17 INTUICIÓN

Lo Nuestro Es De Otro Planeta
 

—Es un verdadero encanto.

- ¿Ya esta? ¿Eso es todo lo que querías decirme? —Pues sí. Ya esta.

Tiffany respiró con alivio. Por un momento, cuando su madre la había llevado a un aparte, después de la cena, le dio la sensación de que iba a hablarle del extraño comportamiento de tae o de la conversación que se mantuvo antes del incidente de la procesión. Pero Rocío solo tenía buenas palabras para tae, se le llenaba la boca de halagos.

—Y sabe mucho sobre la galaxia. Debería dedicar algo relacionado con el tema —añadió Rocío con una sonrisa—. Me gusta mucho para ti, cariño, solo quería decírtelo.

—Pero, mamá, tae no es mi…

-… tu novia, ya, ya sé —la interrumpió Rocío—. Pero si lo fuera o si algún día quisieras contarme que lo es, quiero que sepas que me gusta mucho. Creo que hacéis una pareja maravillosa.

Tiffany miró subrepticiamente a tae, sentada al lado de Victoria. Esa noche estaban cansados ​​y decidido preparar una cena en el apartamento. Sus ojos se encontraron por un momento, pero tiffany los separó de inmediato. Seguía un poco desconcertada por la conversación que ha mantenido previamente en la cafetería y ahora no sabía cómo tratar a tae. Y las luciérnagas…

—Bien, te lo agradezco, mamá. Será algo que tenga en cuenta si algún día estamos juntas —replicó con cierta melancolía.

Por fortuna, al día siguiente regresarían a Sevilla. Ya lo hablado. Victoria por fin había entrado en razón. Tiffany tenía que trabajar y no podía perder más tiempo con familiares o procesiones; sabía que allí, con tanta gente, nunca conseguiría concentrarse.

Rocío y ella regresaron a la mesa para tomar los postres. Tom había comprado una rica tarta de queso que les supo a gloria después de estar todo el día de pie, paseando. Recogieron la mesa y dejaron el comedor limpio.

Tiffany temía que Victoria les sugiriera aprovechar el resto de la noche. Ir de copas o salir a tomar algo. No podía apetecerle menos y al día siguiente debían madrugar para regresar a Sevilla. Pero cuando la vio bostezando supo que estaban salvadas. Incluso Victoria tuvo afectado por la caminata que se ha dado.

—Es una pena que os vayáis mañana oferta Rocío apesadumbrada cuando llegó la hora de retirarse a las alcobas—. Te veo tan poco, hija…

Tiffany recibió una carantoña de su madre con los ojos.

—No te preocupes, ya me ocupo yo de que te haga alguna visita —afirmó Victoria, antes de darle dos besos a Rocío en sendas mejillas. Se estaban despidiendo por si no había tiempo por la mañana.

La madre de tiffany tomó entonces a tae de las manos, le dio dos besos y se inclinó para susurrarle algo que solo ella pudo escuchar.

—Tenlo en cuenta, ¿vale, guapa? También entonces.

Tae sonrió y asintió con la cabeza, y tiffany se preguntó qué sería lo que su madre le había dicho para que reaccionara de esta manera. Cualquier barbaridad. O cualquier tontería. Rocío podía ser así de impredecible.

Cuando por fin se quedaron a solas, las tres tomaron asiento en el sofá del salón. Victoria encendió la tele y bostezó; durante unos segundos ninguna articuló palabra, vencidas como estaban.

Como era habitual, en la televisión no había nada interesante y Victoria fue la primera en levantarse.

—Bueno, creo que me voy ya a la cama. Estoy hecha polvo.

—Un momento disponible tiffany—. ¿A qué cama?

—A la mía, claro. ¿Dónde quieres que duerma?

Ah, no… eso significaba que ella dormiría con tae. Había dos habitaciones para tres y tiffany se había quedado sin la suya. Pero no deseaba compartir habitación con tae ahora que las luciérnagas compartir aparecido. Y, al mismo tiempo, tampoco deseaba que Victoria durmiera con ella porque nunca podía fiarse de la impulsividad de su amiga.

—Pues no sé, ¿en el salón? —Sugirió tiffany esperanzada. Esa podía ser una buena solución. Tae y ella ocuparían las habitaciones y Victoria el sofá. Era perfecto.

—Ni lo sueñes.

- ¿Cómo que no? ¿Entonces dónde quieres que durmamos nosotras?

—Pues no lo sé. Tú puedes dormir donde quieras, pero yo me voy a mi habitación. Buenas noches —replicó Victoria sin darle opción a respuesta. Les dijo adiós con la mano y se esfumó por el pasillo.

Tiffany y tae se quedaron entonces a solas, en silencio, con el run run de la tele de fondo. Resultaba incómodo, pero tiffany no sabía qué decir. Tendría que ser ella quien durmiera en el sofá y, sin embargo, la idea le resultaba horrible. No pegaría ojo en toda la noche.

—Puedes dormir conmigo, si quieres. En mi habitación hay dos camas —sugirió entonces tae. - ¿No te importa?

-No. ¿Por qué iba a importarme?

Claro que no le importaba. Ella no podía sentir luciérnagas u hormigas o bichitos recorriendo su estómago. Tae no sintió nada y punto. Pero tiffany sí, y la idea de estar en una habitación a oscuras con ella no le resultaba demasiado llamativa. Aunque en el sofá tampoco podría descansar. En realidad, ¿Qué más daba? tae no dormía demasiado. Con un poco de suerte, a lo mejor prefería quedarse un rato viendo la televisión.

Se incorporó, resignada.

—Si no te importa, creo que prefiero dormir en una cama.

—De acuerdo. ¿Vamos? Disponible tae para su sorpresa.

Después de todo, sí que iban a irse a dormir al mismo tiempo.

Tiffany cogió su pijama de la mochila y se encerró en el baño para cambiarse. Hizo ejercicios de respiración frente al espejo. Necesitaba calmarse un poco, ser lógica, darse cuenta de su atracción hacia tae no tenía ningún sentido. Se echó un poco de agua en la cara, se cepilló el pelo y los dientes y salió del cuarto de baño sintiéndose mejor, lista para dormir, aunque fuera a escasos metros de ella. Tae ya estaba metida en la cama cuando abrió la puerta. «Con permiso…», dijo tiffany, entrando.

Tae le dedicó una sonrisa.

- ¿Tienes sueño? —Le preguntó mientras se metía en la cama.

—Un poco.

-Yo también. Si te parece, apago la luz.

—Claro.

La habitación se quedó después a oscuras un instante. Tiffany podía escuchar perfectamente la respiración de tae. Las camas estaban tan cerca que parecía poder sentir el calor emanando de su cuerpo y el alcance de sus movimientos cuando colocaba bien la almohada o estiraba las piernas bajo las sábanas. Sugerentes imágenes empezaron a copar la mente de tiffany, y por más que cerraba los ojos era incapaz de conciliar el sueño.

La cercanía de tae le resultaba tan rotunda que no sabía cómo relajarse. Le pareció que podía sentirla en cada escondrijo de su cuerpo. En su piel, sus párpados, su pecho. En la roja sangre que corría por sus venas, el aire que hinchaba sus pulmones, el desenfrenado latir de su corazón.

Tae estaba demasiado cerca y al mismo tiempo dolorosamente lejos.

- ¿Tiffany?

Se sobresaltó un poco al escuchar su voz en la oscuridad reinante. Contuvo la respiración involuntariamente.

- ¿What? —Replicó.

—No quiero irme…

—Ya, yo tampoco quiero que te vayas, tae.

Un silencio denso como una niebla invisible se interpuso entonces entre ellas. Tiffany quiso decirle «quédate, no te vayas, creo que te necesito. Miento. No solo lo creo, es que lo sé: te necesito », pero las palabras tropezaron con su miedo, con su cobardía, y se sintió incapaz de abrirle su corazón. —Buenas noches, tiffany.

—Buenas noches,Tae.

A los pocos minutos se han quedado dormidas.

***

Llamémosle intuición femenina. O intuición a secas. Victoria no era una persona demasiado observadora, pues a menudo estaba tan centrada en sí misma que no reparaba en los demás. Pero si conocía bien a alguien, esa era a su amiga tiffany. A veces pensaba que la conocía más que algunas de sus parejas, aunque esto podía sorprenderle. A fin de cuentas, las conquistas de Victoria entraban y salían de su cama con la rapidez del amanecer y el crepúsculo. Con tiffany, en cambio, tenía una larga historia. Se conocían desde que le alcanzaba la memoria, cuando ninguna de ellas sobrepasaba el metro de altura y sus madres se empeñaban en peinarlas con dos coletas.

Eso tenía, necesariamente, que aportarle cierto conocimiento de su persona. Y Victoria estaba convencida de que allí estaba ocurriendo algo. Lo notaba, en todo y en nada, en los pequeños detalles que a un espectador ajeno le hubiesen pasado inadvertidos. Eran sus movimientos, su manera de hablar, el nerviosismo, el modo en el que cambiaba de tema constantemente, su mirada errática y sus gestos eléctricos, demasiado rápidos para alguien comedido y centrado como tiffany.

Allí estaba ocurriendo algo, lo tenía claro. Desconocía, no obstante, el motivo y no estaba dispuesta a cejar hasta descubrirlo.

—A ti te pasa algo —le dijo a las bravas. No se andaba nunca por las ramas Victoria.

Tiffany la miró de reojo. Estaba conduciendo. Ya quedaba poco para que llegaran a Sevilla. Tae  iba detrás, distraída, más pendiente del paisaje que de su conversación.

- ¿A mí?

—Sí, a ti. Te pasa algo. Vamos, cuéntamelo, no te lo quedes dentro.

—No me pasa nada, ¿Qué te hace pensar que me pasa algo?

- ¡Que hacer! Estás la hostia de rara y no me digas que es por tu madre porque no me lo creo.

Tiffany prefirió no responder. Tenía ahora los ojos centrados en la carretera. Tomó el último desvío para salir de la autopista y dirigirse a la entrada de la ciudad. El tráfico estaba denso y necesita concentrarse.

- ¿Has sabido algo de Rebeca? —Le preguntó entonces.

—No me cambies de tema. Te he hecho una pregunta —replicó Victoria, consciente de que su amiga solía emplear esta técnica cuando deseaba zafarse de dar una respuesta—. Y no, no me ha llamado. Ni yo a ella. Después de lo que ocurrió en su cumpleaños, paso.

—Lo entiendo oferta tiffany mientras ponía el intermitente—. Yo habría hecho lo mismo.

—Entonces, ¿no vas a contarme qué te pasa?

—Es que no hay nada que contar. ¿Quieres que me lo invente para que te quedes tranquila?

Victoria estuvo a punto de creérselo, pues tiffany sonaba muy convincente en su respuesta. Y casi lo hizo, pero entonces vio que la mirada de su amiga se desviaba levemente, solo unos milímetros, hacia el espejo retrovisor y percibió un cambio en ella. Fue nada, un gesto insignificante, una tela de melancolía que veló casi imperceptiblemente su mirada cuando sus ojos repararon en tae. Pero no podía ser… Un momento, ¿podía ser?

—Para el coche.

- ¿What?

—Que pares el coche. Quiero hablar un momento contigo —le ordenó Victoria.

- ¿Te has vuelto loca? Estamos saliendo de la autopista.

—Bueno, ¿y qué? ¡Mira! Ahí hay una gasolinera. Venga, échalo a un lado —le dijo, intentando agarrar el volante.

Tiffany se llevó tal susto que acabó claudicando a su orden y detuvo abruptamente el coche a la entrada de la gasolinera. El corazón se le disparó cuando frenó del todo. Se ha cruzado delante de un camión y estado a punto de provocar un accidente.

- ¡Estás loca o qué! ¿Tú ves normal lo que has hecho? ¡Ese camión casi nos lleva por delante!

—Sí, vale, pero no ha sido así, ¿no? Pues eso es lo que importa. Venga, baja, que tengo que hablar contigo.

- ¿Va todo bien? —Preguntó tae. Parecía un poco pálida por el susto previo con el camión.

Victoria decidió guiñarle un ojo para tranquilizarla.

—Sí, guapa, va todo bien. Ahora venimos, ¿vale? —Le aseguró mientras abría la puerta y se bajaba.

El frenazo había levantado una polvareda y se escuchaba el zumbido de los coches pasando a toda velocidad por la carretera. Tiffany se acercó a ella con cara de pocos amigos. Había bajado de mala gana, tenía cara de deep fastidio. A Victoria no le sorrendería si en ese momento sintió ganas de estrangularla. Era consciente de que no había colaborado demasiado para hacer el fin de semana más llevadero, pero esperaba que su amiga no se lo tuviera en cuenta. Desde su punto de vista, debería comprender que solo estaba intentando ayudar.

- ¿Podemos hablar? —Le dijo en tono conciliador.

—Sí, diez centavos. ¿Qué te propone?

—Hablar contigo, pero primero necesito que estés calmada.

—Estoy calmada.

—Pues no lo parece. No te estás viendo la cara.

Tiffany dio una patada a una piedrita del asfalto como si deseara descargar en ella la frustración que sintió. La piedra salió despedida hacia el lado contrario. En ese momento pasó un camión y su melena se movió a su alrededor, mecida por el viento.

—Te gusta tae, ¿verdad? —Le espetó a bocajarro—. Sé que me vas a decir que no, pero no quiero que me mientas. Estoy preocupada.

- ¿Preocupada? —Tiffany rio—. Eso sí que tiene gracia. ¿Tú? ¿Después de los días que me has dado?

—Escucha, tiff, aunque no te lo creas, te quiero más que a nadie en este mundo y, sí, estoy preocupada por este tema. Le tengo mucho aprecio a tae, pero, no sé, tía , tarde o temprano acabará yéndose. Lo sabes, ¿no?

-Si lo se. Eso y que está loca.

- ¿Entonces?

—Entonces nada. No sé qué me pasa.

- ¿Pero tan fuerte te ha dado, joder ? —Preguntó Victoria.

—No es eso. Solo estoy un poco confundida, ya está. Pero no me hagas hablar más de ello, no me apetece. Lo tengo controlado, ¿vale?

—Bien. Me fío de ti. Y si necesitas hablarlo… —Sí, lo sé.

-Valle.

—Pues vale. Dejémoslo estar. ¿Quieres?

A veces se entendían perfectamente así, casi con monosílabos. Victoria ya había dicho lo que tenía que decir y escuchado lo que necesitaba escuchar. Se metieron de nuevo en el coche, se excusaron con tae y tiffany arrancó el motor.

En los quince minutos que transcurrieron hasta que llegaron al centro de Sevilla, Victoria no dejó de darle vueltas al asunto. Se esperaba la respuesta de su amiga, porque de pronto le pareció evidente lo que le pasaba. Tiffany en ocasiones era como un libro abierto, no podía esconder lo que sentía. Pero al mismo tiempo su confesión le había tomado por sorpresa, porque hacía mucho que su amiga no se interesaba por otra persona. Siempre había un "pero". Demasiado baja, demasiado cuerda, demasiado loca, demasiado intensa, demasiado aburrida, demasiado perfecta.

  1. de su ruptura con Irene, ninguna le servía. No tanto por carencias de estas mujeres, sino porque tiffany inventaba excusas; de veras había llegado a creer que no se merecía ser feliz con nadie. Ahora, en cambio, entre todas las mujeres del mundo su corazón había elegido a la más incomprensible de cuantas podrían existir. Una posible demente. O un posible extraterrestre. A veces la propia Victoria dudaba de cuál de las dos opciones era en realidad tae. ¿Pero qué más daba?

Si hacía siglos que no veía a tiffany así de feliz e ilusionada…

 

Al pensar en todo ello, sintió un poco de vértigo, temió por su mejor amiga, por nada del mundo quería volver a verla partida en dos a causa del dolor. Pero al poco tiempo su cuerpo y su mente acabaron relajándose. Se impuso entonces su natural desparpajo y Victoria llegó a la conclusión de que su amiga se merecía ser feliz. No había nada que perder por intentarlo. Absolutamente nada. Todo lo contario.

 

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