corona de flores

Desayuno en Júpiter

Un grito me despierta. Con un ojo abierto y otro en el sueño, veo a Harlon detrás de taeyeon, que tiene una corona de campanitas y peonías en la cabeza. Ella es la que grita, llevándose una mano al pelo.

 

Harlon, que sabe que no puede verlo, se ríe.

 

–Muy graciosa, joven –masculla taeyeon, recobrando el aliento–. Tienes un sentido del humor espléndido.

 

Aunque no puede decirse que el cobertizo esté lleno de luz, entra la claridad suficiente por el ventanuco para que me alarme. Es por la mañana. Nos hemos quedado dormidas mientras hablábamos de restaurantes retro y de miedos y del futuro, y ya es por la mañana.

 

–¡Mi padre! –Exclamamos a la vez.

 

Mi móvil se ha quedado sin batería, pero, conociendo a papá, a estas alturas debo de tener al menos una docena de llamadas perdidas suyas. A estas alturas, seguro que la policía está al tanto de mi desaparición. O la Interpol. Todos y cada uno de los miembros de mi familia, incluso aquellos con los que no tenemos una relación demasiado estrecha.

 

–Tenía el móvil en silencio ... me he quedado dormida ... con una amiga ... sí, con una amiga ...

 

taeyeon, por supuesto, ya se ha hecho cargo de la situación. Debe de notar el pavor en mi cara (o en la manera en la que se agitan mis manos), porque, mientras habla con sus padres, hurga en su bolso hasta encontrar una de esas fundas de móvil que te cargan la batería.

 

Sonrío. Desde luego que taeyeon tiene algo semejante ahí dentro. Su bolso es como el de Mary Poppins, si Mary Poppins era una chica del siglo XXI con el estilo de Kate Middleton.

 

En cuanto mi teléfono vuelve a la vida, empieza a sonar. Lo cojo sin comprobar el número, practicando mentalmente el discurso que le soltaré a papá, así que me sorprende oír la voz de Lisandro al otro lado de la línea.

 

–¡Pequeñaja! –Oigo cómo se separa el teléfono de la oreja, porque de pronto la señal me llega más lejana–. ¡Mamá, estoy hablando con tiffany! No, no puedes ponerte, vamos a tener una conversación fraternal íntima. ¡Pequeñaja! ¿Ha pasado algo?

 

Respira pesadamente; lo noto incluso a través del móvil.

 

–Claro que no. Yo ... yo estaba dormida.

 

Suena tan ridículo en voz alta que noto mis orejas arder.

 

–¿Dor-mi-da? ¿Dónde?

 

–En ... es una larga historia.

 

–¿Una larga historia que termina meando en un palito?

 

-¿Qué? ¡Pues claro que no! No estaba con un chico, salido de mierda.

 

Lisandro ríe, lo cual es buena señal. De fondo oigo a mamá quejándose por lo bajini, lo cual no es tan buena señal.

 

–Da igual. Mira, no soy precisamente un experto en o lésbico, pero tienes que utilizar protección igual. Guantes, creo. Una vez Nat cogió una infección terrible porque se acostó con una peluquera que tenía los dedos llenos de químicos y ...

 

Nat es la novia de Lisandro desde los quince. En serio. Han estado juntos casi la mitad de sus vidas, exceptuando un período de tres años en el que Lisandro comenzó y terminó su carrera militar y Nat comenzó y terminó su carrera universitaria (un período que aprovechó, por lo que veo, para experimentar con peluqueras) .

 

-¿Qué? –Bajo la voz porque, aunque sigue hablando con sus padres, taeyeon podría escucharnos–. No me he acostado con nadie.

 

 

 

¡Ah! Bueno, por si acaso. En fin, lo que importa es que estés bien. ¿Estás bien?

 

–Perfectamente. De verdad, ha sido una tontería. Estaba en el planetario con una amiga y empezamos a hablar y ... nos dormimos. Vale, así suena a trola, pero te aseguro que es lo que pasó. Y –vuelvo a bajar la voz– no ha habido absolutamente nada de o.

 

–Vale, vale, lo pillo. Mira, a estas alturas ya deben de estar imprimiendo tu foto en los cartones de leche, así que ve a casa enseguida. Voy a convencer a mamá de que todo está bien y no hay motivo para llamarte, y me pongo en contacto con papá, ¿OK? Lo ablandaré un poco. Sobre todo está asustado porque ... –porque cuando tú no llegabas a casa por la noche solía significar que estabas en el hospital con un coma etílico–, bueno, que sabe que eres una buena chica. Hablamos luego, pequeñaja.

y yo colgamos al mismo tiempo. taeyeon Tras comprobar las llamadas perdidas de papá (un total de treinta y seis), levanto la vista hacia ella, que estira los labios.

 

–¿Te ha caído una bronca muy grande? –Me pregunta.

 

–Me caerá cuando llegue a casa. Mi padre es como esos padres de las sitcoms norteamericanas, que piensa que si no llego a casa a la hora es porque me he unido a un grupo punk en su gira por Europa o que me he fugado con un tipo con tatuajes o cosas así. ¿A ti?

 

–No muy grande. Mis padres son más bien como esos padres guais y relajados que ponen de los nervios al cabeza de familia de las sitcoms norteamericanas. Pero he tenido que calmar a mi madre, que estaba prácticamente hiperventilando. Al parecer estaban a punto de ir a la policía. Ya llamado a los hospitales.

 

–Mi padre a estas alturas habrá hecho lo mismo ... ¡Como mínimo!

 

taeyeon sonríe. Incluso así, con el pelo revuelto, el maquillaje corrido y la ropa arrugada, sigue pareciendo una actriz de la época dorada de Hollywood.

 

–Me lo he pasado muy bien. Gracias.

 

–¿Gracias por qué?

 

Por esto. Por todo –dice, alisándose los pliegues de la chaqueta con las palmas–. Creo que lo necesario.

 

–Quizá es algo que podamos hacer más veces –digo mientras salimos a la luz–. Ir a los lugares que aparezcan en la biografía de ia Wonnacott.

 

taeyeon parpadea.

 

–¿De verdad?

 

–Claro. ¿Te gustaria?

 

No puedo leer su expresión, porque tiene la cabeza gacha y los ojos clavados en las puntas brillantes de charol de sus Oxfords.

 

–Sí –dice al fin, y sus pecas quedan ocultas bajo el rubor–. Sí, creo que estaría bien.

 

Cuando Amoke coge el autobús a Tower Gardens y ya no puede vernos ni oírnos, corro detrás de Harlon a través del campo de las liebres.

 

–¡Estabas ahí! ¿Por qué no nos has despertado?

 

Harlon acelera la marcha, su espalda confundiéndose con el azul y el rosa pálido del amanecer.

 

–¡Espera! ¿Por qué te has ido?

 

–Bueno, ella no podía verme, ¿no? –Dados, manchitas rojas creciendo en sus pómulos y sus mejillas.

 

No se ha detenido, pero al menos va a un paso que puedo seguir.

 

–Pero yo sí.

 

–¿Y? Tu amiga habría pensado que estás loca, hablando sola en voz alta.

 

Se para y escupe al suelo.

 

Harlon –susurro, cogiéndole la mano; está ardiendo–. Siempre eres bienvenido. Siempre.

 

–Ella te gusta más que yo –dice con los dientes apretados–, y no intentes negarlo, grulla. Se te nota.

 

Niego con la cabeza. Hemos echado a correr de nuevo, y el sudor que me cubre la frente y la espalda me impide pensar con claridad.

 

–No me llames así, por favor –le pido a Harlon–. Es estúpido. Y esta discusión es estúpida.

 

–Eres la única persona con la que puedo hablar ...

 

–Eres mi amigo, Harlon, y eso nunca va a cambiar. Debiste haberme despertado.

 

-¿Oh si? ¿Por qué? Parecías perfectamente a gusto, grulla.

 

El sol sale por encima de los tejados de los edificios de la ciudad. Van a dar las seis y media. Mierda.

 

–Por papá. Papá debe de estar asustado.

 

Harlon no dice nada.

 

Papá me recibe colgando el teléfono enérgicamente y dándome uno de esos abrazos que te revuelven todo el pelo y la ropa y que parecen querer dividirte en dos.

 

–Tu hermano me lo ha contado todo –dice, y en su voz noto que está esforzándose mucho por no alzar el tono más de lo estrictamente necesario–. Estoy ...

 

Temo que vaya a decir «decepcionado». Una parte de mí querría decirle que eso es injusto, y que yo nunca le he dado motivos para desconfiar de mí. Otra parte, sin embargo, recuerda ese pinchazo lacerante en el estómago cuando estás en el coche de camino al hospital. Por

 

eso no digo nada, lo que es una fortuna, porque papá ni siquiera pronuncia esa palabra Mierda.

–Estoy confundido, Ofelia. Sé que este último año no ha sido fácil para ti, pero esperaba que, después de todo lo que ha tenido que soportar esta familia, fueses un poco más responsable.

–Lo sé. –Suspiro, dándole un mordisco al bagel con mermelada de manzana que me tiende papá–. Debí haberte avisado, pero me quedé ...

–No me repitas la misma historia que tu hermano –rezonga papá, sentándose a escribir tarjetas en la mesa de la cocina–. No sé en qué nos equivocamos tu madre y yo. No sé, quizás hubo que haber sido más estrictos con vosotros ...

El bagel se me escapa de las manos, llenando el suelo de semillas y de mermelada pegajosa.

–Venga, papá, ¿cuántos años tengo?

Él me mira por encima de sus gafas de carey.

–¿Cuántos años tengo? –Repito, extendiendo los brazos–. Si estuviese en la universidad, podría pasar todas las noches fuera de casa y ni siquiera te darías cuenta.

–Pero no estás en la universidad –responde él pausadamente, como si sopesase cada palabra en una balanza antes de pronunciarla.

Tiene razón. Él tiene razón y yo no, y eso solo me hace sentir peor.

Me pongo en pie, haciendo el mayor ruido posible, limpio los restos del bagel y le dirijo un mohín.

–Tengo que irme a trabajar –digo, y, como él no agrega nada, echo a andar airosa hacia la puerta mientras Harlon me mira con una expresión de incredulidad desde las escaleras.

Puede que no esté en la universidad, pero estoy construyendo mi propio futuro. Y soy mayor de edad. Y nunca, ni en el instituto ni cuando Lisandro vivía en casa, nunca, pero nunca ...

–¿Quién es tu amiga?

La pregunta de papá me coge desprevenida y con una mano en el pomo de la puerta.

–Leo me ha dicho que estabas con una amiga –insiste cuando no le contesto–. ¿La conozco?

Por una fracción de segundo pienso en darle el nombre de Esther, pero sé que papá es lo suficientemente alarmista como para contactar con todos mis amigos en el caso de que yo no esté en casa a una hora «decente», así que le digo la verdad.

-No lo creo. Trabaja en casa de Miss Wonnacott. Es su secretaria.

–¿Y cómo se llama?

–Taeyeon, taeyeon kim – digo, sintiéndome un poco estúpida porque nos estamos hablando a gritos, él desde la cocina y yo desde el rellano.

–¿Kim? –Repite–. ¿Es del barrio?

Papá es uno de esos hombres que apoyan los derechos de las personas de color (no los llama negros) y que celebraron la presidencia de Obama, pero que de vez en cuando se dejan llevar por los tópicos racistas y dicen cosas como que los gitanos no son de fiar o que los chinos son todos unos falsos o que los musulmanes son unos retrógrados que golpean a sus mujeres.

En ocasiones normales sería lo bastante inteligente como para no mencionar que taeyeon vive en la zona más conflictiva de la ciudad, pero esta no es una ocasión normal.

–Pues no. Vive en, ya sabes, Tower Gardens.

Y cierro la puerta tras de mí, disfrutando del portazo y de todas y cada una de mis palabras.

 

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Comments

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LlamaAmerica #1
Chapter 52: D: asi termina????
Shizuma #2
Chapter 25: Me encanta esta historia, por favor continúa!
Saludosss