Capítulo XV
Miedo a perderte (Continuación Experiencia vs Inocencia I)
—¿Te han contestado ya de la escuela de periodismo? —preguntó mi madre. Ya habían pasado semanas desde que había enviado mi solicitud a varias escuelas.
—Sí —contesté—. Quieren muestras de mi trabajo. Es más complicado de lo que me había imaginado. Debo escribir un reportaje y otros artículos. No tengo ni idea de cómo hacerlo.
—Ah, y por eso tienes la habitación empapelada de periódicos —dijo, riéndose.
—Necesito modelos —repuse, turbada—. Una va al colegio durante años y luego hace la selectividad, pero nadie te cuenta nada de esto.
—Lo vas a conseguir —respondió.
—Lo intentaré, pero somos muchos aspirantes para muy pocas plazas. No tengo muchas posibilidades.
—Siempre eres tan pesimista… —afirmó mi madre—. ¿Por qué van a ser mejores los demás? Tú siempre has sido muy buena.
—En el colegio sí. —Suspiré—. Pero esto es otra cosa.
—Tú también eras buena con… —Se calló y me echó una rápida mirada—. En la agencia de publicidad —continuó, con aspecto inocente.
Respiré hondo. Había conseguido mitigar un poco los recuerdos de los últimos días a causa de las muchas novedades que atraían mi atención. Si mi madre no lo hubiera nombrado, quizás hubiera tenido un momento de sosiego, pero así…
—Sí —dije yo—. Puede que lo fuera. —Mi madre pensaba sólo en los textos que yo había escrito para Tiffany ; yo me refería a otras muchas cosas, de las que mi madre no tenía ni idea.
—Eso ya son muestras de tu trabajo —insistió—. ¿No puedes incluirlas?
—¿Textos de publicidad? —Sacudí la cabeza—. No, no se puede hacer. Esto es algo muy distinto. —Sonreí—. Tiffany diría que no es cierto, de hecho ya me lo dijo en una ocasión.
Mi madre me miró con expresión pensativa.
—¿Qué tal te encuentras cuando piensas en ella? —preguntó—. ¿Mejor? Sacudí la cabeza con un ademán de duda.
—No —respondí—. Intento no pensar demasiado, pero no siempre lo consigo. —¿Aún no ha vuelto? —preguntó.
—No, que yo sepa —contesté. —¿No lo sabes?
—No. —Suspiré—. Fui a su casa y está cerrada. Ha vendido la agencia. No tengo ni idea de dónde puedo buscarla.
—Quizá debas dejar de buscar —sugirió.
—Ya lo sé. —Me levanté, retorciéndome las manos—. Sé que lo mejor sería que no volviera a pensar nunca más en ella, que la olvidara.
—Sí, sería lo mejor —dijo mi madre—. Se ha comportado de una forma…
—Ella ha… —tragué saliva—. Ella hizo algo que no debió hacer. Pero sólo por eso no se la puede condenar…
—Sigues queriéndola —dijo mi madre.
—¡Pues claro que sigo amándola! —Mi voz reflejó duda, igual que yo me sentía en aquel momento—. Ella es… ella es… Siempre que pienso en ella la deseo. Cada día espero que regrese para que podamos hablar, para poner en claro todos los malentendidos y volver a ser felices.
—¿Es eso lo que de verdad deseas? —preguntó mi madre—. ¿Hablar con ella? ¿Y de dónde vas a partir, de la misma base que antes?
—Sí. —La miré con ojos que rogaban comprensión. Mi madre suspiró.
—¿Qué puedo hacer yo? —Me miró con cara de preocupación—. Me gustaría que frecuentaras a otra gente. ¿Qué hay de Sulli?
—Sulli nunca va a ser nada más que una buena amiga —dije, algo nerviosa—. Ya hemos hablado bastante de ese tema.
—¿Sulli no tiene amigas que te resulten simpáticas? —preguntó. —Mamá… —Sacudí la cabeza.
—Lo sé, lo sé. —Alzó sus manos con impotencia—. Yo sólo soy tu anciana madre y de todos modos no sé muy bien lo que hay, tal y como les gusta decir a ustedes, las jóvenes.
—¡Tú no eres vieja! —exclamé, riendo, y la abracé—. Eres la madre más joven que existe. Estoy segura de que la gente piensa que somos hermanas.
—Seguro… —respondió, en un tono irónico. Sonó el teléfono y me dirigí a él para contestar.
—Fresenius —dijo una voz, sin tan siquiera una pizca de tono erótico. Necesité un instante para recuperarme del shock.
—Señora Fresenius —respondí después.
—Me falta su firma en algunos formularios —dijo la abogada—. Mi bufete se los ha enviado, pero no los ha devuelto.
—Es cierto —contesté, con los dientes apretados. Se trataba de la cuenta corriente que Tiffany había abierto para mí—. Y no lo voy a hacer.
Hubo unos segundos de silencio. —¿Está usted segura? —preguntó. —Muy segura —remaché la expresión.
—Bien. Entonces voy a tomar nota. —Sonaba como si quisiera colgar. —¿Usted ha… —inquirí a toda prisa—, ha sabido algo de Tiffany ? —No —contestó—. Ahora que ya ha vendido la casa…
—¿Ha vendido la casa? —interrumpí, perpleja—. ¿Además de la agencia?
—Y no sólo la agencia —respondió la señora Fresenius—. Lo ha vendido todo.
—Pero… pero… —tartamudeé. Desesperada, me apoyé en la pared—. ¿Eso quiere decir que Tiffany no va a regresar?
Larissa Fresenius dudó por un instante.
—Aquel día ya le comenté en la agencia que no me parecía muy probable que regresara —dijo, en un tono profesional.
—Sí…, sí…, pero… —A pesar de lo que ella me comentó en su momento, yo contaba con que Tiffany volvería. ¿Qué sabía la señora Fresenius?—. Pero…, tiene que estar en algún sitio — tartamudeé.
—Es cierto, pero, como ya le he dicho, yo lo ignoro.
—Usted…, usted sabe algo —afirmé. Yo tenía la indudable sospecha de que me ocultaba algo—. ¿Por qué no me lo dice?
—Lo siento, no le puedo decir nada —repuso Larissa Fresenius y colgó. Mi madre me miraba.
—¿Fresenius? —dijo, frunciendo el entrecejo—. Ese nombre me resulta conocido.
—Es… —Mi boca estaba tan seca que tuve que tragar saliva en varias ocasiones—, es la abogada de Tiffany —murmuré.
—¡Ah, sí! —exclamó—. ¿Tiffany ha vendido su casa?
—Sí. —La miré y me senté—. M e lo ha dicho la señora Fresenius. —Si es su abogada, será cierto.
—De verdad que aún no lo entiendo —afirmé, todavía impresionada. —Se ha mudado —sentenció mi madre—. Y no va a volver.
—Pero ella no puede limitarse a… —Apoyé la cabeza sobre las manos. Mi madre se acercó a mí y me puso el brazo sobre los hombros.
—Algunas personas son así —aseguró—. Recogen sus cosas de un día para otro y se van a otro sitio. No saben ser de otra forma.
—Pero…, pero Tiffany es… No ha dicho nada al respecto —balbuceé, desesperada.
—Ah, tesoro… —Mi madre me tocó el pelo—. Ella se ha ido. Olvídala. Tienes que olvidarla lo antes que puedas. Seguro que ella ya no te recuerda desde hace mucho tiempo. Vive en otro sitio, en una nueva casa, con nuevas personas, tiene una nueva vida. Entiéndelo de una vez. —Su voz sonó un tanto desamparada y dudosa. No sabía qué hacer.
—Pero…, mamá…, compréndelo… —Levanté la cabeza para mirarla—. Tiffany es… Ella no es nada espontánea, no toma sus decisiones así de improvisto. Piensa mucho las cosas. Y si…, si ella lo tenía pensado, habría hecho planes hace mucho tiempo y entonces…
—Quizá los hizo —dijo mi madre—, pero no lo supiste. Tú misma has dicho que no hablaba de muchas cosas.
—De cosas personales no —contesté—. No le gustaba hablar de temas privados, pero sí de asuntos profesionales. Eran su razón de vivir.
—Pues esta vez no lo ha hecho —dijo mi madre, con aspecto enervado—. Y tú no puedes cambiar nada. Ha ocurrido y tienes que aceptarlo, como todos hemos de aceptar en esta vida muchas cosas que no nos gustan. Eso también hay que aprenderlo.
Please Subscribe to read the full chapter
Comments