EXCURSIONES NOCTURNAS

Lo Nuestro Es De Otro Planeta
 

—Es un piso pequeño.

Y muy desordenado, pensó tiffany, aunque esto no llegó a decirlo en voz alta. Le mortificaba que tae viera su hogar en aquel estado. Olía a cerrado. Había dejado parte de su armario desperdigado sobre la cama. Los zapatos, apilados de cualquier manera en una esquina. Cacharros sucios en el fregadero. La basura, sin tirar, oliendo a algo que prefería no imaginar. Carcasas de juegos esparcidas por la alfombra del salón. Un rollo de papel higiénico desplegado sobre el sofá. Y ya no quiso fijarse en nada más porque aquello era un verdadero desastre.

Se acordó entonces de las palabras de su madre. De su reproche típico: «Vives como una estudiante». Y así era. Debería empezar a plantearse vivir de otra manera, con más orden e higiene, acorde a su edad. Ya no era una niña, pero en aquel momento tenía otras cosas en las que pensar.

—Te sacaré la cama hinchable para que duermas mejor; el sofá es un poco incómodo —dijo, intentando recordar dónde la había dejado. Esperaba que no fuera en el trastero porque no le apetecía nada bajar al garaje a aquellas horas—. Lamento el desorden.

Tae se limitó a asentir con la cabeza y tiffany le agradeció que no apostillara nada al respecto.

Se fue entonces a la cocina y empezó a lavar con fruición los cacharros amontonados en el fregadero.

—Enseguida estoy contigo —alzó un poco la voz para que tae la escuchara desde el otro extremo de la casa.

Allí estaban, una vez más, y de nuevo no sabía por qué ni cómo había llegado a esta situación. Hiciera lo que hiciese parecía predestinada a no librarse de tae. Y la verdad es que casi se había acostumbrado a su presencia. Quizá no tanto, pero ya no le parecía amenazante o peligrosa, solo extraña. Seguía sin saber mucho de ella (nada, en realidad), pero el miedo que había sentido en Madrid se estaba evaporando. Suponía que la culpa la tenía el alcohol, que le hacía bajar la guardia, pero estaba tan cansada que ya se preocuparía de ello por la mañana.

—He pensado que, como es tarde, hoy mejor duermes aquí y ya mañana puedes buscar un sitio donde alojarte —dijo al salir de la cocina mientras se secaba las manos con un trapo—. A no ser que tengas a donde ir…

Dejó esta frase colgando en el aire con la esperanza de que tae respondiera afirmativamente. «Sí, tengo donde ir, no te preocupes». Algo así. Pero la extraterrestre permaneció callada. Le dedicó una dulce sonrisa, sin más.

—Creo que tengo la cama hinchable por aquí —continuó diciendo tiffany, mientras arrastraba una silla para buscar en el altillo de su habitación. Para su fortuna, la caja estaba allí. Solo tenía que hincharla y ya estarían listas para dormir.

Estaba tan cansada que lo hizo todo de manera mecánica. En menos de un minuto el colchón estaba hinchado y tiffany lista para meterse en la cama.

—Si tienes hambre, siéntete libre de atacar la nevera. Aunque, bueno, no hay mucho. Tengo que ir al supermercado. Y si necesitas ir al baño, está allí.

—Muchas gracias. Tiffany es… —tae se corrigió enseguida—: Eres muy amable. No sé qué habría hecho aquí sin ti. Espero poder recompensártelo algún día.

—Sí, a lo mejor algún día puedes invitarme a tu planeta, eh —se burló.

—Oh, sería una buena manera de agradecerte todo lo que has hecho. Eso por descontado. Pero no estoy segura de que sea posible.

—Bueno, es tarde. Mejor vamos a dormir.

Tiffany no deseaba hablar de vidas de otra galaxia. De hecho, no quería escuchar nada más de todo aquello. Sentía que la cabeza le daba vueltas por culpa del alcohol, y la insistencia de tae en contar batallas interestelares le hacía sentir exhausta. Le hubiese gustado un resquicio de realidad, para variar. Se desvistió y se puso el pijama. Había cerrado la puerta, pero no tenía pestillo, así que la miró de reojo, con cierta preocupación. Si mueres esta noche, tú te lo habrás buscado, se dijo a sí misma, escurriéndose bajo las sábanas, pero entonces la asaltó una idea.

Esperó unos minutos, con los ojos abiertos y tratando de no quedarse dormida. Su plan estaba claro: esperaría a que tae cayera inconsciente y entonces podría realizar su investigación sin interrupciones. El objetivo era, sin duda alguna, la cajita/bolso metálica que tae portaba a todas partes. En su interior estaba su DNI y tiffany tenía intención de averiguar su lugar de residencia. Bastaría con escabullirse hasta el salón, buscar el bolso, sacar el documento de identidad y leerlo con atención. Tal vez después dejar una carta o un post-it con los datos, en un lugar que tae no pudiera encontrar, pero que la policía sí, por si al final resultaba ser una asesina en serie. No sería nada dramático, solo unas simples líneas diciendo quién estaba detrás del asesinato, dónde vivía, como un mensaje en clave. Podía utilizar algún tipo de lenguaje de programación para que tae no supiera descifrarlo. ¡Sí, eso sería fantástico!

Pero se estaba precipitando. De nuevo su incendiara imaginación le jugaba malas pasadas. Debía calmarse y pensar con claridad o acabaría arruinándolo todo.

Echó un vistazo a la hora en el reloj de su móvil y escuchó con atención constatando que ningún ruido procedía del otro extremo de la casa. Tiffany salió entonces de la cama y caminó despacio, sin hacer ruido alguno. Abrió la puerta con sumo cuidado y se adentró en la oscuridad del salón intentando controlar los latidos de su corazón.

Nunca antes había husmeado en el bolso de una mujer y se preguntó qué diría el agente González ahora, si la viera caminando de puntillas en la oscuridad, como una ladrona a punto de asaltar la cartera de una damisela desvalida.

Tae parecía profundamente dormida y tiffany se alegró de ver que tenía vía libre. Fue hasta la silla donde había dejado su cajita metálica y la tomó entre sus manos con sumo cuidado. Por fin iba a descubrir algo más sobre ella. Una dirección. Los nombres de sus progenitores. Una ciudad. ¡Algo! Pero por más que revisó la caja no fue capaz de encontrar ningún cierre por donde abrirla. Era completamente lisa, como un ligero huevo. La palpó por si así podía encontrar alguna junta o hendidura que le indicara su apertura, pero no había nada en su suave superficie. Tiffany probó a agitarla como una lámpara maravillosa y obtuvo el mismo resultado.

¡Maldita sea!, murmuró para sus adentros.

Aquello era imposible. Tenía que haber alguna manera. Pensó en ir a la cocina y hacerse con un cuchillo, pero si tae se despertaba y la veía con un cuchillo jamonero en la mano a lo mejor se hacía la idea equivocada. ¿Un martillo? Demasiado ruido. Y aunque consiguiera abrirla, acabaría destrozándola. Eso no podría explicarlo. Unas pinzas de depilar, unos alicates, el abridor de latas… tiffany pensó en objetos que podrían servirle de ayuda, pero ninguno le pareció suficientemente útil. En ese momento se sintió ridícula. Estaba de pie, en medio de su salón, a oscuras, con una presunta extraterrestre dormida en un colchón hinchable a varios metros de ella y tenía una especie de huevo galáctico entre las manos. ¿Un poco más de surrealismo, por favor?

—Prueba a girarlo cuatro veces sobre el eje vertical.

Tiffany abrió los ojos con sorpresa.

Se giró de golpe y vio a tae mirándola con ternura. Estaba incorporada en la cama hinchable, pero no parecía molesta de haberla sorprendido en medio de la noche intentando forzar su huevo.

¿Qué podía decirle ahora? ¿No pretendía hacerlo? ¿Soy sonámbula?

La idea del sonambulismo era la más ridícula, pero también la menos comprometedora. Tal vez si estiraba los brazos consiguiera fingir que no era consciente de sus acciones… —Vamos, prueba. Solo así conseguirás abrirlo —la invitó tae.

—Yo… —tiffany dudó—. ¿Cómo he llegado hasta aquí? —dijo, fingiendo que acababa de despertarse. Dejó la cajita metálica de nuevo en su sitio.

—Pues no sé. Imagino que deseabas encontrar algo en mi bolso… — ¿Tu bolso? ¿Qué bolso?

—Ese que tienes entre las manos.

—Ah, ¿este bolso?

—Sí. Ese.

—Pues no sé cómo he llegado hasta aquí… Estaba dormida y… no sé.

Tae frunció el ceño y sonrió de manera misteriosa. Entonces dijo:

—Qué interesante. ¿Sabes? Yo también hago cosas extrañas en sueños.

Tiffany sintió que se le formaba un nudo en la garganta cuando escuchó esto. ¿Cosas extrañas? ¿Qué tipo de cosas extrañas? Sin querer, se acordó del cuchillo jamonero, del joven hallado muerto en un callejón, de los crímenes sin resolver que poblaban las noticias a diario y sintió deseos de regresar muy rápido a su habitación.

— ¿Cosas… extrañas?

—Sí. Cosas extrañas, ya sabes —repitió tae, sonriendo.

—Yo… bueno, creo que me voy ya a la cama. Te dejo esto aquí, ¿vale? —tiffany fingió un bostezo y depositó la cajita metálica donde la había encontrado—. Me muero de sueño. Que descanses, tae.

—Igualmente. Que tiffany tenga sueños bonitos —le deseó.

Pero no tuvo sueños bonitos, sino extrañas pesadillas en las que aparecían de manera desordenada George Lucas tomando chupitos de tequila con Darth Vader y Los Hombres de Negro. Pero ni rastro de la princesa Leia…

***

Olía a café recién hecho cuando tiffany abrió los ojos. A café y a otras muchas cosas. Pan tostado. ¿Cruasán? Puede ser, eso le pareció. A té y a bizcochos. A galletas sacadas del horno. A zumo recién exprimido. Era un aroma tan exquisito que estaba segura de haberse despertado solo por aquel rico olor que le cosquilleó la nariz, trayéndola de vuelta a la realidad.

Una luz tamizada por las cortinas se colaba por las rendijas de la persiana. Se incorporó en la cama, aturdida por los extraños sueños que había tenido esa noche. Revisó la hora en su teléfono móvil y refunfuñó. Se había quedado dormida. Tenía intención de despertarse antes de que Tae lo hiciera, pero la noche anterior estaba tan cansada y estresada que su cuerpo colapsó en cuanto tomó de nuevo contacto con las sábanas.

Metió los pies en sus zapatillas de casa y los arrastró hasta la puerta. Estaba despeinada y los pantalones del pijama le quedaban demasiado anchos. Pero ni siquiera reparó en ello. Como guiada por un mágico encantamiento, tiffany iba siguiendo el rastro del exquisito olor hasta que llegó a la cocina

—Oh, ¿ya estás despierta? Qué extraño —afirmó tae—. Mi computadora no ha registrado bien tus biorritmos de sueño.

Tiffany emitió un leve gruñido. Había tenido suficiente surrealismo con George Lucas y sus chupitos de tequila con Darth Vader como para escuchar ahora historietas de computadoras que analizaban sus estados de humor. Quería desayunar, eso era todo.

Se fijó entonces en que tae estaba resplandeciente aquella mañana. Se había puesto un delantal alrededor de la cintura que tiffany no conocía y que le daba un aire casero, doméstico, casi como si esa hubiera sido su casa toda la vida y supiera dónde estaban colocados los platos, vasos, cucharas y tazones. Y aunque estaba casi segura de que a ella no le pertenecía aquel delantal, no quiso saber de dónde lo había sacado.

Tae había hecho comida para un regimiento. Tiffany abrió los ojos con sorpresa al ver sobre la mesa de la cocina al menos ocho platos diferentes. Parecía el desayuno de un hotel.

—Espero que tengas hambre. No sabía qué te apetecía y he hecho un poco de todo.

— ¿Para mí y para cuántos más? —preguntó tiffany con un deje de sarcasmo, antes de tomar asiento.

—Bueno, supuse que tendrías hambre. Tu nevera estaba vacía, he ido a comprar unas cosas. —Tae se encogió de hombros—. Y también he puesto un poco de orden en la casa.

Ahora que se fijaba, era cierto que algo no encajaba en la escena, pensó tiffany. Olía bien, y no solo por el aroma que desprendía la comida. La cocina estaba tan resplandeciente que los azulejos de las paredes eran ahora de un color blanco intenso; de la noche a la mañana habían perdido su tono amarillento. Y las baldosas del suelo estaban tan relucientes que le dio la sensación de que podría admirar su reflejo en ellas.

— ¿Cuándo has hecho todo esto?

—Oh, ya sabes, mientras dormías.

— ¿Y tú no duermes?

—No demasiado. Con media hora suelo tener suficiente.

¿Media hora?

—Bueno, pues no tenías por qué haberte molestado, pero te lo agradezco mucho.

—Ya te dije que compensaría tu hospitalidad de algún modo. Así que relájate y desayuna.

Tiffany estaba demasiado anonadada para contestar. Toda la información que tae le brindaba le resultaba imposible o contradictoria en el mejor de los casos. Pero estaba claro que no dormía demasiado porque una limpieza intensiva como la que había hecho solo podía ser acometida en un largo espacio de tiempo. Echó un vistazo alrededor en busca de la caja metálica. Estaba segura de que en su interior se encontraba el misterio de su acompañante y ahora sabía cómo abrirla, pero no fue capaz de encontrarla.

Decidió no darle demasiadas vueltas. Estaba aprendiendo que esa era la única manera de vivir en torno a tae. Asentir ante sus delirios, actuar con normalidad ante cualquier cosa sorprendente. Su teléfono móvil empezó a vibrar y al ver de quién procedía la llamada le hizo una seña con el dedo a tae para indicarle que debía responder.

—Papá.

— ¿Va todo bien?

—Sí, ¿por qué lo preguntas?

—Acabo de leer tu mensaje. Lo siento, hija, se me cayó el móvil y he tenido que comprar otro.

¿Mensaje? ¿Qué mensaje? Entonces recordó que le había enviado un mensaje a su padre pidiéndole cita para comentarle sus posibles delirios. El señor young era un reputado psiquiatra.

Tiffany se llevó una mano a la cabeza con desesperación. ¿En qué momento aquello le había parecido una buena idea? Tenía que estar muy desesperada para haber acudido a él. Lo estaba.

Conociéndole, ahora insistiría, no la dejaría en paz hasta saber todos los detalles. —Ah, eso. Fue una tontería. Nada de lo que debas preocuparte.

—Pues sonaba preocupante.

—No es nada, papá, en serio. Me di un golpe en la cabeza y pensé… —Hizo una pausa—. No sé qué pensé, la verdad.

—tiffany, los golpes en la cabeza no deben ser tratados a la ligera.

—Papá… Estoy bien…

—Eso seré yo quien lo diga.

—Que estoy bien, de veras.

—Me paso en un rato por tu casa.

— ¡No! —exclamó tiffany, mirando a tae, que estaba ocupada creando un bizcocho. Otrobizcocho —. Por mi casa no.

—Tu desorden no me asusta. Tu madre y yo estamos acostumbrados.

—No se trata de eso. Y la casa está ordenada, gracias.

—Bueno, en ese caso vienes tú por aquí y lo miramos.

Por Dios santo, ¿es que nada podía ser fácil, normal? Si se negaba a ir, su padre se presentaría allí sin permiso, estaba segura de ello, él era así, insistente, pesado, hipocondríaco aunque se lo negara a sí mismo y nadie en su sano juicio se atreviera a diagnosticárselo. Al doctor young, no. Y Diana no quería por nada del mundo que viera a tae, porque eso sí que no sabría cómo explicárselo. Por tanto, no le quedaba más remedio que ir a su casa y someterse a uno de los exhaustivos interrogatorios del doctor young. Ya podía despedirse de su día de descanso.

—Vale, me paso yo por tu casa.

—Sin demora, hija, que eso hay que mirarlo.

—Sí, en cuanto termine de desayunar, voy.

—Aquí te espero. O desayunas con nosotros. Rosa ha hecho unas tostadas con pan de pueblo riquísimas. Vístete y vienes. Te pago un taxi.

—Iré cuanto antes, ¿vale? No me presiones más, por favor —contestó tiffany airada.

Se despidió y colgó el teléfono. En el fondo no culpaba a su madre de haberse separado de él. ¿Quién podía vivir con una persona tan… intensa? Tal vez la mujer de su padre no fuera de su agrado, pero en ocasiones así, sentía lástima por ella.

—Mi computadora me dice que…

—Que estoy enfadada. Lo sé. Tu computadora es el sueño de cualquier CEO de Silicon Valley. O de las adivinadoras de la tele, ya no lo sé. Podrías ganarte la vida así. Echando el tarot en la calle. ¿A eso te dedicas? ¿Eres tarotista?

—No.

— ¿Medium?

—No.

—No sé, ¿bruja?

Tae sonrió.

— ¿Qué eres? Necesito saberlo.

—Estoy segura de que tu padre solo se preocupa por ti —replicó tae, evitando la pregunta—. No te lo tomes tan a pecho.

—Eso lo dices porque no es tu padre. Si lo fuera, no pensarías así.

—Bueno, mi mitad solía ser así.

— ¿Tu mitad?

—Sí, mi compañera en la vida.

Tiffany apoyó la mejilla en su mano. ¿Compañero?

— ¿Estás casada?

—No, solo predestinada a alguien. Desde que nací.

Tiffany sintió ganas de carcajearse.

—Es decir, que vienes de un mundo supercivilizado y superavanzado, ¿pero todavía existen los matrimonios de conveniencia?

—No se trata de eso, solo estamos predestinados a alguien. Por compatibilidades. Está todo estudiado y medido. Así garantizamos que la sociedad sea equilibrada y estable.

Tiffany hizo un gesto de suficiencia con los labios. Se los humedeció con nerviosismo, pensando que en realidad a esta sociedad, la suya, la real, la única existente hasta que la NASA afirmara lo contrario, no le vendría nada mal algo así. El libre albedrío estaba sobrevalorado. Si estuviera prohibido nadie te lanzaría libros a la cabeza, ni te darían bofetadas en medio de un enfado, ni tampoco te humillarían en una plaza pública a voz en grito, llamándote «rara», «vaga» y «friki».

Y con esta idea en mente, se fue a la ducha, pensando en que había cosas de la sociedad inventada de Tae que deberían tener su aplicación práctica. Especialmente con alguna persona de su pasado.

***

Sentía el pelo tan sucio que aprovechó que ya estaba en la ducha para lavárselo. Tiffany acostumbraba llevar la melena un poco corta, ligeramente por encima de los hombros, pero había estado varios meses sin ir a la peluquería y ahora lo tenía más largo. Le gustaba darse largas duchas de al menos media hora, con la consecuente abultada factura de consumo de agua, pero aquel día no disponía de tiempo. Si no iba pronto a casa de su padre, empezaría a recibir innumerables llamadas suyas. De hecho, era bastante probable que ya tuviera un par de mensajes en su móvil por estar tardando lo que él consideraba intolerable.

Así, salió de la ducha antes de lo que le hubiese gustado, y se planteó llevar el pelo húmedo porque no disponía de tiempo para secárselo. No, después de leer los últimos mensajes de su progenitor: « ¿Dónde estás? Tardas» y « ¿Te mareas? ¿Sientes náuseas?».

Por Dios santo, pensó estresada, dejando su móvil sobre la encimera del lavabo. Era casi un milagro que con semejante nivel de estrés su padre no hubiera sufrido todavía un infarto.

A veces se lo imaginaba, para su desgracia. Su madre la llamaría o a lo mejor lo haría Rosa, su actual pareja. Le daría la mala noticia entre sollozos, le diría que había sufrido un infarto de improviso. Entonces ella diría algo así como « ¿De improviso? Ja...». Y se reiría en medio de la pena. Hay ciegos que ven más, pensó Diana con amargura.

El vapor de agua inundó el pasillo cuando abrió la puerta del baño. Por un momento casi había olvidado la presencia de tae. ¿Y ahora qué iba a hacer con ella? Ni siquiera había tenido un segundo para pensarlo.

—tae, tengo que ir a casa de mi padre un momento, pero tú puedes quedarte aquí mientras tanto. Luego nos ocuparemos de buscarte un hotel o un lugar más adecuado. ¿De acuerdo?

—Ah, no te preocupes por mí. Tengo con qué entretenerme —afirmó, inspeccionando el botón de encendido de la consola.

Tiffany se la quitó de las manos y le ofreció otra un poco más antigua. Había pagado demasiado por su consola nueva.

Después fue hasta la mesa del escritorio y abrió su cajón.

—Aquí tienes un juego de llaves, por si quieres salir —le dijo, tendiéndoselas.

Algo en su cabeza hizo clic en ese instante. Algo en lo que no había reparado antes. Porque al ofrecerle las llaves recordó repentinamente el maravilloso desayuno que le había preparado. Tae había dicho que había salido a comprar, ¿pero cómo? ¿De qué modo había vuelto a entrar?

—No será necesario, pero gracias.

—Sí, ya me explicarás después cómo has entrado, por si tengo que revisar las ventanas —afirmó tiffany con el ceño fruncido. Cada vez comprendía menos cosas—. Ahora he de irme.

—Vale, pero antes de irte deberías saber que mi computadora me indica que…

Tiffany no la escuchó. Estaba harta de las profecías de su maldita computadora. Se le hacía tarde y “tarde” era un vocablo inadmisible para el doctor young. Dejó sobre la silla del escritorio la toalla que había usado para secarse someramente el pelo y se lanzó hacia la puerta. Estaba ya casi con un pie en la calle y las llaves del coche firmemente apretadas en su puño, cuando se topó de bruces con alguien.

— ¡Papá!

—Eso es lo que intentaba decirte —afirmó tae, agitando su cajita de metal en el aire—. Tu padre está aquí.

El doctor young no pidió permiso para entrar. Lo hizo sin esperar a ser invitado, con paso firme, sus anchas espaldas y metro noventa no dejaban lugar a las vacilaciones. — ¿Qué haces aquí, papá? Si te dije que estaba yendo yo hacia allí… El señor young miró su reloj. Frunció su espeso ceño.

—Se denominan urgencias médicas por algo, cariño.

—No es una urgencia, ya te he dicho que estoy bien —se desesperó tiffany.

—Eso seré yo quien lo decida. Ven, déjame que te eche un vistazo.

Tae se mantuvo al margen, un poco agazapada en un rincón, sin saber muy bien cómo proceder. El señor young imponía, pero lo que le causaba respeto era estar en compañía del progenitor de tiffany. No deseaba hacer algo que enojara a su anfitriona. Él, en cambio, estaba tan centrado en realizar unas pruebas médicas que no reparó de inmediato en su presencia.

—Sigue la luz con tus ojos —le ordenó a su hija, a la que iluminaba con una pequeña linterna—.

¿Cuándo dices que empezaron los delirios? ¿Antes o después del golpe?

—Papá, ya te he dicho que estoy bien. Fue una bobada… no debería haberte dicho nada.

—Tener delirios no es ninguna bobada, hija.

—No he tenido delirios. Por un momento pensé que sí, pero al final no era nada.

—Señor, si le sirve de ayuda, mi computadora la encuentra perfectamente sana —afirmó entonces tae, que se arrepintió enseguida de haber intervenido en la conversación. Incluso se tapó la boca con la mano.

Fue precisamente en ese momento cuando el señor young se dio cuenta de que tenían compañía. Miró a tae con sus inmensos ojos castaños y la inspeccionó de arriba abajo como si le estuviera haciendo un chequeo médico.

—No me habías dicho que tenías novia.

— ¡No tengo novia!

—Bueno, la presencia de esta señorita indica lo contrario.

—Papá, esta es tae, una indige… una amiga —se corrigió tiffany en el último momento, comprendiendo que su padre sería capaz de ponerla en cuarentena si le contaba que sospechaba que tae era una sin techo. « ¡A saber qué de enfermedades habrá cogido en la calle!». Casi podía escucharle y eso le levantaba dolor de cabeza. Aunque, bien mirado, era incluso mejor que decirle que se trataba de una demente. Porque su padre era psiquiatra y si algo le interesaba eran las patologías mentales. No quería ni imaginar lo que le haría a Ada si se enteraba de sus delirios galácticos.

—Hija, no tienes por qué fingir conmigo —dijo el señor young meneando la cabeza—. Tu madre y yo siempre hemos sido modernos. A la derecha, bien. Ahora a la izquierda. Así, bien. —Bajó la linterna—. Si tienes novia, me parece estupendo.

—No estoy fingiendo. Tae es una amiga y si tú también eres capaz de verla, es que no sufro delirios.

Su padre frunció el ceño, sin comprender.

—Olvídalo, no tiene importancia —le explicó tiffany.

—Bien, pues a falta de otras pruebas médicas, parece que todo está en orden —dijo el señor young incorporándose—. Por cierto, encantado. Arturo young. —Extendió la mano, dirigiéndose en esta ocasión a tae.

—Lo mismo digo. TAE587435C3PO.

Entonces tiffany la miró por primera vez y se quedó de piedra al descubrir que tae se había enroscado su toalla mojada en torno a la cabeza.

Por el amor de Dios… La escena ya era suficientemente extraña como para que se presentara a su padre con un turbante. La vio acercarse a él y hacer una genuflexión para saludarle. Realmente aquello no tenía ningún sentido.

— ¿Japonesa? Porque no lo parece —opinó el señor young, interesado en el curioso saludo que tae le había obsequiado.

—No, solo excéntrica.

—Bien, es una condición como otra cualquiera. ¿Y qué nombre es tae…?

—taeyeon. Es… coreano —se apresuró a decir tiffany—. Tae es el diminutivo.

— ¿Y los números?

—Cosas raras de programadores, ya sabes.

El señor young, que nunca había cuestionado las rarezas de su única hija o incluso de sus allegados, se limitó a enarcar las cejas y esbozó algo muy parecido a una sonrisa que no acabó de culminar.

—Bien, taeyeon, lo dicho, un placer. Pero no te aconsejo salir a la calle con una toalla mojada en la cabeza. Podrías coger una pulmonía.

—No lo haré —le aseguró tae.

—A Rosa le gustará saber que por fin has rehecho tu vida, hija. Esa Irene… no era para ti.

—Papá…

—Os venís a cenar un día a casa. —Y no era una pregunta, sino una afirmación, prácticamente una orden. Tiffany sintió auténtico pavor.

—Bueno, ya lo veremos.

—El jueves, a las nueve en punto. Sed puntuales. Le diré a Rosa que prepare algo que te guste. ¿Croquetas de jamón?

—Papá. Tae no es mi nov…

—Sí, algo así. O si no ensaladilla —concluyó el señor young ignorando las quejas de su hija.

 

Dicho esto, tomó su maletín médico, se despidió de ambas, y se fue por donde había venido. Sin admitir un no por respuesta. Estaba decidido. Tiffany sintió que el mundo se le acababa de caer encima.

 

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