cesta de frutas

Lo Nuestro Es De Otro Planeta
 

Los días transcurrieron más rápido de lo deseado. Tiffany y tae pasaron el resto de las vacaciones haciendo una vida normal o, al menos, todo lo normal que les permitía el hecho de tener una antena en el salón que no dejaba de emitir ruidos desconcertantes.

De vez en cuando, tiffany separaba los ojos de su ordenador y la miraba, preguntándose qué significarían aquellos sonidos. Se los imaginaba como un lenguaje imaginario que solo tae era capaz de descifrar y se decía a sí misma que por eso asentía a veces complacida, como si de veras se estuviera comunicando con sus hermanos.

En el fondo de su ser albergaba la esperanza de que no sucediera nada. El miércoles llegaría, tae haría una puesta en escena, algo extravagante y colorido, y después le anunciaría que la gran despedida había fracasado. Sus hermanos no podían venir a buscarla. Todo había acabado. Se quedaba. Tiffany estaba segura de que así sería, pero al mismo tiempo se preguntaba: « ¿Y si de veras se iba? ¿Pero dónde? No podía ser posible que existiera tal nave espacial o unos hermanos que vinieran a recogerla, ¿o sí?».

Se preguntaba de qué manera procesaría la fantasiosa mente de tae esta situación, cuando ella estuviera esperando y tuviera que enfrentarse a la evidencia de que nada ni nadie iba a ir, finalmente, a recogerla. Pero al mismo tiempo estaba hecha un lío, ya no sabía qué pensar, qué creer. Su parte racional le decía que sufría graves delirios. No podía ser realmente una extraterrestre, algo así revolucionaría todos los tratados científicos, nuestra manera de ver el mundo, el universo. Pero su corazón era harina de otro costal. Si tae le hubiera asegurado que era capaz de convertir el agua en vino, su corazón la habría creído. ¿Por qué no? El amor era así, absurdo, ciego, una guerra sangrienta contra lo racional, ningún manual lo explicaba ni se podía cuantificar.

De camino al trabajo, rememoró sus últimos días juntas. Tiffany había hecho todo lo posible por dejar lista la aplicación de los Duarte, pero tras muchas horas de sueño robadas, no estaba ni siquiera cerca de haberlo conseguido. En ese momento, mientras pedaleaba hacia el trabajo, ya había tirado la toalla y estaba mentalizada: si Javier quería despedirla, no iba a oponerse. A decir verdad, ya le daba igual, porque una sola idea rondaba su cabeza: Ada a lo mejor se iba. ¡Irse! Para siempre, quizá. Y ella seguía sin saber adónde o con quién. Cada vez que lo pensaba, crecía en su interior una desazón imposible de controlar.

A estas alturas, parecía seguro afirmar que su relación con tae carecía de sentido o lógica. ¿La podía llamar relación? Tiffany a se sentía incapaz de ponerle nombre o asignarle una etiqueta. Y no es que las necesitara… Bueno, sí, tal vez, un poco. Algo a lo que agarrarse no habría estado mal. Sobre todo tras la noche en el Jewel. Desde ese día habían dormido juntas en la misma cama, simplemente abrazadas, respirando acompasadamente, compartiendo almohada, el aliento de tae cosquilleando su nuca, los pies enredados en un nudo de pequeños y fríos dedos. Pero tiffany no se atrevía a dar un paso en falso o besarla de nuevo. Tenía miedo de que tae se sintiera abrumada y acabara distanciándose. O peor aún: huyendo. Así que desayunaron, almorzaron y cenaron juntas como haría cualquier pareja. Y sin embargo, seguían sin abordar el tema de la partida de tae. Sobrevolaba sus cabezas como un pájaro libre e imposible de alcanzar. O a lo mejor era, simplemente, que tiffany se negaba a abatirlo.

Le puso el candado a su bicicleta y subió a la oficina envuelta en un aire taciturno. Comprobó en el espejo del vestíbulo que tenía ojeras y estaba más pálida que de costumbre a causa de la falta de sueño. No sabía cómo decirle a su jefe que la aplicación de los Duarte no estaba lista. Aunque tampoco haría falta: en cuanto probara la aplicación, él se daría cuenta.

Javier no se detuvo en darle los buenos días. « ¿Estás lista? Los Duarte llegarán pronto y quiero echarle un vistazo antes», le dijo en cuanto cruzó la puerta de la oficina. Diana asintió con resignación, sintiendo que su condena ya estaba firmada. Mantendrían la reunión y ese sería el final de su andadura en la empresa.

Fue hasta la sala del café, se preparó uno bien cargado y se dirigió hacia la sala de conferencias, en donde su jefe ya la estaba esperando, impaciente.

—Javier, antes de nada quiero decirte que…

— ¿Podemos dejar la charla para después? —la interrumpió él de malas maneras. Se mesó una mejilla en donde crecía una descuidada barba de dos días. Salvo por este detalle, Javier lucía radiante. Se le veía descansado de las vacaciones. Tiffany sintió deseos de estrangularle con sus propias manos —. Los Duarte suelen ser puntuales. Conecta el ordenador.

—Ya está encendido —refunfuñó ella.

—Bien. Veamos los cambios.

Javier se sentó frente a la pantalla y tiffany se hizo a un lado, temiéndose lo peor. Había fallado por primera vez en su carrera y sentía que estaba a pocos minutos de ser despedida. Pero esta vez no le daría a Javier la satisfacción de rogarle o pelear. Cualquier programador sabía que lo que él le había pedido era una locura. Si la despedía por ello, se iría de la empresa con la cabeza bien alta.

Tiffany aguardó el veredicto conteniendo la respiración. Se sentía tensa y hasta un poco sudorosa. Escrutó la cara de su jefe en busca de alguna señal, pero no fue capaz de encontrar un gesto que trasluciera sus pensamientos. Los ojos de Javier permanecieron fijos en la pantalla. Durante varios minutos la escanearon de arriba abajo con interés, hasta que, por fin, su dedo índice señaló algo concreto y levantó los ojos para mirarla:

—Mmmm…Esto es muy bueno, aunque un poco arriesgado. ¿Cómo lo has hecho?

Tiffany no podía ver la pantalla desde donde estaba, así que se colocó detrás de él. Tan pronto vio lo que Javier estaba señalando, no pudo evitar que la sorpresa se reflejara en su rostro.

Instintivamente tomó el ratón entre sus manos y empezó a navegar por la aplicación, sin comprender qué era lo que había ocurrido. Si sus sentidos no la traicionaban, cada uno de los cambios, absolutamente todos, que los Duarte habían pedido estaban implementados. También aquellos que tenía apuntados en una lista y que no había podido tachar por falta de tiempo para realizar las modificaciones. ¿Pero cómo? Era imposible. Ella no había hecho esos cambios. Ella no…

…pero tae sí.

¿Tae?

— ¿Cómo lo has hecho? Te seré franco, young, no creía posible que lo consiguieras.

Tiffany lo miró desconcertada, aunque en realidad ni siquiera lo veía. Estaba embobada pensando en algo más importante.

—En serio, ¿cómo lo has hecho? —insistió él—. Es improbable que hayas podido hacer todos estos cambios en tan poco tiempo. Has contratado a alguien para que te ayudara, ¿verdad?

Al ver que ella no le contestaba, Javier añadió:

—Puedes decírmelo. No voy a despedirte por ello. ¿Quién te ha ayudado? ¿Carlos? ¿Raúl?

Tiffany pestañeó. Una vez. Dos. Tres. Las veces que actuaron de preámbulo a aquella extraña sensación de claridad, nitidez, una ventana que de pronto se hubiera abierto en el centro de su mente permitiendo que el aire y las ideas frescas entraran a raudales. Miró a Javier y entornó los ojos con intención. Él pareció sentirse incómodo, porque reclinó su cuerpo hacia atrás, como si necesitara poner distancia entre ellos. Entonces Diana supo que ya había tenido suficiente:

—No, claro que no vas a despedirme, en todo caso seré yo quien se vaya.

— ¿Qué estás diciendo? ¿A qué te refieres?

— ¿Sabes, Javier? Llevo tantos años trabajando aquí y asustada por tus manipulaciones que en algún momento llegué a creer que era inferior a ti. Pero no lo soy —afirmó tiffany llena de convicción—. Lo cierto es que soy bastante mejor programadora que tú y no te necesito. Ni a ti ni a tus clientes.

—tiffany, no sabes lo que dices. ¿Qué bicho te ha picado?

—Te equivocas. Creo que es la primera vez que sé perfectamente lo que digo —le cortó ella, tomando el pendrive en el que estaba almacenada toda la información de la aplicación. Lo levantó en el aire—. De hecho, vamos a hacer una cosa. Esto se viene conmigo. Me vas a subir el sueldo y de ahora en adelante me tratarás como al resto de mis compañeros. Y también me voy a tomar las vacaciones que me corresponden, ya que me he pasado toda la Semana Santa trabajando gratis en este proyecto.

Javier abrió la boca para protestar, pero la cerró de inmediato. Sus ojos seguían fijos en el pendrive.

—Cuando me pongas todo eso por escrito, te daré la aplicación de los Duarte y podrás enseñársela. De lo contrario, dejaré la empresa y la aplicación se viene conmigo.

—No puedes hacer eso —farfulló Javier—. ¡Te denunciaré!

—Hazlo. Pero ten en cuenta que puedo demostrar que este es un trabajo no remunerado realizado en mi tiempo libre. Ya veremos qué dice el juez de eso. —tiffany sonrió—. Espero noticias tuyas muy pronto. Por escrito, Javier. Gracias.

Tiffany salió de la oficina bajo la mirada atenta de sus compañeros, desconcertados por los gritos que profería Javier. No necesitó pasar por su escritorio para recoger sus pertenencias. Tenía prisa por llegar a su casa y contarle a tae lo que había hecho.

Al salir del portal la recibió un espléndido sol sevillano. tiffany cerró los ojos para permitir que sus rayos le acariciaran la cara. Montó en su bicicleta, extendió los brazos y un magnífico sentimiento de liberación empezó a correr libre por sus arterias.

Tenía tantas ganas de encontrarse con tae que no veía el momento de abrir la puerta, abrazarla, besarla, contarle lo ocurrido, dejarle ver la hiedra de amor que atenazaba sus órganos y crecía en su interior. Pedaleó con tanto ímpetu que en pocos minutos ya estaba frente a su edificio. No tenía un plan, se dejaba llevar por el impulso, la idea de ver a tae como única meta. Entró en su apartamento en un suspiro. « ¡Tae! ¡Tae! ¿Estás aquí?»

El salón solo le devolvió silencio. Y lo mismo la habitación, la cocina y el baño. Tae no estaba y un sentimiento de vacío y miedo comenzó a apoderarse de ella. Se suponía que su partida no se produciría hasta el miércoles de madrugada. ¿Pero y si…? Con manos temblorosas tomó su teléfono móvil para marcar su número. Un tono, dos, tres, decenas de tonos sin respuesta hasta que la llamada se cortó por completo. Lo intentó con Victoria.

— ¿Está contigo?

— ¿Quién? —respondió su amiga, sin comprender.

—tae. ¿Está contigo? No está en casa.

—Hace días que no sé nada de tae.

—Pues no está en casa —repitió tiffany con inquietud.

— ¿Y qué? Habrá salido a dar una vuelta o a comprar algo. ¿Qué tiene de raro?

—Ella… —Lo meditó un momento. No le había contado a Victoria que tae planeaba irse, y ahora no estaba segura de querer hacerlo. Su amiga lo interpretaría como una de sus múltiples rarezas. Le restaría importancia, le diría que se calmara y tiffany no deseaba escuchar ninguna de sus cándidas advertencias—. Da igual, tienes razón, seguro que está haciendo algún recado.

— ¿Qué haces en tu casa a estas horas, de todos modos? ¿No tenías hoy la presentación?

—Sí, pero es una historia muy larga. Te la cuento en otro momento, ¿vale? Ahora tengo prisa.

—Vale. ¿Pero estás bien? Pareces atacada.

—Sí, no te preocupes. Te llamo luego, lo prometo.

Tiffany colgó el teléfono sin miramientos. La idea de encontrar a tae era ahora mucho más importante que darle explicaciones a su amiga. Observó la antena del salón, parecía desconectada, no emitía luces centelleantes ni se escuchaban sus rítmicos sonidos. Un mal presentimiento empezó a tomar control de su cuerpo. En el peor de los escenarios, deseaba despedirse de tae. No era posible que esto acabara así… Sin un motivo razonable, sin una explicación… La nada.

Esto ya lo había vivido.

Irene había hecho lo mismo. Se había ido de la noche a la mañana sin ninguna advertencia previa. Pero tae no era así, ¿verdad? Ella no desaparecería sin más, después de todo lo compartido. Le costaba creer que estuviera viviendo lo mismo otra vez.

Se dejó caer en el sofá, sin saber qué hacer, los codos apoyados en las rodillas, el corazón latiendo con fuerza, un sentimiento de irrealidad aprisionándola y haciéndole sentir que el suelo ya no estaba allí, bajo sus pies. Estaba a punto de llorar de pura rabia, podía notarlo, cuando escuchó aquel clack y el chirriante sonido de una bisagra.

Alzó los ojos con miedo y la vio. Llevaba una gran cesta de frutas en el regazo.

—Oh, pensé que mi computadora se había vuelto loca. Me indicó que estabas aquí.

Tiffany sonrió. Su computadora no había enloquecido, pero ella sí, de la alegría de ver a tae, radiante como siempre, sus ojos onices felices al descubrir que estaba en casa. Se incorporó y fue a su encuentro. Tomó la cesta de frutas y la dejó en el suelo para darle un inmenso abrazo que tae recibió con sorpresa.

— ¿Ha ocurrido algo?

—No, solo me alegro muchísimo de verte. He dejado el trabajo. Bueno, algo así, todavía no lo sé.

Tae le tomó las manos para mirarla.

— ¿Has dejado el trabajo? ¿Pero la aplicación no estaba bien?

—La aplicación estaba más que bien, gracias. Era yo quien no estaba bien trabajando allí. Así que me he enfrentado a mi jefe para que me mejore las condiciones.

Tae tardó en reaccionar, como si no supiera cómo interpretar la noticia. Tiffany trató de tranquilizarla:

—Está todo bien, tae. Debería haberlo hecho hace mucho tiempo.

—Ya, pero la aplicación…

— ¿Fuiste tú? ¿Tú metiste los cambios que faltaban? Creía que no tenías ni idea de ese lenguaje, que era muy arcaico para ti.

Tae se agachó para recoger la cesta de fruta del suelo. Tenía plátanos, cerezas, fresas, trozos de sandía, manzanas y hasta una piña. Desconocía qué se proponía hacer con todo aquello.

—He comprado esto para mis hermanos —le explicó entonces, mientras la recogía y se dirigía a la cocina—. Les encanta la fruta de la Tierra. En Lux 2 no tenemos nada parecido.

El semblante de tiffany se oscureció.

— ¿Sigue en pie lo del regreso? Creía que… —tae abrió los ojos, expectante, animándola a continuar hablando—. Da igual, iba a decir una tontería. Deja que te ayude con eso. Parece muy pesado.

Y las dos se dirigieron a la cocina sin mediar palabra. La supuesta partida de tae era inminente y al parecer nada de lo que ella pudiera hacer o decir impediría que abriera los ojos. ¿Y entonces qué? ¿Qué haría cuando tae comprendiera que no existía ningún hermano ni tampoco una nave espacial? ¿Cómo hacerle entender que su mundo ficticio no se correspondía con la realidad?

Tiffany pensó en los posibles escenarios. Se imaginó una charla en el salón de su casa, las dos sentadas en el sofá. En su invención tae estaría llorando, con gruesas lágrimas rodando por sus mejillas mientras la escuchaba con atención. Ella le explicaba entonces que la misión de recogida había fracasado, que ya no tenía un lugar al que ir y tiffany la miraba dividida entre la egoísta felicidad y la preocupación por su desconsuelo. Ese era el primero de los escenarios.

El segundo sería una desaparición real. Si llegara a suceder tendría que emplearse a fondo para dar con su paradero. Pero la encontraría, vaya si lo haría, aunque tuviera que descender al mismo infierno o dejarse los ahorros en tratar con mafiosos de medio pelo para encontrarla.

Quiso entonces preguntarle qué se proponía, hacer que razonara allí y ahora. La ansiedad estaba mutando en diminutas termitas que circulaban libres por su interior. Pero es que tae de veras creía que alguien vendría a recogerla y le atemorizaba explotar su burbuja. Podía ser peligroso obligarla a tomar contacto con la realidad.

Fuera como fuese, había algo que tiffany tenía claro: ella estaría allí para tae. Siempre. Cuando llegara el momento, sus brazos serían su refugio, la apretaría con fuerza y le diría en un susurro:

 

«Todo está bien, no te preocupes. Estoy contigo, estás a salvo aquí».

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