C-14

2 Velas Para el Diablo [KaiSoo]

Lo encuentro dando vueltas por la habitación como una fiera enjaulada. Cuando entro, se vuelve hacia mí bruscamente, con los ojos llameantes de ira.

—¿Se puede saber dónde estabas? —me ladra.

Me detengo, sorprendido.

«Menos lobos, Caperucita», me defiendo. Lo miro con curiosidad y le pregunto: «Qué pasa, ¿me has echado de menos?».

—No te has ido por el túnel de luz, ¿no? —dice serenándose un poco y pasando por alto mi pregunta—. Porque, de lo contrario, no habrías regresado. ¿Cómo has hecho para desvincularte de mí? ¿Y cómo es que has vuelto?

Sonrío.

«Estás intrigado, ¿eh? Pues espera a que te cuente lo que he averiguado: vas a flipar en colores».

—No me digas —gruñe, de mal humor. Está claro que el encierro no le está sentando bien.

«No te preocupes», lo tranquilizo. «Mami Soo ha estado haciendo gestiones para sacarte de aquí».

—¿Has ido a suplicarle a tu madre?

Le observo con un gesto de fingida arrogancia.

«Por favor, por quién me has tomado», respondo, muy digno. «Hoy he tomado el té nada menos que con el Rey de los Angeles y el Gran Duque del Infierno. Para que veas».

Me dedica una sonrisa escéptica que pienso borrarle de la cara ahora mismo. Floto hasta situarme a su lado y comienzo a contarle, con pelos y señales, todo lo que ha pasado esta noche desde la visita de Astaroth.

El viejo zorro tenía razón; porque, aunque no tengo ningún reparo en compartir con Kai casi toda la información que he obtenido, no me siento con ganas de relatarle lo que he averiguado acerca de su pasado. Y sé que, probablemente, eso sea lo que más le interese de todo cuanto tengo que contarle. Sin embargo… no sé, tengo la sensación de que es algo demasiado personal. O mejor dicho: se me hace muy extraño que tenga que ser yo quien le devuelva parte de sus recuerdos.

JongIn… me resulta difícil creer que este demonio indolente y despreocupado, con pinta de adolescente recién levantado, fuera en tiempos remotos un tirano cruel en Asia.

Dicen que perder la memoria es como volver a nacer. Olvidas tu pasado y comienzas a construirte otra vida, otra historia, otra identidad. Puede que incluso con un carácter y una forma de ser diferentes, pese a que conserves, en mayor o menor grado, el recuerdo de las emociones vividas. No es que crea que Kai es menos malvado que entonces, ojo; no soy tan ingenuo.

Pero si alguna vez tuvo interés en gobernar a los humanos y exigir que lo adorasen como a un dios, hoy, desde luego, prefiere ir a su aire y que lo dejen tranquilo. Es una actitud que soy capaz de comprender porque se parece mucho más a mi propia forma de ser. Así que creo que prefiero al Kai de ahora que a la criatura que pudiera haber sido entonces.

Aunque, si Astaroth dice la verdad, JongIn respetaba a los humanos lo bastante como para aceptar emparejarse con uno de ellos.

Pero, en fin, eso es lo menos importante, ¿no?

De momento no se lo contaré. Con un poco de suerte, el propio Astaroth le hará llegar esa información.

El resto de las novedades, sin embargo, han intrigado a Kai tanto como sospechaba. A medida que hablo, su mal humor desaparece y sus alas se yerguen con interés.

—No puedo creerlo —murmura—. ¿Metatrón ha estado todo este tiempo encerrado en las ruinas de una pirámide? ¿Y Astaroth se ha aliado con un grupo de ángeles para recrear los orígenes de la especie humana, un experimento cuyos resultados podrían ser inmunes al virus creado por Nebiros? —sacude la cabeza—. Es una historia demasiado increíble como para ser cierta. Y, sin embargo, tiene que serlo; tú no tienes imaginación suficiente como para haberte inventado algo semejante.

«¡Oye!», protesto molesto.

Alza la cabeza y me mira, genuinamente sorprendido.

—¿Qué? No te estaba insultando, solo constataba un hecho. Eres muy puntilloso, ¿sabes?

«Es que creo que deberías tratarme con algo más de respeto. Vale que soy un humano, vale que estoy muerto, pero aun así he conseguido averiguar muchas cosas, cosas importantes que ni tú mismo sabías. Dadas las circunstancias, creo que no lo he hecho tan mal, ¿no?»

—Por supuesto que no —responde Kai, aún perplejo—. Siempre he tenido claro que, para ser un humano, tienes un carácter excepcional. ¿No te lo he dicho nunca?

«Pues no», refunfuño. Pero entonces recuerdo algo que comentó él en Berlín. Fue hace solo unos días, pero me parece una eternidad.

Fue antes de que yo muriera.

Una de las ventajas de ser un fantasma es que puedes invocar cualquier recuerdo con mucha facilidad, porque ya no dependes de neuronas cansadas ni de cerebros que funcionan a medio gas. Así que visualizo, como si volviera a vivirlo, una conversación en un hotel de lujo: «Has de saber que creo que tienes una gran fuerza interior, para ser un humano… Me recuerdas a los humanos de antes. A los de hace miles de años… Estaban hechos de otra pasta».

Mira tú por dónde, si la historia de Azazel y Astaroth es cierta, mi enlace estaba mucho más cerca de la verdad de lo que ninguno de los dos imaginó en aquel momento.

«Sí, me lo dijiste», rectifico entonces, con algo más de suavidad. «Antes de que me mataran».

—¿Lo ves? —sonríe él, triunfante—. Mi memoria no es tan mala como pareces creer.

Lo miro con otros ojos. Vale, sí, es un demonio, pero…

«Oye, Kai», le digo, aún desconcertado por lo que creo haber descubierto. «¿Yo te caigo bien?».

Pone los ojos en blanco.

—Te soporto, que no es poco —replica—. ¿Crees que te habría ayudado si no fuera así?

(Céntrate, Soo. Recuerda que es un tiburón, no un delfín.) 

«Supongo que no», admito. «El caso es que…(No se lo digas, Soo.) … tengo que reconocer que te has metido en muchos problemas por mi culpa», prosigo sin hacer caso de esa molesta voz interior (cállate, Soo, aún estás a tiempo de volver atrás), «y quería pedirte disculpas por ello». (Ya lo has dicho… pero por tu orgullo y por la memoria de tu padre, más vale que te detengas aquí.) Además», prosigo (cállatecállatecállatecállate), ...también quiero darte las gracias. Por todo lo que has hecho por mí. Sin ti no habría sido posible. Me habría ido adonde quiera que van los muertos, o habría vagado como un alma en pena por toda la eternidad sin saber quién nos mató a mi padre y a mí, ni por qué lo hizo. Nunca pensé que diría esto, pero me siento en deuda contigo. Gracias por todo».

Silencio sepulcral. Mi voz interior enmudece de golpe. Hace apenas unas semanas, jamás me habría rebajado a decirle algo así a un demonio, pero algo dentro de mí me dice que es lo justo.

Aunque sea una locura.

Kai alza la cabeza y me mira fijamente, muy serio.

—Esto no está bien, Soo. Soy un demonio. Deberías temerme, odiarme, despreciarme. No sentirte en deuda conmigo.

«¿No es eso lo que esperáis los demonios de los humanos a los que os cameláis?», bromeo, pero sé que no tiene gracia.

—Pero no en tu caso. Tú eres diferente, y lo sabes.

«No tan diferente», comento con voz lúgubre. «Por lo visto, soy medio demonio».

—No quiero decir que seas diferente a mí. Quiero decir que eres diferente a todos los demás humanos. Mucho más íntegro, mucho más auténtico. Y aun así —añade con un suspiro—, es demasiado tarde para eso. Así que es mejor que lo dejemos aquí.

Le miro sin comprender.

«¿Que dejemos el qué? ¿Que lo dejemos dónde?».

—Olvídalo —concluye—. Acepto tus disculpas y tu gratitud, pero no te precipites. Si Astaroth cumple con su parte, aún vamos a tener que hacer un último trabajillo antes de que puedas irte por el túnel de luz y yo pueda ser libre del todo, por fin.

Lo miro fijamente.

«Antes estabas enfadado porque pensabas que me había ido», recuerdo. «Era porque temías lo que podía hacerte Azazel si dejabas de serle útil, ¿verdad?».

—Claro —responde él—. ¿Por qué pensabas que era?

«No porque me echaras de menos, desde luego».

—Desde luego —coincide Kai—. Pero hazme un favor, Soo. Cuando llegue el momento de abandonar este mundo definitivamente…

«¿?».

Me mira y sonríe.

—… no se te ocurra marcharte sin despedirte.

Le devuelvo la sonrisa. Una sonrisa más cálida de lo que a mi voz interior le gustaría, debo reconocer.

«Descuida. Pero para eso tenemos que salir de aquí», respondo con un suspiro. «Y… no sé… de momento, y a pesar de las promesas de tu jefe, esto no tiene pinta de mejorar».

Nada más pronunciar estas últimas palabras, la puerta se abre con un chirrido y asoma Lisabetta con cara de pocos amigos.

—Madonna Constanza quiere veros —anuncia—. A los dos.

Cruzamos una mirada de entendimiento.

Apenas unos momentos después, estamos de nuevo ante Azazel. Pero en esta ocasión no está de buen humor. Todo el cariño maternal que pudiera haber experimentado hacia mí parece haberse esfumado. Me mira rabiosa, con los ojos lanzando chispas rojas y las alas temblando de ira.

—Ingrato—escupe.

El motivo de su enfado se halla de pie junto a ella, esbozando una sonrisa de suficiencia. Es un hombre imponente, de cabello blanco y facciones engañosamente juveniles. Posee el porte de un distinguido aristócrata y la elegancia natural de una pantera. Sus ojos son de un color indefinido, entre verde y pardo. El destello rojizo que se adivina en ellos no ayuda a calificarlos mejor.

Porque, por supuesto, este hombre no es un hombre, es un demonio. Mi percepción de fantasma me permite ver no solo el brillo sobrenatural de sus ojos y sus enormes alas oscuras, sino también la impresionante aura de poder que emana de él.

Es Astaroth.

Lo observo con curiosidad. De modo que este es el aspecto que muestra cuando se vuelve corpóreo. O, al menos, uno de ellos. Algunos demonólogos aseguran que Astaroth es horriblemente feo y huele muy mal, pero qué queréis que os diga: o bien tienen demasiada imaginación o bien nuestro amigo solía mostrarse así en tiempos antiguos para asustar. El caso es que el Astaroth del siglo XXI es bastante atractivo para ser tan viejo… quiero decir, para tratarse de un demonio.

Se vuelve hacia nosotros esbozando una sonrisa de lobo y nos saluda con un gesto socarrón.

Kai palidece de inmediato: lo ha reconocido. Casi puedo oírle tragar saliva.

Astaroth ladea la cabeza sin dejar de sonreír.

—Kai, Soo —nos saluda ceremoniosamente; estoy seguro de que acompañaría el gesto quitándose el sombrero, si llevara uno—. Un placer veros a ambos de nuevo.

Kai se inclina precipitadamente, en señal de sumisión.

«Lo mismo digo», murmuro yo. Una parte de mí siente que todo va bien, que tener a Astaroth de nuestra parte es lo mejor que nos ha pasado en mucho tiempo, pero mi instinto, que es muy sabio, me dice a gritos que su sonrisa no recuerda a la de un lobo por casualidad.

—Le estaba diciendo a madonna Constanza —prosigue Astaroth— que el hecho de que estéis aquí como… digamos, «huéspedes», ha de deberse a un lamentable error.

—No se trata de ningún error —replica Azazel, furiosa—. El es mi hijo y va a permanecer conmigo.

—Y no tengo nada en contra de ello; sin embargo, se da el caso de que Kai trabaja para mí, y no puedo permitir que permanezca más tiempo como… «huésped» de esta casa cuando tiene tareas pendientes que cumplir, ¿no os parece?

Azazel niega enérgicamente con la cabeza.

—Y yo no puedo permitir que se vaya; si lo hace, mi hijo se irá con él.

—Ah, pero si no he entendido mal, vuestro hijo ya está muerto, mientras que lo que yo reclamo es un sirviente vivo. ¿Vais a pretender privarme de mi sirviente, Azazel? —pregunta pronunciando el nombre antiguo de ella, y su voz suena de pronto terrorífica y amenazadora.

Mi madre retrocede un paso, intimidada. Compruebo que ya no es capaz de sostenerle la mirada, porque se vuelve hacia Kai con los ojos cargados de odio.

—¿Es eso cierto? —le pregunta—. ¿Le debes lealtad a Astaroth?

Kai titubea un breve instante. Intuyo que la respuesta es importante. En teoría ya no le debe nada a Astaroth, puesto que saldó su deuda, y proclamar en voz alta que es su sirviente podría volver a atarlo a él, quién sabe por cuánto tiempo. Sin embargo, es la única forma de escapar de aquí, y lo sabe.

Respira hondo y responde:

—Sí, madonna Constanza. Le debo lealtad a mi señor Astaroth.

Ella lanza un aullido de rabia y frustración. Después vuelve a mirarme, llena de rencor.

—Lleváoslo, pues —le dice a Astaroth entre dientes—. Y lleváoslo también a el, ya no quiero verle más. Es díscolo y desleal; digno hijo de su padre.

«Y a mucha honra», pienso. Pero, con tres demonios en la habitación, no es el mejor momento para las provocaciones.

Astaroth sonríe de nuevo. Somos libres. Y lo siento por mi madre, pero no tengo intención de volver por aquí nunca más.

Nuestra próxima parada es Madrid, otra vez. La única forma que conozco de contactar con ángeles es la librería de Jeiazel. Y aunque no me entusiasma la idea de volver por allí, tengo que reconocer que, si son combatientes, estarán más al tanto de los movimientos del Enemigo que los demás. Si algún ángel puede decirnos quién es el otro demonio del plan vírico anti-humanos, tiene que ser un combatiente. Tiene que ser Miguel.

—Me sorprende que los ángeles se hayan enterado de esto antes que Lucifer —comenta Kai mientras paseamos por la Gran Vía madrileña en dirección a la calle Libreros.

«Ya, a mí también», asiento. «Pero ya escuchaste a Orias: un ángel fue a pedirle una profecía y se enteró de lo del virus. Debió de ir corriendo a contárselo a Miguel. Yo lo haría», añado tras una pausa.

—Pero recuerda que ese ángel vio un futuro alternativo en el cual la humanidad no se extinguía porque ya existían esos… esos hijos del equilibrio. Quizá eso le llevara a pensar que no sería algo tan grave.

«El hecho de que la humanidad no vaya a extinguirse no implica que no sea un futuro apocalíptico», le recuerdo. «Aunque los hijos del equilibrio y sus descendientes sobrevivieran al virus, todos los demás morirían. ¿Te parece que no es lo bastante importante como para que a un ángel, cualquiera que sea, le falte tiempo para contárselo a sus superiores?».

—Visto así… —admite él, pero no parece muy convencido.

Ha estado de un humor excelente desde que abandonamos Florencia. Si bien el encierro no ha sido bueno para él, la libertad le sienta de fábula. Sin embargo, da la sensación de que su estado de ánimo decae a medida que nos acercamos a la librería. Ahora mismo, casi lleva las alas arrastrando por el suelo. Me detengo un momento para mirarle.

«No tienes muchas ganas de visitar a Jeiazel, ¿me equivoco?».

—Para serte sincero, no. Es muy probable que terminemos enzarzados en una pelea, y no sé si estoy en condiciones de ganar.

Lo dice porque la «habitación especial» en la que lo ha recluido mi demoníaca madre lo ha dejado bastante débil. Lo observo echar un vistazo dubitativo a su espalda, donde, entre las dos alas oscuras, asoma la empuñadura de su espada. Eso me pone de mal humor a mí también.

Acaba de recordarme que no he tenido más remedio que dejar la espada de mi padre en Villa Diavola. Azazel se la ha quedado como trofeo y la ha colgado muy cerca del lugar donde tiene planeado, ilusa ella, exhibir algún día la espada de Lucifer. He protestado escandalosamente, claro, pero ni Azazel ha dado su brazo a torcer ni Astaroth ha movido un dedo para recuperarla, así que mi preciosa espada ahora forma parte de la colección de una diablesa desquiciada, unto con las de otros cientos de ángeles muertos. Qué bien.

Sin embargo, lo he encajado mejor de lo que esperaba. No solo porque la muerte me ha vuelto un poco más estoico, sino también porque, de alguna manera, la memoria de mi padre ha sufrido un fuerte revés tras los últimos acontecimientos. Por supuesto que todavía le recuerdo con muchísimo cariño, ojo. Pero me duele pensar que en los dieciséis años que pasamos juntos, jamás me reveló la verdad acerca de mi madre. Me duele pensar en todo lo que me ocultó.

Y, por otra parte, yo ya no puedo empuñar esa espada, y si Kai sigue usándola acabará por invertirse, así que… casi mejor que se quede donde está. Un quebradero de cabeza menos.

—¿Soo? —me llama Kai devolviéndome a la realidad.

Me vuelvo hacia él. Lo veo inseguro.

«Se me ocurre que voy a entrar yo a hablar con Jeiazel», le digo. «Tú quédate por aquí, lo bastante cerca como para que pueda llegar hasta la librería, pero lo bastante lejos como para que él no te detecte».

Parece considerablemente aliviado.

—Es un buen plan —acepta.

También a mí me lo parece. Reconozco que no me gustaría que Jeiazel se lanzara sobre él y lo ensartara con su espada nada más asomar la cabeza por la puerta. Podéis llamarlo instinto de protección, si queréis; pero hay que tener en cuenta que Kai es mi enlace y no quiero quedarme sin él.

—Si quiero pasar inadvertido, tengo que detenerme aquí —me dice—, porque, si me acerco más, tu amigo el ángel acabará por detectarme.

«Espérame aquí, entonces», le digo. «No tardaré».

Me alejo de él flotando, prestando atención al vínculo que nos une para comprobar si va a permitirme llegar hasta la librería. Noto un leve tirón de advertencia cuando atravieso la puerta, pero nada más. Estupendo: podré hablar con Jeiazel sin necesidad de que Kai se aproxime más de lo necesario.

Me quedo junto a la entrada y echo un vistazo al interior. Allí está Jeiazel, sacando libros de una caja que hay sobre el mostrador y marcando los precios a lápiz en la primera página, para después colocarlos en las estanterías. A simple vista, un joven librero concentrado en organizar su establecimiento. Pero, ahora que lo veo con ojos de fantasma, soy capaz de detectar la luz de sus ojos y el par de enormes alas brillantes que irradia su espalda.

Como sospechaba, no me presta atención. Soy solo un fantasma más de los muchos que vagan por ahí. No se lo reprocho; aunque al principio los miraba con temerosa fascinación, lo cierto es que ahora yo tampoco me fijo en los otros fantasmas. Aunque sea una de ellos. Intento acercarme un poco más, pero una súbita angustia me lo impide: el lazo que me une a Kai no da más de sí. De modo que sigo donde estoy y trato de llamar su atención:

«Buenos días, Jeiazel», saludo.

El ángel alza la cabeza, desconcertado, y mira a su alrededor hasta que me localiza junto a la puerta. Alza las cejas.

—¿Te conozco, espíritu? —me pregunta con cierta cautela.

«Soy Soo, el hijo de Iah-Hel». Y de Azazel, claro, pero eso me lo guardo para mí. «El chico que vino aquí hace unos días y dijo que quería unirse a vosotros».

Me observa con mayor atención y, por la cara que pone, deduzco que se acuerda del incidente y que ha sacado sus propias conclusiones al respecto.

—Te lo dije —me recuerda encogiéndose de hombros—. Te dije que no te mezclaras en esto, que los demonios eran peligrosos, y ahora mira lo que te ha pasado. Porque no has fallecido de muerte natural precisamente, ¿no? Eras demasiado joven.

«Me mató un demonio», admito a regañadientes. «Pero eso no habría pasado si me hubieseis permitido unirme a vosotros. Con la protección de los ángeles…».

—Te habrían matado igual, muchacho. Los ángeles estamos en el mundo para luchar contra los demonios, y esa es nuestra forma de proteger a los humanos. Así que lo mejor que podemos hacer para ayudaros es manteneros al margen.

«A veces, eso no basta», replico. «Hay un grupo de demonios que está planeando el exterminio total y fulminante de toda la especie humana». Hago una pausa, esperando que la noticia cale en mi interlocutor, y después prosigo. «He venido a preguntarte qué pensáis hacer los ángeles al respecto».

—¿Demonios planeando el exterminio de la especie humana? No me cuentas nada nuevo. Pero no pueden acabar con todos los humanos sin provocar grandes daños al resto del planeta, y ni siquiera ellos se atreverían a tanto.

«Esta vez va en serio», insisto. «El demonio Orias lo contempló en una visión. Están fabricando un virus que acabaría con los humanos, y solo con ellos».

Jeiazel me mira, asombrado.

—No se atreverían —responde—. Muchos demonios se han acostumbrado a la civilización humana, de la que viven como parásitos. No querrían renunciar a nada parecido. Seguro que es tan solo un rumor.

«Orias lo vio», repito. «Un futuro en el que la humanidad se extinguía… a causa de un virus que está creando otro demonio llamado Nebiros. No puedo creer que no estuvierais enterados».

—Porque no es más que un rumor sin fundamento…

«Bueno, pero ¿y si no lo es? ¿Me vas a decir que no lo vais a investigar siquiera? Si es cierto, y si Miguel no detiene a Nebiros, ¿quién va a hacerlo? Además… mis fuentes me han informado de que los ángeles ya lo sabíais».

—Es la primera noticia que tengo. Y, de todos modos —añade, suspicaz—, ¿cuáles son tus fuentes? ¿Quién te ha contado toda esa sarta de disparates? ¿Y por qué estás en este mundo todavía? —mira a su alrededor, frunciendo el ceño con desconfianza—. ¿Dónde está tu enlace?

«Es que es un poco tímido», me apresuro a contestar. «Pero te aseguro que todo esto que te he

contado es verdad…».

—No te lo habrá contado un demonio, ¿no?

En realidad, sí, pero si se lo confirmo voy a perder la poca credibilidad que me queda.

«¿Qué importa eso? Puede que se trate de un rumor, como dices, pero si existe la mínima posibilidad de que sea cierto… dime: ¿no valdría la pena investigarlo, al menos… solo por si acaso? Quizá Miguel ya lo sepa», hago notar. «Quizá esté trabajando en ello. Pero, de todas formas, me quedaría más tranquila si supiera que eso no va a pasar, bien porque sea mentira, bien porque vais a impedirlo».

—Puedes estar tranquilo, Soo, eso no va a pasar…

«¿Puedes garantizármelo?», insisto.

Jeiazel me mira, un tanto desconcertado. Abre la boca para decir algo, pero la cierra y sacude la cabeza. No, no puede. Es un combatiente, y sabe que con los demonios no hay que dar nada por sentado.

«Llévame a ver a Miguel, por favor», suplico. «Se lo contaré, al menos para que lo sepa, para que esté al tanto por si sucediera lo peor».

—No puedes hablar con Miguel, muchacho —replica el ángel, alarmado—. Está muy atareado. Lleva semanas preocupado por…

Se calla de pronto; la puerta acristalada de la librería se acaba de abrir y ha entrado un cliente, un señor bien vestido, con gafas y un maletín. Jeiazel le sonríe y deja de ser un ángel que lucha contra los demonios para meterse en la piel de un amable librero. Espero, impaciente, mientras Jeiazel va en busca del libro que le ha pedido, un manual universitario o algo por el estilo. Floto en torno a él, pero no me ve. Solo se estremece un poco cuando paso rozándole la espalda, como si de pronto le hubiese entrado un escalofrío.

Por fin, el cliente se va y Jeiazel vuelve a prestarme atención.

—Hablaré con Miguel y lo investigaremos, pero ahora vete, ¿de acuerdo? Y arregla con tu enlace lo que sea necesario para poder marcharte. Sé que eres joven, pero ya no estás vivo y, por tanto, no tendrías que seguir aquí.

«¿Arreglar con mi enlace…? », repito, sorprendida.« ¿Qué se supone que tengo que arreglar?».

—La mayor parte de las veces, los fantasmas que no pueden marcharse se vinculan a algo o a alguien de quien no quieren separarse.

«Bueno, pues no es mi caso», replico. Pero Jeiazel no me escucha. Me dirige una mirada compasiva y me aconseja:

—Acepta tu muerte, despídete de él, o de ella, y abandona este mundo, Soo. Hazme caso esta vez. Créeme, hay cosas peores que estar muerto. Si te quedas aquí demasiado tiempo, llegará un momento en que no seas capaz de marcharte.

Me estremezco al recordar a los fantasmas perdidos, esos fantasmas que no saben ya dónde están y que apenas recuerdan su nombre. No quiero convertirme en uno de ellos, es verdad.

«Tú habla con Miguel y dadle una buena patada en el culo a ese tal Nebiros», respondo cambiando de tema. «Aunque no esté fabricando un virus exterminador, seguro que se lo merece. ¿Sabías que él fue el responsable de la Peste Negra?».

—Soo…

«Vale, de acuerdo, ya me voy. Pero, por favor, haced algo. ¿Cómo quieres que abandone este mundo dejando las cosas así? ¿Con una extinción inminente? Si puedo…».

—Soo, por favor.

«Claro, los fantasmas no son buenos para el negocio, espantan a los clientes», ironizo. «Gracias por todo, Jeiazel, y adiós».

De nuevo atravieso la puerta de cristal y salgo al aire libre. Sigo el hilo invisible que me ata a Kai, doblo un par de esquinas y lo encuentro ahí, simulando que está contemplando los escaparates de las tiendas. Vuelve la cabeza hacia mí en cuanto me percibe.

—¿Y bien? —susurra.

Le describo brevemente la conversación que he tenido con Jeiazel.

«Me sorprende que no lo supieran», concluyo. «¿Qué clase de ángel se enteraría de lo del virus y no se lo diría a los combatientes?».

—Quizá los arcángeles sí lo sepan —responde Kai—. Puede que, al igual que Astaroth, estén llevando en secreto la lucha contra Nebiros.

«Bueno, pero Astaroth tiene un buen motivo para esconderse: no quiere que se entere Lucifer. Sin embargo, y desde que Metatrón se encerró en la pirámide, podríamos decir que no hay nadie por encima de Miguel que pueda discutirle las decisiones que toma. Por otra parte, quizá estemos pasando por alto lo más obvio».

—¿El qué?

«Que Orias nos haya mentido y no le reveló el futuro a ningún ángel».

Kai niega con la cabeza.

—No; si hay algo de lo que podemos estar seguros, es de que Orias dijo la verdad.

«¿Por qué?», ironizo. «¿Porque los demonios nunca mienten?».

Me lanza una de esas miradas suyas que quieren decir: «¿Pero es que no sabes pensar, o qué?», y me responde:

—Porque los demonios que comercian con información, sea del pasado, del presente o del futuro, no mienten. Dar información falsa es malo para el negocio. Se pierde credibilidad.

«Ah, claro. En tal caso, lo único que se me ocurre es que los ángeles sí lo saben, o al menos algunos de ellos, y es Jeiazel el que no está al loro. Y si no estaban enterados, bueno, pues ahora ya lo están».

—Sí, pero eso no soluciona nuestro problema —suspira Kai—. Le prometimos a Astaroth que averiguaríamos quién es el socio de Nebiros, y aún no sabemos nada. Les has regalado información a los ángeles, pero ellos no te han contado nada a cambio.

«¿Tú qué te crees, que es fácil localizar a Miguel y hablar con él?», protesto.

—Para alguien que conversa de lo humano y lo divino nada menos que con Metatrón y Astaroth, no debería serlo, ¿no crees? —replica Kai con una sonrisa.

«Touchée . Bueno, pues ¿qué hacemos?», pregunto. «Si los ángeles no saben nada, o sí lo saben pero no lo quieren compartir con los humanos, entonces ya no sé a quién preguntar ahora. ¿A Nergal otra vez?», sugiero sin mucho entusiasmo.

Pero Kai niega con la cabeza.

—Ya se habrá encargado Astaroth de preguntar a Nergal, tenlo por seguro. Y si Nergal no le ha podido facilitar esa información, entonces nadie en el mundo demoníaco podrá hacerlo. Nebiros esconde bien sus secretos y, si es cierto que tiene un aliado, este es bien escurridizo, por lo visto.

Astaroth tiene que estar muy desesperado para haberte pedido que contactes con los ángeles en busca de esa información. Me pregunto por qué —añade, pensativo.

«¿Qué hacemos, pues?», repito. Me siento como en un callejón sin salida.

—Pues, sinceramente, creo que ya hemos hecho todo lo que está en nuestra mano. Les toca a los ángeles mover ficha. Si saben algo, con un poco de suerte Jeiazel lo averiguará, y si volvemos dentro de un par de días, quizá tenga más cosas que contarte.

«¿Así que eso es lo que sugieres? ¿Que esperemos?».

—¿Qué otra cosa quieres que hagamos?

«Es que, por si lo habías olvidado, soy un fantasma. Así que, si no estamos investigando sobre conspiraciones demoníacas ni descubriendo oscuros secretos familiares, no tengo nada mejor que hacer. Nunca he tenido demasiada paciencia, y en estado ectoplásmico, menos todavía».

—Pues deberías: tienes toda la eternidad por delante.

«Por eso: me aburro si no tengo nada que hacer. ¿Cómo lo soportáis los seres eternos?».

Kai se ríe. Bajo el sol deslumbrante de Madrid no parece un demonio, sino un joven normal y corriente que está de paseo, como cualquier otro… eso si pasamos por alto el brillo rojizo de sus ojos y las alas de oscuridad que fluyen de su espalda, claro. Pero el caso es que ya me voy acostumbrando a esos detalles. Debe de ser porque ya hace un tiempo que estamos juntos a todas horas.

—Son solo un par de días. Cuando vives cientos de miles de años, un par de días no son nada. Ya sabes… «una vida humana no es más que el parpadeo de un dios».

Recuerdo, de pronto, mi conversación con Astaroth: «Porque el tiempo que ha pasado contigo es solo un parpadeo comparado con su larga, larguísima vida». Y me duele. Me duele que en estos momentos Kai sea todo para mí, porque es mi enlace, porque dependo de él para casi todo, porque ha estado omnipresente en los últimos instantes de mi vida y en todo este extraño tránsito entre mi muerte y lo que haya más allá, y en cambio yo para él no soy… nada. Una anécdota que dentro de doscientos o trescientos años ya habrá olvidado. Puede que ni siquiera merezca un par de frases en el colosal registro de sus memorias. Evito pensar en ello, porque me hace sentir pequeño y miserable, y eso no me gusta.

«Bonita frase», comento. «¿Platón, tal vez? ¿Nietzsche? ¿Séneca? », pregunto, pero Kai niega con la cabeza.

—Conan el Bárbaro —se ríe—. Aún te queda mucho por aprender.

«Lamentablemente, mi vida ya terminó, así que me temo que no voy a poder aprenderlo». Él se limita a sonreír y a repetir:

—Tienes toda la eternidad por delante.

«Claro; siempre suponiendo que haya algo al otro lado del túnel de luz», replico, inquieto. «Otra posibilidad es quedarme aquí para siempre, por supuesto, pero no creo que te hiciera mucha gracia».

Se vuelve para mirarme, y la luz roja de sus ojos brilla con más intensidad.

—Ni se te ocurra pensar en ello, Soo —me advierte con seriedad—. Tienes que irte por el túnel luz. Es la mejor alternativa para ti.

«¿Y cómo lo sabes?», me rebelo. «¡Soy demasiado joven para abandonar este mundo! ¿Cómo sé que lo que hay más allá vale la pena? ¡Ya sabes lo que dijo Metatrón: Dios está en este mundo y en todas las cosas! Si tan importante es nuestro mundo, ¿por qué debería creer que lo que hay al otro lado es mejor?».

Si esperaba que me consolara o me reconfortara, me llevo un buen chasco, porque se limita a responder enigmáticamente:

—No lo sabrás hasta que no lo pruebes. Y sí, creo que tienes razón: no se te da bien estar inactivo. Cuando te aburres empiezas a tener ideas extrañas, así que será mejor que nos pongamos en movimiento, o te convertirás en un espectro perdido antes de que quieras darte cuenta.

Pasamos el resto del día de turismo por Madrid. Kai me cuenta muchas historias de ángeles y demonios en todo el mundo. Las batallas más sonadas entre unos y otros han tenido reflejo en la mitología de las distintas civilizaciones humanas. Es interesante, sí, y también son interesantes las cosas que me cuenta acerca de la ciudad que estamos visitando. Pero, a pesar de eso, no consigo quitarme de encima la angustia por todo lo que estoy dejando atrás: mi vida y mi mundo, aunque la historia de mi vida sea un desastre y mi existencia tuviera origen en un extraño experimento de mestizaje, y aunque mi mundo esté amenazado por una catástrofe inminente. En cambio, Kai está relajado y tranquilo. Ventajas de ser eterno, supongo. Él sí puede permitírselo. Y puede que yo tenga la eternidad por delante, como dice él, pero no me siento así. No me veo al comienzo de una nueva vida. Por el contrario, me siento como si mi vida hubiese terminado. Que es lo que sucedió, por otro lado, cuando Taemin me empujó a las vías del metro.

—¿Por qué no puedes irte? —me susurra Kai hacia el final de la tarde.

Nuestro largo paseo por Madrid nos ha llevado, otra vez, al Retiro, cerca de la estatua del Ángel Caído. Kai se ha dejado caer sobre la hierba y yo levito junto a él. Hemos estado hablando de muchas cosas… bueno, en realidad, él hablaba y yo escuchaba. Ni siquiera estaba de humor para replicarle, pero no parece que eso le importe. Da la sensación de que hace mucho tiempo que nadie escucha lo que tiene que decir.

Cuando la conversación ha concluido, nos hemos quedado un rato en silencio, y entonces Kai ha formulado la pregunta.

«¿Tú por qué crees que es?», respondo. «Pues porque no quiero morir».

—Pero ya estás muerto, Soo. Tienes que aceptarlo.

«Claro, para ti es muy fácil decirlo. Como no vas a morir…».

—Yo también moriré algún día. Quizá abatido por la espada de un ángel… o de un demonio, quién sabe. O tal vez…

No termina la frase, pero sé lo que está pensando.

—He visto muchos fantasmas perdidos —prosigue—. Fantasmas que no fueron por el túnel de luz y que en un momento dado rompieron el vínculo con su enlace. Son criaturas atormentadas, o son felices. No sé qué hay al otro lado del túnel de luz, pero no puede ser peor que lo que te espera aquí si te quedas.

«¿El vínculo no dura siempre?».

—No; se debilita cuando pasa un tiempo después de la muerte, y llega un momento en que se rompe, y si el fantasma no logra marcharse, queda a la deriva para siempre.

Tragaría saliva, si pudiera.

«No tenía ni idea», reconozco. «No suena muy divertido».

—No lo es.

Sé que no lo es. Los he visto, sé cómo son esos fantasmas perdidos, lo desesperados que están. No quiero ser uno de ellos. Pero tampoco quiero darle la espalda a este mundo y adentrarme en lo desconocido. No sé qué me espera detrás. ¿Y si no hay… nada?

«Jeiazel me dijo que, si quería marcharme, tenía que arreglar las cosas contigo», le digo tras un instante de silencio.

—¿Conmigo?

«Con mi enlace», especifico, «y ese eres tú».

No responde. Sigue contemplando, pensativo, la estatua del Ángel Caído.

«Ya te di las gracias por todo lo que has hecho por mí», prosigo, «así que no se me ocurre qué más cosas tengo que solucionar. No he vengado la muerte de mi padre, pero tampoco quiero matar a mi madre. Creo que me basta con haber descubierto qué pasó, y por qué. Me parece, por tanto, que no me quedan asuntos pendientes. Incluso el tema de la nueva generación de humanos y la extinción de la humanidad… todo eso lo están llevando a cabo seres más poderosos y más inteligentes que yo, así que no es responsabilidad mía. De modo que no sé qué es lo que me retiene aquí… aparte del hecho de que no me hace gracia la idea de estar muerto, claro».

Kai despega los labios por fin.

—Quizá haya alguien de quien no quieras despedirte.

«Todas las personas que me importan, por ejemplo. No quiero despedirme de nadie, porque sé que será para siempre. Y aunque no son muchos los amigos que dejo atrás, sí son importantes. Precisamente porque son pocos».

—Pero eso les pasa a todos los que se mueren, Soo. Todos dejan seres queridos atrás. Y, pese a ello, se van.

«No me parece que seas el más indicado para hablar de seres queridos, Kai», señalo.

Me mira sonriendo.

—¿Por qué? ¿Acaso crees que los demonios no podemos sentir afecto? Somos seres racionales y experimentamos emociones complejas. Si los ángeles pueden matar, ¿por qué nosotros no podemos amar?

No sé qué contestarle. Cruzamos una larga, larga mirada, demonio y fantasma, y en este instante descubro por qué no puedo marcharme.

«Kai…», empiezo, tratando de romper el momento, tan incómodo para mí.

Pero no termino la frase. De pronto, Kai abre mucho los ojos, con sorpresa, y baja la cabeza, y cuando sigo la dirección de su mirada, descubro que acaba de florecerle una sangrienta herida en el pecho.

«¡Kai!», grito cuando mi cerebro capta la idea de que mi enlace acaba de ser atacado por sorpresa y a traición. Es una herida de bala y le han acertado en pleno corazón. Me entra el pánico, la angustia, la impotencia… qué sé yo.

«¡Kai!», grito otra vez.

La sorpresa desaparece de su rostro, pero no es dolor lo que la sustituye, sino una feroz expresión de ira que deforma sus facciones. En una centésima de segundo se ha levantado de un salto, en la siguiente ha desenvainado la espada y, cuando quiero darme cuenta, estamos a veinte metros del lugar donde nos encontrábamos y hay un humano muerto a los pies de Kai.

«¿Qué…cómo?», murmuro, aturdido. Es un hombre corriente, moreno, ni muy alto ni muy bajo, y viste ropa de calle. La muerte le ha llegado tan súbitamente que no ha tenido tiempo ni de soltar la pistola con la que ha disparado a Kai. Yo ni siquiera me he dado cuenta de cuándo ha descargado el mandoble que le ha cruzado el pecho desde el hombro hasta la cadera y lo ha destrozado. Consternada, aparto la mirada del cadáver y la dirijo hacia Kai, que sigue de pie, furioso.

«¿Qué está pasando?», chillo, nervioso. «¡Te ha disparado! ¡Y está muerto!».

—Bien resumido —murmura él, todavía sombrío. Se levanta la camiseta hasta arriba para que vea la herida de bala, que se está cerrando tan rápidamente como se abrió—. Recuerda que soy un demonio. No se me puede matar así.

Trato de serenarme y de reordenar mis ideas.

«Pero… pero… ¿por qué?…».

—Eso mismo me estaba preguntando yo —dice él; entorna los ojos, aún alerta, y se vuelve hacia todas partes.

—Lento —se oye una voz en la penumbra; habla en el idioma de los demonios—. Demasiado lento. Qué predecibles sois los demonios jóvenes. Y qué poco precavidos.

Miramos a nuestro alrededor. No es uno, son muchos. Cerca de una docena de demonios nos rodean, con las espadas desenvainadas. Y ahora comprendo que el humano de la pistola no era más que un señuelo. Por supuesto que no pensaban matar a Kai de una manera tan burda Solo querían distraerlo, hacerle perder el control, hacer que bajara la guardia.

Y lo han conseguido.

Despacio, muy despacio, Kai deja caer la espada y alza las manos en señal de rendición. Uno de los demonios se adelanta un poco. Es un individuo alto, de cabello castaño desgreñado y cierto aspecto zorruno. Es evidente que está muy satisfecho, porque no puede disimular una sonrisa. Debe de ser el líder.

—¿A qué se debe esto? —pregunta Kai, aparentemente sereno.

—Cumplimos órdenes —responde el otro—, pero podríamos resumirlo en que se debe a que sabes demasiado. Y hay alguien interesado en averiguar cuánto sabes exactamente, así que me temo que tú y tu amiguito etéreo vais a acompañarnos y a responder a unas preguntas.

«¡Ni hablar!», me rebelo. «¡No tenemos nada que deciros, pandilla de…!».

—Vale —acepta Kai inmediatamente—. Llevadme con vuestro líder y le diré todo lo que quiere saber.

Me quedo tan sorprendido que soy incapaz de hilar una frase completa.

«¡Pero…! ¡Pero…!», repito, desconcertada, mientras los demonios se llevan a Kai, a punta de espada, arrastrándome a mí con él.

Atrás, tendido en el suelo, queda el hombre que, voluntariamente o no, disparó a Kai solo para distraerlo, y que encontró una muerte fulminante bajo su espada. Nadie se preocupa por él; después de todo, solo es un humano, el instrumento que un grupo de demonios ha utilizado para capturarnos. Y a ninguno de ellos le importa.

«¿Es que no tienes dignidad?», le echo en cara. «¿Cómo has podido rendirte tan pronto?».

—Primero, porque eran doce contra uno. Y segundo, porque nos han llevado exactamente al lugar adonde queríamos ir.

«¿En serio?», pregunto, escéptico.

Lo cierto es que no tengo ni idea de dónde estamos. Nuestros captores nos han traído «volando», a esa velocidad supersónica a la que viajan los demonios en estado inmaterial, así que ha sido solo un segundo, pero muy probablemente ya no estemos en España, ni siquiera en Europa. Lo que puede verse a nuestro alrededor es una celda, parecida al lugar donde nos encerró Azazel, pero más sofisticada: todas las paredes, incluso el suelo y el techo, están recubiertas de planchas del material del que están hechas las espadas angélicas y demoníacas. Solo un demonio muy poderoso, mucho más que mi madre, podría permitirse algo así.

—La guarida de Nebiros —confirma Kai—. O, al menos, una de ellas.

Guardo silencio un momento. Buscábamos a Nebiros y ya le hemos encontrado. Bien, si ese era el plan, no cabe duda de que ha funcionado. Salvo por el insignificante detalle de que estamos prisioneros, y quién sabe lo que nos harán cuando les hayamos contado lo que sabemos… o si no se lo contamos.

«Bien», respondo, intentando poner en orden mis ideas, «y, si nos han traído aquí para interrogarnos, ¿por qué seguimos en esta celda?».

Kai sonríe de esa manera, entre traviesa y taimada, que ya conozco tan bien.

—Porque Nebiros es un demonio muy ocupado, y los esbirros que nos han capturado probablemente tardarán aún un poco en hablar con él para comunicarle que nos han atrapado. Y eso nos da una oportunidad.

«¿Ah, sí?», interrogo. No lo pillo.

—Claro —asiente él—, porque yo estoy atrapado aquí dentro, pero tú no.

Vale, ya lo he pillado.

«¿Quieres que vaya a dar una vuelta por ahí a ver qué puedo averiguar? ¿Y qué se supone que debo buscar?».

—Todo: quiero saber dónde estamos, cuántos demonios hay en el edificio, qué clase de lugar es este y si Nebiros o su socio se encuentran en él. Intenta no llamar la atención, ya sabes: flota por ahí como un fantasma perdido más. Los humanos no pueden verte, y los demonios no se fijarán en ti. Procura escuchar conversaciones, encontrar posibles vías de escape… cualquier información puede resultarnos útil.

«De acuerdo», asiento. Me dispongo a salir de la celda, pero entonces me vuelvo hacia él, con cierta curiosidad. «Oye, tú te guardas un as en la manga, ¿no?», le pregunto, intrigado. «Quiero decir que, cuando mi madre nos encerró, te subías por las paredes de frustración, y ahora pareces muy seguro de ti mismo. Y no es por nada, pero si el resto del edificio es como esta habitación, me temo que va a ser más complicado escapar de aquí que de Villa Diavola. Así que tiene que haber algo que no me has contado. ¿Es así?».

Kai sonríe y se encoge de hombros.

—Es solo una intuición. De todos modos, y por si acaso, no estará de más que vayas a investigar. Y date prisa, que tenemos poco tiempo antes de que venga alguien y te eche en falta.

«Vale, vale, ya me voy», refunfuño.

Atravieso limpiamente la pared y salgo al corredor. Es tal como sospechaba: esto no es un antiguo palazzo a medio reformar, es un edificio moderno, de pasillos inmaculados iluminados por una luz fría, aséptica. Recorro el piso, pero no veo ninguna puerta que lleve a la calle. Las puertas de las habitaciones, también blancas, llevan en su mayoría a almacenes o a celdas parecidas a la nuestra. Todas están vacías, por el momento, y esto es inmenso, así que pronto me aburro, dejo de curiosear y empiezo a buscar una salida.

No tardo en darme cuenta de que estamos en un sótano. Todas las indicaciones de salidas de emergencia llevan a escaleras ascendentes, de modo que floto más arriba, atravieso el techo y aparezco, esta vez sí, en una amplia sala acristalada, iluminada por la luz solar. Miro a mi alrededor: es la recepción de un edificio enorme, moderno y lujoso. Floto por encima de la recepcionista, que es humana y no me ve, y examino el logotipo que ocupa media pared: Edén Pharmacorp. Una empresa de servicios farmacéuticos, administrada, sin duda, por demonios. Por un demonio en particular, supongo yo. Recorro el edificio, impresionada. Gente elegante, controles de seguridad, tecnología punta, y todo es enorme, nuevo y reluciente. Detrás de esta empresa hay mucha pasta, se nota. Si es una sucursal, no quiero ni imaginar cómo debe de ser la sede principal. Y si es la sede principal, nos hemos metido en la boca del lobo, porque ya empiezo a imaginar qué están haciendo aquí.

Para ser sinceros, no lo sospecharía de haber entrado como un visitante cualquiera. Pero el caso es que en el sótano de este edificio hay celdas especiales para retener a demonios o a ángeles, y que los que nos han traído aquí no parecían precisamente hermanitas de la caridad. Por lo demás, todo en este lugar parece absolutamente normal. En el primer piso hay despachos, salas de juntas y poca cosa más. La gente entra y sale, arregla papeleo, trabaja en el ordenador, habla por teléfono…, la típica actividad de las oficinas, vaya. Hablan inglés con un acento curioso. En una sala de reuniones localizo una bandera canadiense, con lo cual me hago una idea un poco más aproximada de dónde hemos ido a parar.

Nada de demonios por el momento.

Floto hasta el piso segundo. Aquí hay laboratorios: montones de gente en bata, entre probetas y microscopios. También son todos humanos. Y me imagino que lo que están haciendo es trabajar en medicamentos totalmente legales, nada tan peligroso como un virus letal. De lo contrario, no estarían aquí, tan panchos. De ser este el lugar donde Nebiros juega a destruir a la humanidad, tendría su joya de la corona oculta en algún laboratorio bastante menos accesible.

Sigo sin ver demonios.

Inquieto porque ya me estoy alejando demasiado y el vínculo con Kai empieza a hacerse notar, me elevo hasta el tercer piso.

Et voilá. Esta zona parece mucho más restringida, hay controles de seguridad, la gente necesita unos pases especiales para entrar… y hay un laboratorio para el que se necesita nada menos que pasar un escáner de retina. Sí, sí, esas cosas que solo se ven en las películas. Creo que estoy empezando a acercarme a algo importante.

Porque aquí sí que hay demonios. Unos cuantos, trabajando codo con codo con los humanos, como si fueran parte del equipo. Nadie podría distinguirlos de la gente corriente, pero yo, que puedo ver el brillo de sus ojos y la sombra de sus alas, los reconozco. Hay varios laboratorios, uno detrás de otro, y en cada nivel la seguridad es mayor, y hay cada vez más demonios y menos humanos. Esta gente no debe de tener una idea muy clara de lo que está haciendo. Dudo mucho que ningún humano colaborase voluntariamente en la creación de un virus que va a exterminar a toda la humanidad.

Kai tenía razón. Soy un fantasma, y ni toda la seguridad del mundo puede detenerme. Floto muy pegado al techo, atravieso puertas y paredes, y nadie me presta atención. Solo un demonio alza la mirada y me ve; pero se limita a torcer el gesto un momento, como haría alguien que acabase de ver corretear una cucaracha por un rincón: algo desagradable y molesto que solo esperas toparte en los edificios antiguos. Sin embargo, finge que no estoy ahí, porque está rodeado de compañeros humanos y, claro está, no puede decirles que ha visto un fantasma.

Sigo explorando impunemente. Por el momento no me he topado con ninguno de los demonios que nos han capturado en Madrid. Por si acaso, permanezco alerta.

Al fondo del pasillo hay un último control de seguridad. Atravieso la puerta tranquilamente y me topo con una pequeña recepción en la que trabaja una secretaria humana. Me acerco con curiosidad. Hay una puerta al fondo tras la que se oyen, muy tenuemente, dos voces que hablan en lenguaje demoníaco. Las paredes amortiguan la conversación, que la secretaria ni siquiera es capaz de captar, pero para mis sentidos amplificados de fantasma no hay lugar a dudas. Además, juraría que conozco una de las dos voces.

No puedo arriesgarme a aparecer por la puerta. Levito aún más alto, hasta atravesar el techo y llegar a la siguiente planta del edificio. Aparezco en un pasillo y avanzo un poco hasta cruzar una pared. Llego a un pequeño almacén, que debe de estar situado, calculo, justo encima del despacho donde hablan los demonios. Entonces, lentamente y con precaución, desciendo bocabajo —es más fácil de lo que parece, puesto que ya no estoy sujeto a las leyes de la gravedad— para asomar solo la cara por el techo de la habitación que me interesa espiar.

Tenía razón en mis suposiciones: es un despacho. Un despacho de lujo, con un amplio ventanal, con un escritorio inmenso y una moqueta inmaculada. Y de pie en medio de la estancia hay dos demonios. Como se les ocurra levantar la cabeza, verán mi cara en el techo, y supongo que, me reconozcan o no, no les parecerá un comportamiento demasiado normal en un fantasma perdido.

Así que me preparo para apartarme en cuanto muevan el cuello, pero, hasta entonces, puedo escuchar lo que dicen.

Uno de ellos es el jefe del grupo que nos ha traído hasta aquí. El otro es un demonio con una extraordinaria aura de poder. Solo le veo desde arriba, pero su encarnación humana es la de un hombre de unos cincuenta años, cabello gris, hombros anchos y estatura media. Desde aquí no puedo estar seguro, pero parece impecablemente vestido, a uego con el despacho. Si no es el dueño de la empresa, es uno de sus directivos, estoy segura. Presto atención a la conversación:

—¿Por qué lo has traído aquí? ¡Dejé bien claro que había que eliminarlo, no capturarlo!

—Disculpad mi torpeza, mi señor —se excusa el esbirro—. Lo localizamos en Florencia, pero allí estaba bajo la protección de madonna Constanza, y no sabíamos hasta qué punto ella…

—Eso ya lo sé —interrumpe el jefe, seco—. Pero abandonó Florencia, ¿no es así? ¿Por qué sigue vivo, Valefar?

El esbirro respira hondo.

—Corren rumores de que un demonio poderoso intercedió por él ante madonna Constanza —dice con precaución—. Y, por otro lado, lo primero que hizo al llegar a España fue contactar con los ángeles combatientes. Tememos que haya podido hablarles de nosotros. Pensé que sería interesante averiguar cuánto sabe, y quién más lo sabe. —El otro se queda mirándolo sin decir nada—. Kai trabaja para alguien —prosigue Valefar, visiblemente incómodo—. No se trata de un asunto de propiedad, como ha pretendido hacernos creer.

—Eso ya lo sospechábamos —murmura su jefe—. ¿Y qué?

Valefar parpadea, perplejo.

—Mi señor… pensé que tal vez querríais interrogarlo. Quizá esté dispuesto a revelaros lo que ella no quiere contaros. —¿Ella? Sigo escuchando, interesado—. Parecía bastante dispuesto a hablar —añade Valefar—. Quizá no haya que presionarlo mucho para que nos revele el nombre de su señor. —Reconozco que esa información me sería de mucha utilidad. Pero te envié a que averiguaras quién está detrás de la Recreación, y en lugar de eso me traes a un demonio menor… ¡precisamente aquí! ¿No podías interrogarlo en otra parte?

—Mi señor Nebiros —murmura Valefar, pronunciando por primera vez el nombre de su interlocutor y confirmando mis sospechas acerca de su identidad—, imaginé que querríais interrogarlo personalmente. Además… con todos mis respetos, no imaginé que Kai supusiera un problema. Vuestra otra prisionera es mucho más peligrosa y, sin embargo…

—No cuestiones mis decisiones, Valefar —replica Nebiros con frialdad—. Los motivos por los que la retengo aquí no son de tu incumbencia —se detiene un momento para reflexionar—. Está bien —acepta finalmente—. Vigila a Kai y tráemelo por la noche, cuando todos se hayan ido. Hablaré con él entonces.

El esbirro se inclina ante él y se dispone a retirarse. Sin embargo, antes de salir por la puerta, se vuelve un momento para añadir:

—Señor… tal vez deberíais saber que Kai no estaba solo.

Nebiros se gira para mirarlo.

—¿Ah, no?

—El muchacho al que matamos en Berlín… El hijo de Iah-Hel… el primero de los recreados…

—¿Sí? ¿Pretendes decirme que no está muerto? —Su voz tiene un tono peligroso que me hace estremecer.

—Oh, no, señor, sí lo está. Pero es un fantasma anclado al mundo de los vivos. Y Kai es su enlace.

Nebiros tarda en responder.

—Interesante —comenta—. Eso explica por qué fue a ver a madonna Constanza. Aun después de muerto, el chico sigue investigando sus orígenes. Kai no lo habría hecho por mera curiosidad. De modo que te los has traído a los dos, a Kai y al fantasma… ¿Te has asegurado de vigilarlos bien para que el no husmee donde no debe?

Doy un respingo y saco la cabeza de la habitación. Aún me llega la voz amortiguada de Valefar:

—No se me ocurrió… pero, con todos mis respetos, ¿qué puede hacer el? No es más que un espíritu… Y no importa lo que pueda descubrir, porque no puede salir de aquí mientras mantengamos prisionero a su enlace.

—Aun así, convendría que fueses a comprobar qué hace.

No aguardo más. Me alejo pasillo abajo y, a una distancia prudencial, desciendo de golpe los tres pisos hasta llegar de nuevo al sótano. Una vez allí, atravieso rápidamente las habitaciones en busca de la celda de Kai. Almacén, celda vacía, celda vacía, cuarto de baño, celda vacía, almacén, celda vacía, celda vac… un momento.

Me detengo en seco porque la habitación que acabo de atravesar no estaba vacía. Vuelvo sobre mis pasos y cruzo la pared para volver a entrar.

En efecto, allí, acurrucada en un rincón, hay alguien. Alguien que detecta mi presencia y alza la cabeza para dirigirme una mirada repleta de luz.

La prisionera de la celda es el ángel más bello que he visto en mi vida. Su rostro, pálido y despejado, enmarcado por una larga melena de cabello castaño que se riza en las puntas, está lleno de tristeza y de dulzura al mismo tiempo. Sus ojos claros me sonríen a la vez que su boca. La luz de sus alas está un poco apagada, pero es el resplandor blanquecino de las alas de un ángel, no cabe duda. Lleva puesto una especie de camisón y se cubre con una gruesa chaqueta de lana azul, como si tuviese frío. No sé cuánto tiempo lleva aquí atrapada, pero no le está sentando bien.

«Hola», le digo, impresionado. Me callo enseguida en cuanto recuerdo al ángel del bar de Berlín, y la miro, preocupado. Pero ella tiene muy claro quién es y quién soy yo.

—Hola, espíritu perdido —me saluda con una sonrisa—. ¿Qué haces aquí?

«Solo estoy explorando un poco», respondo con cierta timidez. No puedo dejar de mirarla. No solo porque, incluso en medio de esta situación, sigue siendo hermosísima y radiante, sino porque estoy convencida de haberla visto en alguna parte. «Pero no estoy perdida», prosigo. «Mi enlace está por aquí cerca. Es…», dudo un momento antes de añadir. «… es otro prisionero de Nebiros. Como tú, creo».

Me mira con ligero asombro.

—Sabes muchas cosas para ser un fantasma. —Hace una pausa y pregunta, cautelosa—: ¿Sabes acaso quién soy yo?

Una parte de mí lo sabe. O lo recuerda. O las dos cosas.

«Te he visto en algún sitio», reconozco. La observo con mayor atención.

Y entonces recuerdo dónde.

No hace mucho. Después de mi muerte. En Florencia. En un museo. En un cuadro. La Anunciación, de Botticelli.

Intento hablar, pero las ideas se acumulan en mi mente y no soy capaz de hilar una frase coherente. El ángel sonríe.

—Me llamo Gabriel —confirma con sencillez.

«¡Gabriel!», exclamo, atónito. «¡El arcángel! Pero… pero… ¿qué haces aquí? ¿Cómo es que te han capturado? ¿Y por qué?».

Ella cierra los ojos, en un gesto de cansancio y dolor. Un gesto que amás tendría que haber marcado el rostro de ningún ángel del mundo, y mucho menos de uno como Gabriel.

—Es una larga historia —responde. Entonces se abre un poco la chaqueta de lana y se yergue, mostrándome algo que lo resume todo.

Está embarazada.

«Pero… pero…», murmuro. De nuevo, cientos de pensamientos cruzan mi mente. Sin embargo, por encima de las múltiples preguntas que se me ocurren, florece la indignación: «Pero ¿cómo pueden tenerte aquí prisionera, en tu estado? ¿Cómo se atreven a tratarte así? ¿Y si le pasa algo al bebé?».

Gabriel sonríe de nuevo.

—El bebé estará bien —me tranquiliza—. Sois fuertes, lo sé.

La miro de nuevo, de pronto consciente de las implicaciones de sus palabras.

—Yo también te he reconocido —me explica suavemente—. Conocí a tu padre, Iah-Hel. Lamento verte así. Eras muy joven: ¿catorce años, quince…?

«Dieciséis», acierto a decir, todavía perplejo.

Gabriel suspira.

—Qué rápido pasa el tiempo —murmura—. ¿Qué te sucedió?

«Me asesinaron los matones de Nebiros», le informo. Por su rostro cruza una sombra de miedo, y vuelve a envolverse en la chaqueta, como si quisiese proteger a su bebé de alguna amenaza invisible. Lo sospechaba desde hace un buen rato, pero este último gesto me lo confirma.

«No vas a dar a luz a un ángel, ¿verdad?», pregunto. Gabriel sonríe y niega con la cabeza.

—Pertenezco a lo que algunos llaman Secta de la Recreación —dice con cierta amargura.

No me atrevo a preguntarle quién es el padre. Es demasiado impactante como para asimilarlo así de golpe.

«Por eso Nebiros te tiene aquí encerrada», comprendo.

Están matando a todos los hijos del equilibrio, y Gabriel va a dar a luz a uno de ellos. Pero no me atrevo a decir esto en voz alta. La tienen prisionera porque quieren matar a su bebé. Es demasiado cruel, o quizá no lo sea tanto, tratándose de un demonio que planea la extinción de la humanidad.

Pero Gabriel entorna los ojos, y un relámpago de ira cruza su rostro noble y puro.

—No es Nebiros quien me mantiene prisionera —afirma con cierta rabia.

La miro, desorientado.

«Entonces, ¿quién…? », empiezo, pero no puedo hablar más. Algo tira de mí, con urgencia, y me saca en volandas de la habitación sin darme tiempo ni de despedirme. Es el vínculo que me une a Kai: me está llamando y no tengo más remedio que acudir a toda velocidad, como un perrillo faldero.

No tengo tiempo de enfadarme, porque enseguida entiendo a qué vienen tantas prisas.

«Convendría que fueses a comprobar qué hace», ha dicho Nebiros.

Mierda. Hablando con Gabriel se me había olvidado por completo que tenía que volver a la celda pero ya.

Atravieso la última pared usto cuando la cara zorruna de Valefar asoma por la puerta. Kai está tumbado bocarriba sobre la litera, contemplando el techo con gesto aburrido. Le echa un vistazo indiferente. Valefar frunce el ceño y echa una mirada circular. Me localiza flotando en una esquina. Asiente, satisfecho, y vuelve a marcharse.

Kai aguarda aún unos instantes antes de preguntar, en un susurro:

—¿Te han visto, o qué?

«No, pero Nebiros no tiene un pelo de tonto», respondo, aún impactado. «Y quédate tumbado, porque tengo cosas increíbles que contarte».

—No puede ser más increíble que lo de Metatrón encerrado en una pirámide maya —observa mi enlace.

Sonrío.

«Pues casi. Adivina a quién tienen prisionera en este mismo sótano».

Le cuento en pocas palabras todo lo que he averiguado. Kai me mira, perplejo.

—Sí que tiene ventajas ser un fantasma —comenta—. Estoy empezando a sospechar que Nergal tiene toda una legión de espíritus husmeando para él.

«Vuelves a menospreciar mi talento natural», replico dolido. «Reconoce, simplemente, que soy bueno en esto. Se me da bien averiguar cosas y hablar con personas importantes. En cambio, tu contribución a la investigación está siendo de una pasividad antológica. Todo lo que has hecho últimamente es dejarte atrapar, dejarte encerrar, dejarte disparar…».

—Al menos, no me he dejado matar.

«Vale, tocado y hundido», reconozco refunfuñando. «Pero eso no es lo importante ahora: prepárate para un largo interrogatorio con Nebiros. ¿Ya sabes lo que le vas a decir? Te va a preguntar lo que Gabriel no le ha dicho en todo el tiempo que lleva prisionera. Y a saber lo que le han hecho a la pobre».

—No le han hecho daño porque no les conviene —responde Kai, con un brillo de astucia en la mirada.

«¿Por qué no?».

—Ata cabos, Soo. El Grupo de la Recreación. Gabriel está embarazada.

«Sí, ya he deducido yo sólita que el orgulloso papá tiene ojos rojos y alas negras», gruño.

«Pero…».

—Piensa: de mí quieren saber quién me envía. A Gabriel le habrán preguntado o bien por el líder de su grupo, o bien por el padre de su hijo, o bien por los dos, porque es probable que sean la misma persona. Y piensa en que si no me preocupa estar aquí encerrado, es porque sospecho que no nos han mandado aquí por casualidad. Piensa en quién nos ha enviado y saca conclusiones.

Ah, no, no puede ser. La cara que pongo debe de ser todo un poema, porque Kai asiente, satisfecho.

—Astaroth es el padre del hijo que espera Gabriel. Lógicamente, toda esta investigación sobre Nebiros tiene como objetivo localizarla a ella. Si Nebiros la secuestró, y son pareja, o al menos lo fueron para engendrar un hijo humano, está claro que debe de haberse vuelto loco buscándola.

Anda, claro. Por eso parecía tan desesperado cuando me insistió en lo importante que era localizar a Nebiros. Sin embargo, entiendo de pronto algo más, una intención oculta en las órdenes de Astaroth que hasta ahora me había pasado desapercibida.

«… ¡Y nosotros éramos el cebo!», exclamo, desconcertado. «¿Crees, entonces, que nos envió a investigar para alertar a Nebiros y que este nos llevara hasta su guarida? ¿Somos un señuelo, y eso quiere decir que estaba pendiente de lo que hacíamos, porque podíamos guiarle hasta Gabriel?».

—La misma Gabriel es un señuelo para desmontar el Grupo de la Recreación. Solo un demonio poderoso se emparejaría con Gabriel, que es uno de los arcángeles más importantes. Capturando a Gabriel, Nebiros esperaba localizar al líder del grupo, guiarlo hasta una trampa, acabar con él, bien matándolo, bien denunciándolo a Lucifer, y así descabezar a los únicos que pueden dar al traste con su plan de exterminar a todos los humanos.

«¿Y entonces?», pregunto, perplejo. «¿Astaroth nos ha estado siguiendo y vendrá a rescatar a Gabriel y, de paso, a nosotros? Y si cae en la trampa de Nebiros, ¿qué?».

Kai sonríe y vuelve a tenderse sobre la litera.

—Bueno —responde—, pasará lo que tenga que pasar. Por el momento, se está haciendo tarde y la gente que trabaja en el edificio pronto se irá a casa. No tardarán en venir a buscarnos para nuestra cita con Nebiros.

«¿Y qué le vas a decir?», pregunto. «¿Vas a delatar a Astaroth? ¿Después de los esfuerzos que ha hecho Gabriel por encubrirle?».

Kai suspira.

—Estos ángeles —comenta—, siempre tan nobles y tan leales, incluso cuando se trata de proteger a un demonio. Lamentablemente, yo no estoy hecho de la misma pasta.

«¿¡Le vas a decir lo que quiere saber!?», le grito, provocándole en la cabeza esa irritante molestia que tanto detesta.

—Baja la voz —gruñe Kai—. Quedamos en que no volverías a gritar, y además, si no tienes cuidado, los demonios pueden oírte. En cuanto a tu pregunta… no, solo estaba bromeando. Nos conviene alargar el interrogatorio todo lo posible. Si Astaroth nos ha seguido la pista y está de camino, hay que darle tiempo a que llegue. Así que he cambiado de idea: no le voy a contar todo lo que sé. Al menos, no al principio.

Parece muy seguro de sí mismo, pero a mí me pone de los nervios no saber qué es lo que va a pasar. Si Kai está en lo cierto, tanto Astaroth como Nebiros se han tendido una trampa el uno al otro. ¿Quién caerá primero?

Y lo peor de todo es que hay todavía incógnitas por resolver, un punto oscuro en esta trama que no hemos resuelto todavía.

«No es Nebiros quien me mantiene prisionera», ha dicho Gabriel.

Entonces, ¿quién?

«Creo que voy a hablar con Gabriel», anuncio, pero Kai se incorpora y me detiene, con un brillo de advertencia en la mirada.

—No —replica—. Se está poniendo el sol. No tardarán en venir a buscarnos.

Y no le falta razón. Apenas unos minutos después, aparecen Valefar y varios demonios más. Sacan a Kai a punta de espada y no le quitan ojo de encima. Pero lo cierto es que mi enlace no es ahora muy peligroso, ya que le han quitado su espada y no podría defenderse si lo atacaran, además, aún no estoy seguro de que sea capaz de regresar al estado espiritual. Él dice que sí, pero yo todavía no lo he visto, y hemos viajado a todas partes en avión. Si Kai está atrapado en un cuerpo humano, como todos los ángeles, como muchos demonios, no tiene modo de escapar. Aun así, nuestros captores lo vigilan de cerca.

Llegamos hasta un ascensor que solo funciona con una clave de seguridad. En apenas unos minutos estamos ya en el último piso. Nos conducen al enorme despacho que ya conozco. Una vez allí, Valefar se pone unos gruesos guantes, saca una bolsa de tela de un armario y extrae de ella unas esposas que brillan con una luz siniestra que me resulta familiar. Kai abre mucho los ojos, alarmado.

—No se te ocurra ponerme eso —le advierte, pero Valefar se encoge de hombros.

—Lo siento, son normas de la casa.

Kai trata de zafarse, pero pronto se encuentra con cinco espadas apuntando a su cuello, y no le queda más remedio que permanecer inmóvil mientras Valefar le arranca la chaqueta para dejar sus muñecas desnudas y le coloca las esposas. Kai lanza un grito de dolor. Revoloteo en torno a él.

«¿Qué es eso? ¿Por qué te duele?», pregunto, inquieta.

—Es un instrumento hecho del mismo material que nuestras espadas —responde Valefar mientras engancha las esposas a una cadena similar que ajusta a la pared—. Es solo por seguridad. Naturalmente, la argolla a la que está encadenado tiene una sujeción que cualquier demonio podría romper de un simple tirón… si es capaz de aguantar el dolor de entrar en contacto con la cadena y las esposas. Más de uno ha muerto intentándolo, así que te recomiendo que te quedes quieto, Kai. Si te portas bien, el dolor será soportable. Cualquier movimiento brusco lo convertirá en una auténtica agonía.

Kai respira hondo, se yergue en el sitio y le dispara una mirada malhumorada. Las esposas le rozan la piel, y su rostro revela, aunque trate de ocultarlo, que le hacen mucho daño. Empiezo a comprender por qué ni los ángeles ni los demonios tienen una palabra para definir el material con el que fabrican sus espadas: el único instrumento que puede matarlos, el único que puede causarles daño. Para ellos, es la muerte. Puede que se trate de una especie de tabú. Por eso me sorprende que lo manejen con total naturalidad para crear muchas otras cosas que no son espadas.

Kai parece estar pensando lo mismo que yo, porque comenta, con toda la frialdad de la que es capaz dadas las circunstancias:

—Cuánto derroche; incluso yo recuerdo los tiempos en que las espadas de los enemigos caídos solo generaban nuevas espadas.

Valefar vuelve a encogerse de hombros.

—Gracias a la Plaga, tenemos superávit de espadas angélicas —responde—. Podemos permitirnos estos pequeños caprichos.

Se calla enseguida cuando detecta un movimiento en la puerta. Nos volvemos todos a una:

Nebiros acaba de entrar.

 

 

Like this story? Give it an Upvote!
Thank you!

Comments

You must be logged in to comment
yuhiyuhi
#1
Chapter 15: TnT eso le hace mal a mi corazon... - solloza- parezo una loca llorando... Que pasa con kai?.. Quiero saber si se ven... Ay diooooo - llora como huérfana-
Hysterietize
#2
Magnifico fan fic he encontrado hoy.
Te agradezco por adaptarle, está demasiado bueno.
Además de que madonna Constanza posee mi mismo nombre, me ha encantado mucho más.
lleeann #3
Muy bien un fic en español :) le dare una leida y te comento ;)