Cap.4

Viento y Tierra // Jaeyong

IV

 

Cuando el rey Jaejoong tomó el trono, prometió prosperidad para su pueblo. Imaginó a los niños corriendo alrededor de los campos de cultivos, a los padres riendo en los breves descansos, los ancianos preparando las meriendas, los jóvenes cargando las cosechas. Sólo habría días felices que contrastaran con los colores verdes de la naturaleza y la calma de una paz prolongada; pero su sueño duró sólo un poco.

Los rayos impactando con fiereza, habían convertido a su reino en un desierto negro, con cientos de cuerpos regados por doquier. Gradualmente, los bellos campos verdes y florecientes, se convertían en tierra revuelta y negra.

La guerra, estaba haciendo cenizas todo eso por lo que había luchado. Cada hora se perdían vidas. Los enemigos avanzaban más triunfantes y sus tropas se volvían más débiles, desesperanzados de alguna posible victoria, aferrándose a un único propósito por el que muchos salían a combatir: salvar las vidas de sus familias.

Una semana, y el reino comenzaba a desmoronarse.

Jaejoong se desplazaba por el amplio balcón, nervioso y acabado. Algunos mechones de cabello comenzaban a teñirse de un profundo azul oscuro, mientras que las sombras contrastaban bajo sus ojos ambarinos y su piel se volvía más pálida. Estaba cansado de observar, deseaba poder alzar la espada y luchar hasta que el último aliento se desprendiera de sus labios, pero sabía que sería inútil, un rey muerto sólo significaría la ruina de su pueblo. Así que esperaba, ansioso, la llegada de Johnny. Miraba al cielo constantemente, deseando vislumbrar las gigantescas alas de los hipogrifos y el destello de las armaduras aliadas.

—¡Mi rey! –Entró Yuta, bastante alarmado –Un grupo de soldados enemigos están intentando entrar al palacio, debemos evacuarlo.

El monarca suspiró, encontrándose con el desesperante cielo gris.

—Debes traer mi espada –ordenó –Tenemos que resistir hasta que Johnny llegue.

—Pero…

—Es una orden, soldado.

Yuta asintió y se escabulló por uno de los pasillos principales.

Entre tanto, el sonido de las espadas chocando, anunciaron al rey que los intrusos ya estaban dentro. Jaejoong pensó, por un breve momento, que su hijo nunca más podría regresar a su hogar; las posibilidades de su retorno se hacían cada vez más lejanas e imposibles. Quizá…él ya estaba muerto.

Las puertas se abrieron de golpe, mostrando a dos soldados de armadura plateada y flameante capa de seda. Se veían intimidantes, pero el rey ni siquiera palideció de miedo, su compostura seguía siendo reacia y tranquila. Por lo que, se mantuvo en su lugar, esperando que los intrusos realizaran sus primeros movimientos para saber cómo actuar ante ellos. No obstante, en vez de avanzar, escupieron sangre y cayeron como sacos gigantes de tierra. Estaban muertos.

Yuta y Johnny, se encontraban detrás, frunciendo las cejas y sonriendo, como un par de niños bobos.

El cálido alivio abrazó al rey.

—Está listo, mi señor –anunció Johnny.

Inmediatamente Jaejoong miró hacia el cielo, encontrándose con los cuerpos esplendorosos de cientos de hipogrifos que ahuyentaban con su estruendoso canto agudo. Los rayos dejaron de caer, las espadas dejaron de sonar y por un breve momento, la quietud perturbó al enemigo. Entonces, los gritos aguerridos de sus tropas resonaron con gran eco en el extenso terreno. Las esperanzas renacían, abatiendo a los contrincantes de forma inesperada y haciéndoles retroceder todo lo que avanzaron.

Por primera vez, en cientos de años, ellos podían sentir la victoria.

—Ya sabes que hacer Johnny –anunció el rey, tomando su espada de las manos de Yuta –Tráelo a casa.

Johnny llevó su puño al pecho y golpeó con firmeza, prometiendo que así sería.

Regresaría con el príncipe, no sólo por el bienestar del reino; lo haría porque lo necesitaba.

 

***

 

Taeyong, era para Johnny, un ser preciado. La esencia vital de todos sus propósitos, sueños y deseos. Al principio fue una orden, el deber principal de sus ancestros, el orgullo de generaciones. Nació para servir al príncipe, protegerlo y entregar su vida por él. Taeyong era su prioridad, desde mucho más antes de que se conocieran.

Y al principio, Johnny lo odió por completo.

El príncipe era una molestia. Tan inquieto, corriendo de aquí allá, haciendo una vida incómoda para todos los demás. Por lo que, mientras los niños del palacio podían jugar, Johnny se quedaba cerca, vigilando que el tonto principito no se metiera en nuevos líos. A veces, cuando su límite de paciencia explotaba, deseaba que Taeyong se lastimara gravemente, para que se quedara reposando en su alcoba por mucho, mucho tiempo. Sólo así, Johnny podría disfrutar de la tranquilidad del palacio, salir a jugar en los pastizales, entrenar con la espada junto a su padre y ver el cierre de sol de los soldados. Su vida sería mejor, más calmada y vivaz.

Hasta que su deseo se cumplió y no pudo ver al príncipe por dos largos años.

El ingenuo niño había comido un fruto venenoso mientras trepaba un árbol. El efecto había sido rápido, por lo que Johnny lo vio caer como un polluelo desde una de las ramas. Estaba tan asustado que se tomó un tiempo antes de cargarlo sobre su espalda y llevarlo hasta el lomo de uno de los caballos. Cuando llegó al palacio, el rey cargó a su hijo entre los brazos y se alejó de inmediato. Johnny quiso seguirlo, pero su padre lo detuvo.

—Estará bien –musitó.

Aun así, Johnny no pudo estar tranquilo en todo el transcurso de la noche.

Por primera vez, deseó ver la sonrisa boba del príncipe.

Y tuvieron que pasar dos largas primaveras para que eso sucediera.

Un príncipe un poco más alto y delgado llegó entonces, en el transcurso de un otoño cálido, mientras Johnny practicaba sus movimientos de lucha junto a Yuta. La cabellera de Taeyong se había hecho negra, brillando bajo los tenues rayos del sol y meciéndose sobre la frente pequeña. Se veía más pálido, menos vivaz y algo reservado. Johnny no supo que hacer, por lo que se quedó en su sitio, observando como Yuta corría para saludarlo.

—Te ves un poco diferente –Un día, Taeyong se acercó a él, con la típica sonrisa de siempre. Johnny, por el contrario, trató de evitarlo y se apresuró a cepillar el pelo de una hermosa yegua blanca. –Pensé que podría superarte, pero te has vuelto más fuerte y seguro. Ah, te envidio mucho. Yo, en cambio, sigo siendo el niño escuálido de siempre.

Johnny se detuvo, levantó la vista y apreció la triste sonrisa ajena.

—Has crecido –murmuró, un poco tímido –…Sólo, sigue riendo como antes. Yo me encargaré de ser fuerte por ambos.

Desde entonces, Johnny se quedó detrás, velando desde las sombras el bienestar del joven príncipe. Lo acompañaba a cenas, salidas informales, lecciones intelectuales, y de más; siempre callado, admirando en secreto la energía vivaz de Taeyong. Sólo cuando cumplían con todos sus deberes, se quedaban juntos, uno al lado del otro, contemplando las puestas de sol y el alineamiento mágico de los soldados. Era en esos momentos, de silencio cómodo, que sus sentimientos florecían en lo profundo del alma y se enredaban en su corazón.

Johnny amaba a Taeyong, de manera bella y misteriosa.

…en secreto, desde las sombras.

—Mi pecho se siente extraño –Taeyong interrumpió la calma. Estaba recostado sobre el césped, bajo la sombra de un árbol.

Era su lugar favorito para descansar, cada vez que Johnny empezaba con sus entrenamientos.

—¿Te duele? –Johnny dejó la espada. Su expresión denotaba clara preocupación. –¿Debo llamar al médico real?

Taeyong carcajeó. Su risa, alivió en gran medida al escolta real.

—No es nada de eso. Es sólo que…es extraño, como si mi corazón estuviera atascado en el pecho. Y después, pienso en este tipo…

El príncipe se detuvo, ruborizado, perdiéndose en pensamientos que Johnny no pudo leer o descubrir; pero que comprendió inmediatamente.

Su ingenuo principito, estaba enamorado.

No supo responderse si eso era bueno. Taeyong era más feliz, sin duda. Bromeaba con el rey constantemente, llenando el comedor con su risa desencajada. Silbaba por las mañanas, tocaba el arpa por las tardes y bailaba alegremente por las noches. Su aura lucía radiante, contagiando a los sirvientes que estaban cansados, molestos o preocupados. Nadie, a excepción de Johnny, parecía darse cuenta de la causa detrás de tanta dicha; y a nadie parecía importarle, siempre y cuando su príncipe estuviera contento.

A Johnny tampoco debió importarle, pero no pudo evitar quedarse quieto, cuando una noche descubrió al príncipe huyendo del palacio. Lo siguió con bastante cautela hasta el interior del bosque, dónde había un riachuelo que Taeyong visitaba en ocasiones. Ahí fue cuando lo conoció, al causante de tanta felicidad: un nativo de Viento, abrazando anhelantemente al príncipe.

El corazón de Johnny se estrujó, no podía seguir viendo.

—Se llama Yoon Oh –le contó Taeyong, cuando le pidió ayuda para escabullirse a las afueras del reino. –Confío en él y lo amo. Pero nuestra relación debe terminar, si nos descubren, el será asesinado. Jamás me perdonaría si le sucediera algo ¿Entiendes, Johnny? Necesito que me ayudes.

Quizá no debió dejar que se fuera. Pero su corazón egoísta, había encontrado la oportunidad perfecta. Ellos se separarían y Johnny estaría ahí para Taeyong, dispuesto a ofrecer su hombro como siempre lo hacía.

Sin embargo, Taeyong no volvió a casa.

Así que Johnny se encargaría. Él sería fuerte por ambos.

 

***

 

Taeyong se angustió, al percibir que los temblores que provocaban los rayos habían cesado hace más de tres horas.

—Estamos perdiendo –interrumpió Mark, desde el otro lado de la celda. Otra vez, traía comida y medicina. –La reina Lisa se unió a tu nación y trajeron cientos de hipogrifos para combatir. Es un completo desastre allí afuera…

Las rejas se abrieron completamente, dejando espacio suficiente… Si era cierto lo que Mark decía, Taeyong podría escapar, montar un pegazo y cabalgar hasta su reino. Sólo tenía que encontrar la oportunidad perfecta para arremeter contra el joven soldado.

—No puedo ayudarte con eso –Mark le sonrió con tristeza, mientras desenvolvía las medicinas. Taeyong frunció las cejas sin comprender por completo –Han reforzado la seguridad de este lado de la prisión. Lo único que puedes hacer, es mantenerte fuerte. Es imposible escapar ahora.

El príncipe no dijo nada, pero la curvatura de sus cejas evidenció su sorpresa.

Claro, no podría ser tan fácil. Al menos, no como lo tenía pensado.

Así que se recostó contra la pared, dejando que la sombra lo consumiera, mientras el niño se disponía a sanar las pocas heridas frescas que amenazaban con sangrar en cualquier momento. Si es que sus soldados lograban salvarlo, todos en el palacio quedarían espantados de su nuevo aspecto, incluyendo a su padre. Entonces Taeyong acarició la herida que él mismo se hizo y recordó una de las tantas lecciones que Yuta le había enseñado durante sus horas de entrenamiento.

“Todos creen que eres débil, mi príncipe. Esa, es tu fortaleza. Demuestra que puedes ser un monstruo y acaba con el enemigo. Cuando eso pase, comprenderás el significado de tu belleza.”

El viejo Taeyong jamás se habría cortado el rostro, pensó. El viejo Taeyong habría suplicado por un poco de compasión, mientras las lágrimas inundaban su rostro. El viejo y muerto Taeyong, sentiría lástima de sí mismo. El nuevo, estaba listo para enfrentar a la mismísima muerte. Sólo debía esperar, pacientemente, para que todos vieran el “monstruo” que ahora era.

Debían saber que ya no seguía siendo el frágil príncipe ingenuo.

 

***

 

Yoon Oh impactó sobre el lodo, derrotado por el peso de la torrencial lluvia y los constantes ataques de la espada enemiga. Jadeó, escupiendo un poco de sangre acumulada entre la lengua y los dientes. Ya no tenía fuerzas para levantarse, su cuerpo estaba exhausto a consecuencia de los golpes y las heridas frescas. Así que se quedó quieto, esperando que su adversario decidiera ponerle fin a su vida. No obstante, antes de que sucediera, fue testigo de cómo una flecha atravesaba el cuerpo ajeno.

Quedó sin aliento, esperando ver al responsable.

Wong Yukhei.

—¡No te quedes ahí! –le gritó, levantando su enorme arco y esfumándose junto al resto de los soldados.

Pero Yoon Oh se quedó quieto, observando el rostro agonizante de su contrincante. Era apenas un chico, quizá de quince años, facciones finas y cuerpo escuálido. Alguien que no encajaba con toda esa furia con la que atacaba. Tal vez fueron sus ojos cafés o su cabello tiñéndose de blanco; lo que le recordó a Taeyong.

Podía ver a ambos… morir por culpa suya.

Aturdido, prestó atención a su alrededor. Ignorando el fuego que provocaban los rayos, el polvo que levantaban las alas de los hipogrifos; encontró expresiones agotadas. Cuerpos decadentes, arrastrando los pies, esforzándose en levantar sus espadas, temblando al apuntar sus flechas. Lágrimas, opacándose con el sudor y el barro. Gritos, ahogados, ajenos, comprimidos. La infelicidad marcando cada uno de los rostros…Todos lucían exhaustos, cansados de seguir luchando. En alguna parte, Yoon Oh vio ese mismo destello que reconoció en sus propios ojos cuando aún era más joven: el anhelo de volver a casa para siempre.

Entonces lo decidió, cuando se levantó del lodo, empuñando la pesada espada, que salvaría al príncipe que traicionó.

 

 

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CoffeAndChill #1
Tremenda alegría me produce ver una historia en español por estos lugares. Incluso si solo es uno en un millón. Ya había leído oníricas en wattpad y ahora verlo aquí... wow. Tienes una forma de escribir que me encanta y apasiona.
Por favor, continúa escribiendo... deseo tanto ver como progresa esto. Taeyong con su dolor y rencor, Jaehyun con su culpa y remordimiento. El angst me llama (; ahre