16 PERO… ¿Y TODO LO DEMÁS?

Lo Nuestro Es De Otro Planeta
 

Tiffany trató de controlar la situación con todo su ahínco. Pero era muy difícil hacerlo sin contar con la colaboración de Victoria o incluso de tae. Las dos parecían dispuestas a pasar las próximas horas en compañía de su madre y el novio de esta, por lo que acabó cediendo a los chantajes emocionales y a sus miradas de cordero degollado. Era un motín en toda regla.

« ¿Qué te importa? Si nunca estás con tu madre. No te va a matar pasar unas horas con ella», opinó Victoria mientras escupía una cáscara de pipa.

Acababan de aparcar el coche y estaban dirigiéndose hacia el centro de Cádiz para ver una de las procesiones que salían ese día. tiffany la miró de reojo con fastidio. No la iba a matar pasar unas horas con su madre, eso era cierto, pero acabaría sufriendo un ataque de ansiedad por culpa de la indeseada compañía. Miró por encima de su hombro y las vio hablando con entusiasmo. ¿Qué se estarían diciendo? Y peor aún: ¿Qué le estaría contando tae?

Rocío la había monopolizado por completo. Tenía a tae enganchada del brazo. «Vosotras adelantaos, quiero pasar un poco de tiempo con tae, para conocernos», dijo su madre tan pronto se bajaron del coche. Tiffany intentó oponerse, pero Victoria tiró de ella y le sugirió que se relajara. ¿Pero cómo? La situación distaba mucho de ser relajante. Las calles estaban atestadas de gente, mareas enteras de personas formando una fila, como un batallón de hormigas que se dirigieran hacia los puntos por donde transcurrían las procesiones de ese día; su madre estaba charlando con una mujer que decía ser una extraterrestre y a la cual consideraba su novia; no había podido sentarse a trabajar desde la hora del desayuno; Victoria se empeñaba en considerarlo todo hilarante y, por si esto fuera poco, ahora tae y Rocío parecían estar intimando. ¿Qué tenía de relajante? La única buena noticia era que habían conseguido aparcar el coche casi a la primera y, eso, en días de procesión de Semana Santa, sí que era un milagro. —Relájateee…

—No estoy haciendo nada, ¿estoy haciendo algo? —protestó tiffany.

Victoria mordió la punta de una pipa y escupió otra cáscara.

—Estás mirándolas todo el rato. Déjalas. Tae sabe cómo comportarse. Ha cambiado mucho.

Era cierto que tae ya no parecía la misma. Cada vez hacía menos alusiones a su supuesto origen extraterrestre y la notaba más adaptada, con menos rarezas, como si de veras se estuviera acostumbrando a la vida humana (supuso que esta era la palabra). Pero nada de esto le aseguraba que la tarde fuera a transcurrir sin sorpresas de última hora. Cualquier detalle, por nimio que fuera, podía echar por la borda el impecable comportamiento de tae. Bastaba un pequeño detonante para que todo saltara por los aires. ¿Qué haría su madre entonces? A lo mejor se reiría y pensaría que se trataba una broma. Rocío podía ser así, despreocupada, muy al contrario de su padre, si bien ninguno de los dos tenía un pelo de tonto. Si Ada insistía en decirle que procedía de otro planeta, tarde o temprano acabaría preocupándose, ¿no? ¿Y luego qué?

Tiffany casi pudo imaginar la conversación entre sus progenitores:

—Arturo, ¿no has notado nada raro en la nueva novia de tiff?

—No, querida, ¿por qué? —Su padre siempre se dirigía a su madre como “querida”. Tiffany a veces se preguntaba qué opinaba Rosa acerca de esto. O incluso Tom, el bueno de Tom, aunque a ninguno de los dos parecía importarles.

—Bueno, es que la muchacha asegura que es de otro planeta.

— ¿De otro planeta? ¿Qué planeta?

Su madre pondría los ojos en blanco en este momento.

— ¿Qué importancia tiene eso, Arturo?

—No sé, eres tú quien ha dicho que es de otro planeta. Simplemente me preguntaba cuál era.

—No, es ella quien se lo cree. Parece bastante convencida de ello.

En este punto haría acto de presencia el doctor young, que por fin comprendería lo que su exmujer estaba intentando decirle. Se imaginó sus cejas, más espesas que nunca, gordas como la cola de un gato cuando se asusta.

— ¿Dónde estáis? Quiero echarle un vistazo.

Maletín, llaves, coche. A su padre le faltaría tiempo para presentarse en donde estuvieran.

Conociéndolo, sería capaz de interrumpir una procesión solo para psicoanalizar a Tae  cuanto antes.

Dios santo… era el fin. El Apocalipsis. El final de todo.

Joder, te oigo pensar desde aquí. ¿Quieres hacer el favor de calmarte? —la regañó Victoria dedicándole una severa mirada que le hizo detener su incendiada imaginación—. No va a pasar nada.

Tu madre está en la parra, ya lo sabes, ni siquiera se va a enterar.

—Eso espero. Lo peor que puede pasar es que se lo cuente a mi padre.

—No va a ocurrir. Relájateee.

—Pero…

— ¡Relájate, coño! Me tienes estresadísima con lo de tae —estalló Victoria—. Venga, vamos a acercarnos un poco más. Quiero verla de cerca.

Se escurrieron a codazos entre el tumulto de gente apostada en primera fila para ver la procesión. Tiffany pensó que les gritarían o llegarían a las manos porque Victoria prácticamente los estaba empujando para que las dejaran pasar. Pero la técnica de su amiga parecía estar funcionando. « ¡Discapacitada! ¡Dejen paso, dejen paso! Oiga, no se ponga así, mi amiga es una discapacitada mental y no puede ver las procesiones desde allí. ¿Es que no tiene corazón? ¿Quiere que llame a la policía?». La gente reaccionaba de inmediato. Se apartaban por compasión, civismo o tal vez por miedo a una represalia de las fuerzas del orden. Tiffany seguía a Victoria por pura inercia, exhausta, no le quedaban fuerzas para protestar por el show que estaba montando. Se giró para comprobar que los demás las seguían de cerca y suspiró con alivio cuando vio que estaban justo detrás. A los pocos minutos ya se encontraban en primera fila, preparados para ver la procesión.

—Ya sabes que no soy muy creyente, pero me encanta, no puedo evitarlo —afirmó Victoria con emoción.

Francamente, a tiffany le daban igual las procesiones de Semana Santa. Solía huir de ellas como alma que lleva el diablo. Se sentía incómoda entre tanta gente y, aunque apreciaba el valor cultural y artístico de las mismas, le traía sin cuidado ver las figuras de las vírgenes, los cristos, los nazarenos, el olor a cirio o a los devotos peleándose por tocar los pasos. Lo que ella quería era irse a casa. A su casa. Y olvidar cuanto antes todo aquello.

—Tú no eres de por aquí, ¿verdad, tae? —dijo entonces Rocío y las alarmas de tiffany se dispararon—. ¿Has visto alguna vez las procesiones de Semana Santa?

—No, pero había oído hablar de ellas en mi clase de Historia Terráquea —replicó tae.

Tiffany deseó poder desintegrarse en ese preciso momento.

— ¿Historia… terráquea? Nunca había oído hablar de esa asignatura.

—Es que es del plan nuevo —intercedió entonces tiffany, al rescate—. De la LOMCEDE. Ya sabes cómo son los planes educativos, que siempre van cambiando.

—Ay, sí que es verdad, son un verdadero desastre, una ya no sabe qué estudian nuestros jóvenes.

¿Y de qué año es ese plan?

—Uf, muy antiguo, además solo se aplicó en ciertas comunidades, ya sabes.

— ¿En qué comunidad? ¿De dónde eres, tae?

—Mamá, no la atosigues con preguntas personales, anda.

Rocío asintió con reservas. Abrió la boca para seguir haciendo preguntas, el tema realmente le interesaba, pues había trabajado en el sector de la Educación muchos años y jamás había oído hablar de asignatura semejante o de un plan educativo que se denominara así, pero en ese momento Victoria pareció apiadarse de ellas e interrumpió la conversación:

— ¡Mirad! ¡Ya vienen! —comentó señalando con el dedo el extremo de la calle, una esquina por la que ya asomaba el palio con una bonita Virgen con un imponente manto dorado que caía dramáticamente por la parte frontal.

Tae  comenzó a aplaudir con entusiasmo. Se acercó a tiffany y le susurró al oído: —Es una ia, ¿no?

—Una Virgen.

—Eso, me he equivocado.

Ay… ¿Cómo iban a salir de aquel aprieto sin que nadie sospechara? ¿Cómo le iba a explicar a su madre que tae estudiaba Historia Terráquea y que a las Vírgenes las llamaba ias?

Tom empuñó su cámara de fotos y empezó a disparar el objetivo. El inglés era un verdadero fanático de la Semana Santa andaluza. Si estaban allí en gran medida se debía a él. Tiffany sabía que en los próximos días arrastraría a su madre para ver varias procesiones, pero cuando eso ocurriera ella quería estar muy lejos. O cerca. A 120,9 kilómetros de distancia, la que la separaba exactamente de su casa. Con eso le bastaba.

—Entonces, ¿estamos aquí para adorar a la Virgen? —Preguntó tae, siempre curiosa por averiguar los detalles—. Porque si es así, puedo arrodillarme. ¿No es eso lo que hacéis?

Tiffany se cercioró de que nadie más las estaba escuchando. Su madre estaba centrada en la procesión y Tom en tomar sus fotografías. La única que podía oírlas era Victoria.

—No hace falta que te arrodilles. La mayoría solo viene para ver el espectáculo.

—Como nosotras —afirmó Victoria—. Oye, ¿es que no hay ningún dios en tu planeta? ¿Un monstruo verde con cuatro orejas y antenas al que le recéis?

Tae negó con la cabeza y esbozó una sonrisa compasiva, como si estuviera pensando: «Estos humanos… qué cosas tienen».

—Esas deidades actualmente solo están presentes en planetas de categoría B. Nosotros hace mucho tiempo que encontramos el origen del universo.

— ¿Ah, sí? ¿Y no podías contárnoslo? —se interesó Victoria, que acababa de pensar en la cantidad de dinero que podría hacer con esa información; de ser cierta, claro.

— ¿Arreglaría algo si lo hiciera? —Tae negó de nuevo con la cabeza—. Los humanos todavía no estáis preparados para saberlo. Sería peligroso.

—Sí, bueno, ahí viene el paso. Será mejor que estemos atentas —cambió de tema tiffany, cansada de escuchar repetitivas ideas descabelladas.

En ese momento la Virgen pasó con lentitud cerca de ellos. El silencio se volvió sepulcral en ese momento, dejando una congoja sutil a su paso, los asistentes muy callados, en señal de respeto. Pero Tae  siguió aplaudiendo con entusiasmo, y algunas personas la miraban, sorprendidas, como si pensaran que ella era la discapacitada mental a la que antes se había referido Victoria.

—No tienes por qué aplaudir —le indicó tiffany en voz baja.

— ¿No? Pero quiero hacerlo bien, quiero encajar y vivirlo como una humana.

—Pero nadie está aplaudiendo ahora. Solo están mirando.

— ¿Crees que debería cantar?

— ¡No! Solo… escucha. Con escuchar, basta.

El palio estaba tan cerca que muchas personas estiraban las manos por si así conseguían rozarlo. Otras directamente se acercaban a él con la esperanza de que les traería suerte si tocaban el manto de la Virgen. La procesión se detuvo para que los costaleros que transportaban la imagen pudieran descansar unos instantes.

— ¿Por qué se paran? —quiso saber tae.

—Para que las personas que van debajo cargando puedan descansar.

— ¿Hay gente debajo? —se escandalizó.

— ¡Qué va! La Virgen vuela, ¿eso no lo sabías? —se burló Victoria con sorna. Tiffany la reprendió con la mirada. No le gustaba cuando alguien se metía con tae.

Decidió explicarle cómo se organizaba la Semana Santa, de una manera breve, para que tae lo entendiera.

— ¿Ves a ese señor de ahí? Es el llamador. Ahora va a tocar esa campana para que los costaleros sepan que se tienen que poner de nuevo en marcha. Entonces cargarán sobre sus hombros a la Virgen y seguirán caminando.

Tae asintió, expectante. Tiffany podía sentir su emoción a flor de piel como si estuviera anonadada por el colorido de la Semana Santa. El silencio, las flores, el calor de la gente, el brillo dorado del paso. En ese momento el llamador hizo sonar la campana y a continuación gritó: — ¡Al cielo con ella! ¡Alea Jacta Est!

— ¿Y eso solo lo hace él?

— ¡Qué va! Lo puede hacer cualquiera. Es voluntario —bromeó Victoria creyendo que tae comprendería el sarcasmo.

Pero no fue así.

Y ocurrió lo impredecible. Sucedió tan rápido y de forma tan repentina que tiffany no tuvo ocasión de detenerla. Cuando se dio cuenta, tae ya estaba pegada al paso, hombro con hombro con el llamador. Tomó entre sus manos el llamador con el que hacía sonar la campana. Le dio un golpe entusiasta y gritó con todas sus fuerzas: « ¡AL CIELO CON ELLA!».

La gente, simplemente, enmudeció.

La única que se estaba riendo era Victoria pero dio resultado, pues contagió a varias personas que estaban a su alrededor, que también se rieron durante unos segundos, complacidos por la comicidad de la escena. Pero otros empezaron a abuchear, ofendidos, consideraban una falta de respeto lo que había hecho tae.

— ¿Es que nadie tiene ya respeto por una discapacitada mental? —Vociferó Victoria—. ¡Un poco de calma!

— ¿Qué está haciendo? —dijo Rocío, anonadada.

—Tocado la campana —apuntó Tom con su español rudimentario.

— ¿Es una discapacitada mental? ¿De veras? No lo había notado.

—No, señora M., es solo que a tae le entusiasma la Semana Santa y no ha podido controlarse — comentó Victoria llena de ironía.

Tiffany casi perfora a su amiga con la mirada:

—Tú no la líes más. ¿Se puede saber por qué le has dicho que era voluntario?

— ¿El qué, hija? ¿Qué ha hecho Victoria?

—Nada, señora M. Solo le estaba explicando la Semana Santa a tae.

Tiffany prefirió no seguir escuchando ni una sola palabra. Estaba realmente enfadada y salió corriendo en busca de tae. La agarró de la mano y la sacó del tumulto que se estaba formando a su alrededor. Los nazarenos le pedían explicaciones y el cofrade no sabía cómo actuar, nunca se había enfrentado a algo así.

—He hecho algo mal, ¿verdad? —le dijo tae cuando ya habían salido de la columna de personas que se hacinaban para ver el paso. Parecía triste.

—No, tú no has hecho nada malo. Es todo culpa de Victoria. Cuando la vea, la voy a matar.

—Oh, no, por favor, no mates a Victoria. Me cae bien.

— ¡Es un decir, tae! Por supuesto que no la voy a matar. ¡Pero contrataré a alguien para que lo haga! Vamos.

Tiffany tiró de tae para obligarla a andar. Estiró la cabeza para ver si veía a su familia, pero había tanta gente que no fue capaz de localizarlos. Intentó llamarles por teléfono, a su madre primero, a la descerebrada de Victoria después, pero tampoco tuvo suerte. El tumulto les impedía oír sus teléfonos. —No contestan —se lamentó.

—Bueno, no pasa nada. Vayamos a dar un paseo. No conozco esta ciudad y parece muy agradable —sugirió tae con su positivismo característico.

En ese preciso momento tiffany fue consciente de que seguían cogidas de la mano. Sus dedos estaban entrelazados y una sensación extraña se apoderó de su estómago, como luciérnagas encendiéndose y agitando sus juguetonas alas a su paso. Oh, no…

Sabía lo que significaba eso, pero no debía creerlo. No quería creerlo.

Tae la miró con extrañeza al advertir su súbito cambio de expresión.

— ¿Estás bien? Te has puesto muy pálida —le preguntó, preocupada.

—Sí, eso creo. Solo… me ha dado un golpe de calor. Salgamos de aquí, anda. Vayamos a tomar algo fresco.

Se alejaron así del lugar más multitudinario y optaron por recorrer calles menos transitadas. La ciudad seguía estando llena, pero cuanto más se alejaban del centro y en especial de la Carrera Oficial, mejor podía respirar tiffany.

Poco a poco fue retomando el control. Se había asustado levemente al sentir aquellas cosquillas por estar en contacto con tae. Era una verdadera locura. ¿Qué sabía de ella? Apenas nada. Cuanto conocía era, sin lugar a dudas, mentiras, invenciones, quimeras formadas por la mente de tae. Y sin embargo, con ella se sentía más cómoda de lo que nunca lo había estado. Tae le despertaba ternura, fascinación, incluso admiración. Pero estaba loca. ¡Loca! ¿O no?

— ¿Te encuentras un poco mejor?

Tiffany la miró y agradeció que su voz la hubiera bajado de la noria en la que giraban sus pensamientos.

—Sí, gracias. Nunca me han gustado las multitudes, por eso no voy a la Semana Santa.

—Siento haber hecho algo inconveniente… —se lamentó tae. Parecía muy afectada.

—Tú no has hecho nada, ya te lo he dicho. Victoria no debería haberte dicho que podías tocar la campana. ¿Te parece si tomamos algo ahí? —sugirió, señalando la terraza de una cafetería. Había un par de mesas libres—. Estoy sedienta.

Tae pidió un zumo de naranja y tiffany un agua bien fresca. Estaban perdidas en algún lugar de Cádiz, pero no tenía ganas de revisar su teléfono para ver si los demás se habían puesto en contacto. Por primera vez desde que habían llegado, tiffany se sentía en paz, tranquila, sin miedos, y deseaba dilatar ese momento todo lo que pudiera.

—Cuéntame algo más sobre ti —le pidió a tae.

—Claro. ¿Qué te gustaría saber?

—Recuerdo que un día me hablaste de tu mitad. ¿Seguís juntas? ¿Vino ella contigo de misión a la Tierra?

—No. — Tae bajó la mirada—. Nunca hemos estado juntas.

— ¿Por qué no? ¿El Consejo Interestelar no os lo permitía? —se burló tiffany. Tae sonrió, a pesar de la burla.

—No. Falleció. En un accidente.

—Vaya, lo siento. Soy una verdadera bocazas. No debería haberme burlado —se disculpó tiffany, al tiempo que se preguntaba si esa sería la verdadera historia de tae. La muerte de su ser amado o de un amante o de alguien significativo para ella. Un episodio traumático que había desembocado en graves delirios como los que contaba totalmente impasible.

Tae aceptó su disculpa sin ningún rastro de melancolía.

—Es igual —dijo, haciendo un aspaviento con la mano—. Fue hace mucho tiempo y, de todos modos, no llegamos a conocernos. Yo sabía quién era y ella quién era yo, pero no tuvimos tiempo de unirnos.

— ¿Y no hay nadie más? ¿Otra persona que pueda ser tu mitad?

Tae negó con la cabeza.

—Solo hay una mitad. Para siempre. Por eso se denomina así.

Su respuesta tiñó de melancolía el corazón de tiffany, que súbitamente sintió un hondo vacío al pensar en ese futuro solitario que le deparaba a tae. El concepto tenía su parte romántica. Una mitad. Una, para siempre, nadie más. Contrastaba de lleno con el mundo que tiffany conocía, el de las citas por Internet, las personas haciendo y deshaciendo hogares, monógamos en serie jurándose amor eterno para meses después olvidar por completo lo prometido. Le resultó triste e incluso sintió un pellizco de envidia por ese mundo imaginario que habitaba en el interior de tae. Eso era lo que ella anhelaba. Una mitad. Una, para siempre. Alguien con quien compartir su vida de una manera plena y entregada. Y qué difícil era encontrarlo…

— ¿Puedo hacerte una pregunta? —le dijo a tae. —Ya sabes que sí.

— ¿Solo hay mitades heterouales en tu planeta? Ya sabes, de hombre y mujer. ¿No existe nada más?

Tae sonrió. Y volvió a poner esa mueca que hacía siempre que un pensamiento de tiffany le parecía divertido. «Humanos…» estaría pensando.

— ¿Acaso la compatibilidad tiene que ver con el género? —preguntó tae.

—No, supongo que no.

—Plantéatelo de este modo: si una lámpara puede encenderse con diferentes tipos de bombilla, ¿usarías siempre la misma?

Tiffany negó con la cabeza.

—Pues ya tienes la respuesta.

Ya, ¿pero qué hay de la atracción? ¿Del deseo?, quiso preguntarle en ese preciso momento. Pero antes de seguir interrogando a tae, ya conocía la respuesta que le daría: «No son cosas importantes. No en Lux 2. La compatibilidad lo es todo, rechazamos los extremos». Y por eso prefirió omitirlo, aunque la respuesta desbaratara por completo el concepto romántico que previamente tenía del planeta imaginario de tae. Una vida sin deseo, sin romance, sin sentimientos. Gris. Planificada desde el primer llanto de bebé. La crónica de una existencia previamente programada. Imaginárselo le pareció atroz, le hizo sentir triste y vacía…

Miró a tae con cierta melancolía, no sabía muy bien por qué, y le pareció ver un brillo nuevo en sus magnéticos ojos onices, como si por una vez no la estuviera observando desde una atalaya de superioridad, sino como a una igual. Se había operado un cambio en ella pero tiffany no supo atribuir a qué se debía y la profunda mirada de tae conseguía incomodarla de tal modo que acabó removiéndose en su silla.

—Será mejor que llame a los demás. No vaya a ser que se olviden de nosotras —sugirió.

 

Tae asintió con tal serenidad que tiffany sintió ganas de zarandearla para comprobar que estaba viva. La compatibilidad estaba bien, pero ¿y todo lo demás?

 

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