MALO PARA TU SALUD

Lo Nuestro Es De Otro Planeta
 

La fiesta siguió su curso y se estaba haciendo tarde, pero las tres copas que había bebido le hacían sentir achispada y tiffany perdió muy pronto la noción del tiempo. A causa del alcohol, sentía una despreocupación impropia de ella, un ánimo distinto al habitual que destruía todas sus barreras defensivas. Ya ni siquiera le importaba que la música estuviera demasiado alta o la letra de esa última canción, que versaba: «Eres mía, mía, mía, solo mía». Unas horas antes habría tachado a su solista de emocionalmente agresivo, ¿pero qué más daba ahora? Por primera vez en mucho tiempo estaba socializando. En una fiesta. Lejos de la luz artificial de su apartamento o los destellos brillantes de su televisión. Le costaba recordar el último sábado que no había pasado sentada en su butaca favorita, jugando a la consola o navegando por Internet, y eso le hacía sentir bien, viva, diferente. Incluso su ligera embriaguez le pareció maravillosa.

Tiffany perdió la vista en las azoteas de los edificios de enfrente y de manera involuntaria pensó que le hubiese gustado que su ex pudiera verla en ese preciso momento, justo ahora, quizá así se tragara sus propias palabras, en especial las que más dolieron. « ¡Si es que eres un coñazo detía! ¿Quién querría estar con alguien como tú?», le había gritado Irene en una de sus últimas discusiones, antes de agarrar un zapato y lanzárselo con todas sus fuerzas.

El recuerdo le hizo encogerse de dolor, como si un cuchillo bien afilado acabara de penetrar en sus entrañas, obligándole a doblar el tronco ligeramente. Por suerte, en ese momento Victoria se acercó a ella, le puso una mano sobre el hombro y la apartó de sus funestos pensamientos. Su amiga se abanicó con un plato de plástico. Tenía las mejillas sonrosadas de haber estado bailando. Le ofreció un trago de su copa.

—No, gracias. Creo que he tenido suficiente.

— ¿Y qué? ¿Estás más calmada? ¿Ya te has convencido de que no es una asesina en serie? —dijo Victoria, señalando el punto donde tae se encontraba charlando con un par de chicas.

Tiffany sonrió.

—No creas, todavía tengo mis dudas.

—Pues serías pésima como detective privada, te lo digo yo. Extraterrestre o no, esa no mataría ni a una mosca.

—Es posible —concedió tiffany—, pero entonces, ¿a qué viene tanta mentira?

— ¡Y yo qué sé! ¿Delirios? ¿Trastorno de la personalidad? A lo mejor solo ha sufrido un episodio traumático y está atravesando una fase rara. A algunas personas les pasa eso. —Victoria sacó un cigarrillo de su pitillera. Inspiró la primera calada y expulsó el humo, que le dio en la cara a tiffany—. Perdona —se disculpó, abanicando la zona con el plato al ver que su amiga gesticulaba con disgusto.

—Deberías dejarlo. Es malo para la salud.

—Y también lo es no tener o, y mírate, aquí estás, fresca como una lechuga. Yo creo que es sano tener algún vicio. Me parece un aburrimiento no tener ninguno.

—Yo ya tengo vicios. Pero más sanos.

— ¿Cómo cuál? ¿Jugar al WoP ese hasta que se te saltan los ojos? Sí, súper sano.

—Se dice WoW y hace mil años que no juego.

—Wop, wow, qué más da. Eso es de raros.

Tiffany prefirió no entrar a debatir la salubridad de sus vicios. Simplemente sonrió enternecida. Ellas dos no podían ser más diferentes, cara y cruz, ying y yang, agua y aceite. Pero sospechaba que ese, precisamente, era el motivo de que fueran amigas. No podía imaginar a Victoria relacionándose con un grupo de personas exactamente igual a ella. Se perdería. Acabaría enredada en alguna adicción. O peor aún: en la cárcel. Tiffany le aportaba una buena porción de tierra firme bajo sus pies, y Victoria, a su vez, conseguía teñir su vida de colores. Ambas se encontraban así a salvo, como los pesos a ambos extremos de una balanza. Con que solo faltara uno de ellos, la situación se desequilibraba.

Tiffany hizo entonces un gesto con las cejas en dirección al grupo que bailaba. En el centro, estaba la cumpleañera.

— ¿Y qué opina Rebeca? No la he visto fumar en toda la noche.

—Porque no fuma. Y no tengo ni idea. Pero espero que si es de la liga antitabaco, no sea de la liga antiVictoria —afirmó su amiga guiñándole un ojo.

— ¿Cómo te van las cosas con ella? ¿Algún avance?

Victoria bufó, apartándose el flequillo de la frente. Se trataba de una mujer guapa. Morena, pelo corto, flequillo cortado en línea recta sobre las cejas, algo que le daba un aire infantil y suavizaba sus marcados rasgos morenos. Pero a veces ponía esos gestos que la hacían parecer más agresiva de lo que en realidad era.

—Si te soy sincera, creo que no puedo insinuarme más —le confesó al tiempo que daba el último sorbo a su copa y estiraba el brazo para servirse otra. La mesa de bebidas ya estaba casi vacía. Había botellas tumbadas sobre su superficie y parecía un cementerio de vasos de plástico. Pero todavía quedaba whisky y Victoria no se molestó en rebajarlo con un refresco—. Si fuera más evidente, llevaría una luz de neón sobre la frente que dijera: « ¡Me gustas! ¡Enróllate otra vez conmigo!». Así que no sé. La pelota está en su tejado.

Tiffany observó con ojos tristes a la cumpleañera. No era algo grave. Victoria estaba hoy interesada en esta, y mañana en esta otra. Su mejor amiga era así: cogía catarros sentimentales que se pasaban antes de transformarse en una enfermedad. Pero, por la razón que fuera, esta chica parecía interesarle más que otras y tiffany no quería decir en voz alta lo evidente. No deseaba tener que pronunciar aquellas palabras: «A lo mejor no le interesas». «A lo mejor no le gustas». Así que solo miró a su amiga, y ambas encontraron entendimiento en sus pupilas. No hizo falta decir mucho más, en especial cuando unos segundos después, en un movimiento inesperado, la cumpleañera agarró de la mano a una chica rubia que bailaba junto a ella, tiró de ella y le robó un beso sin reparar en quién las estaba mirando.

—Bueno, supongo que eso lo aclara todo… tiffany rodeó a su amiga con el brazo.

—Lo siento. Eso no me lo esperaba.

—Yo tampoco, la verdad. ¿Nos vamos? Esta fiesta es un muermo. —Victoria arrojó su vaso medio lleno sobre la mesa, creando un charco en el centro.

—Sí, vámonos. Aquí ya no pintamos nada.

Tiffany se fue al salón en busca de sus abrigos, mientras Victoria se despedía de un grupo de conocidas. Le costó un buen rato rescatarlos de la montaña en la que otros invitados habían apilado los suyos. Encontró primero el de Victoria. Luego el suyo, pero una de las mangas estaba atascada. Tiró de ella y el movimiento hizo que otra prenda saliera disparada. Era el abrigo de tae.

— ¿Estás lista?

Tiffany se giró y vio a Victoria a sus espaldas.

—Sí, pero ¿qué hacemos con tae?

—La dejamos aquí, ¿no? Parece que se lo está pasando bien.

—Pero no creo que tenga donde ir.

— ¿Y a ti qué más te da? ¿No estabas harta de ella? ¿En qué quedamos?

Tiffany se mordió el labio inferior en señal de nerviosismo. Siempre lo hacía cuando dudaba ante una situación. Y esta le provocaba dilemas de índole muy diversa. Por un lado, era cierto que estaba deseando volver a ser libre y desentenderse de tae. Ella no era una ONG. Y además, aunque no fuera una loca peligrosa, le aterraba la idea de tener que ocuparse de otra persona. Si no podía ocuparse de sí misma, ¿cómo iba a hacerlo de otro ser humano? Pero por otro lado, estaba casi convencida de que tae no tenía a dónde ir esa noche y a fin de cuentas habían sido ellas quienes la habían llevado a la fiesta. Tiffany consideraba que la educación de colegio católico tenía gran parte de responsabilidad en ese permanente sentimiento de culpa que le brotaba en las situaciones más inesperadas. ¿Por qué no podía ser como Victoria? Habían estudiado en el mismo centro y, sin embargo, no conseguía desentenderse como ella.

— ¿Qué? ¿Por qué pones esa cara?

—Porque no estoy segura de que tenga un lugar al que ir.

—tiff, es mayorcita. Sabrá arreglárselas —intentó razonar Victoria, tirando por ella para que se moviera.

Pero tiffany permaneció en su sitio y echó un rápido vistazo a la terraza. Tae seguía hablando con desconocidos. Parecía tan indefensa que le daba la sensación de estar dejando a un niño huérfano en medio de una fiesta de desenfreno y ersión.

—No sé, Vic. Creo que deberíamos asegurarnos de que pasa bien la noche. Al menos hoy. Que tenga un lugar donde dormir —dijo, todavía sin dar crédito a sus palabras.

Ni ella misma se entendía. Por momentos, la presencia de tae le molestaba profundamente. Por momentos, se sentía responsable de su bienestar. ¿Por qué no le había hecho caso al agente González cuando le aconsejó que siguiera su camino? Si lo hubiera hecho, quizá ahora no tuviera que enfrentarse a este dilema.

—Vale, me la llevo a mi casa —propuso Victoria.

— ¿A tu casa?

—Sí. No pasa nada, mis padres no se enterarán. Además, la chica no está nada mal. —Su amiga le guiñó un ojo.

Esto hizo que se dispararan sus alarmas. Sabía cómo era el funcionamiento de Victoria: si no tenía a una, no le importaba conformarse con la otra. La simple idea de imaginársela seduciendo a tae hizo que se le erizaran los pelos de la nuca.

—Déjalo, ya me la llevo yo a la mía.

— ¿Por qué? —protestó Victoria.

—Porque sí.

— ¿No me dijiste que te daba igual? ¿Que no estáis enrolladas?

—Y no lo estamos.

— ¿Entonces? ¿Qué más te da? —Victoria puso los brazos en jarra.

—Entonces, nada. A veces pienso que estás enferma. No me puedo creer que realmente te estés planteando la posibilidad de “asaltarla” —dijo, poniendo comillas en el aire—. ¡Se trata de una enferma mental! ¿Es que no tienes escrúpulos?

Victoria puso los ojos en blanco. Tiffany salió mientras tanto a la terraza, en busca de tae. Llevaba su abrigo sujeto en la mano.

Vicky abrió su pitillera para fumar el último cigarro de la noche, pero se la encontró súbitamente vacía. Bufó con fastidio.

 

—Ni que los locos no follaran… Tampoco es para ponerse así —razonó, pensando que de camino a casa tendría que pararse en algún lugar a comprar tabaco.

 

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