11 SÍ QUE LE GUSTA

Lo Nuestro Es De Otro Planeta
 

Tiffany se despertó temprano. Era lunes por la mañana y tenía que ir a la oficina, pero le pesaban los párpados y le faltaba motivación. Tomó una ducha rápida para entrar en calor. Se había despertado una mañana nublada, aunque sabía que las nubes no permanecerían demasiado tiempo en el cielo. Tan pronto avanzara el día se irían disipando, cediendo ante los rayos del sol. «Mañanitas nubladas, tardecitas de paseo», solían decir las abuelas sevillanas cuando el día se despertaba encapotado.

Tae ya estaba despierta cuando abrió la puerta de su habitación y se la encontró en el salón. La noche anterior tampoco hablado de su futuro. Adónde iría, cuándo, con qué propósito, hasta qué fecha podía quedarse haciendo uso de su colchón hinchable. Tiffany lo había intentado, pero siempre acababa posponiendo la conversación o distraída con otras cosas.

A veces le molestaba ser tan floja y despreocupada. Su madre solía aconsejarle que se centrara en sus objetivos e impidiera que otros asuntos la distrajeran. Tiffany se preguntaba hasta qué punto su actitud con tae obedecía a su tendencia a procrastinar oa una inconsciente necesidad de compañía, pero hasta el momento no había encontrado una solución a esa adivinanza.

—Buenos días —le deseó un poco soñolienta; tenía los ojos hinchados.

—Buenos días, tiffany. ¿Ha dormido bien?

—Mejor que ayer, eso está claro. Ni rastro de Darth Vader.

- ¿Darth quién?

—No tiene importancia. He dormido bien, gracias. ¿Y tú? ¿Ha descansado algo? —Un rato.

- ¿Media hora?

—No, esta vez ha sido una hora. No sé qué me pasa, en la Tierra siento ganas de dormir más. Creo que aquí tengo paz —le comentó tae.

Tiffany se sentó a desayunar con ella. Si estaba en casa siempre desayunaba lo mismo: un café con leche bien cargado y un puñado de galletas, pero hoy tenía poco apetito. Apenas le dio un mordisco a una galleta y dejó las otras a un lado.

—Escucha, tae, en algún momento tenemos que hablar de tu situación. ¿No crees?

—Sí, me parece bien.

- ¿Y qué piensas hacer? —Se interesó mientras comprobaba por el rabillo del ojo la hora en un reloj de pared. Se le hacía tarde. Quizá no era momento para mantener esta conversación, pero no estaba de más pergeñar un preámbulo. Ya lo resolverían si acaso después, cuando regresara de trabajar.

—He intentado contactar de nuevo con mis hermanos, pero por ahora, nada.

—Ajá oferta tiffany sorbiendo su café—. Bueno, a lo mejor es cuestión de seguir intentándolo, ¿no crees?

—Sí, eso creo.

—Mira, ahora me tengo que ir a trabajar, pero después podemos hablarlo tranquilamente. Volveré tan pronto pueda, ¿te parece? Intenta no meterte en líos mientras estoy fuera. ¿Me lo prometes?

Tae asintió y le regaló una sonrisa para desearle que tuviera una bonita mañana. Tiffany se fue un poco más tranquila, ahora que por fin había planteado el tema que ocupaba sus pensamientos. No obstante, yendo montada en su bicicleta de camino al trabajo, no pudo evitar que le asaltara la desazón, una especie de premonición de que algo se iba a torcer.

Llegó a las puertas del edificio de su oficina, colocó el candado a su bicicleta y deseó en silencio estar equivocada. ¿Qué podía salir mal, a ver?

***

Los lunes por la mañana Victoria se sintió más perdida que cualquier otro día de la semana. No era que para ella tuvieran ninguna diferencia significativa, sino que suponían un nuevo comienzo, una semana más en paro, otros siete días sin saber qué hacer con su vida. Al menos, los viernes, sábados y domingos eran diferentes. Siempre había gente con la que quedar y cosas que hacer, pero de lunes a jueves Victoria deambulaba por su barrio creando un triángulo de la muerte entre la casa de sus padres, el gimnasio y los bares de la zona, en donde ya casi conocía a todos sus camareros.

Ella había perdido su empleo unos meses antes, el único que Victoria había tenido, y todo porque un día se le ocurrió llegar un poco bebida a su turno de tarde. Aborrecía aquel trabajo, pero le proporcionaba ingresos seguros y un lugar al que ir cuando los demás estaban ocupados. Como consecuencia de su despido, había perdido las ganas de buscar algo en lo que ocupar su tiempo. «Piensa en lo que te gusta, habrá algo que puedas hacer», le recomendaba siempre tiffany. Pero por más vueltas que le daba, no conseguía encontrar ningún punto fuerte, nada en lo que tuviera destreza o por lo que sintiera pasión. Había llegado a la conclusión de que lo suyo era pasárselo bien, y no conocía ninguna profesión en la que te pagaran por ello.

Así que durante la semana lectiva, sus días solían ser calcos, momentos de aburrimiento en los que Victoria se encontraban sola porque todos sus familiares y amigos tenían cosas que hacer, obligaciones a las que atender. Los lunes era el peor de todos. Los lunes siempre le recordaban que algo no iba bien en su vida, hasta el punto de que podía llegar a estar dos horas ininterrumpidas en la piscina de su gimnasio, haciendo largos sin parar solo para quemar la ansiedad que su situación personal le producía.

Ese lunes, no obstante, se dijo a sí misma que por fin podría ocupar su tiempo en algo más interesante que estar a remojo. tiffany había decidido extender la estancia de la supuesta extraterrestre en su casa y Victoria estaba decidida a aprovechar esta circunstancia. La compañía de tae le evitaría tener que pasar la mañana sola, por lo que tan pronto estuvo vestida para salir a la calle se dirigió hacia la casa de su amiga y llamó al timbre, confiando en que Tae  le contestara.

Pulsó el botón del telefonillo hasta cuatro veces y esperó pacientemente. Por desgracia, no parecía haber nadie en casa. Estaba a punto de darse cuenta media vuelta cuando tae por fin contestó.

- ¿Quién es?

Escuchó su voz, aunque muy lejana, como si estaba hablando desde el otro extremo de la habitación.

—Tae, soy yo. Victoria.

—¡Ah, hola!

—Ábreme la puerta, por favor.

—Sí, espera. Voy.

Victoria intentó empujar la puerta de entrada, pero esta permaneció cerrada. No se escuchó ni siquiera el mecanismo que la activaba y unos ruidos intermitentes le indicaron que tae se había dejado el telefonillo descolgado. Volvió a intentarlo una vez más. Pulsó de nuevo el botón y al cabo de un rato la voz de tae se escuchó, de nuevo lejana.

—Tae, si no me abres la puerta no puedo entrar.

- ¡La he abierto! ¡Está abierta pero no te veo, Victoria!

Victoria puso los ojos en blanco. Acababa de comprender que tae había abierto la puerta de la casa, pero no la del portal.

—Tae, ¿ves un botón al lado del telefonillo? Tiene que haber uno. Púlsalo. Estoy en la calle y tienes que pulsarlo para abrir la puerta de aquí, no la de la casa.

Tae no contestó. De nuevo transcurrieron unos segundos silenciosos en los que Victoria no acababa de comprender cuál era el problema.

- ¡tae, el botón! Púlsalo. Tiene que estar ahí —repitió, avergonzada a causa del modo extraño en el que la miró una pareja que pasaba por allí.

- ¿Qué botón?

—El que hay al lado del telefonillo. Tiene que haber uno. Tú solo púlsalo y podré entrar. ¿Me estás escuchando, tae?

—Suenas muy lejos.

—Tienes el auricular puesto en la boca, ¿verdad? Porque a lo mejor no estás cogiendo bien el telefonillo. Tú… solo dale al botón, ¿vale?

Victoria esperó un poco más, hasta que por fin escuchó que el mecanismo se activaba y la puerta se abría. Después de todo, parecía que tae había conseguido encontrarlo.

Tal vez no fuera la mejor de las ideas pasar una mañana con alguien tan pintoresco como tae, pero realmente ¿qué opciones tenía?, Se dijo a sí misma mientras entraba en el ascensor.

tae la estaba esperando con la puerta abierta cuando se acercó a la entrada del apartamento. Llevaba una toalla enroscada en la cabeza, aunque su pelo parecía estar seco. Victoria prefirió no hacer preguntas. Por ella como si la recibía con una alfombrilla de baño atada a la cintura, le daba igual. Había tenido suficiente sobresalto con el asunto de la puerta.

—Te ha costado, ¿eh?

—Estos aparatos son muy extraños. Son tan antiguos para mí que me cuesta trabajo entenderlos.

—Creo que deberíamos comprarte un móvil. ¿Qué te parece si nos lanzamos a la calle a por uno?

- ¿Lanzarnos? ¿De manera literal? —Se extrañó tae, frunciendo el ceño y mirando con desconcierto la barandilla que daba a la corrala del edificio.

—No, lanzarnos…. Como, ya sabes, echarnos a la calle, salir, ir a comprar un móvil para que no estés incomunicada y podamos llamarte. Todo el mundo tiene uno estos días, así que, ¿vamos? ¿Estás vestida?

—Sí —asintió tae con la cabeza.

Victoria se encendió un cigarrillo y aspiró el humo. Luego dijo:

- ¿Pero vas a ir con eso? —Señalando la toalla. Tae se sonrojó, como si no entendiera qué estaba haciendo mal—. ¿Sabes qué? tiff igual. Si me ve alguien contigo puedo decir que eres musulmana y que te has olvidado el turbante en Burkina Faso o algo así. Venga, salgamos a la calle. Estar en casa es de lo más aburrido, ¿no crees?

***

Quedaba poco tiempo para que tiffany concluyera su jornada laboral, pero el día había sido de lo más improductivo. Para empezar, no podía concentrarse porque estaba todo el tiempo pensando qué hacer con tae, de qué manera podía ayudarla sin involucrarse demasiado. Y para seguir, la idea de consultar su caso a su padre seguía rondándole la cabeza, pero cada vez que pensaba en ello, le entraban escalofríos.

Él era un reputado psiquiatra y parecía claro que podía ayudarla, pero al mismo tiempo estaba convencida de que si se enteraba de los delirios de tae, acabaría internándola sin dilación. Y no estaba segura de querer someterla a algo así.

En consecuencia, se había pasado toda la mañana en Internet buscando síntomas de delirios psicóticos, trastornos de la personalidad, esquizofrenias y patologías varias, mientras evitaba la mirada de halcón de Javier, que pasaba a menudo por detrás de su ordenador para comprobar qué estaba haciendo . Tiffany se había convertido en una experta en minimizar la pantalla para fingir que trabajaba duramente.

- ¿Todo bien, joven?

—Todo bien.

—Aplicando ya los conocimientos que adquiriste en el congreso, espero.

—Por supuesto —mintió.

Ni había aprendido nada nuevo en el congreso ni estaba avanzando en el proyecto que le había asignado. Tenía que entregar el desarrollo de una aplicación muy compleja para iPhone en pocos días, y allí estaba ella, preocupada por los delirios de una desconocida y revisando información psiquiátrica en Internet.

El delirio es un trastorno que afecta al funcionamiento del pensamiento. Las ideas se vuelven confusas y no se corresponde con los hechos objetivos. La percepción de la realidad está completamente alterada. El delirio psicótico es un delirio crónico. La persona afectada se desconecta de la realidad y su percepción de la vida cambia. Sus juicios se vuelven incorrectos y el paciente no es consciente de que padece este trastorno.

Hasta aquí, todo bien. Podía encajar perfectamente con el cuadro clínico de tae. Sin embargo, seguía habiendo detalles que no casaban, como por ejemplo que las alteraciones del comportamiento solían venir asociadas a desorientación, sentimiento de euforia, delirios sobre ser perseguido e incluso megalomanía.

Tae no parecía sufrir nada de esto. Sus síntomas no se corresponden con ninguno de aquellos artículos médicos y sus delirios no eran paranoides, sino que se centraban en algo muy concreto. Ella simplemente creía ser extraterrestre y ya está. Salvando esta rareza y que asegurara desconocer objetos básicos para un ser humano (como, por ejemplo, el funcionamiento de un microondas o su extraña percepción de la moda), no había nada en ella fuera de lo normal. Ningún comportamiento maníaco u obsesivo. Al menos en su presencia no los había tenido. ¿Y si los problemas empezaban cuando estaba sola? ¿Y si había sido un error dejarla en casa?

Tiffany cogió su teléfono móvil temiéndose lo peor. Estaba mal visto hacer llamadas en la oficina, pero en los años que llevaba en la empresa apenas había utilizado el teléfono un par de veces, así que dudaba que su jefe se atreviera a reprenderla por ello. Marcó apresuradamente el número de su propia casa. Un tono, dos tonos, tres tonos… esperó hasta que se acabaron. Nada. Tae no contestaba (o bien no sabía cómo hacerlo). Probó de nuevo bajo la atenta mirada de su compañero Carlos.

- ¿Va todo bien? —Se interesó él—. Pareces preocupada.

—Todo bien, tranquilo oferta tiffany con el teléfono todavía pegado a la oreja.

Fingió teclear algo en el ordenador, pero solo se le ocurrió poner cogelocogelocogelomalditaseacogelo . Y de nuevo no hubo respuesta. Algo le decía que tae no estaba en el apartamento y esto la preocupó. Si se hubiera tratado de otra persona, alguien más previsible, le habría dado igual. Pero con ella nunca se sabía, los días pudieron ser auténticos caballos de Troya, plagados de incómodas sorpresas. Tras un tercer intento fallido, se quedó mirando fijamente la pantalla de su ordenador, sin saber qué hacer, a quién recurrir. Le quedaba todavía una hora para salir de la oficina y sabía que si se quedaba esperando la ansiedad le destrozaría los nervios. Entonces tuvo una idea.Se lanzó de nuevo sobre su teléfono y respiró con más tranquilidad cuando escuchó su voz:

- ¿Vic?

- ¡Oye! ¿Qué haces llamándome a estas horas? ¿No estás en el trabajo?

—No está. Se ha ido. A lo mejor le ha pasado algo —le explicado tiffany con desesperación.

- ¿Quién? ¿De quién me hablas?

- ¡De tae! ¿De quién va a ser? —Tiffany se encogió para ocultar el móvil con su cuerpo. No quería que Carlos ni ninguno de sus compañeros se enterara de la conversación—. ¡Se ha ido! ¡Él llamó a casa y no está!

Victoria suspiró hondamente al otro lado de la línea.

- ¿Me estás escuchando? ¿Qué hago? ¿Crees que debería llamar a la policía? ¿Crees que se habrá metido en líos?

—Lo que creo es que eres una paranoica y tendrías que mirártelo —le respondió Victoria, muy calmada—. Está aquí conmigo, joder . Nos hemos ido a dar un paseo.

- ¿Contigo?

—Sí, conmigo. ¿Por qué te sorprende tanto?

- ¿Qué has hecho, Vic?

- ¡Nada! ¿Qué voy a hacer?

- ¡Es una enferma mental! ¡Tiene trastorno paranoico! Créeme, lo he mirado o, bueno, eso creo, la verdad es que no estoy segura —le informó mientras se sujetaba el frente con la mano—. Mira, da igual, no espero que lo entiendas. ¿Dónde estáis? Voy para allá. Mándame un mensaje con tu ubicación que salgo ya.

Tiffany no le dio pie a que dijera nada más. Colgó el móvil, apagó el ordenador y se puso el abrigo en una exhalación. Tenía que salir de la oficina cuanto antes.

Conocía a Victoria, la adoraba, de hecho, pero también la temía. A saber en qué había empleado todo el día con tae, ya no se fiaba. Se imaginó un garito oscuro y lleno de humo que desprendía olor a marihuana. O una fiesta clandestina en la que voluptuosas camareras ataviadas con lencería de encaje despachaban drogas y alcohol en lujosas bandejas de plata. Vinieron a su mente imágenes de burdeles y de shops, de películas o y de cualquier depravación. Victoria era una experta en corromper la inocencia de la gente y Tiffany sudaba solo de imaginar los lugares a los que habría llevado a tae, la pobre enferma mental.

- ¿Te vas? —Le dijo Carlos, sorprendido.

No era para menos. Tiffany no se había ausentado del trabajo jamás. En cinco años nunca había empleado un día en asuntos personales ni solicitado una baja.

—Sí, tengo algo urgente que solucionar. ¿Le dirás a Javier que me he ido?

—Tranquila, yo te cubro. Tiene reunión ahora. Ni se enterará.

—Gracias, Carlos.

—Nada. Y que vaya todo bien.

—Sí, eso espero —replicó antes de enfilar la puerta de la oficina.

Tiffany salió a la calle envuelta en una gran nube de ansiedad. Se sintió tan nerviosa que no atinaba con los semáforos. Cruzó un par de ellos en rojo con su bicicleta, le pitaron los coches, se exaltaron los peatones, estuvo a punto de arrollar a una frágil anciana. Y le dio prácticamente igual. Su objetivo era llegar cuanto antes donde estaban. Victoria había cumplido y le había enviado la ubicación exacta, pero por más que lo intentó, no recordaba qué había allí. ¿Una tienda erótica? ¿Un bar? ¿Un bingo? Podía ser cualquier cosa. Aceleró, haciendo girar los pedales de su bicicleta a toda velocidad.Dejó atrás la Avenida de Alfonso X y se adentró por calles igual de concurridas pero más angostas. Iba tan rápido que en pocos minutos ya había llegado a la zona de Las Setas, donde desembocaba la calle que había indicado Victoria.

- ¿Dónde? ¿Dónde estáis? —La llamó cuando se encontró cerca.

—Aquí. Te estoy viendo. Gírate y me verás.

Tiffany se giró, pero en principio no fue capaz de verla. «¿Dónde, exactamente?», Repitió, ansiosa. «Di, aquí, justo detrás de ti, mira hacia el local que tienes a la derecha». Así lo hizo hasta ver a su amiga, saludándola con la mano desde el interior de un establecimiento. Se precipitó hacia allí. Su amiga la recibió con los brazos en jarra:

- ¿Estás segura de que el trastorno paranoide no eres tú? ¿A qué viene esto?

—Pensé… pensaba… ¿Dónde estamos?

- ¡En una peluquería! ¿Dónde te creías?

Tiffany se ruborizó profundamente ante la mirada inquisitiva de su amiga, cuyos ojos se han convertido en dos dardos que amenazaban con empalarla contra la pared. —Yo ... no sé. Me dijiste que estabas con ella y…

- ¿Y qué? ¿Ya pensaste que me la iba a llevar de putas ?

—Tampoco es eso, mujer, mira que eres bruta —se defendió tiffany, sentándose en una de las butacas de la antesala de la peluquería—. Vic, tienes que reconocer que a veces haces cosas raras y pensé que, bueno, que te las habías llevado a algún sitio de los tuyos. Vale, lo siento. No me mires así. ¿Qué hacéis aquí, de todos modos?

Victoria se encogió de hombros.

—Le sugerí a tae un cambio de look y le pareció buena idea. Nos hemos pasado toda la mañana dándonos tratamientos y cosas así. Ven, que me voy a fumar un cigarro. —Le indico la puerta de la peluquería.

Tiffany se mostró un poco reticente, no quería alejarse demasiado, pero la siguió al exterior de igual manera. Estiró el cuello para ver si así podía ver a tae por el escaparate de la peluquería, pero no fue capaz de encontrarla. Imaginó que estaría en alguna cabina del interior.

—Está a punto de salir, relájate. Pareces su guardaespaldas, joder . Venga, toma un poco el aire.

Respira. ¿Qué te pasa?

-No sé. Solo sé que me preocupa que le ocurra algo.

Victoria se llevó un cigarrillo a los labios y chasqueó su mechero.

—Estás super estresada con tae y te aseguro que puede cuidar de sí misma. A lo mejor incluso más que tú y que yo.

Tiffany se daba cuenta de que sus reacciones no eran normales en lo referente a tae. La trataba como si fuera una niña o una persona desvalida y no había motivos reales para ello. Pero su carácter era así, en verdad. Tendía a preocuparse en exceso y solía ser ella quien cuidaba de la gente, no era nuevo, aunque con tae su instinto de protección se multiplicaba sin lógica alguna. Se palpó las mejillas con las manos y suspiró.

—Estoy empezando a pensar que lo llevo en los genes, ¿sabes? A fin de cuentas, mi padre es psiquiatra.

- ¿Y crees que eso te puede estar influyendo?

—Puede ser. Con tae me siento a veces como si tuviera que cuidar de ella. Como si fuera una persona desvalida.

—Pero no lo es. De hecho, se trata de alguien súper interesante —le informó Victoria—. Te animo a que la conozcas un poco más. Hoy hemos estado tomando un café y yo he alucinado, ya te digo. Estará loca, pero es una loca con la cabeza muy bien amueblada.

Eso no le sorprendía en absoluto. Puede que tae fuera torpe con los aparatos eléctricos o que una toalla enredada en la cabeza le pareciera el culmen de la elegancia. Pero su charla era rica, interesante y estaba segura de que hasta podría aprender muchas cosas de ella si tuviera la paciencia necesaria para pasar por alto sus locuras.

Victoria estaba en lo cierto, a lo mejor había estado tan preocupada que, sin proponérselo, la estaba minusvalorando.

Se puede meditando sobre ello, ya casi al final del cigarrillo de su amiga, cuando el peluquero asomó la cabeza por la puerta.

—Ya está lista disponible.

- ¿Ya? —Se entusiasmó Victoria.

Él asintió y su amiga le hizo un gesto para que volvieran al interior.

Tae las esperaba, completamente cambiada. Parecía otra persona. O mejor dicho, una persona. Ya no había ni rastro de su pelo extrañamente cortado, del tono bicolor ni de su maquillaje excéntrico o del lápiz de ojos negro con el que solía pintarse la cara. Era otra. No mejor, sino cambiada. Estaba peinada y su cabello parecía suave y brillante, de un tono rubio ceniza que hacía parecer diferente. También la maquillado un poco, solo un poco, pero lo suficiente para que sus preciosos ojos onices resaltaran como nunca.

- ¿Qué tal? —Preguntó tae mordiéndose el labio inferior con nerviosismo—. ¿Parezco una humana?

Los tres la miraron con los ojos muy abiertos, hasta que Victoria dijo:

- ¿Humana? No, nena, tú no eres de este planeta. La peña se va a abalanzar sobre ti cuando te vea.

Tiffany todavía no había articulado palabra sintiéndose incapaz, pálida, bloqueada. La persona que tenía delante no se parecía en absoluto a la mujer que había asistido en Madrid en una noche lluviosa. No es que antes tae no tuviera su atractivo, porque a su manera, rara y extravagante, sí lo tenía, sino que por primera vez la estaba contemplando y no veía en ella a una niña, sino a una mujer.

—A tiffany… ¿le gusta? —Escuchó que le preguntaba entonces.

Se ruborizó, sin saber muy bien por qué. ¿Cuál era la respuesta correcta? ¿Si? ¿Mucho? ¿Oh?

No lo sabía.

Para su fortuna, Victoria enlazó un brazo con el suyo y dijo:

—Sí, le encanta.

 

  1. vez su amiga volviera a tener razón.

 

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