Cap.6

Viento y Tierra // Jaeyong

VI

 

Taeyong observó, esa sutil sonrisa de cansancio, desdibujada sobre los labios del general Jung. ‘Tan débil’ pensó el príncipe, sin advertir que a los siguiente segundos Yoon Oh caía del pegaso. Su cuerpo se tensionó, incapaz de reaccionar ante el acontecimiento. Una parte suya quería socorrerlo, y la otra –esa parte que aún le declaraba odio –se negaba a moverse. No fue hasta que Mark gritó desesperado, que supo que debía ayudar.

—¿Estará bien? –Taeyong se asomó, sus ojos estudiaban las condiciones en las que Yoon Oh se encontraba. Se asustó al descubrir el aspecto moribundo del general,…terriblemente semejante a un cadáver.

Mark suspiró, el joven soldado también se veía cansado.

—La casa está cerca, debemos llevarlo hasta allí, tratar las heridas y controlar la fiebre –respondió. El niño arrancó un pedazo de tela de su vestimenta y la usó para limpiar las gotas de sudor regadas sobre la frente del general –Ayúdame a cargarlo.

Taeyong asintió, aún inseguro.

Temía tocarlo, aspirar el conocido perfume silvestre y…No. No pensó más en ello.

Se agachó lo suficiente para apoyar un lado del cuerpo de Yoon Oh contra el suyo. Apretó los dedos sobre el brazo ajeno y lo puso tras el cuello. En cuanto Mark ordenó levantarlo, el príncipe se encontró con el perfil sudoroso del general. Párpados, labios y mejillas, se cubrían de un pálido color fantasmal; su aspecto,  distaba en gran contraste a la apariencia fuerte y alegre que lo distinguía. Los hoyuelos risueños y el rubor rosa, parecían estar muertos. Taeyong deseó –inconscientemente –verlo saludable y vigoroso.

Caminaron muchos metros más, antes de llegar a un tranquilo valle oculto entre árboles, rocas y nubes. Una pequeña casa se distinguía en el centro, aunque muchas flores adornaban sus alrededores, se podía observar lo descuidada que estaba. Tenía una apariencia pintoresca, como esas pequeñas cabañas de cuentos de hadas, con las ventanas enmarcadas de madera y las paredes hechas de piedrecillas de colores. Taeyong se preguntaba si ese lugar le pertenecía a Mark o si sólo la habían hallado de casualidad.

—Yoon Oh vivía aquí –comentó Mark, bastante agitado, adivinando por enésima vez sus pensamientos –desde la muerte de sus padres, no ha regresado.

Taeyong sintió un pequeño aguijón pinchando su pecho.

El general jamás le contó sobre aquél sitio. Era otro aspecto de Yoon Oh que no conocía. Taeyong comenzó a preguntarse si había más cosas ocultas que él desconocía.  

Todo ese tiempo, sólo fue un lamentable príncipe ingenuo ante los ojos de un extraño Jung Yoon Oh.

Tan lastimoso.

Un fuerte olor húmedo los recibió en cuanto entraron a la casa y el sonido chirriante del piso, anunciaba lo longevo de ese lugar. Los objetos estaban cubiertos de polvo, ordenados a cómo fueron dejados por su dueño; las telarañas crecían, tan largas como cortinas, meciéndose junto a la imperceptible brisa. Era más que claro que nadie había estado allí en años, quizá ellos eran su primera visita. Si decidían quedarse ahí, tendrían mucho que limpiar. Taeyong y Mark suspiraron, comprendiendo el trabajo que les esperaría. Así que, resignados, arrastraron a Yoon Oh hasta una de las habitaciones.

—Yo me encargaré ahora –ordenó Mark, mientras acomodaba al general sobre la cama y lo cubría con las sábanas recién desempolvadas –También deberías descansar, estás igual o peor que Yoon Oh. Hay otra habitación junto a la cocina y una cascada en la parte trasera de la casa, quizá quieras asearte…

—Quiero ayudar –interrumpió Taeyong, inconforme con la situación.

—Me ayudarás más si estás recuperado, no quiero cuidar a dos idiotas caprichosos todos estos días –reclamó, antes de empujar a Taeyong fuera de la habitación y cerrar la puerta.

El príncipe decidió no insistir más.

Consideró que podría dormir un poco, recuperar fuerzas y ayudar con lo que pudiera; pero en cuanto se encontró con su reflejo, plasmado sobre el espejo del pasadizo, se dio cuenta que podría necesitar mucho más que sólo un descanso. Era la primera vez, desde hace mucho, que se volvía a ver. Las heridas, la suciedad y el cansancio, habían cubierto todo lo que era.

Estaba irreconocible.

Observó sus manos, todas rajadas y sucias. Quizá, debía recordarse que aún era un príncipe.

 

***

 

 

“¿Yoon Oh?”

Escuchó la voz de su madre. Esa voz débil, dulce, melodiosa, que siempre la había caracterizado. Se oía  lejana, como si estuviese perdida en el tiempo y se arrastrara, tratando de hallar el camino. Yoon Oh anheló encontrarla, atraparla en sus brazos y quedarse con ella para siempre. Sin embargo, se acurrucó entre las mantas, deseando no abrir los ojos demasiado pronto.

—Despierta, hijo –Yoon Oh gimoteó. Sus pequeños ojos parpadearon abruptamente, raspando las pupilas húmedas. Los rayos de luz penetraron suavemente, acariciando sus pestañas y besando sus mejillas. Entonces, supo que ya no podría seguir durmiendo –Vamos, levántate cariño. Hoy está nevando.

—Ya no me gusta la nieve, mamá –reclamó el niño, escondiendo su rostro bajo las sábanas.

Escuchó a su madre reír antes de darse cuenta que poco a poco ella se alejaba, dejando sólo pequeños ecos de pisadas cada vez más ausentes. Una extraña sensación recorrió su pecho, algo parecido al dolor crudo que se siente cuando se está profundamente triste. Así que, inexplicablemente, salió de cama, pisando el suelo frío de madera y corrió hasta la silueta de la mujer que yacía de espaldas. La abrazó, con todas las fuerzas que sus pequeños brazos podían ofrecer.

—¿Qué sucedió? –cuestionó ella, tomando las manos infantiles con bastante ternura.

—No lo sé. Sólo…sólo quise abrazarte –murmuró el niño. Sus infladas mejillas se llenaron de un suave rubor. –Quiero ver la nieve contigo.

Mientras comían, Yoon Oh no pudo dejar de observar a su madre. Recién comenzaba a notar los pequeños detalles que antes había obviado, como las diminutas pecas que adornaban la nariz respingada o lo claros que eran sus ojos azules. Era una mujer bastante bella, de cabello rubio vagamente ondulado y trenzado junto a cintas de colores. Tenía las pestañas largas, delgadas cejas y labios pequeños. Un cuerpo esbelto, lo suficiente fuerte, para resistir a su estricta postura elegante. Yoon Oh deseaba poder casarse con alguien igual de hermosa que su madre. Deseaba tener tanta suerte como el señor Jung.

Cuando terminaron sus alimentos, salieron a explorar el bosque cubierto de nieve. Los copos caían con delicada armonía, los cubría y luego, desaparecían mágicamente. Decidieron recolectar bayas y manzanas, mientras cantaban la misma vieja canción de siempre. Reían y jugaban con la nieve, escondiéndose entre los arbustos hasta que uno de ellos encontrara al otro. A Yoon Oh le gustaba esos días, lejos de los terrenos del reino, dónde su padre sólo se encargaba de hacerlo entrenar con la espada. Era tan agotador que odiaba la idea de regresar demasiado pronto.

—¿Mamá? –cuestionó Yoon Oh, apoyándose sobre el tronco de un árbol, de modo que pudiera buscarla sin ser encontrado –No quiero regresar con papá. No quiero ser cómo él. Odio la espada, es tan difícil de manejar y pesa mucho más que yo ¿No puedo quedarme aquí? –él podía observarla, moviéndose con sigilo entre los árboles. Yoon Oh decidió que debía correr hacia ella –…¡Ya te atrapé, mamá!

Pero ella no estaba. Su silueta se desvaneció como una tenue nube de humo y de repente, había dejado de ser un niño.

Estaba soñando.

Sus párpados se abrieron con violencia. La tristeza le cubrió con lágrimas los ojos y oprimió su pecho.

Hace tanto que no soñaba con ella.

Se encontró sudoroso, respirando precipitadamente. Las imágenes a su alrededor, poco a poco, se fueron aclarando, tomando forma y textura. Su piel comenzó a percibir el cambio cálido de temperatura. Su nariz podía oler los toscos aromas de la humedad y el polvo, distinguiendo, mínimamente, las agradables fragancias que desprendían las flores. Los sonidos del exterior viajaron hasta sus oídos, exponiendo los suaves golpes de lo que parecía ser una espada.

Tsuk. Tsuk. Tsuk. Tsuk.

Yoon Oh se levantó con dificultad, bastante curioso por descubrir lo que sucedía afuera; sus pies se estremecieron al sentir la textura hostil del suelo. A medida que se acercaba, el sonido se hacía más fuerte y tosco, como si sólo fuera producido al azar. Cuando se acercó lo suficiente, descubrió el desequilibrio de aquella actividad sonora. Encontró a Taeyong practicando con su espada.

—Hasta que despiertas –Mark interrumpió. El general desvió su atención hacia la puerta, dónde encontró a su amigo –Llevabas cinco días durmiendo. Comencé a preocuparme, incluso Taeyong lo hizo.

Un suave brillo de alegría cubrió sus pupilas cuando regresó a observar al príncipe.

—¿Taeyong, también…? –se murmuró así mismo, olvidando que Mark podía oírlo.

—Deberías decirle la verdad –expuso sinceramente el niño –Taeyong trata de convencerse que eres alguien despiadado. Piensa que es débil por haberse preocupado de alguien que nunca lo quiso. A veces lo escucho regañarse por eso. Yoon Oh, él tiene derecho a saber, nunca le diste una razón.

Era verdad.

Yoon Oh lo notó, desde que dejó que apresaran a Taeyong, ese odio creciente consumiendo la pena…el príncipe se creía demasiado débil, pero ni siquiera se había permitido estar verdaderamente triste y luego,… se hizo esa terrible herida en el rostro, delatando toda su furia. Taeyong era valiente, un príncipe con suficiente coraje para evitar rendirse ante la humillación o la muerte.

—Lo intenté, el día que lo sentenciaron… –Yoon Oh suspiró, derrotado. Podía recordar ese momento, se sentía tan desesperado, sólo quería rogar ser perdonado. Deseaba tanto ser escucharlo –Taeyong no quería verme, las dos veces que fui sólo pude ver…él me odia. Incluso si le contara lo que pasó, nada cambiaría…

—No lo sabes. Y si no lo intentas, tampoco lo harás –Mark se acercó, prestando también atención a la constante práctica de Taeyong –Si él te odiara lo suficiente, no estaría manejando tu espada para hacerse más fuerte.

Quizá debía intentarlo, pensó Yoon Oh, mientras seguía los movimientos que Taeyong realizaba con la espada. Se veía exactamente como lo había conocido: tan vivaz y lleno de esperanza. Si le contaba la razón tras su traición, tal vez, podría despojarlo de esa débil capa de rencor que lo cubría. Mientras tanto, pensaría en una forma de acercarse nuevamente a él…

Decidió que entrenaría a Taeyong.

 

****

a unos cuantos capítulos del final~

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Comments

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CoffeAndChill #1
Tremenda alegría me produce ver una historia en español por estos lugares. Incluso si solo es uno en un millón. Ya había leído oníricas en wattpad y ahora verlo aquí... wow. Tienes una forma de escribir que me encanta y apasiona.
Por favor, continúa escribiendo... deseo tanto ver como progresa esto. Taeyong con su dolor y rencor, Jaehyun con su culpa y remordimiento. El angst me llama (; ahre