Cap.2

Viento y Tierra // Jaeyong

II

 

Taeyong tenía una suave fragancia a tierra húmeda y frutos frescos; parecida a la esencia que se desprendían de las flores al caer la lluvia, un olor natural y embriagante. Esa fue la segunda memoria que creó del príncipe, en otra lejana noche de ensueño, cuando encontró al dueño de los misteriosos ónix que no podía sacar de sus pensamientos.

Lo recordaba apoyado en el balcón, confundiéndose con los colores florales, las luciérnagas y el ruido de las cascadas. Su pequeña cabeza yacía inclinada, apoyándose en una columna de ramas verdes, dejando que sus mechones azabaches se enredaran con el viento, las hojas y los cristales brillantes de su corona. Parecía una criatura mítica, vestida con los gigantes ropajes colores escarlata y bronce, que los nobles usaban. Yoon Oh pensó en acercarse, pero su miedo por destruir el encanto del bello escenario le hizo mantenerse alejado, oculto en las enredaderas de una esquina lejana dónde nadie podría verlo. Desde allí, apreció el misticismo de Taeyong, oculto en sus facciones filosas e inexpresivas, apenas mostrando chispas de un extraño brillo que se refugiaba en la comisura de sus labios. Yoon Oh se preguntaba en qué o quién podría estar pensando. No obstante, antes de que pudiera descubrir más pistas, la criatura se marchó de esa atmosfera mágica y se refugió en la seguridad de un par de soldados.

Años más tarde, Taeyong se refugiaba en el silencio inexpresivo del rincón más oscuro de la celda. La sombra sustituía el ausente cabello, cayendo hasta los labios y ocultando la cicatriz del ojo izquierdo. Era alguien diferente, una criatura que lastimaba con sólo ser observada. Yoon Oh podía sentir el dolor creciente.

—Lo siento –pronunció. El miedo se acentúo en su tono, convirtiendo su voz en un débil murmullo que apenas traspasaba las rejas.

—Largo –ordenó el prisionero. Yooh Oh no se movió –¡Largo de aquí!

Taeyong salió del rincón, con el rostro empapado de lágrimas ácidas que resbalaban por su rostro maltratado; había estado llorando sin emitir sonido alguno. Sin embargo, Yoon Oh no vislumbró ningún rasgo de flaqueza, al contrario, la ira fluía con viveza en el color oscuro de sus húmedos orbes.

Los rastros del príncipe que recordaba con añoranza, se habían desvanecido.

—Vete, no soporto tu presencia –suplicó, dejando que su frente impactara contra los barrotes.

La calma perduró por unos segundos, antes de que Yoon Oh desprendiera de su mano un brazalete diseñado de pequeñas piedrecillas multicolor y lo dejara sobre el suelo, a unos centímetros de los pies del príncipe.

—Ya no volverás a verme –prometió el general.

Miró por última vez al desolado príncipe y se marchó, decidido a nunca más volver.

 

***

 

La nación de Tierra lucía sepulcral, consumida por suaves remolinos de polvo y brisas frías que paseaban por los campos de cultivo. Las herramientas de trabajo, al igual que las pequeñas casas, habían sido abandonadas. Apenas residían pequeños animales ultrajando algunos de los alimentos que estuvieran maduros. La noticia del secuestro del príncipe heredero, había hecho que el rey Jaejoong ordenara la inmediata evacuación de cada familia habitante en los exteriores del reino. Tan pronto se declaró el mandato, el lugar se convirtió en una zona desértica, lista para recibir a las tropas que iban galopando a toda prisa desde los interiores del reino.

—El rey Qian ha ordenado descargo de honor –informó Yuta, mientras se acercaba a Jaejoong –El príncipe seguirá vivo por un tiempo más, debemos actuar cuanto antes.

El rey Jaejoong se levantó del trono, con la postura erguida, ocultando el cansancio y la preocupación. Se detuvo frente al enorme balcón, contemplando las largas extensiones de su reino que se perdían en un horizonte verde y próspero.

—¿Cómo debemos actuar, Yuta? –preguntó Jaejoong, desviando la mirada al cielo cubierto de nubes blancas y grises. Sólo entonces, las marcas de su edad se reflejaron –Es imposible para nosotros llegar allí arriba…

—Podemos usar hipogrifos, mi señor –interrumpió Johnny. Su figura alta se aproximó bajo el umbral principal de la sala. –La reina Lisa está dispuesta a batallar junto a nuestras tropas. Es nuestra oportunidad, majestad.

Taeyong solía disfrutar del vuelo de hipogrifos, recordó el rey, observando por segunda vez el cielo vasto que lo separaba de su hijo. Había olvidado que ambos soñaban con volar y sentir la textura de las gigantescas nubes. Así que, por primera vez en mucho tiempo, un brillo de esperanza se asomó en sus opacos ojos; quizá ya era tiempo de luchar contra su más grande enemigo.

—General Wong, dígale a la reina que ahora somos aliados.

Haría que su hijo regresara a casa, costara lo que costara.

 

***

 

Yoon Oh odiaba las guerras. Detestaba ver los cuerpos moribundos, arrastrándose por el suelo, huyendo de manera ingenua de la muerte. Se ponía nervioso cuando los gritos se desgarraban en ronquidos graves, suplicantes de una vaga esperanza y alcanzando sus oídos, para atormentarlo de manera despiadada. Sin embargo, lo que más lo afectaba, era el pensamiento continuo de que su padre había fallecido de la misma manera; rogando sobre el lecho de barro y sangre. La guerra sólo había significado tortura, hasta que se transformó en el anticipo de una recompensa.

El final de cada batalla, representaba la llegada del príncipe.

Taeyong aparecía con su sonrisa brillante, trayendo consigo víveres, ropa y medicina. Solía moverse de un lado para otro, atendiendo a enfermos, heridos y sanos; sin mostrar signos de cansancio. Al principio Yoon Oh se asombró de verlo allí, mezclándose con los olores rancios, ensuciando sus delgadas manos o escuchando pacientemente las quejas de otros soldados. Esa no era la labor de un príncipe, mucho menos de alguien tan hermoso como Taeyong; él debía estar en su palacio, a salvo de la podredumbre que desencadenaban las guerras. No obstante, Yoon Oh se sorprendió al descubrirse con una extraña calidez fluyendo por su espalda cada vez que lo contemplaba.

La expresión alegre del príncipe lo consolaba, de manera inconsciente, haciéndose camino hasta su alma.

—Supongo que siempre llega sano y salvo, comandante –Taeyong lo encontró en una de esas ocasiones.

—Eso intento –respondió, sin el suficiente valor de seguir hablando.

Porque, para Yoon Oh, era suficiente observarlo. No se podía permitir ir más allá. Los límites estaban establecidos, incluso si Taeyong no hubiera sido un príncipe, ambos seguirían siendo diferentes: uno era Tierra y el otro, Viento. Lo único permitido para ambos, eran las conversaciones formales sobre temas laborales o demasiado generales.

Sin embargo, a pesar de que Yoon Oh trató de evitarlo por todos los medios, no pudo hacer nada cuando quedó malherido en una de sus tantas batallas cuerpo a cuerpo. Por lo que Taeyong se presentó, con una bandeja y trapos húmedos, dispuesto a sanar las heridas.

—Esta vez no intentó lo suficiente –se burló el príncipe, mientras desinfectaba la herida que se había hecho cerca del omoplato –Así que eres mortal, después de todo.

Aunque las heridas no dolían, Yoon Oh se sobresaltaba cada vez que los dedos ajenos rozaban su piel, desencadenando pequeñas descargas eléctricas que aceleraban su ritmo cardiaco y oprimían sus pulmones.

—No te lastimes más –susurró Taeyong –Me temo que en la próxima, no podré estar aquí para cuidarte.

Pudo dejar que se marchara, mantenerse al margen y conformarse con los escasos recuerdos. Pero no lo hizo. Desde que el príncipe lo tocó, su alma gritaba con necesidad, exigiendo un poco más, sólo lo suficiente para que pudiera sobrevivir. Así que, antes de que saliera de la tienda de campaña, Yoon Oh se apresuró a hablar.

—¿Podré verte de nuevo? –se mantuvo expectante, deseando que su corazón no saltara por su boca.

—Hay un riachuelo, al norte, dónde acostumbro a tirar piedrecillas cuando el cielo está oscuro. Podrías venir,…al menos una vez.

Entonces el príncipe se fue, desapareciendo junto a la tropa de soldados que lo trajeron.

Yoon Oh consideró no ir en repetidas ocasiones, pero sus pies siempre estaban listos para cruzar esas fronteras que se le prohibieron desde que era un niño. Nadie nunca debería haberse enterado que, desde entonces, arrojó piedras frente al calmado riachuelo, junto a Taeyong; compartiendo sueños que ingenuamente creían que podrían cumplir. Entonces, por un tiempo, todo se volvió más soportable; hasta que decidió entregar al príncipe y combatir junto al rey, a favor de una causa que no seguía.

Por lo que –regresando del pasado –mientras sus tropas descendían sobre los valles del reino enemigo, descubrió que realmente no le importaba si moría, ya no tenía nada que perder o una razón suficiente por la que luchar. Ya no existía príncipe que sanara sus heridas. Esa, sería su última batalla, la muerte estaba esperando bajo las nubes y él no tendría miedo de entregarse. En esta ocasión, pensó, podría cumplir con una de sus muchas promesas.

Sin embargo, en cuanto sus pies tocaron la tierra natal de Taeyong, se quebró en cientos de pedazos. Podía sentir la presencia del príncipe en cada rincón de ese valle, moviéndose entre los árboles, con los pies descalzos, riendo estruendosamente mientras la brisa alborotaba su cabellera. Parecía tan real que Yoon Oh creyó que todo lo demás había sido una cruel pesadilla. Pero sólo eran imágenes etéreas, que le producían dolencia y consuelo; hasta que finalmente se desvanecieron, dejando un enorme vacío. Entonces Yoon Oh sonrió, recordando con cierta nostalgia, que esos mismos valles solían llenarle de regocijo.

 

 

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CoffeAndChill #1
Tremenda alegría me produce ver una historia en español por estos lugares. Incluso si solo es uno en un millón. Ya había leído oníricas en wattpad y ahora verlo aquí... wow. Tienes una forma de escribir que me encanta y apasiona.
Por favor, continúa escribiendo... deseo tanto ver como progresa esto. Taeyong con su dolor y rencor, Jaehyun con su culpa y remordimiento. El angst me llama (; ahre