15 ¡UNA POLÍGLOTA!

Lo Nuestro Es De Otro Planeta
 

Un par de horas después estaban las tres metidas en el coche camino del apartamento que la madre de tiffany tenía en la playa.

Victoria seguía enfadada por haber tenido que esperar tantas horas. Tiffany, sentada al volante, apenas articulaba palabra. La tensión entre las amigas podía palparse en el ambiente. La única que parecía encantada con la excursión era tae, quien les amenizó el viaje con múltiples exclamaciones.

« ¡Qué bonita la autopista! Es más rudimentaria de lo que pensaba».

« ¿Eso de ahí es una fábrica? ¿Creéis que los trabajadores tienen un salario digno?».

« ¿Y qué fabrican? ¿Fabricarán misiles ahí?»

« ¿Os habéis fijado en las luces del peaje? ¡Son alucinantes!».

Y así las casi dos que transcurrieron hasta que llegaron al pueblecito de Tarifa. Corría el viento cuando se bajaron del coche y se dirigieron hacia el bloque de apartamentos. Tiffany tuvo que luchar para apartarse el pelo de la cara y recoger su mochila del maletero. Gruñó con enfado al intentar coger a pulso la maleta de su amiga.

— ¿Qué has metido dentro? ¿Un burro? —rezongó tras dejar caer la maleta.

Victoria puso los brazos en jarra.

—Si vamos a estar aquí casi una semana, tengo que estar preparada.

— ¿Preparada para qué? ¿Una alarma nuclear?

Victoria no se molestó en contestar. Se dirigió a tae. Le dijo: «Es por aquí» para indicarle el camino, pues le dio la sensación de que estaba algo desorientada. Tae contemplaba el horizonte como si nunca hubiera visto nada parecido. Los colores se difuminaban. Anaranjados y rosas indicaban que el sol empezaba a morir en brazos del mar. Pronto se retiraría para volver a nacer justo en el otro extremo del planeta.

— ¿tae? —le preguntó Victoria acercándose a ella con lentitud.

Se colocó a su lado en silencio y las dos mujeres permanecieron unos segundos admirando un mar embravecido por el viento. Hacía remolinos en la arena y encrespaba las olas provocando que rompieran con furia contra la orilla.

—Nunca me cansaré de mirarlo.

— ¿El mar?

—Sí, es tan impresionante… En Lux 2 no tenemos nada parecido. Podría quedarme mil vidas lux contemplándolo.

Victoria esbozó una sonrisa. No podía calcular cuántas vidas serían mil vidas lux, pero tampoco le interesaba demasiado entrar a debatir estas rarezas de su nueva amiga. Aunque tae estaba en lo cierto, el mar se encontraba rabiosamente precioso ese día. De un azul añil y grisáceo que luchaba por confundirse con el horizonte. Rodeó con su brazo a su amiga y la estrujó un poco contra ella:

—Si te quedas a vivir aquí, podrás contemplarlo tantas veces como quieras —le dijo—. Venga, movámonos o despertaremos a la fiera —añadió señalando a tiffany, que luchaba para arrastrar el pesado equipaje hasta la entrada del edificio.

El apartamento de playa de la madre de tiffany era perfecto para ellas. Tenía tres habitaciones, por lo que no hizo falta plantear el sempiterno debate de quién dormiría con quién. Cada una ocupó una alcoba y tiffany se instaló en la principal. Dejó su mochila y su ordenador sobre la cómoda y se tumbó en la cama, estirando todo el cuerpo.

Se encontraba agotada. El día había sido muy largo y sintió que podría pasar sin cenar y dormir sin interrupciones hasta el día siguiente. Pero Victoria estaba hiperactiva. A pesar de su humor taciturno, a los pocos minutos de haber llegado a la casa golpeó con los nudillos la puerta demandando su atención.

— ¿Nos vamos a cenar o qué? ¡Estoy muerta de hambre!

Tiffany se llevó las manos a la cara. Tenía que trabajar, debía hacerlo, pero no encontraba las fuerzas necesarias para frenar el huracán Victoria. « ¡Ya va!», replicó con enfado. Se incorporó de mala gana y salió a la zona común del apartamento.

Su amiga ya tenía el bolso en la mano, la estaba esperando. tae no estaba por ninguna parte.

— ¿Dónde está tae?

—En su habitación, contemplando el mar. La tiene hipnotizada.

—Será mejor que vaya a avisarla.

Tiffany fue hasta la alcoba que ocupaba la supuesta extraterrestre y se encontró la puerta entreabierta. Tae había dejado su bolsa de equipaje sobre la cama, se fijó en que ni siquiera la había vaciado. La vio de pie frente a la ventana, estaba abierta y una suave brisa hinchaba las cortinas de hilo y revolvía su bonita melena retirándola hacia su espalda. Era una escena preciosa, casi como contemplar a la mujer que Van Gogh había inmortalizado en un lienzo, pero tiffany se sintió como el polizón que se cuela en un sitio al que no ha sido invitado.

Tae se encontraba tan absorta en su contemplación del mar que carraspeó para hacerle notar su presencia. Esto provocó que se girara y le dedicara una radiante sonrisa.

—Es precioso, ¿verdad? —afirmó sumiéndose de nuevo en las vistas.

Aquella era la alcoba mejor ubicada de la casa. Tenía una panorámica del mar que cortaba la respiración. Ahora que la noche había caído solo podían verse las estrellas recortadas contra un horizonte oscuro y la Luna estaba llena, presidiéndolas a todas ellas.

Tiffany se acercó lo suficiente a tae para quedarse hombro con hombro a su lado. La contempló de reojo, preguntándose en qué estaría pensando o si alguna de aquellas estrellas que salpicaban el firmamento le recordarían a su casa, donde quiera que fuera eso.

— ¿Puedes ver tu planeta desde aquí? —se interesó.

—No. —La voz de tae se tiñó de melancolía—. Pero puedo decirte donde está. Allí, ¿ves?

Tae tomó con suavidad el brazo de tiffany y lo dirigió hacia un lugar del cielo. Este simple contacto hizo que su corazón se acelerara sin motivo. Podía oler la fragancia que emanaba del pelo de tae, de su piel, de su cuello; olía a flores salpicadas por una suave lluvia y tiffany sintió deseos de retener esa fragancia para siempre en su memoria.

— ¿Lo echas de menos? —le preguntó un poco temerosa de obtener una respuesta afirmativa. En el fondo de su corazón deseaba que no extrañara el lugar de donde procedía.

—No —replicó tae negando con la cabeza y bajando la vista como si su sinceridad la abrumara —. A veces me siento extraña entre humanos, pero eso es porque sois una civilización muy joven. La galaxia tiene millones de años y aquí me siento como un torpe elefante. Pero, extrañamente, no lo echo de menos.

—Me alegro.

— ¿Te alegras? —se sorprendió tae.

Tiffany se ruborizó.

—Sí, quiero decir que me alegro de que no estés incómoda aquí. Que te sientas a gusto a pesar de… todo.

—Aunque mis hermanos vendrán a recogerme muy pronto. Puedo sentirlo —le informó tae con cierta tristeza.

Su abatimiento resultó contagioso para tiffany, que no pudo evitar una zozobra extraña en su interior. La miró y quiso transmitirle lo que estaba pensando: «Te echaré de menos», pero no fue capaz de articular ni una sola palabra. Le parecía que sonaría ridículo si lo intentaba. En su lugar, la apremió para que se pusieran en marcha. Victoria ya estaba protestando desde el salón por lo mucho que tardaban.

—Venga, vámonos a cenar —le dijo, tomando su brazo para apartarla de la ventana.

Tae la siguió en silencio.

Optaron por cenar en uno de los múltiples restaurantes del centro de Tarifa, en una tasquita de paredes blancas y motivos marineros en la que los camareros eran especialmente amables. Pidieron tortillas de camarones, atún encebollado y salmorejo de remolacha. Estaba todo realmente exquisito y, sin embargo, tiffany no fue capaz de probar bocado. La conversación que había mantenido con tae en la ventana le despertaba una inquietud desconocida. Se sentía triste y vacía, como si alguien hubiera tallado un hueco en el centro de su pecho o la hubiera desposeído del sentimiento de felicidad. Sus miradas se encontraron en ese momento y tiffany supo que no era la única que sentía dolor ante una inminente despedida.

— ¿Y a ti qué coño te pasa hoy? Tienes una cara de pasa que no puedes con ella —le espetó de pronto Victoria destrozando toda la magia.

La deslenguada de Victoria, como siempre, tenía el don de la oportunidad.

— ¿Y tú me lo preguntas? La que no ha hablado en todo el viaje...

—Eso es porque estaba enfadada y tenía hambre —explicó Victoria—. Pero ya se me ha pasado. Venga, estamos de vacaciones, cambia esa cara. ¿No te alegras de tener unos días libres?

—Es que no tengo unos días libres —replicó tiffany con enfado—. Ya te lo he dicho: tengo que trabajar.

—Sí, sí, lo que tú digas. ¿Y tú qué, tae? Si esta no se apunta, ¿te vienes mañana conmigo a la playa?

—Mañana va a llover —puntualizó tiffany antes de llevarse un trozo de comida a la boca.

Victoria prefirió ignorarla. Tae las miraba como si estuviera disfrutando de aquella batalla dialéctica entre las dos amigas.

—Claro que sí, podemos hacer lo que quieras —replicó tae, siempre dispuesta.

Tiffany sintió que la rabia se apoderaba de ella. Una rabia absurda, adolescente incluso, muy impropia de su carácter. Pero de veras no podía soportar sentirse al margen de los planes. Maldijo a su jefe una vez más, tener que trabajar, que le hubiera arruinado las vacaciones, y se sintió hundida al imaginar cómo serían sus próximos días: tae y Victoria planearían todo tipo de visitas, con o sin lluvia, mientras ella estaría encerrada en el apartamento picando código en su ordenador. Fascinante. Tendría que haberse quedado en Sevilla. Al menos así no sentiría tentaciones de dar por perdida la aplicación de los Duarte. ¿Qué ocurriría si lo hiciera? Si se presentara en su trabajo sin haberla terminado… ¿Qué cara pondría su jefe? ¿La despediría? ¿Le montaría una escena? tiffany no quería ni imaginarlo. Prefirió centrarse en acabar su cena, que ya lucía desangelada y fría en su plato. Pidieron unos chupitos, helado y la cuenta, todas estaban un poco cansadas, y reemprendieron el camino hacia el apartamento con la esperanza de que el día siguiente les deparara un mejor humor a todas ellas.

***

Tiffany fue la que primero amaneció. Estaba todavía oscuro cuando abrió los ojos y quiso aporrear la alarma para poder dormir un par de horas más. Se levantó un poco mareada, fue a la cocina y buscó la lata de café. No había leche ni nada comestible en la casa, así que se lo sirvió solo con dos cucharadas de azúcar para contrarrestar su sabor amargo. Permaneció atenta por si tae ya estaba despierta, pero no pudo escuchar ningún ruido procedente de su habitación o del baño. A lo mejor por fin había conseguido dormir más de una hora diaria, pensó, encogiéndose de hombros.

Encendió su ordenador y resignada empezó a realizar los cambios que su jefe le había remitido la noche anterior a su correo electrónico. Eran tantos que sintió que se mareaba solo de revisarlos someramente. ¿Cómo iba a conseguir hacerlos en menos de una semana? Sería algo épico, como una epopeya griega, lograr algo así en tan poco tiempo.

Fundamental, young. Fundamental.

A pesar de todo, se puso manos a la obra e intentó concentrarse durante las tres horas que transcurrieron hasta que se escucharon los primeros sonidos de vida en el apartamento. Procedían de la puerta y tiffany frunció el ceño sin comprender. ¿Alguien había salido? ¿Quién? Ella no había escuchado nada.

Dejó el ordenador a un lado, sobre la cama, y se encaminó hacia la puerta para ver de quién se trataba. Tenía que ser tae haciendo uno de sus trucos de magia para entrar y salir de los sitios sin disponer de llaves. No podía ser nadie más, imposible, ¿verdad? Entonces sus ojos se abrieron de puro terror.

— ¿Mamá?

— ¿tiffany?

Las dos mujeres se miraron anonadadas. Su madre dejó caer la maleta al suelo ruidosamente. Tom, su pareja, estaba detrás de ella. Se agachó a recogerla con la serenidad que lo caracterizaba. — ¿Qué haces tú aquí? —dijo tiffany.

— ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

— ¡Me dijiste que la casa iba a estar libre en Semana Santa! Te dije que vendría a pasar unos días con Victoria.

Rocío, la madre de tiffany, intentó hacer memoria en el transcurso de unos segundos. Después se quedó pálida, tras haber recordado aquella conversación con su hija unas semanas atrás.

—Eso te dije, ¿no? —replicó con la cara descompuesta.

— ¡Sí! Eso me dijiste —masculló Diana—. Que Tom y tú preferíais pasar estos días en Sevilla para ver las procesiones de Semana Santa.

—Bueno, pues hemos cambiado de idea —afirmó Rocío, muy entera—. Al final decidimos venir y si acaso acercarnos a las de Cádiz.

Tiffany no podía creerlo. Miró a Tom, que se encogió de hombros, el bueno de Tom, corpulento como era, un hombretón inglés que parecía querer esconderse en una madriguera para evitar que le salpicara aquella tormenta.

Este cambio de planes la desconcertó tanto que no supo qué contestar. Pero no debía sorprenderse, la improvisación formaba parte del ADN de su madre. Rocío era una persona olvidadiza y volátil, que lo mismo tenía antojo de sol por la mañana que de nieve por la tarde. Habían mantenido la conversación sobre las vacaciones unas semanas antes, pero, conociendo a su progenitora, debería haberla llamado para recordárselo.

Tiffany se cruzó de brazos, molesta con este nuevo inconveniente.

—Pues a ver qué hacemos ahora —dijo.

— ¿Pues qué vamos a hacer? Hay tres habitaciones. Podemos repartirlas. Victoria y tú os quedáis en las dos que sobran —sugirió Rocío con desparpajo. Estaba encantada de poder pasar unos días con su única hija.

Tom asintió vigorosamente con la cabeza, contento de atisbar una luz al final del túnel.

—Ya, el problema es que no somos dos, sino tres. tae está aquí.

Rocío tardó un momento en comprender lo que su hija le estaba diciendo. Cuando lo hizo, su cara se iluminó por completo.

— ¿Has traído a tu novia? ¿Por fin voy a conocerla? ¡Ay, hija, qué alegría! —le dijo estrujándola en un abrazo.

—No es mi novia —protestó tiffany molesta, aunque no tuviera esperanza alguna de que su madre entrara en razón.

En eso era clavada a su padre: ninguno de los dos escuchaba cuando no les interesaba.

Rocío empezó a hacer planes desde ese mismo momento y tiffany la contempló dando órdenes como un coronel del ejército. A Tom le pidió que metiera la maleta en la alcoba de matrimonio y a tiffany le sugirió un fantástico reparto de habitaciones:

—Tae y tú podéis dormir en la habitación de las dos camas, ya lo resolveremos —dijo guiñándole un ojo—. Si es preciso, las juntamos. No, no me mires así, que no soy una antigua. Los jóvenes necesitáis también vuestro espacio. Y Victoria que se quede con la otra. ¡Va a ser estupendo! ¡Me hace muchísima ilusión que pasemos juntos estas vacaciones!

Era como un tren descarrilado. Tiffany intentó cortar su verborrea en varias ocasiones pero no fue capaz; su madre ni siquiera le prestaba atención. La vio quitarse la chaqueta, remangarse e ir a la cocina a colocar unas bolsas de comida que habían comprado en el supermercado. Observó a Tom, atareado en ayudarla a colocar todos los productos en la nevera y los armarios de la cocina. Y le pareció estar hablando para un fantasma porque no había manera de que la escuchara. Hasta que estalló por completo.

—Mamá, ¿quieres podrías escucharme un momento, por favor? —le pidió, desesperada.

Su madre y Tom dejaron de colocar víveres. Se quedaron muy quietos, con los ojos muy abiertos. Parecía que por fin la escuchaban.

—Solo… escúchame un instante, ¿vale?

—Claro que sí, hija, ¿Qué crees que estaba haciendo?

Desesperante. Pero prefería no llevarle la contraria porque sabía que no iba a entrar en razón.

Siguió hablando:

—tae no es mi novia, así que no vamos a dormir en la habitación de dos camas ni a juntarlas ni nada parecido. Nos iremos a Sevilla y os dejaremos la casa para vosotros, ¿de acuerdo?

Rocío quiso objetar algo, pero en ese momento apareció Victoria en la cocina. Estaba muy despeinada. El flequillo se le disparaba hacia arriba y tenía los ojos medio cerrados. Se los frotó con una mano y los miró como si acabaran de perder el juicio.

— ¿Qué está pasando? —Dijo en medio de un bostezo—. Hola, señora M. —Así la llamaba siempre Victoria, por la letra de su apellido—. Cuánto tiempo sin vernos.

—Lo mismo digo, cariño. —Rocío se acercó a la joven para saludarla con dos sonoros besos—.

Aquí estamos, discutiendo con la botarate de tu amiga.

—Mi madre no recordaba que íbamos a venir a la playa —le informó tiffany—, y le estoy diciendo que volvemos a Sevilla para dejarles el apartamento libre.

—Yo ya le he dicho que nosotros estamos encantados de teneros aquí, que no hace falta. Hay sitio para todos —puntualizó Rocío con un brillo de esperanza en sus ojos.

—Sí, tiff, hay sitio para todos. ¿Por qué quieres irte? —dijo Victoria.

—Porque… —tiffany se detuvo un momento. Realmente no tenía ningún motivo para irse y al mismo tiempo tenía todos los del mundo. Se le hacía cuesta arriba imaginar sus vacaciones con su madre revoloteando a su alrededor e insistiendo en conocer a su “novia”. Porque estaba segura de que Rocío no cejaría y tiffany no quería poner en un aprieto a tae ni tampoco sentirse molesta a todas horas. Además, tenía que trabajar. ¿Es que nadie podía entenderlo?—. Porque tengo que trabajar. Ya lo sabes.

—Pero eso puedes hacerlo aquí o en Sevilla —repuso Victoria.

—Aquí no voy a poder concentrarme con tanta gente.

—Podéis quedarros unos días y luego irros a Seville —propuso Tom.

Era la primera vez que hablaba, con su afectado acento inglés y sus manifiestos problemas para que las erres rodaran en su paladar.

Las tres mujeres lo miraron como si acabaran de reparar en su presencia.

—Tom tiene razón. Podéis quedaros un par de días y luego os volvéis.

Justo cuando se estaba preguntando dónde estaría tae, la puerta de la entrada se abrió y ella apareció en la cocina con su cara risueña, aunque un poco desconcertada por las nuevas incorporaciones de humanos en el apartamento.

—Hola —saludó con timidez y las mejillas un poco arreboladas.

—Mamá, Tom, esta es tae. Tae, esta es mi madre y su pareja. Tom es inglés.

—Oh, encantada. Mi computadora me señalaba que Tom era... —tiffany negó vigorosamente con la cabeza. No quería por nada del mundo que tae hiciera alusiones a su cajita metálica, su procedencia ni nada que tuviera que ver con su ficticia vida en Lux 2. Por fortuna, tae pareció comprender sus gestos desesperados porque dejó la frase a medias y a continuación dijo—: Nice to meet you Tom!

— ¡Oh! ¡Una políglota! —Afirmó Rocío con entusiasmo, abrazando a tae—. ¡Qué maravilla!

Encantada de conocerte, cariño, y bienvenida a la familia.

Victoria reprimió una carcajada y se ganó un codazo de tiffany.

—Estaba deseando conocerte, tae —siguió diciendo Rocío—. Y qué nombre tan bonito. ¿Es francés?

—No, de Lux.

— ¡Luxemburgués! ¡Qué adorable! Bueno, pues es un placer conocerte por fin. Me han hablado maravillas sobre ti. Te dedicas al montaje de antenas, ¿no?

Parecía claro que sus padres habían hablado tras la cena en casa del señor young.

—Sí, eso creo.

—Fabuloso. Una antenista políglota. ¿Qué te parece, Tom?

Tom les dedicó su mejor sonrisa y tiffany admiró la infinita paciencia del inglés para sobrellevar las extravagancias de su madre. Ya iba siendo hora de que cortara aquella demencia de raíz.

—Bueno, nosotras nos vamos a desayunar algo —dijo—. Fuera —puntualizó al ver la ersa mirada de Victoria—. Acomodaos y luego nos vemos, ¿vale? Sacaré mis cosas de vuestra habitación y ya veremos cómo nos distribuimos después.

—Vale, cariño. Pasadlo bien. En la cafetería de abajo sirven unos cruasanes riquísimos —sugirió Rocío.

Sí, riquísimos…

Tendría suerte si conseguía probar bocado, pensó tiffany con amargura. ¿En qué momento se había metido en aquel lío? ¿Por qué? ¿Por qué no se había quedado en Sevilla?

¡Una políglota!

 

Fundamental, young. Fundamental.

 

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