EL FANTASMA DE SOLDIERS POINT QUAY

Desayuno en Júpiter
 

Aprovecho la distracción de los fuegos artificiales para evadirme. Estoy muy muy segura de que esa manchita acelerada en mi mirada periférica es tiffany y, en efecto, al girarme la veo entrar (jadeante y temblorosa) en el Old Castle.

Me acuerdo de Birdy y del anochecer en el parque de la avenida principal y de todos los Imposibles con mayúsculas, pero también de la vocecilla de Ofelia al preguntarme si la creería, y de la facilidad con la que las palabras «mejor amiga» se escaparon de sus labios.

Sigo creyendo en ti. Sigo creyendo en ti.

La pesada puerta de madera cede con un crujido. Inmediatamente me tapo la nariz y la boca con el cuello del abrigo. Huele a cenizas y a fuego y a humedad y a muerte y a caos.

De pronto, un respingo. ¡Alguien me ha tirado del pelo!

–¿tiffany? –la llamo.

Al darme la vuelta, los escombros y la oscuridad giran conmigo. No ha sido tiffany. No ha sido tiffany principalmente porque vuelven a tirarme del pelo, y en ese momento la veo en la otra punta de la habitación, hecha un ovillo y con las manos en las orejas.

–¡tiffany!

Trato de ir hacia ella. Cuando ya casi estoy (si estirase mucho mucho mucho mi brazo podría tocarla), una armadura cae a mis pies. Doy un salto. La cabeza rueda más allá de mis piernas, y durante un par de segundos no puedo ver nada debido a la nube de polvo que el estrépito levanta.

–¡Harlon, para! –grita Ofelia, y, aunque no puedo verlo a él, sé que está aquí. Podría señalar incluso el punto exacto donde se encuentra, puesto que siembra el caos a su alrededor.

Otra armadura que se desploma. Pedazos de roca volando por los aires. Papeles sacudiéndose y alzándose en el aire. Bolsas de plástico abriéndose como medusas en mitad del vuelo. Y calor. Un calor como del infierno.

tiffany se pone en pie. Su nariz y sus labios, que no dejan de temblar, están cubiertos por una pesada rojez.

–Harlon, para –repite, sorbiéndose los mocos–. Por favor, esto no es necesario.

Le tiende la mano a la nada. Durante una fracción de segundo (lo que dura un parpadeo) veo algo. Un pequeñísimo foco de luz. Una pincelada de color. Un destello de ardiente oro. Una fracción de segundo más y se ha ido, su vacío ocupado por las ruinas y una profunda negrura.

–Lo siento muchísimo –susurra Ofelia.

Un hálito de calor me atraviesa la mano. La puerta se abre y se cierra dos segundos después. Harlon ya no está.

Miro a tiffany a los ojos. Los iris resplandecen rojizos en la penumbra.

–Es Cricket –dice–. Estoy segura.

-CAPÍTULO 54-

LUZ

Me despierto inusualmente temprano, dadas las circunstancias. Puesto que no he bajado la persiana al llegar (no quería despertar a mis padres), un manto de luz rosácea cubre mi cama.

Al abrir los ojos, durante ese momento en el que tus pestañas lo cubren todo de dorado, imágenes borrosas se superponen como la película de una cámara fotográfica que se revela.

tiffany, con su punto y coma sobre la comisura izquierda. Ofelia que me besa, todas las estrellas del universo cayendo sobre nosotras. Fuegos artificiales que tiñen el firmamento de tecnicolor. Soldiers Point Quay, el Old Castle como los restos de un animal en descomposición. Un microsegundo de ardiente dorado.

Quiero pensar en Harlon y en Cricket. Quiero desvelar el misterio, proponer teorías,

mantener la cabeza fría y encontrar una respuesta lógica al caos desordenado de todo lo que ha ocurrido en las últimas semanas, pero mi mente vuelve una y otra vez a un único momento en el tiempo.

Casi las once de la noche. El viejo parque tras el Old Castle. Mis bailarinas bailando un vals con los mocasines de tiffany. El punto y coma más hermoso del mundo. Ofelia respondiendo a mi inclinación con otra inclinación para besarme.

Preparo café y magdalenas. Mucho mucho café al estilo del Milano (una cafetera de latte de vainilla, otra de capuchino y dos de Jamaican Blue) y también legiones de dulces con los restos de fruta que encuentro en la cocina (una bandeja de manzana y canela, otra de arándanos y sirope de arce y una última de pera y jengibre).

Cuando toda la planta inferior huele exactamente como el Café Milano y yo ya he agotado mis reservas de harina y azúcar, los pensamientos florecen otra vez.

Zannah.

Fantasmas vivos.

Rechazo.

Champán.

Ella no te quiere.

Abro la nevera, tratando de recordar las cantidades exactas de plátano y huevos para preparar unas tortitas sin harina, cuando oigo una voz detrás de mí.

–Vale, ¿quién se ha muerto?

Es Tayo, claro, que se arrastra agarrándose a las encimeras hasta encontrar una silla en la que sentarse.

Finjo no comprenderle.

–Has preparado magdalenas para todo el vecindario –insiste, quitándole el envoltorio de papel a una de las de arándanos–. ¿Se ha muerto alguien?

–No se ha muerto nadie –respondo, tratando de concentrarme en mi laca de uñas rosa–. Me apetecía cocinar.

–¿Te apetecía cocinar?

–Eso he dicho.

–Pero ¡mira esto! –Extiende ambos brazos en un intento por abarcar toda la cocina, en la que pueden encontrarse magdalenas incluso en los rincones más insospechados–. La última vez que preparaste tanta comida fue cuando…

Se calla, pero yo completo su frase en mi cabeza. La última vez que preparé tanta comida fue cuando Zannah decidió que en realidad no le gustaban las mujeres y que prefería dedicarse por completo a su carrera en ciernes como artista, adiós muy buenas. Lo segundo lo entendí (incluso la habría animado, en otras circunstancias), pero lo primero…

–¿Ha pasado algo? –insiste Tayo suavemente, mientras da cuenta de una magdalena de pera y jengibre.

–tiffany y yo nos hemos besado –digo muy rápido, porque así las palabras no duelen–.

Bueno, tiffany me besó a mí. Y después yo la besé a ella. Repetidas veces.

–Pero ¡eso no es algo malo! –farfulla, y abre la boca de nuevo para decir algo más, pero se atraganta.

Corro hacia él con una servilleta en la mano. Tayo (completamente rojo, tosiendo) niega con la cabeza.

–Todo bien –jadea–. Demasiado jengibre. Pica.

Analizo su expresión hasta que me decido por fingir que le creo. –No estoy segura de que a tiffany le gusten las mujeres –susurro.

–Le gustas tú –dice Tayo, y su respiración se calma poco a poco–. Eres una mujer.

–Creo que estaba borracha. Ya sabes cómo sigue la historia.

Tayo pone los ojos en blanco.

–¿Borracha de champán? ¡De ningún modo! Le gustas. No es Zannah.

–No. No es Zannah. –Le doy un mordisco a la mitad de magdalena que Tayo ha dejado–.

Pero…

–Olvídate de los peros.

–No quiero que vuelvan a hacerme daño.

–¡Ah! ¿Y quién quiere? Piénsalo, ¿vas a renunciar a la absoluta felicidad de salir con la persona que te gusta (y sé que te gusta) por la posibilidad del dolor pasajero del rechazo?

Me muerdo el labio inferior.

tiffany sabía a futuro, a aventuras y a nuevas oportunidades.

–Somos amigas. No quiero perder eso.

–Si de verdad sois tan amigas, no vas a perder nada. Si lo piensas de esta manera, solo puedes ganar.

–Pero me gustan las cosas como están ahora –digo, y me lo repito a mí misma dos, tres, cuatro, cinco veces.

Tayo niega con la cabeza. Su mano, tras errar dos veces, coge la mía.

–Arriésgate un poco, hermanita. Hay mucha vida ahí fuera. Tu vida es buena ahora, pero nunca sabrás si hay otra vida mejor esperándote si no sales de casa.

«Está bien», quiero decir, pero las palabras se quedan atascadas en mi garganta.

No quiero perder las mañanas de música y conversaciones en el tranvía, ni las cartas sorpresa, ni las excursiones a los lugares de la biografía de Miss Wonnacott, ni los WhatsApps de madrugada, ni las fotos de la Polaroid que le regalé a Ofelia, ni todos los desayunos en Júpiter del mundo.

Me pongo en pie.

–Te llevo a rehabilitación –digo.

Tayo vierte parte de la primera jarra de Jamaican Blue.

–¿A santo de qué? Me llevará papá de camino al instituto, y después me traerá Trent a casa. Como siempre.

–Por favor –insisto, limpiando las manchas de café del mantel con un paño húmedo–.

Necesito hablar

contigo, y necesito poner a los Pistols a todo volumen, y necesito no ver a Ofelia aún. Tengo que pensar.

Tayo frunce los labios y se alisa las arrugas del pijama una, dos, tres veces antes de suspirar:

–De acuerdo. De acuerdo. Pero nada de Pistols. Las Riot Grrrls.

tiffany

-CAPÍTULO 55-

DISPUTA

taeyeon no ha aparecido esta mañana en el tranvía. Me he pasado todo el trayecto escuchando música y cambiando de canción a la mitad (cuando mis grupos y mis artistas favoritos no conseguían apartar mis pensamientos de El Gran Beso y de Harlon/Cricket). De Carole King a Owl City, pasando por las Andrew Sisters, los 21 Pilots, Kodaline, la orquesta de Kay Kyser, Sufjan Stevens y Sleeping At Last.

Cuando llego, veo el coche de su padre aparcado en la entrada y siento la tentación de pasar por el despacho, pero Eliza me recibe con un seco:

–Ve, corre. Miss Wonnacott lleva diez minutos esperándote.

Lo que seguramente es una traducción del autoritario «¡Haz buscar a tiffany young!» de la novelista.

–Llegas tarde otra vez, señorita young –dice Miss Wonnacott al oírme entrar, su voz vaciada de todo sentimiento–. Dime, ¿no estás contenta con el trabajo? ¿Qué quieres? ¿Un sueldo más alto? ¿Un horario distinto? ¿Acceso a los manuscritos de mis mejores obras? –Me mira de arriba abajo mientras me siento ante el Mac–. ¿Un pase privado a mi vestidor?

Instintivamente hago chocar las puntas de mis zapatos. Llevo unos Lilley & Skinner dorados que compré hace mucho tiempo en una tienda vintage y que nunca me había puesto porque no sé andar con tacones (ni siquiera con estos, que no deben de medir más de cinco centímetros).

–Lo siento –digo, tan inexpresiva como ella–. No volverá a ocurrir.

Aunque, en realidad, un pase privado al vestidor de Miss Wonnacott resultaría bastante terapéutico.

Me siento segura cuando llevo puesta ropa vintage. Me hace pensar que, si las personas que vistieron estas prendas antes sobrevivieron incluso a sus peores días, yo también puedo.

Para ser honesta, hoy he revuelto en mi propio vestidor de segunda mano hasta encontrar unas gruesas medias de lana que pertenecieron a la abuela Jo, un vestido de los años treinta que me viene algo pequeño en la cintura y me aprieta, un jersey gigante y lleno de pelotillas que compré la Semana Santa pasada en un rastrillo, una boina que llevaba décadas olvidada en la caja de disfraces del grupo de teatro de mi instituto y un chaquetón de kamikaze que conseguí por bastante menos de lo que realmente vale en una subasta benéfica.

–Entonces seguimos –prorrumpe Miss Wonnacott, toda ella exasperación–. A no ser, claro, que tengas algo que objetar.

Creo que lo dice porque me he quedado paralizada, los dedos sobre el teclado y la vista fija en la pantalla bloqueada.

No he vuelto a ver a Harlon desde ayer por la noche en el Old Castle.

No quiero que desaparezca. No quiero que desaparezca. No quiero que desaparezca.

«Es culpa tuya.»

Esas tres palabras aparecen sin ser llamadas en mi cabeza cuando alzo el mentón para dirigirme a Miss Wonnacott.

«Es culpa tuya.»

No puedo más. Me levanto, apoyándome en la mesa y sintiendo cómo mis mejillas se vuelven más y más rojas.

–Harlon es Cricket –espeto, y las gafas de Miss Wonnacott caen al suelo provocando un pequeño estrépito–. Y usted lo sabía.

Miss Wonnacott parpadea. Sé que se esfuerza por mantener la calma (aunque ahora se aferra a su cruz de oro con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos), pero sus pupilas no dejan de moverse.

–Usted lo sabía –continúo–. Y no me dijo nada. Me ha utilizado. Lo siento, Miss

Wonnacott, pero ya no

me interesa este trabajo. No se preocupe, enseguida encontrará a otra persona ardiendo en deseos de escribir para usted. Yo leeré su libro cuando esté en las librerías, como debí decidir desde un principio.

Y comienzo a caminar hacia la puerta (mirando adelante, adelante, siempre adelante, concentrándome en los ejércitos de libros que se disponen a izquierda y derecha). Miss Wonnacott mueve su silla. Trata de agarrarme la muñeca, pero sus reflejos son débiles y falla.

–¿Nunca te has preguntado por qué te escogí a ti, señorita young?

–Sí, muchas veces, pero no me importa. Es una mujer excéntrica y horrible, y debería hablar seriamente con su editora. La coleccionista de almas no es, ni por asomo, de la calidad de la Trilogía de la Guerra.

–¿Nunca te has preguntado por qué podías ver a Harlon cuando otros no poseían esa habilidad? –

continúa Miss Wonnacott, ahora detrás de mí–. Por favor, señorita young, llevo escribiendo esta historia desde hace décadas. Una y otra vez, desde que terminó la guerra hasta hoy, y siempre mentí llegado el final. Por favor, déjame desvelar la verdad antes de que esta muera conmigo.

La «verdad».

Esa única palabra, desde la uve hasta la de, flota entre nosotras como un extraño fantasma sin color.

La «verdad».

–Lo siento, Miss Wonnacott, pero puede contarle la verdad a otra persona. A mi amiga taeyeon, por ejemplo. Le hace falta el dinero, y es mucho más profesional que yo.

–Tienes que ser tú. Lo sabes. ¡tiffany!

Niego con un gesto. Mis manos ya están sobre el pomo, tan frío al tacto, cuando la escritora dice las palabras mágicas:

–La tumba de Cricket está a nombre de John Michael Williams. La fecha de la muerte es falsa. Yo me la inventé. Cricket no murió entonces.

–Yo no vi ninguna fecha en la tumba. En absoluto –digo sin volverme–. Y ya me enteraré de cómo John Michael Williams llegó a ser conocido como Harlon Brae más adelante, cuando su biografía esté publicada.

Giro el pomo. Una corriente de aire frío pone de punta los pelillos de mi nuca.

–Es una fecha falsa –insiste Miss Wonnacott–. Cricket no murió calcinado. Los padres de Cricket jamás supieron la verdad. Es una tumba con una mentira grabada, pero, de estar vivos, ninguno de los Williams lo sabría. Era un secreto que hasta ahora solo conocía yo.

Me doy la vuelta muy muy lentamente. Miss Wonnacott, al fin, respira.

–Por favor, tiffany young –implora–, déjame que te cuente una historia. Una buena historia. Una historia real.

Y, cuando me siento de nuevo ante el Mac, me doy de bruces con el salvapantallas, en el que una única palabra se repite hasta perder todo su sentido.

 

VERDADVERDADVERDADVERDADVERDADVERDADVERDADVERDADVERDA

 

Like this story? Give it an Upvote!
Thank you!

Comments

You must be logged in to comment
LlamaAmerica #1
Chapter 52: D: asi termina????
Shizuma #2
Chapter 25: Me encanta esta historia, por favor continúa!
Saludosss