Capítulo XIV
Miedo a perderte (Continuación Experiencia vs Inocencia I)
Mi madre ya se había ido de casa cuando, a la mañana siguiente, Sulli y yo nos sentamos a desayunar en la mesa de la cocina.
—Tu colchoneta hinchable es muy cómoda. He dormido en ella como un lirón —aseguró Sulli. Hoy tenía mucho mejor aspecto que ayer; se había recuperado bien.
—Por desgracia, no tenemos habitación de invitados —contesté—. La colchoneta es para casos de emergencia.
—Sea como sea, me ha ido muy bien —afirmó—. Hoy mismo voy a ver a un agente inmobiliario y me buscaré un piso. Mis padres pueden echarme, pero tienen que pagarme uno. —¿No quieres hablar con ellos otra vez? —pregunté.
—Tiene muy poco sentido —respondió Sulli y su voz sonó opaca—. Pero, si tú quieres, podemos ir juntas a la agencia de publicidad de Tiffany y yo te podría prestar un poco de apoyo moral.
—Y a la recíproca —dije, con una sensación de temor en el estómago, al pensar que volvería a ver a Tiffany —, yo también podría darte mi respaldo moral con tus padres.
Sulli me miró, indecisa.
—Me lo pensaré —contestó luego—. ¿Cuándo vamos a ver a Tiffany ? ¿Hoy? —Sentí un sobresalto. Aquello iba muy rápido—. Si tardas más tiempo te quedarás muy atrasada —insistió—. Ella ha tenido un par de días para pensárselo. Puede que lo sienta. Quizá no lo soporta por más tiempo.
Yo dudaba, pero…
—Está bien —dije—. Hoy .
Llegamos ante aquel edificio que me recordaba tiempos mejores. Sulli lo miró. —¿Entro contigo? —preguntó.
Yo podía imaginarme la reacción de Tiffany cuando me tropezara con ella, pero si íbamos dos… —Mejor voy sola. —Lancé un suspiro.
—¿Dejo el motor en marcha para que podamos huir a toda pastilla? —preguntó Sulli, en un tono burlón. Luego se puso seria—. Lo siento —se disculpó.
—Tienes razón. —Fruncí el entrecejo—. Tiffany es a veces un poco…, pero, a pesar de todo, espérame. No dejes el motor en marcha. —Hice una mueca y me bajé del coche.
Me resultó penoso entrar en el edificio. Nada había cambiado. Las paredes, la entrada, incluso los carteles de colores que se podían ver desde fuera, a través de las ventanas. Todo estaba igual. Pero habían ocurrido muchas cosas.
Me di ánimos y empujé la puerta de entrada. Aquello era un hervidero de gente que iba y venía, igual que antes, pero todos los que deambulaban por allí me resultaban desconocidos. ¿Habría cambiado Tiffany a todo el personal? La gente llevaba cosas y las distribuía en cajas y cajones.
Busqué por allí. ¿Estaría Sunny en algún sitio? En aquellos momentos, hubiera preferido no encontrármela, porque estaba segura de que me haría preguntas a las que no podría contestar.
La puerta del despacho de Tiffany estaba abierta, como siempre. La miré desde lejos y luego me acerqué entre titubeos. Finalmente acabé por dar el último paso y miré dentro de la habitación.
No vi a Tiffany , pero…
—¿Puedo ayudarle en algo? —La abogada de pelo negro de Tiffany me miró de forma inquisitiva. Estaba de pie, detrás del escritorio de Tiffany , que aparecía extrañamente vacío. No tenía las habituales montañas de papeles.
—Eh… —carraspeé—. ¿No está Tiffany ?
—No. —Se me acercó desde detrás de la mesa—. Yo me he hecho cargo de la liquidación. —La… ¿Es usted quien dirige ahora la agencia? —pregunté con perplejidad.
—La agencia ya no existe —dijo la abogada—. Ha sido vendida. Yo sólo me encargo de que todo se entregue en la debida forma a su nuevo dueño.
—Pero… —Me quedé allí como si hubiera sido alcanzada por un Rayo. Luego me recuperé—. Lo intentaré en casa de Tiffany .
—No la va a encontrar allí —repuso la abogada—. Está de viaje. —Me miró fijamente—. ¿No nos conocemos? —preguntó.
—Nosotras… —Tragué saliva—. Sí, nos vimos un momento en casa de Tiffany —dije, haciendo un esfuerzo.
—Sí, es cierto, y además no hace mucho de eso —respondió la morena con una sonrisa—. Lamento no haberla reconocido a la primera.
—Oh, fue tan sólo… —Me sentí sobrecogida. Volví a verla sentada en el sofá de Tiffany y volvieron a mí los mismos pensamientos que tuve en aquel momento.
—Fue un encuentro muy corto —dijo ella y su sonrisa se alteró. Ahora se parecía mucho más a la que yo había visto aquella noche.
—¿Cuándo… cuándo regresa Tiffany ? —pregunté. Alzó los hombros.
—Ni idea. Puesto que aquí ya no tiene obligaciones, es lógico que pueda demorarse más tiempo. No me ha dicho nada.
—Pero…, pero… —La miré. Todo estaba muy ordenado. Había desaparecido casi por completo la atmósfera de caos y creatividad que siempre rodeaba a Tiffany .
—¿Por qué ha vendido la agencia? ¿Se ha hecho con otra?
—No se lo puedo decir. No soy más que su abogada. —Se rió—. Siempre ha sido inútil preguntarle a Tiffany el motivo de sus decisiones. —Me miró con la cabeza algo inclinada—. Usted es Krystal , ¿cierto?
Yo la miré, sorprendida.
—Me ha hablado mucho de usted —dijo su boca roja de carmín—. Larissa Fresenius. —Me estrechó la mano.
Yo la miré, aún boquiabierta, y enseguida le solté la mano. —Usted… usted me ha mandado una carta —dije, con voz apagada. —Ha sido mi despacho —afirmó—. Yo no envío cartas personales.
¡Oh, Dios mío! Aquello resultaba muy embarazoso. Significaba que ella sabía lo que ponía en el contrato, sabía que Tiffany y yo… Tiffany había hablado con ella sobre el tema. Quizá la señora Fresenius le había dado algunos consejos a la hora de redactar el contrato. Lo mejor hubiera sido irme de allí a la carrera, pero no pude moverme. Estaba como petrificada.
—¿Puedo darle un consejo? —dijo la señora Fresenius—. Coja el dinero y olvídese de Tiffany . Más que echarme a correr, hubiera deseado que me tragara la tierra por un agujero que llegara hasta Nueva Zelanda.
—Usted…, usted… Tiffany … Pero… ella no puede desaparecer —tartamudeé.
—Oh, sí, claro que puede. —Larissa Fresenius se rió—. Usted es muy joven y hace poco que la conoce. Pero, créame, ella puede hacer todo lo que quiera. Nadie puede influir en eso.
—Usted… —Me costó tragar saliva—. ¿Se conocen desde hace mucho tiempo? —Hace mucho —contestó—. Desde que íbamos al colegio.
—¿En el internado? —pregunté yo.
—Ah, ¿le ha hablado del internado? —Larissa arqueó las cejas—. Me sorprende. Por regla general no le cuenta a sus…, bueno, ella nunca cuenta nada. —Me miró con curiosidad—. ¿Le ha comentado algo sobre mí?
Me quedé perpleja. ¿Qué quería decir con eso? —No —dije, con un gesto de cabeza.
—Está bien. —Echó un vistazo a la mesa de despacho—. Tengo que seguir, porque aún quedan muchas cosas pendientes. —Me miró otra vez—. ¿O tiene más preguntas?
«Muchas. Miles, millones». Respiré hondo. —No sé por dónde empezar —respondí. Ella me miró pensativa.
—Me lo puedo imaginar —dijo después.
—Usted sabe dónde está, ¿verdad? —pregunté—. Pero no me lo quiere decir. ¿Se lo ha prohibido Tiffany ?
—No. —Larissa sacudió la cabeza—. Le aseguro que no sé dónde está. No le puedo decir más de lo que ya le he comentado. Lo siento.
—Tengo que hablar sin falta con ella —dije, desesperada—. Por favor…, ayúdeme. Larissa Fresenius me observó durante un minuto.
—Eres tan joven —dijo en voz baja—. Todavía tienes toda la vida por delante. Tiffany es… Olvídala. Es la mejor ayuda que te puedo ofrecer. —Luego se volvió y regresó al escritorio.
De repente, tuve una sospecha.
—¿Está usted ahora con ella? —pregunté, con un estremecimiento—. ¿Es eso? ¿Tiffany le ha encargado el contrato para deshacerse de mí y quedarse libre para usted? ¿Es tan cobarde que no me lo puede decir a la cara?
—¡Ay, niña! —Larissa se sentó tras el escritorio y se echó a reír—. Eres muy ingenua.
—¿Es cierto entonces? —pregunté. Sentí frío—. La vi sentada junto a ella en el sofá. Percibí que allí había algo. ¿Lo va a negar?
Larissa Fresenius sonrió y agitó la cabeza.
—No, no lo voy a hacer. Tiffany y yo somos, ¿cómo se dice?…, viejas amigas. —¿Qué tipo de amigas? —inquirí, con los dientes apretados.
—¡Dios mío, sí! —respondió, furiosa—. Nos hemos acostado alguna que otra vez. Si es eso lo que te interesa.
¿Alguna que otra vez? ¿Alguna que otra vez? —¿Cuándo? —pregunté, con un estremecimiento.
—¿Que cuándo? —Enarcó las cejas—. ¿Tengo que hacerte un listado? —dijo, con expresión divertida.
Me tambaleé y mi mirada se nubló.
—¡Por el amor de Dios! —Oí aquella exclamación como si hubiera tenido unos algodones en mis oídos. En aquel momento Larissa estaba a mi lado, sujetándome—. Siéntate —sugirió—. Estás blanca como el papel.
Obedecí y me recuperé en el sillón que estaba detrás del escritorio. Una nueva experiencia para mí. Nadie se habría atrevido a sentarse en la silla de Tiffany .
—No te lo tomes así —dijo la abogada—. Tiffany no era un alma cándida cuando tú la conociste. —No, yo… —Mi visión se aclaró poco a poco—. Ni lo pensaba —dije, con voz casi inaudible. —Bien, ya lo ves. —Larissa se apoyó en el borde de la mesa y me miró—. ¿De verdad resulta tan difícil para ti?
—Yo… ¿Dónde está? —murmuré.
—¡Por Dios, no lo sé! —Larissa juntó las manos—. ¡Créeme de una vez! Tiffany y yo no somos una pareja que nos lo contemos todo. Aun cuando pudiera parecerlo.
—Pero…, ¿son… pareja? —me expresé con dificultad.
—¡No, cielos! —Sacudió la cabeza nerviosamente y su pelo se alborotó—. ¿Cuántas veces voy a tener que decírtelo? En el internado fuimos algo parecido a eso, pero hace ya mucho tiempo. —Me miró, pensativa—. ¿Cuántos años tienes, pequeña?
—Casi veinte —dije con obstinación.
—¡Oh, casi veinte! —Intentó ocultar una mueca.
—¿Qué tiene que ver mi edad con esto? —pregunté, airada—. Se trata de Tiffany .
—Sí, se trata de Tiffany . Sólo se trata de eso, de Tiffany . —Se levantó de la mesa y dio unos cuantos pasos por la habitación—. Estás muy colgada de ella, ¿no es cierto? —preguntó.
—No estoy colgada de ella, yo… yo la amo —dije, con desánimo—. No puedo vivir sin ella. —Pues debes aprender a vivir sin ella —replicó Larissa Fresenius—. Siempre es así.
—Eso… no…, nunca. —Sentí cómo me temblaban los labios—. Ella volverá…, y entonces hablaré con ella y …
—Ella no va a volver tan pronto —aseguró la abogada.
—Entonces esperaré. Esperaré hasta que regrese, da igual lo que tarde. En algún momento tendrá que volver. —Así de sencillas eran las cosas. No podía desaparecer para siempre. Era sólo cuestión de tiempo.
—Tiffany es una mujer adulta —dijo Larissa—. Puede hacer y dejar de hacer lo que desee y tú no sabes qué va a decidir. No puedes predecirlo, ni tú ni nadie. ¿De verdad quieres sentarte a esperarla?
—¿Usted no la va a esperar? —pregunté con mordacidad. Ella sonrió levemente.
—Piensas aún que Tiffany y yo mantenemos una relación amorosa, ¿no es así? —Me miró como si tuviera que tomar una decisión—. Puede que no lo entiendas —dijo después—, pero Tiffany y yo… éramos una sociedad de intereses mutuos. Las únicas chicas lesbianas del internado, eso era lo que pensábamos entonces, aunque luego no fuera así, de modo que tuvimos que asociarnos y aliarnos. Yo luego atendí los aspectos jurídicos de su empresa y ella hizo
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