LA VOZ DEL OTRO LADO

Desayuno en Júpiter

_Así que quieres saber cómo es.

La voz de ia Wonnacott suena ahogada, como si proviniese del otro lado de un panel de cristal, y me hace dar un respingo. No esperaba encontrarla aquí.

El ala de neurología está en el cuarto piso. Aquí se encuentran las habitaciones de los pacientes de ataxia, que en este momento son solo tres (contando a ia Wonnacott, que todavía no se ha ido).

Estuve aquí cuando asistí a Miss Wonnacott en su lecho de muerte (que luego resultó no serlo), en la cuatro cero cuatro, y el verano pasado, cuando hospitalizaron a Tayo tras una caída a la salida del pub Seventy Nine.

–Así que quieres saber cómo es.

Las palabras son venenosas y afiladas como los silbidos de una serpiente. El celador que empuja la silla de ia Wonnacott se disculpa alzando cejas.

–Sé cómo es.

No sonar tan desagradable, pero esta mujer es horrible, y ni su edad ni su enfermedad quería la excusan.

Pero tiene razón. Sé cómo es el principio (la pérdida gradual de coordinación, las caídas cada vez más frecuentes, los primeros metros en silla de ruedas), pero no tengo ni idea de cómo podría ser el final. Por eso estoy aquí, observando a estas tres personas que llevan a sus espaldas algo más de un par de en silla de ruedas, que hablan en balbuceos muy lentos y que necesitan asistencia incluso para comer e ir al baño.

–Me acuerdo de ti –dice ia Wonnacott, y las sílabas salen a trompicones de su boca–. Muy formal, muy arreglada, con un ojo en mi cama y otro en tu teléfono, como si esperases una llamada urgente. Apenas dijiste nada; no habías leído mis libros (siempre sé cuándo alguien lee mis libros). Me cogiste la mano y lloraste cuando creíste que me había ido.

Me doy la vuelta. No quiero escuchar una sola palabra más de lo que tenga que decir esta mujer y, por el modo en el que ahoga un suspiro, sé que el celador tampoco. Sin embargo, hay algo que me detiene cuando ya estoy llegando al ascensor. Una única frase.

–Estuviste aquí el sábado.

Miro a ia Wonnacott, cuyo rostro se deforma en una mueca burlona que podría o no podría ser causada por su enfermedad.

–Viniste en cuanto supiste que había requerido los servicios de otra voluntaria. Honestamente, casi esperaba que fueses tú. Pensé que tenías coraje. Vino una niñita, muy poca cosa, con más experiencia de la que demostraba y el amor por las palabras oculto detrás de una risita nerviosa.

tiffany young. Todavía tengo su nota en el bolso.

¡Espero que vengas antes de cinco minutos!

No es que quiera hacerte sentir culpable por legar tarde ni nada por el estilo, pero tengo que ir a un sitio y me gustaría poder entregar el libro en mano.

Si vienes y no estoy, he dejado la biog rafía de Darwin detrás de la planta de la ventana. Espero que no te importe que haya empezado a le erlo (me ha gustado mucho el capítulo 8). Ojalá nos veamos otra vez . young 

–Entonces, ¿por qué quiere que trabaje para usted?

No puedo creerme que realmente haya dicho eso. En cuanto las palabras comienzan a salir de mi boca, firmes como los soldados de un ejército orgulloso, las rodillas comienzan a temblarme, y siento cómo mis mejillas y mis pómulos se tiñen de un brillante carmesí.

ia Wonnacott solo sonríe.

–El secreto de las mejores historias está en el misterio. Nunca desveles mucho demasiado pronto.

«Pero esto no es una historia. Esto es la vida real. »

–Quieres saber cómo es el Final. –Esta vez ia Wonnacott no formula una pregunta, y casi puedo ver la efe mayúscula de «final» saliendo de sus labios arrugados–. Dime, tiffany kim, ¿puedes coger un teléfono cuando suena? ¿Correos electrónicos de Contestar ? ¿Decir a los periodistas que lo sientes, pero que Miss Wonnacott está demasiado enferma para responder a las mismas preguntas una y otra vez? Mi secretaria

necesita un descanso; cree que una media jornada le permitirá pasar más tiempo con sus hijos. Sin embargo, las responsabilidades de las que lamentablemente no puedo ocuparme no work a media jornada.

–Tengo que irme –farfullo.

Presiono el botón del ascensor –rápido– pero no consigo que las puertas se abran.

–No es caridad –Dice Miss Wonnacott a mis espaldas–. Algunos tipos de ataxia son hereditarios.

Fueron mi padre y mi hermano antes que yo. Al primero se lo diagnosticaron cuando yo era una niña, y se aferró a la vida tanto como pudo; mi hermano tenía veintisiete años cuando casi mostró los primeros síntomas y murió una década después. Puedes encontrar ambas esquelas fácilmente, si no me crees, o puedes contactar con mi secretaria actual, que te despejará cualquier duda que tengas. Faye Kelleher, que estará encantada de compartir algunas de sus responsabilidades contigo. Puedes preguntarle a la doctora Imogene DeMeis por ella, o también encontrar sus datos de contacto en mi página web. No es caridad, señorita Enilo, te lo aseguro; es empatía.

tiffany 

 

Like this story? Give it an Upvote!
Thank you!

Comments

You must be logged in to comment
LlamaAmerica #1
Chapter 52: D: asi termina????
Shizuma #2
Chapter 25: Me encanta esta historia, por favor continúa!
Saludosss