaré jamás.

Se detiene un instante e inspira profundamente. Me pregunto cuántas veces habrá relatado esta historia, y si hacerlo será menos doloroso ahora que en la primera ocasión. Sospecho que no.

—Alguien nos delató. Aún no he averiguado quién, ni por qué razón nos descubrieron, casi al mismo tiempo, Miguel y Lucifer. Pero se presentaron en nuestro pequeño refugio y, por una vez, no se habían reunido para pelear.

»Los dos consideraron que el pecado que habíamos cometido al unir ambas razas era infinitamente más grave que el hecho de matarnos unos a otros. Por una vez, el Príncipe de los Angeles y el Señor de los Demonios estaban de acuerdo en algo: debíamos ser castigados. Y cada uno se ocupó de sancionar a los suyos.

Nueva pausa. Aguardo conteniendo el aliento. O lo haría, si respirase todavía.

—Lucifer no quiso matarnos —prosigue Azazel—. Todos aquellos demonios que habíamos osado mantener relaciones con ángeles seríamos castigados, ciertamente, pero no con la muerte. Lucifer pensaba que necesitábamos un escarmiento, que debíamos aprender de nuestros errores, de modo que nos encerró y nos condenó a sufrir terribles tormentos que duraron miles de años. Setenta y siete mil, en mi caso —añade con una torva sonrisa.

A mi mente acuden, de pronto, las palabras del Libro de Enoc, tan claras como si acabara de leerlas por primera vez.

«Encadena a Azazel», murmuro, «de pies a cabeza, y arrójalo a las tinieblas; y abre el desierto que está en Dudael, y arrójalo allí. Cúbrelo de toscas y cortantes piedras; cúbrelo de tinieblas; y cubre también su rostro para que no vea la luz. Y el gran día del Juicio, que sea arrojado a las brasas».

Ella sonríe nuevamente.

—Dicho así suena tan sencillo… tan fácil… pero fue mucho, mucho más terrible, créeme.

La creo. No quiero creerla, pero la creo.

«¿Y qué pasó con los ángeles?», me atrevo a preguntar. «¿También infligieron un castigo tan duro a los suyos? ¿Qué ocurrió con Samael?»

—Los ángeles no fueron tan crueles como Lucifer, pero sí mucho más implacables. Castigaron a los traidores de forma rápida, contundente e indolora: la espada de Raguel los eliminó uno tras otro, sin humillaciones, sin sufrimiento.

A Samael, el primero. Creo —añade, pensativa— que yo fui el primer demonio que lloró por la muerte de un ángel. Y quizá por eso, mi condena fue más larga y más dura que la de mis compañeros. Desde entonces, odio profundamente a Lucifer por lo que me hizo. Y a los arcángeles, especialmente a Miguel, por lo que le hicieron a Samael.

Sus ojos lanzan llamas de ira. Trato de decir algo, pero no me sale la voz. Entonces, bruscamente, Azazel me da la espalda y se aleja de mí. Sus alas flotan tras ella como dos velos de tiniebla.

—Sigúeme —me ordena sin mirarme.

Obedezco. Mi supuesta madre sube a la tarima con elegancia, rodea el trono y aparta un pesado tapiz que cubre la pared. Hay una pequeña puerta disimulada tras él. Azazel la cruza, y yo atravieso el tapiz y la puerta, tras ella.

Llegamos a una espaciosa habitación completamente vacía… salvo por la colección que se exhibe en las paredes.

Espadas.

Cientos de espadas angélicas cubren casi cada centímetro de pared, del suelo al techo. Son armas imponentes, pero al mismo tiempo me infunden una sensación de horror y de tristeza. ¿Quiénes fueron sus dueños? ¿Cuántos ángeles habrán muerto a manos de Azazel o de sus subordinados?

—Hubo una época —dice ella, sobresaltándome— en que mataba ángeles por venganza, por placer. No me importaban su nombre ni su condición. Pero eso fue hace mucho tiempo. Hoy, la mayoría de los ángeles me recuerdan a Samael, y no soy ya capaz de levantar mi espada contra ellos. Pero los arcángeles… los arcángeles son otra cosa —concluye, y otra vez sus ojos lanzan destellos flamígeros; me señala dos huecos en la pared, sobre la chimenea, un lugar de honor destinado, por lo que parece, a dos espadas especiales.

—A Raguel se lo llevó la Plaga antes de que pudiera ajustarle las cuentas —añade Azazel adivinando lo que pienso—, pero sé que algún día me encontraré cara a cara con Lucifer y le haré pagar por lo que me hizo. Y en un futuro también me enfrentaré a Miguel para vengar, por fin, la muerte de Samael… y, cuando cuelgue su espada ahí arriba… ese día podré descansar tranquila.

La miro, sorprendido. Lucifer la atormentó durante setenta y siete mil años y, sin embargo, ella sigue dirigiendo su odio contra Miguel, quien, según su historia, ordenó la ejecución de su amado, el ángel Samael… ¿hace cuánto tiempo? ¿Allá por la prehistoria?

—Hace dos millones de años —murmura ella, y entiendo que, una vez más, mis pensamientos han sido lo bastante obvios como para que ella los haya captado con claridad—. Tal vez tres. ¿Qué más da?

Se encoge de hombros, mientras yo trato de imaginar cómo debe de ser tener varios millones de años y haber contemplado la evolución de la especie humana. No lo consigo. ¿Cómo puede existir alguien tan viejo? Una extraña sensación de vértigo turba mis sentidos de fantasma. Es demasiado tiempo. No puede recordarlo con tanta claridad, y menos si es cierto que su tormento a manos de Lucifer duró nada menos que setenta y siete mil años. Ninguna mente, por sobrenatural que sea, podría haber superado todo eso y continuar intacta.

«Estás loca», declaro, «y de todos modos, no entiendo qué tiene que ver todo esto conmigo».

Azazel me brinda una amplia sonrisa.

—Mucho, KyungSoo. Porque mi historia no ha terminado. Te he contado qué fue de los ángeles y los demonios que engendraron a los primeros humanos… pero no qué pasó con estos.

«¿Y qué pasó?», pregunto, un poco a regañadientes.

—Hubo una gran polémica. Habíamos creado una especie nueva, una especie que no pertenecía a la Creación original. Algunos ángeles, incluso algún arcángel, abogaban por eliminar a la especie humana, puesto que era una abominación, el fruto de una unión monstruosa que jamás debió tener lugar… Pero, en el fondo, los ángeles son incapaces de hacer desaparecer a una especie entera, así, sin más. Su instinto los lleva a conservar, a proteger todo aquello que esté vivo. Y los demonios… en fin, los demonios encontraron a las nuevas criaturas muy entretenidas. Nos castigaron a sufrir terribles tormentos, sí, pero estaban encantados con nuestros hijos y pronto se mezclaron con ellos… Hasta hoy.

»Y sin embargo, nuestra acción no mereció en su día más que odio y desprecio. Actualmente, la mayor parte de los ángeles y los demonios han olvidado lo que pasó en realidad. La versión más cercana a la verdad es la del Libro de Enoc y, naturalmente, es una versión angélica. La pequeña comunidad que creamos en tiempos remotos, y que dio origen a los humanos, ha sido totalmente olvidada, hasta el punto de que hoy día la unión entre un ángel y un demonio es algo impensable para todos, en ambos bandos. Por eso, cuando los ángeles recordaron el incidente, lo hicieron a su manera y se inventaron toda esa historia de que los demonios éramos ángeles que habíamos cometido el pecado de mantener relaciones con los humanos, y de enseñarles toda la ciencia que ahora saben. Y esto contradice el relato bíblico según el cual la Caída de Lucifer se produjo mucho antes de la creación del ser humano… puesto que el demonio ya estaba en el Paraíso para tentar a Eva. Los demonios sabemos que nunca fuimos ángeles, ni se produjo ninguna Caída. Pero la mayoría han olvidado todo lo referente a la aparición del ser humano sobre la Tierra. La verdad solo la recuerdo yo, porque me esforcé en no olvidarla, en no olvidar a Samael… Y la verdad es que nosotros siempre hemos sido demonios, desde el principio de los tiempos; y nuestro gran pecado, tanto de un bando como de otro, fue amarnos y engendrar una nueva especie. Esa es la verdad.

Azazel calla un instante. Todavía no sé cómo tomarme estas revelaciones. He leído tantas cosas, tantas versiones diferentes de la misma historia, que no me siento capaz de creerme ninguna de ellas, ni siquiera aunque me la relate un demonio atormentado que dice ser mi madre. Y eso me recuerda otra cosa:

«Y si ese fue vuestro gran pecado, ¿por qué tú, supuestamente, lo repetiste con mi padre? Te recuerdo que era un ángel. ¿Acaso querías pasar otros setenta y siete mil años en el infierno?».

En contra de lo que esperaba, Azazel se ríe.

—Lo hice porque él se acercó a mí. Un pequeño ángel… tan puro, tan ingenuo… con aquel brillo en la mirada. Tan parecido a Samael —suspira—. Las cosas ya no son como antaño, KyungSoo, los ángeles y los demonios tienen otras muchas cosas en que pensar. Podríamos volver a formar una comunidad como la de entonces y a nadie le importaría. Después de todo, no tiene nada de particular que alguien engendre humanos; os habéis extendido por todo el mundo como la peste. Sin embargo… sin embargo, para mí fue, de algún modo, mi último acto de rebeldía contra Lucifer. Volver a llevar a cabo aquello por lo que me castigó hace tanto tiempo. Creí que tu padre pensaba igual que yo. Que su acercamiento a mí era sincero. Escapamos de Italia y nos refugiamos en Corea, y allí naciste tú. Mucho más precioso y perfecto que mis primeros hijos, aquellos a los que engendré hace millones de años. Esperaba poder verte crecer y, sin embargo, tu padre me traicionó, te secuestró y te llevó lejos de mí. Nunca se lo perdoné.

«Sus razones tendría…», empiezo, pero ella no ha terminado de hablar.

—… y he pasado quince años buscándote, KyungSoo, enviando a mi gente por todo el mundo. Por fin me dijeron que os habían localizado en Europa central. Me dijeron que estaba hecho, me trajeron a un muchacho, pero no eras tú…

«¿Un muchacho?», repito, y de pronto las piezas empiezan a encajar. El niño que he visto hace un rato en el salón, el que portaba la bandeja.

Ya sé dónde la he visto antes. Walbrzych. La estación de servicio. El niñocon la que me crucé cuando salía del baño. El mismo al que secuestraron.

¿Cuál era su nombre? Ah, sí: Danniel Marchewka.

—Danniel, sí —suspira Azazel—. Qué ironía que el chico que trajeron ante mi presencia se llamara de esa manera, pero no fueras tú. No tenían modo de saberlo, de todas formas. Ninguno de los míos te había visto desde que eras un bebé. Tu padre te escondió bien.

Más piezas del rompecabezas siguen encajando, una tras otra. Casi oigo sus chasquidos en mi mente a medida que se van uniendo, formando el cuadro de la aterradora verdad que llevo tanto tiempo persiguiendo, pero que ahora desearía no haber descubierto.

Por fin lo comprendo.

«Tú… tú mataste a mi padre», balbuceo horrorizado.

Azazel se encoge de hombros con insultante indiferencia.

—No personalmente, pero sí; yo ordené que le mataran. No era más que un embustero y un traidor. Jugó con mis recuerdos y con mis sentimientos, buscó mi punto débil y logró convencerme para que lo aceptara unto a mí. Sin embargo, se acercó a mí con la única intención de seducirme para engendrar un hijo mestizo…

«¡Eso no es verdad! ¡Mi padre no era así, y tú… tú… eres un monstruo!», estallo, tan furioso que mi ectoplasma flota casi pegado al techo.

Azazel se ríe.

—Deberías sentirte halagado, KyungSoo —me dice con frialdad—. Lo único que quería tu padre de mí eras tú. Fuiste lo único que le importó, aquello por lo que luchó durante sus últimos dieciséis años de vida. Y aquello por lo que murió. Me han dicho mis informantes que trataste de vengar su muerte, ¿no es cierto? Que llevas mucho tiempo buscando a su asesino. Pues bien, aquí estoy, me has encontrado. ¿Qué vas a hacer ahora?

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Comments

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yuhiyuhi
#1
Chapter 15: TnT eso le hace mal a mi corazon... - solloza- parezo una loca llorando... Que pasa con kai?.. Quiero saber si se ven... Ay diooooo - llora como huérfana-
Hysterietize
#2
Magnifico fan fic he encontrado hoy.
Te agradezco por adaptarle, está demasiado bueno.
Además de que madonna Constanza posee mi mismo nombre, me ha encantado mucho más.
lleeann #3
Muy bien un fic en español :) le dare una leida y te comento ;)