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Lo Nuestro Es De Otro Planeta
 

—A ver, explícamelo mejor para que yo lo entienda. —Victoria dio una calada a su cigarrillo y puso aquel gesto tan suyo de sospecha—. Dices que volviste a casa después de estar conmigo en la discoteca, ¿y tae te dijo que se larga?

—Así es. El miércoles de madrugada. A las cinco cero, cero. Eso dijo.

Tiffany no deseaba darle más vueltas. Prefería hablar de otro tema. Del buen tiempo o del próximo videojuego que planeaba comprar. Pero Victoria regresaba una y otra vez a él.

Casi se arrepintió de que su refresco estaba a medias. Quería acabarlo cuanto antes, regresar a casa y pasar tiempo con tae. ¿Por qué había aceptado tomar algo con Victoria si lo que deseaba era estar en otro lugar?

Pero no debía engañarse a sí misma. Últimamente, cada vez que estaba a solas con tae, quedaba atrapada en una sensación incómoda, como si un gigantesco tabú pendiera sobre sus cabezas. Parecía que ninguna de ellas quería abordar el tema y, al mismo tiempo, tampoco eran capaces de hablar de otra cosa. A poquitos, tiffany se estaba ahogando entre las cuatro paredes de su apartamento. El techo le parecía más bajo. Las estancias, más pequeñas. El aire le resultaba denso, irrespirable. Por eso agradeció que Victoria le propusiera salir a tomar algo. Pero ahora se estaba arrepintiendo de haber aceptado. Las dos amigas se cayeron en el mismo agujero negro y tiffany cada vez sintieron más ansiedad. Quería zanjar el tema, pero no sabía cómo.

—Pues no lo entiendo. Parece que está huyendo.

—Eso pensó yo. —Tiffany suspiró, no pudo evitarlo—. Pero, ¿Quién sabe? A lo mejor se trata de veras de un extraterrestre.

- ¿Tú crees?

—No, pero a estas alturas ya todo me parece posible.

—Tengo mis dudas de que sea una extraterrestre, tiff —razonó Victoria.

—Pero, si no lo es, entonces está loca.

—Pues sí. Y tú te habrías enamorado de una loca. Teniendo un padre psiquiatra, ¿no te parece algo poético? —Victoria apagó el cigarrillo en el cenicero que reposaba sobre la mesa de la terraza y empezó a limpiar los cristales de sus gafas de sol en el faldón de la camisa—. ¿Sabes? No creo que debas preocuparte. Yo creo que tae siente lo mismo por ti. Se quedará.

Se puso las gafas de sol y extendió la mano para atrapar la de su amiga. Era su manera de tranquilizarla.

—Ya, ¿pero y si se va?

—No se irá.

- ¿Cómo puedes estar tan segura?

—Hazme caso por una vez en tu vida, ¿quieres? tae no se irá a ninguna parte. Y tal vez, en el futuro, tengas la oportunidad de saber la verdad sobre ella. Relájate, ¿vale?

—Pero ...

- ¡Que te relajes, coño ! Te juro que cuando te pones así de histérica me sacas de quicio. —Victoria la miró fijamente—. ¿Tú la quieres?

-Si.

- ¿Aunque no sepas nada de su pasado o quién era antes?

—Su pasado me da igual. Lo que importa es quién es ahora.

—Pues ya está, te tienes que centrar en eso. Adelante, siempre mirar hacia adelante. ¿Qué más da lo que sea si te hace feliz? Y ahora, vámonos, paso de que me contagies tu nerviosismo. ¿Me llamas el miércoles? Aunque sea de madrugada. Me gustaría saber cómo acaba la cosa. Tiffany asintió, aunque no estaba segura de poder cumplir su palabra.

***

Lo intentó de veras. Seguir los consejos de Victoria y permanecer tranquila. Se dijo a sí misma que, de todos modos, era algo que se escapaba a su control. Tae se iría si así lo deseaba y al igual que no se puede controlar una tormenta o un maremoto, ella no podría hacer nada por evitarlo. Pero aun así le costaba aceptarlo.

Se encontraban sentadas en el sofá y no conseguía relajarse. La televisión estaba encendida, pero no prestaba atención al programa. De todos modos, no le interesaba. Se trataba de un concurso de aspirantes a cantantes, uno de tantos, ya daba igual quién ganara, sería un milagro si alguno de ellos conseguía una carrera musical. En cambio, Ada parecía fascinada por el formato televisivo. La música en su planeta era muy diferente o eso fue lo que dijo. A tiffany estas apreciaciones de su compañera ya le traían sin cuidado, se estaba acostumbrando a sus historias sobre naves, planetas, estrellas. Una idea fija ocupaba su mente: eran las once y media de la noche. Se suponía que en pocas horas tae se marcharía. Sin embargo, la miró y vio que parecía tranquila. Había colocado sus escasas pertenencias junto a la puerta. La antena estaba apagada y la cesta de fruta reposaba, ufana, al lado del par de bolsas que tae pretendía llevarse consigo. Tiffany deseó ser una piña, un trozo de sandía o una pequeña y rosada fresa. Cualquier forma de fruta serviría si con ello podía emprender aquel viaje a su lado.

Mientras tanto, tae no parecía darse cuenta de que, si se marchaba, sería como clavarle una daga en el corazón, y su actitud despreocupada conseguía irritarla.

Al final no pudo aguantarlo más. Se levantó del sofá y fingió tener sueño:

—Me voy a la cama —anunció—, estoy cansada.

Por supuesto, todo era mentira. Sabía que no pegaría ojo en toda la noche y que a las cuatro y media de la madrugada estaría en pie, atenta a cualquier señal, preparada para lo que pudiera ocurrir.

Tae le deseó buenas noches y le aseguró que en breve se sumaría a ella, tan pronto acabara el programa.

Tiffany se dirigió entonces a su habitación. Cerró la puerta tras ella, con un nudo en la garganta. Sintió ganas de llamar a alguien, escuchar una voz amiga que la mantuviera entretenida during un rato, pero cambió de idea en el último momento. Decidió que algo de música le ayudaría a relajarse, así que se puso los cascos y conectó su mp3. Casi al final de la segunda canción su móvil empezó a sonar. Era su madre y aunque no tenía ánimo para hablar con ella, acabó contestando igualmente: —Hola, cariño. ¿Qué tal hoy? ¿Conseguiste acabar la aplicación?

Tiffany suspiró.

—Sí, pero al final no la he entregado. Le he dicho a Javier que o me sube el sueldo o me voy. —Se hizo un silencio al otro lado de la línea—. Ya sé que me vas a decir que estoy loca, pero tenía que hacerlo.

—En absoluto —terció Rocío—. Si estoy callada es porque estaba pensando que ya era hora de que lo hicieras.

- ¿Oh yes?

—Creo que has hecho bien. Tú vales mucho más que todo eso, hija. Pero empezaba a pensar que nunca te enfrentarías a él. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

tae. Y un inexplicable cambio interior. Y la reafirmación en ella misma. Una nueva y maravillosa autoestima que tenía que cultivar a partir de ahora para que siguiera creciendo y nunca la abandonara.

Pero todos estos cambios eran difíciles de explicar en pocas palabras, así que solamente dijo:

—Estaba cansada de ser una segundona. Creo que mi trabajo se merece un respeto.

—Claro que sí, cariño, ya verás como todo va estupendamente —la animó su madre—. ¿Qué opina tae de todo esto? ¿Se lo has contado?

—Tae se va mañana, mamá. Bueno, esta noche. - ¿Se va? ¿A donde?

Ojalá lo supiera…

—A su casa. Su familia viene a recogerla.

Rocío parecía haber quedado sin habla. Como madre, conocía a su hija lo suficiente para saber que la marcha de tae era un golpe difícil de encajar. A ella también le entristecía pensarlo.

—Hija, no te preocupes por nada, vas a estar bien.

—Sí, estaré bien —replicó poco convencida de sus propias palabras. Mentir no era complicado. La dificultad estribaba en que el interlocutor se lo creyese—. Duérmete ahora, es tarde. Prometo llamarte y hacerte una visita.

—De acuerdo, cariño. Me tienes aquí. Lo sabes, ¿verdad?

—Claro que sí. Hasta mañana, mamá. Que descalcifica.

Fue más o menos en ese momento, entre el aturdimiento de la conversación con su madre y el malestar por haberle mentido, cuando tae hizo acto de presencia en el dormitorio. Entró de manera sigilosa, sin hacer ruido, cerró la puerta con suavidad a sus espaldas y había una luz diferente en su cara que despertó de inmediato su curiosidad. Observó que tae llevaba puesto el pijama y tiraba con timidez de la parte superior. Le parecía tan adorable que a veces le resultaba doloroso mirarla.

- ¿Ya se ha acabado el programa? —Le preguntó, desviando los ojos.

Sabía que si la observaba demasiado no sería capaz de ocultar la amalgama de sentimientos que tae despertaba en su interior: anhelo, deseo, unas ganas irrefrenables de tenerla en sus brazos, comérsela a besos, hundir la nariz en su cuello, hacer el amor.

—No, todavía no se ha acabado.

Tae se acercó lentamente y se sentó en el borde de la cama, muy cerca. Le tomó las manos. Qué agradable sensación. Le parecía que podía decírselo todo así, solo con el roce de su piel sobre la suya.

¿Entendería ella aquel lenguaje tan sutil y humano?

—Te ha molestado algo que he hecho, ¿verdad?

-No. ¿Por qué dices eso?

—Porque te has venido aquí de pronto, parecías enfadada.

—Pues no lo estoy.

—Yo… no sé cómo hacer esto.

- ¿El qué?

—Quererte. No sé cómo hacerlo. Pero sí sé sentirlo —afirmó tae, tomando su mano para llevarla hasta su pecho, a la zona del corazón, que latía descontrolado por debajo del pijama—. ¿Lo sientes tú?

-Si.

- ¿Y qué se hace?

—Nada. Se quiere. Es inevitable.

- ¿Qué harías tú? —Se interesó tae.

Tiffany se revolvió un poco, inquieta. El corazón a punto de escapar por la boca. ¿Qué haría ella si pudiera? ¿Si tae quisiera?

Besarte, abrazarte, acariciarte, olerte, fundirme contigo hasta notar que somos una, incluso si no lo somos, eso no importa, con sentirlo segundos esos mágicos e inexplicables me basta.

Al final solo guardó silencio, un poco abrumada.

- ¿Me besarías? —Sugirió tae.

Tiffany asintió, incrédula y expectante, la incertidumbre era un sabor agridulce. El aire pareció densificarse a su alrededor cuando tae se inclinó muy lentamente sobre ella, los ojos cerrados, su respiración muy cerca. Depositó un suave aunque brevísimo beso en sus labios que erizó toda su piel.

- ¿Me besarías así ?

Tiffany asintió, todavía con los ojos cerrados y el sabor del beso prendido en sus labios.

- ¿Me acariciarías así ? —Tae deslizó un dedo por su brazo hasta su hombro, que mágicamente se transformó en una fila de hormonas descendiendo por su espina dorsal.

—Sí, y te haría el amor —se atrevió a aventurar tiffany.

Tenía la boca seca, no estaba segura de haber pronunciado las palabras correctamente. Abrió los ojos para ver cómo recibía tae esta afirmación. El miedo danzaba en círculos en torno a su ombligo. ¿Se sentiría ofendida? ¿Comprendería el significado de lo que acababa de decir? La espera se le hizo eterna, creyó caer por el abismo de sus inmensos ojos onices. Podía seguir hablando, pero no quiso arruinar el momento y de todos modos prefería que fuera ella quien respondiera.

Tae sonrió de medio lado, su respiración estaba agitada y tenía los labios entreabiertos. La invitaban a seguir besándola o eso creyó cuando le susurró al oído:

—Pues házmelo. Hazme el amor para que yo lo sienta.

Tiffany creyó temblar en su interior. La miró fijamente, casi pidiendo permiso de una manera silenciosa y velada:

¿Quieres?

Quiero .

Todo comenzó como un baile de piel contra piel. Tiffany se sintió como si no hubiera ninguna otra certeza. Se pertenecían, pero no en un sentido posesivo, sino en el de un puzle con solo dos piezas. Latía en la necesidad de hacer algo definitivo, intenso. En lugar de gritar, se instaló en su pecho un jadeo profundo y sincero de placer. Quería todo en ese momento, pero debería ir despacio, y acarició a tae como se acaricia la tela de un cuadro fascinante. Despacio, muy despacio, la frustración se fue apagando y entonces la habitación se llenó de besos, caricias, pieles, del jadeo rítmico de dos cuerpos danzando en aquella deliciosa oscuridad, de la importancia de saberte especial para alguien, y de un lenguaje común que para los ajenos sonaría a extraños símbolos de programación o incluso en el idioma propio de los habitantes de otro planeta. Algo como:

« SLHLPBaHyXK + umObkxif33UdZ3bSAJHecFV / b93wFpD8uEnpMmVXGbyOaSCIE5PNYzibRd3pnR

Y también:

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Pero era su lenguaje. El de su amor. Es posible que nadie más lo comprendiera, pero daba igual, porque ellas dos se entendían a la perfección.

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